Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) La "sencillez" del bautismo en el Espíritu
¿Qué hacemos?
Las cuestiones centrales de lo humano siempre han contemplado las preguntas sobre lo que somos, nuestras raíces, nuestro futuro; y ahí enraíza la problemática del “ethos”, con transversalidad antropológica. El quehacer de la vida es central para aquello que deseamos ser en el horizonte de sentido. La pregunta a Juan, en ese momento de confusión y dificultad, desde todas las instancias de lo humano, es de vital importancia para los que se acercan. El profeta llama, con sencillez, a la coherencia con el bien interno de sus profesiones, mandamientos básicos y universales de justicia y dignidad, pero ante la expectación del pueblo, aclara que la razón del ser y el hacer no está en estos consejos de conducta y códigos deontológicos, sino mucho más allá. Hay que prepararse para adentrarse en el bautismo de Jesús de Nazaret. Se trata de una revolución insospechada y radical que está apareciendo y el Bautista la siente muy próxima. Alguien llega con la fuerza del Espíritu Santo y el fuego del amor inapagable. Será un momento de opción necesaria, de apuesta por la vida, por el evangelio, o por la muerte, la destrucción. Cristo nos llevará a planteamientos que más que éticos serán de vida como alternativa a la muerte, decisiones de fundamento y raíz. Dios no tiene alternativa, el absoluto no juega a contrarios, se ofrece frente a la nada, o Dios o la nada, aunque esta sea el dinero, el placer o el poder.
| José Moreno Losada
DOMINGO III DE ADVIENTO
En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: «Entonces, ¿qué hacemos?». Él contestó: «El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga». El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva, y reunir su trigo en el granero, y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio. (Lucas 3,10-18)
Bautizarse en el Espíritu y el fuego de la sencillez
Madrid parece otro mundo, pero no lo es; de Madrid viene lo que a Madrid va, como a Roma. Y estando en Madrid me llega lo que traigo conmigo: un mundo de relaciones, aunque de otro modo al estar yo en “pause”. Recibo un correo de una profe de la UEX, de la Escuela Superior de Ingenieros, pero su contenido no es académico ni profesional sino familiar. La conozco a ella y a su familia de la Parroquia de Guadalupe, a la que pertenecen sus padres, Vicente e Isabel, y en la que forman parte activa y corresponsable en funciones, tareas y relaciones. Eso ha hecho que nos vinculemos y tengamos lazos vivos que se activan en más de una ocasión, ya sean para temas de reflexión, de dolor, consulta, sacramentos o participación en actividades. Son personas muy entrañables.
Los sacramentales de la vida: la casa y el hogar
Me comenta que en las vacaciones de navidad quieren hacer una celebración especial dedicada a sus padres en el pueblo de origen, donde celebraron su matrimonio hace ya medio siglo. Allí tienen la vivienda de su abuela Catalina muy acondicionada para poder ir todos y lo hacen con frecuencia, especialmente sus padres; en navidad se encontrarán todos. Ellos han vivido toda su infancia y juventud en esa casa, rodeados de los demás familiares formando una verdadera tribu, presididos por la abuela y capitaneados por los hijos y sus esposas, acogiendo a todos los nietos.
Aquel hogar es un verdadero sacramento de sus vidas, aunque ellos tienen su lugar propio de ciudadanía, trabajo y estudios en la ciudad de Badajoz, excepto el hijo Vicente, que tras estar en París ahora vive en Valladolid. Explica que la celebración va a ser el mismo día de la boda, que se celebró hace cincuenta años, un 24 de diciembre, por cabezonería de su abuela Catalina que tenía mando en plaza. Comprende que es un día muy difícil para poder estar y participar, pero que ella lo ha pensado y me lo deja caer por si acaso. La celebración sería en la mañana del 24 en Don Álvaro. Yo pensaba ir y estar en Badajoz esos días, compartir con mi familia en Mérida las fiestas más simbólicas de Nochebuena, Navidad, Año nuevo, etc. Mérida está cerca y sin pensarlo mucho, tocado por el deseo y aprecio que tengo a la familia, a los vínculos parroquiales y vivos, razón y afecto de pastor, le prometí que haría lo posible por estar. Deseaban, aunque sería por sorpresa, que hubiera un momento celebrativo y me pedía que les ayudara a prepararlo.
