¡Malditas ocupaciones!
Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras ¿quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Y no me preguntes qué es esa dureza de corazón. Corazón duro es simplemente aquel que no se espanta de sí mismo, porque ni lo advierte. Ningún corazón duro llegó jamás a salvarse, a no ser que Dios, en su misericordia, lo convierta en un corazón de carne. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda por la compasión, ni se conmueve en la oración. No cede ante las amenazas y se encrespa con los golpes. Es ingrato a los bienes que recibe, desconfiado de los consejos, cruel en sus juicios, cínico en lo indecoroso, impávido ante los peligros, inhumano con los hombres, temerario para con lo divino. Todo lo echa a la espalda, nada le importa el presente. No teme el futuro. Del pasado solo recuerda las injurias que le hicieron. Es de corazón duro el que ni teme a Dios ni respeta al hombre.
Hasta este extremo pueden llevarte esas malditas ocupaciones, si, tal como empezaste, siguen absorbiéndote por entero sin reservarte nada para ti mismo…
Yo creo que el record de ventas, por lo menos hacia fin de año son las agendas, sean libro o electrónicas. Para organizarse –se dice- la distribución de las horas del día, e incluso de mes, o aún más lejos… Yo casi me atrevo a decir que es para estar más ocupados. Como los padres de los niños que al salir del colegio les apuntan a clases de repaso, de música, deporte… Todo por el “bien” de estar ocupados. Me pregunto que pasará en una próxima generación sin abuelos, cuando los padres, que trabajan los dos no llegan a estar con los hijos sino al final del día… Quizás en una próxima generación ya tendremos robots-abuelo…
Quien intenta programar una reunión con un grupo de personas, hoy día, ya tiene que ser un experto en el tema “agendas”, y por supuesto en una paciencia como la del santo Job.
Todo esto nos lleva a un dinamismo de vida sin tiempo. Estamos ocupados. No tenemos tiempo para nada… Estamos cada vez más derramados hacia el exterior, mas incapacitados de tiempo para uno mismo, para interiorizar, reflexionar…
Por este camino todo el interior de la persona se va esclerotizando. Al no interiorizar, ese espacio interior que es la verdadera fuente de vida humana, las relaciones se van haciendo cada vez más frías, más interesadas. En una palabra el corazón se endurece. San Bernardo es muy expresivo aludiendo a la gama de matices de un corazón duro.
Es necesaria la dimensión espiritual de la vida, aquel ejercicio que nos permita cuidar todo nuestro espacio interior que es donde reside lo más valioso de toda persona.
Y esto no se puede confundir siempre con una vida religiosa, donde también se puede dar la dureza de corazón. Podemos ser muy duros de corazón. Con razones, eso sí. Pero muy duros. La Iglesia nos lo recuerda cada día cuando iniciamos el día con la primera plegaria, cuando nos pone en la boca este salmo: Si hoy escuchas la voz del Señor no endurezcas el corazón. Sucede que quien está en contacto con lo mejor puede convertirse en el peor. Lo más sublime puede llevar a lo más rastrero, cuando nos dejamos llevar por la inconsciencia religiosa.
Estamos viviendo en una sociedad muy dura. Muy dura no para todos, desgraciadamente, sino sobre todo para una porción que la sufre con sudor, sangre y lágrimas, cuando no es con la vida.
Todo esto es un motivo más para cuidar el corazón. Cuidarlo mucho para crecer en sensibilidad y ternura por la vida. Por toda vida. Sin sensibilidad y ternura la vida humana la convertimos en inhumana.
Las muchas ocupaciones pueden despertar en nosotros todos esos síntomas de un corazón duro, que nos pueden llevar a un serio infarto. Infarto material, o espiritual, que quizás sean más numerosos.