¡Resucitar! ¿Ya, ahora?...

Queridos lectores:

¡Feliz Pascua de Resurrección! Es la belleza de la vida nueva que empieza, aquí y ahora, a emerger en el corazón del creyente:

¡No hay nada como ver el sol!
Siento nacer dentro de mí la delicia de una fuente,
y en la ancha quietud del horizonte…
siento el descanso de las tempestades,
y entonces el cielo se abre…
y ríe el sol en mi llanura.
¡La vida que ansío es la gran resurrección!


Podemos tener estos deseos, debemos tener estos deseos, de la Belleza que nos salva, Cristo, a quien la liturgia oriental llama “el Bellísimo, de belleza superior a todos los mortales”. Y todavía añade un padre oriental, Macario el Grande: “el alma que ha sido plenamente iluminada por la belleza indecible de la gloria luminosa del rostro de Cristo, está llena del Espíritu Santo…es toda ojo, toda luz, toda rostro”.

Es muy cierto la afirmación que me hacía una amiga: “incluso la oscuridad está llena de belleza, fuerza y luz”. Hay oscuridad, efectivamente, en el camino de nuestra vida, hay mucha oscuridad y desconcierto en nuestra sociedad; también en nuestra Iglesia, obsesionada por una ortodoxia que rehuye los senderos del corazón. Nuestro camino es estar siempre en búsqueda de la luz. ¡No hay nada como ver el sol! Pero uno tiene la impresión de que hay muchos que gustan de las tempestades. No, más bien se debemos gustar el escuchar del rumor de la fuente; buscadores, peregrinos de la luz. Paradójicamente, buscar esa luz es descender, hacer los caminos de la vida interior, tener el coraje de adentrarnos, de soportar la oscuridad, sin detenernos en ella, y hacer crecer en nosotros la nostalgia de la luz. Vivir el precioso texto de Rilke:

“Nuestra tarea consiste en hundir a pisotones dentro de nosotros esta tierra provisional y perecedera, tan profunda, dolorosa, y apasionadamente, que su ser pueda volver a levantarse “invisiblemente” en nosotros”.

Un texto para recordarnos que nuestra personalidad puede florecer como un acto de resurrección.

Hay muchas oscuridades en nuestra vida, en la vida de la humanidad, en la vida eclesial, pero no podemos llegar hasta el fondo de esa oscuridad para gozar de la belleza y de la luz sino mediante la amistad. “La amistad, la forma más humana, más pura y más plena de amor”. Es lo que dice y vive Jesús en la Ultima Cena: ya no os llamo siervos, sino amigos, os digo amigos. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos… (Jn 15,12) Y Cristo vive esta amistad mediante el servicio, un servicio amoroso que le lleva hasta el extremo: dar la vida. Y quien da la vida impulsado por el amor la vuelve a recobrar.

¡Resucita! Es la vida del Resucitado. Es la vida que yo ansío: la gran resurrección.
La amistad. El servicio. Dos palabras básicas en la vida de fe. La amistad con Dios; una amistad que nos viene ofrecida por el mismo Dios, que nos da el tiempo para vivir esa amistad que Él primero nos ofrece, porque el tiempo es suyo; nosotros no siempre correspondemos, porque no tenemos tiempo. Preferimos emplear nuestro tiempo, o distraerlo en asuntos de poder, de dinero… Así es difícil tener amigos, ni siquiera la amistad de Dios.

Cultivar una amistad requiere tiempo
. También con Dios necesitamos dedicarle un tiempo, para profundizar en su amistad, y en consecuencia adquirir una sabiduría que nos ayude a vivir relaciones de amistad a nivel humano. De esta relación humana y de amistad viene como secuela la actitud del servicio desinteresado. Dar la vida, en el extremo; o lo que sea, de modo gratuito.

Queridos lectores, hay muchas oscuridades en la vida humana. Cierto. Pero a partir de unas vivencias generosas de amistad y de servicio, podemos encontrarnos con la experiencia de una luz nueva, que son los primeros pasos de la resurrección.
Amigos: ¡Feliz Pascua de Resurrección!
P. Abad
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