Domingo de Ramos La pasión: “El amor nos da la identidad y la libertad”
No entendieron que Jesús era Dios, porque no estaban dispuesto a aceptar que Dios se había hecho hombre. En Jesús de Nazaret, encontramos la verdad el hombre según Dios, lo que diviniza a la humanidad, desde la perspectiva de la encarnación. La creación es lugar de explosión del amor del creador, la cruz es el centro de la radicalización de la entrega del Dios que se hace hombre, llegando incluso a la muerte y una muerte de Cruz. Nos encontró y nos salvó donde nadie lo esperaba, donde el Padre se deshizo en amor de Hijo para resucitarnos con su Espíritu.
| José Moreno Losada
Domingo de Ramos.
La pasión: “El amor nos da la identidad y la libertad”
Realmente este hombre era hijo de Dios
Lo buscaban sin saber realmente quién era. El misterio era tan inmenso que no podían descifrarlo ni los sumos sacerdotes, ni los letrados, ni los fariseos, mucho menos los que iban con palos y espadas a consumar lo que se convertiría en la piedra angular, en el fundamento último de todo lo creado y lo esperado, como acabará confesando el centurión pagano al ver cómo expiraba.
Toda su vida había estado en manos del Padre, él no había hecho otra cosa que mostrar a la luz lo que en el corazón iba revelándole el Espíritu desde el vivir y el caminar de la historia.
Jesús es el hombre fiel que se ha dejado hacer por el Padre, ha sido gestado por el amor del Espíritu que le ha empujado a dar su vida para la salvación del mundo. La entrada en Jerusalén, el camino al calvario, desde la aclamación jubilosa de la humanidad con toda la creación en el grito del hosanna, es la proclamación solemne de un amor radical que crucificado rompe todos los límites y se alza como un sí definitivo de salvación en la verdad y en la libertad del Dios compasivo.
El amor que da identidad y libertad
El reto creyente es poder proclamar y confesar que realmente Jesús de Nazaret es hijo de Dios. Santo Tomás de Aquino nos habla de que Jesús de Nazaret nos muestra con mayor radicalidad su humanidad en la pasión, en concreto en la oración en el huerto de los olivos y en su sudor de sangre y sus lágrimas. Ahí en esa pasión de dolor amorosa es donde se muestra para todos, curiosamente, su ser Hijo de Dios, como reconoce el pagano al verlo expirar, cumpliendo todo en el amor.
Contemplar y celebrar la pasión de nuestro señor Jesucristo es lo que nos posibilita adentrarnos en la humanidad realizada según Dios. Jesús tiene su fundamento en el Padre y nos va revelando su identidad al paso de su descubrimiento personal del amor que Dios le tiene.
El amor del Padre le va configurando desde su nacer, durante toda su vida oculta en la que se va gestando en los sentimientos divinos de la historia de la salvación, va sintiendo la paternidad y maternidad del creador, del amante de la humanidad, y así va deseando expresar y vivir del mismo amor, ser generador de fraternidad en la construcción del Reino.
En la vida pública Jesús nos manifiesta todo lo que ha visto hacer y decir al Padre, lo que sabe que es su voluntad, la clave de la misericordia y la compasión como la expresión máxima del poder y la perfección. El perdón como horizonte de curación y plenitud. La resurrección como principio de justicia compasiva frente al sufrimiento inocente.
“Yo soy”: frente al miedo y la cruz
Ese credo personal, centro de la fe, es el que le lleva a vivir en el riesgo mayor de la historia enfrentándose al mal y su muerte. Entrega su miedo al amor para vivir la experiencia de la libertad sin límites en la resurrección. La muerte no tendrá la última palabra, pero para eso hay que entregar sin límites la vida. Ese es nuestro grito: el crucificado ha resucitado. Todo se ha realizado en la confianza en el Padre, en el hágase del hijo en la experiencia de abandono y soledad humana.
Vivir nuestro credo es aceptar que en el horizonte de nuestro existir no tenemos más tarea que llegar a ser nosotros mismos, a poder decir con Cristo “yo soy”. Nuestro yo está asegurado sólo en el amor de Dios, dejarnos hacer por él en el tránsito de nuestra vida, recibir su amor cuidadoso y dejarlo actuar por encima de cruces y soledades en nuestra propia existencia, será lo que nos haga auténticos y originales.
La fidelidad nos podrá llevar al dolor, al miedo, a la cruz, pero el resultado no será otro que mayor identidad y libertad, no puede ser de otra manera en la experiencia de descubrirnos, junto a Jesús, hijos queridos de Dios. Si nos dejamos hacer por El, hasta los paganos acabarán confesando que tenemos un Padre bueno. Ojalá sepamos adentrarnos en tan gran misterio con la actitud de esa mujer sencilla de Nazaret: “Hágase”.