San Bernardo, un hermoso milagro de Dios
En el trasfondo de este panorama europeo una figura: san Bernardo. Éste llega (1112) a un cister que vegetaba con grandes dificultades, arrastrando consigo a 30 compañeros. Cuando muere en 1153 nos encontramos con una tupida red de 350 monasterios extendida por toda Europa. La cristiandad fue conmovida hasta lo más hondo por su palabra.
Es una tarea ardua intentar situar a un personaje medieval al socaire del marasmo de ideologías y praxis contemporáneas. Hablar de Bernardo en el pensamiento actual no deja de ser irrisorio para algunos; para otros una intromisión audaz, e incluso un despropósito forzado y temerario. Sin embargo cualquier tipo de reacción, aunque comprensible, es precipitada y superficial. (Juan de la Torre, monje cisterciense)
San Bernardo es difícil de conocer, de comprender, y, para algunos, de amar. Su persona y su obra son muy complejas. Pero esta dimensión de su misterio personal, debe estimular, no desalentar, a una búsqueda lo más objetiva posible del verdadero san Bernardo, que pueda aportar alguna luz a la sociedad de hoy.
Nosotros vivimos en un mundo que aparece como post-cristiano, en la medida en que la fe cristiana, incluso en Europa, ya no es la referencia inmediata de la conciencia y de la cultura. Vivimos también en un mundo que ha perdido la confianza en el hombre… Y el hombre contemporáneo busca una palabra más allá de lo racional, más allá de la historia, en todas las tradiciones donde este más allá puede verificarse. En una sociedad que ultraja y menosprecia la dignidad humana. Una dignidad humana que se revaloriza cuando se proyecta sobre él los rayos del Invisible. Pero hoy está planteada una fuerte lucha entre la luz y las tinieblas. Una lucha que está planteada desde siempre, como nos enseña el prólogo del evangelio de san Juan. Quizás hoy sea más enconada por los grandes medios de influencia existentes en la sociedad. Y las reales y no menos grandes recursos de alienación.
Los medios de comunicación reflejan en ocasiones repetidas el crecimiento de la esclavitud en esta sociedad; en una sociedad donde un número reducido va creciendo en su riqueza mientras una masa esclavizada crece en número y en desprecio a la dignidad humana. La misma Europa, que la actividad de Bernardo y sus monasterios tanto ayudaron a formarse y consolidar, quiere olvidar la referencia a Dios. Con toda seguridad para dejarse arrastrar por la tentación del vientre, del bienestar que no se puede suportar y que es necesario recortar, nos dicen. Pero la realidad es un recorte para la masa, pero no para la minoría privilegiada.
No puede haber vida sino cuando se vive para el otro; no puede construirse vida auténtica, sino cuando ponemos en el horizonte al otro, a los demás, sobre todo a los más débiles.
San Bernardo vive apasionadamente su interés por la persona humana para que recupere su unidad consigo mismo, el equilibrio de la persona en una recuperación de la imagen de Dios. Bernardo, vive este interés a través de su gran cantidad de cartas y de sus innumerables viajes para orientar y ayudar a recuperar la unidad y la armonía en las relaciones humanas.
Considera que la Iglesia debe ser también un camino claro de defensa de esa dignidad y equilibrio del hombre y de la humanidad. En esta línea podría contarse su obra “Sobre la Consideración” al Papa Eugenio III, que previamente había sido monje de su comunidad.
Esta obra gira en gran medida en torno a la Política eclesiástica. En su deseo de ayudar al Papa se muestra a veces exigente y duro (Se dice que Juan XXII se hacía leer cada día un capítulo) y la reflexión va acompañada de una línea progresiva de implacable análisis de los pecados de la curia. Una obra digna de reflexión en la Iglesia de hoy si quiere, y debe querer, participar en el marco de una Europa que está más por otros valores, invitando a apostar por la dignidad de la persona humana.
Por esto Bernardo es elocuente en sus Cartas:
Nadie viva para sí, sino para el que murió por él. ¿Para quién he de vivir más honrosamente que para él, pues yo no viviría si no fuera por su muerte? Pero yo le sirvo voluntariamente porque el amor da libertad. A esto os animo con todo mi ser: servidle con ese amor que echa fuera todo temor, no siente los trabajos, ni se fija en los méritos, no exige el premio, y, sin embargo, es lo que más nos apremia. Ningún terror nos inquieta tanto, ningún premio nos estimula así, ninguna justicia nos exige de ese modo. Que ese amor os una conmigo inseparablemente, os haga pensar en mí con frecuencia, muy especialmente en los momentos de oración (Carta 143)
El amor da libertad. Por eso exclamará con fuerza en sus Sermones sobre el Cantar: El amor se basta por sí sólo. No requiere otro motivo. Amo porque amo. Gran cosa es el amor. Cuando Dios ama lo único que quiere es ser amado: si él ama es para que nosotros le amemos a él… ¿Puede no ser amado el que es el Amor en persona? (Sermón 83)
Esto es lo que tenemos que vivir como monjes si queremos ser luz en este mundo. Si queremos ser sal….Es lo que tenemos que vivir también todos los creyentes, y es lo que tenemos que enseñar con nuestra vida. Si lo hacemos así seremos grandes en el Reino de los cielos. Si no lo hacemos, no sé lo que seremos en el Reino, pero lo que es seguro que aquí seremos unos mediocres. Y hoy día la mediocridad, en todos los niveles y terrenos, da ganas de vomitar. Lo dice hasta el Apocalipsis.