Una celebración con sentido de vida y de comunidad familiar
A partir de ahí la maquinaria de la red familiar nos pusimos en activo y comenzamos a idear esa celebración para que fuera hogareña, real, profunda, sacramental, participada y, sobre todo, viva. Yo en Madrid, pero todos dispuestos a colaborar con el momento: mensajes, lecturas, gestos, símbolos. Una celebración en toda regla. Llegado el día, allí me presenté y pude ser testigo de lo que ya me imaginaba sabiendo como son. Sorpresa alegre cuando llegan de dar un paseo al ver la algarabía, el canto, la entrada solemne en ese templo hogareño, sagrado por la raíz, el tallo, las ramas, los frutos, de toda esta familia. El árbol nos sirvió de símbolo y lo llenamos de muchos frutos.
En la celebración, reflexionamos lo que habían sido sus raíces y cómo se habían sembrado juntos en la decisión de un matrimonio y la construcción de una familia con sus tres hijos, a los que después se habían sumado las parejas y los nietos, amén de los hermanos y sobrinos. Ya en ese ambiente y con las claves del evangelio proclamado del grano de mostaza y del tesoro, le pedimos a Vicente e Isabel que nos manifestaran qué clave había dirigido sus vidas en común, su ser pareja, matrimonio, padres, educación, trabajos, relaciones ¿Cuál ha sido la savia que os ha alimentado y sostenido en todos estos años y tarea de familia y vida? Ellos no necesitaron mucho para elaborar la respuesta en común, la expresaron inmediatamente: “La sencillez”.
"La sencillez"
Isabel lo explicaba con paz y serenidad, no hemos pretendido en la vida otra cosa que ser sencillos, vivir sencillamente. Nuestras metas han estado siempre acordes con lo que podemos, sabiendo que nuestras posibilidades están abiertas como las de cualquier otro ser humano.No tenemos por qué tener miedo, no somos más ni menos que nadie. Nuestro objetivo ha sido ser nosotros mismos, y en eso hemos querido educar a nuestros hijos. Los hemos animado a luchar, a conquistar sus metas, a no renunciar a sus posibilidades, ellos pueden como los demás pueden, no tienen por qué achantarse ante lo que desean, pero nunca deben considerarse más que nadie por lo que logren. Todo lo logrado debe ser vivido con sencillez y sin permitir que nos aleje o nos separe de los demás, subiéndonos a pedestales que son paja.
Nadie es más ni menos que nadie, por eso el camino de lo humano y de la fe han de estar de la mano de la sencillez. Para ellos esa clave del evangelio de Jesús les parecía única y esencial. El maestro y el señor de Nazaret había sido tan sencillo, que se había hecho siervo, hasta lavar los pies, y había sido uno más en su pueblo y con sus gentes. Vicente e Isabel lo habían vivido con su familia, con sus vecinos, con sus compañeros de trabajo, en el pueblo y en la ciudad. Habían querido ser testimonio y transmisores de la sencillez a los suyos. Isabel manifiesta sonriendo que temía que Vicente fuera, como esposo, serio o jefe, y confesaba que nunca había sido así, que se había encontrado con lo contrario, siempre ha sido y es facilitador de todo en comunión y en pareja.
El arbol de lo sencillo y verdadero
Todos lo entendimos perfectamente, no hubo que dar más explicaciones. Lo que vino después fue una confirmación creyente de lo mismo, reflejado por todos los pequeños espejos que allí estaban dando cuenta de la misma sencillez: desde los mayores, hermana, cuñada, pasando por los hijos, sobrinos y la fuerza viva de los nietos.Unos lo dijeron hablando y otros tocando instrumentos musicales dedicando obras para sus abuelos. Todos escribieron sencillamente los frutos que habían recibido de este matrimonio sagrado –hijos, nietos, hermanos, sobrinos…-, de este sacramento vivo, y los fueron colgando de ese árbol que tenía como raíz y savia el testimonio del contrayente. Allí se formó el jardín de la belleza y el amor con el único árbol de la vida. Después pasamos a la terraza paradisíaca de la casa, con el recuerdo vivo de la abuela, que tenía genio, pero sobre todo don, para abarcar y dar motivos para que esa casa fuera abierta, de todos, y estuviera llena de sencillez. El sol era abundante y el vino llegado de las tierras de Valladolid era único.
Yo me fui contento a celebrar con mi familia, que también nos gusta ser sencillos, con esa clave tan bella en el día previo a la Navidad. Al llegar la Nochebuena del nacimiento, repetía yo el versículo de Lucas: “Esto os servirá de señal un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Pensaba también en el” bautismo en Jesús”, bautismo cristiano, en su espíritu y en su fuego, que no es otra cosa, que entrar en la vida y en el mundo con la humildad de Dios, como Él lo hizo. Vino para ser el hombre más sencillo de la historia, para ser según el Padre. No había duda que este matrimonio dorado había encontrado el tesoro del bautismo y no lo había perdido en sus vidas de esposos y padres, tan anónimas como verdaderas.
