¿Una Cuaresma más?
Este párrafo, con el que el Papa Francisco inicia su Mensaje Cuaresmal de este año, sugiere unas actitudes que son básicas, imprescindibles, para pasar a la Cuaresma concreta que nos llama en la persona del pobre Lázaro de la Parábola que comenta.
“Lázaros”: los tenemos innumerables en nuestra sociedad. Las “actitudes” que postula el Papa me cuesta discernirlas: “Un nuevo comienzo”… ¡Pero si vivimos anestesiados en la repetición inconsciente! Nos da miedo la novedad, y entonces nos defendemos atacando violentamente y descalificando al otro. Al mismo Papa. Al mismo Dios, que cada día nos regala la belleza de un nuevo día, que, precisamente, cada día somos incapaces de apreciar. Y, así, perdemos una dimensión fundamental de nuestra personalidad: la creativa.
A fuerza de alternar con la robótica nos vamos haciendo robots. La robótica que llega incluso a los mismos monasterios: “siempre se ha hecho así”. Así que no es extraño que los mass media nos digan que cada mes se cierra un monasterio o convento. ¡Cuando son de una importancia trascendental para la sociedad de hoy, los verdaderos valores monásticos!
“Un camino que lleva a un destino: Pascua”… ¡No hay más que un camino: Jesucristo! Pero debemos estar incorporados a este Camino, como dice san Agustín, y no estar al margen de él. Pues es una cruda realidad: estar al margen del camino, ser espectadores. Y ya sabemos que desean los espectadores: espectáculo. Pero aquí sucede que cada uno se monta su propio espectáculo, o asiste al espectáculo que más adula sus ideas, sus sentimientos…
Deberíamos ya saber, o mejor tener arraigadas en el corazón aquellas palabras de san Pablo:
Si hay un estímulo en el Mesías y un aliento en el amor mutuo, si existe una solidaridad de espíritu y un cariño entrañable, hacedme feliz del todo y andad de acuerdo, teniendo un amor recíproco y un interés por la unidad… (y lo que sigue no tiene desperdicio) (Filp 2,1s)
Pero a estas alturas de los tiempos o de los siglos, consideramos que eso de la Pascua de Resurrección es algo muy serio; tan serio que lleva engarzados en estas tres palabras: Pascua de Resurrección, otras dos: vida-muerte. Solamente quien tiene vida puede morir. Pero tan solo puede confrontar la vida con la muerte, la muerte con la vida, aquel que tiene la llave de la nueva vida: la Pascua de Resurrección. Esta llave tiene un nombre: Amor.
Solo quien tiene vida puede morir, pero solamente está dispuesto a vivir esta experiencia quien tiene un amor que es más fuerte que la muerte. Y aquí ya tenemos las ideas menos claras, pues en ti ¿tu amor es más fuerte que la muerte?
Y, precisamente, esto es lo que contemplamos en la Cruz, esta cruz que cuelga como pectoral de muchos, o de otros bajo su ropa; esta cruz que besaremos el Viernes Santo.
Pero tú, ¿te has cargado esta cruz a la espalda para seguir al Maestro?
“Solo quien carga con su cruz y le sigue puede ser su discípulo” (Lc 14, 25-33).
Pero es preciso mucho amor para coger la cruz. Jesús llevó su amor hasta el extremo. Nosotros, tú, yo, cada uno, nos consideramos sus discípulos, cristianos, es decir “otros Cristos” (cf Gal 2,20).
Es preciso mucho amor, tanto como el que sugiere el ejemplo de Jesucristo y que Benedicto XVI traduce con estas palabras:
“Solo cuando alguien valora el amor por encima de la vida, a saber, sólo cuando alguien está dispuesto a someter la vida al amor, por el amor del amor, puede el amor ser más fuerte que la muerte y mayor que la muerte”.
Francisco nos recuerda la necesidad de volver al corazón a Dios. Pero no hagas esfuerzos inútiles: primero considera si tu corazón es de piedra. Entonces, te aconsejo quedarte como estás, pues mover una piedra puede ser muy difícil, imposible… Si consigues llenarlo por dentro y por fuera de ternura, sensibilidad… te será más fácil. Entonces, prueba, te puedes llevar la gran sorpresa.