Notas hilvanadas la hecho de vida:
Bautizados en Espíritu y fuego
La teología deja de serlo cuando se hace compleja y difícil. Qué manía con querer explicar a Dios como si nuestra mente fuera divina, pero con una comprensión tergiversada y complicada del ser y el hacer de Dios. El saber teológico, en cristiano, tiene una tarea urgente que es desvestirse de todo lo que ha hecho complejo y hasta ha dividido a los mismos cristianos en aras de unas ideas que sobrepasan la revelación sencilla y discreta en Jesús de Nazaret. Manifestación de la verdad por la encarnación, la vida oculta, diaria y rutinaria, el misterio de la cruz y la presencia de un resucitado que sobrepasa todo posible espectáculo o motivación para la imaginación transmundana. El Padre que en Jesús se enfrentó a una comprensión de la ley que alejaba del verdadero amor compasivo y misericordioso, nos pide hoy recuperar el lenguaje propio de la vida real y cercana, pobre y verdadera de la humanidad en la historia.
El modo de ser y hacer de Dios ya aparece claro desde los orígenes, el mismo relato de la creación es el modo más humilde, cercano y simple de adentrarse en la razón de todo lo que existe, cuando está proclamando en cada momento que aquello era bueno y el creador actuaba en libertad movido por un verdadero amor, el que bendice todo lo que es creado. Esa imagen y punto de partida del poder de Dios, entregado y donado en su labor, nos llama a saber responder con rapidez a la pregunta de qué tenemos que hacer como criaturas en medio de la realidad. No tenemos otra responsabilidad que cuidarla y cuidarnos desde el amor que es creativo y fecundo.
El acompañamiento de Dios al pueblo, desde Moisés y Aarón, frente al faraón y su poder, nos vuelve a poner en la clave de saber que la debilidad, fortalecida por la esperanza y el fundamento del que tiene la vida, no puede ser derrotada por ningún poder de este mundo. La última palabra la tiene la libertad. No hemos sido llamados a la esclavitud, sino al servicio en el amor que genera pueblo, tierra y libertad. Dios inspira confianza en los débiles para salir a la conquista de la libertad en el desierto. La libertad no es temida por Dios, sino donada. El bautismo del pueblo en el paso del Mar Rojo fue para la liberación. Allí actuó el espíritu que rompe cadenas y el fuego que alumbra en el camino a lo prometido como lugar de igualdad, dignidad y paz.
Los profetas inspirados supieron leer e interpretar los mensajes de vida y esperanza, así como denuncia e interpelación, que nacían de una voluntad divina que se apasiona en la relación con su pueblo y que desea sus bodas en la alegría del reino, como lugar de plenitud de lo humano frente a la destrucción de la perversión y la esclavitud.
Cristo, lleno del Espíritu, viene a ultimar ese proceso bautismal de salvación en el camino de la propia historia vivida en las claves de la ternura y la compasión, con el deseo de una fraternidad universal que abre las puertas del Reino para lo definitivo. La sencillez del pesebre, los pañales, se continúan en el vivir de lo oculto en Nazaret. Así como el modo humano de predicar la buena nueva en todas la calles, plazas y caminos, de llamar a su discípulos y apóstoles, de dejarse acompañar por las mujeres, de adentrarse en la ruta que le llevaba a los palos de una cruz injusta y desnuda, hasta la pobreza de un resucitado que tiene como verdadera fuerza lo propio de encuentros en familiaridad, en los mismos lugares de los caminos de siempre, de comer juntos, abrazarse y tocarse con ternura las heridas, de dejarse ver para favorecer la fe y la esperanza de los que están confusos y tristes. No hay nada aparatoso en el camino de Jesús de Nazaret. Su bautismo de Espíritu y fuego, marcha por las sendas de lo más humano, no hay nada que no sea sencillo en el camino de la salvación, no hay otros caminos: encarnación, muerte y resurrección.
La Iglesia está llamada a bautizar en Jesucristo. Este oficio y misión no puede hacerlo si no es desde la misma clave en la que se manifestó, vivió, murió y resucitó Jesús. Todo ha de hacerlo desde la sencillez de Jesús y como nos dice el Papa Francisco en sus escritos: “toda acción pastoral ha de estar necesariamente revestida de ternura”. No hay otro modo de evangelizar. Para esto necesitamos con urgencia volver al pesebre, a la cruz, al altar y a la comunidad verdadera, donde se ejerce el amor entre los hermanos de un modo universal y propio en su singularidad por la ternura de Dios que lo reviste y lo protege.