Hasta que la muerte nos separe Amor matrimonial...hoy se cumple esta Palabra de vida y amor

Rosa y Guillermo llevan años acompañando a los padres de los niños que están en catequesis en nuestra parroquia. Ellos son apóstoles activos de la buena noticia del Evangelio en la vida. No lo hacen desde la teoría, que conocen muy bien, sino desde la vida y sus entresijos. Me encanta acompañarlos en la celebración de sus cuarenta años de matrimonio y de hacerlo escuchando esta lectura creyente y bíblica que ellos mismos hacen de ese camino, de esa cuaresma de compromiso y de libertad en sus ser parejas a lo divino y a lo humano. Buena entrada para Jerusalén en un Domingo de Gloria. A la luz de su relato nace esta canto de vida:
Canción desde la vida Rosa y Guillermo
| Rosa y Guillermo. Parroquia de Guadalupe
LA PALABRA DE DIOS SE HA CUMPLIDO EN NUESTRA HISTORIA

Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. (Gn 2, 24)
Casi todos vosotros sabéis que nos conocimos en Roma. Yo tenía 18 años recién cumplidos y Guillermo 20. A los pocos meses de conocernos nos hicimos novios y muy pronto tuvimos claro que queríamos pasar el resto de nuestras vidas juntos. Nunca nos pedimos matrimonio como en las películas. De hecho, ni recordamos en qué momento decidimos casarnos. Pero lo hicimos. Yo tenía 22 años y él 25. A lo largo de estos años hemos visto cómo la Palabra de Dios se ha cumplido en nuestro matrimonio. Cuando éramos unos pipiolos decidimos ser “una sola carne” y hoy día, tras estos cuarenta años, esa es una realidad que sigue cumpliéndose en nosotros.
El Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. (Gn 12, 1-2)
Desde el principio de nuestra historia en común nos tocó vivir lejos de nuestras familias y de nuestros amigos. Y eso es algo que nos ha configurado como pareja, haciendo que hayamos tenido que adaptarnos a diferentes poblaciones, amistades, parroquias, ambientes y costumbres. Y, del mismo modo que Dios bendijo a Abrahan, nosotros también hemos sido bendecidos.
Siempre tuvimos claro que queríamos ser una comunidad abierta, una familia abierta al mundo y no encerrada en nuestras cuatro paredes. Todos los lugares en los que hemos vivido y los grupos a los que hemos pertenecido nos han hecho crecer
mucho, realmente nos han bendecido. Recordamos con cariño nuestros años vividos en Cáceres y en la parroquia de Guadalupe. Y también los que pasamos en Granada, ciudad que tanto nos aportó. Allí es donde empecé mis estudios de teología, donde conocimos las Comunidades Cristianas Populares y los Hogares Don Bosco, donde dejó Guillermo el oficio de técnico y empezó el de profesor y donde tuvimos la grata experiencia de cantar en un coro que nos acogió muy bien desde el principio. Necesitaríamos varios días para dar gracias por todo lo vivido en estos lugares.
Grábame como sello en tu corazón, grábame como sello en tu brazo, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; sus dardos son dardos de fuego, llamaradas divinas. Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. (Cantar de los Cantares 8, 6-7)
Desde que decidimos estar juntos, nos hemos sentido vinculados el uno al otro de un modo especial. Cada uno llevamos grabado el nombre del otro en nuestro corazón, y eso es lo que nos hace sentirnos uno, sin dejar de ser dos. Porque sabemos que el amor que compartimos viene de Dios y ese amor es “fuerte como la muerte”, no hay quien lo destruya.
Dice el libro del Eclesiastés que “una cuerda de tres cabos, es difícil de romper”. Así es nuestro matrimonio, una cuerda trenzada por Guillermo, Rosa y Dios, que se mantiene fuerte y unida a pesar de los tirones que da la vida.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien; tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa: Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. (Salmo 128, 1-4)
Este salmo hoy día se podría leer de otro modo: “tu mujer o tu marido, como parra fecunda, en medio de tu casa” y “esta es la bendición del hombre y de la mujer que teme al Señor”.
Llegó un momento en nuestra vida en que fuimos bendecidos con los hijos. Para nosotros fue algo natural, que brotaba del amor que nos teníamos, como brotan las ramitas del olivo. La vida misma se abría camino a través de nosotros, porque no nos cabía tanto amor en una familia de solo dos personas. Y así, Dios nos regaló a Marta, a Guille y a Estrella. Nunca nos podríamos haber imaginado que compartiríamos familia con estas tres personas maravillosas, inteligentes, sensibles y generosas. Esto sí que es lo mejor que nos ha pasado como matrimonio, el mayor regalo que la vida nos podía dar.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. Porque tú eres el Santo y habitas entre las alabanzas de Israel. (Salmo 22, 2-4)
Y de pronto, llegó la noche a nuestras vidas. Nuestra niña pequeña enfermó y no entendíamos qué le pasaba. Buscamos respuestas mucho tiempo y nadie nos las daba. La veíamos sufrir y sufríamos al no poder amortiguar su dolor ni sanar sus heridas. En algunos momentos, sentimos que Dios se había olvidado de nosotros y que nuestra familia caía por un profundo pozo cubierto de tinieblas. Sólo podíamos cogernos de las manos unos a otros y ahí fue cuando el dolor se convirtió en esperanza: nos unimos mucho como matrimonio y como familia, acogimos el dolor de nuestra hija y nos hicimos fuertes para cuidarla y protegerla y aprendimos a amarla de un modo nuevo. Esta experiencia nos ha transformado a todos y nos ha hecho mejores, solo podemos dar gracias a Dios por tanto bien
recibido, aun en estas circunstancias. Él mantiene a nuestra familia unida en el amor y en la esperanza.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. (Salmo 23)
En todos estos años hemos vivido momentos difíciles, como cualquier familia y hemos caminado por cañadas oscuras. Pero siempre hemos terminado sintiendo la compañía de Dios que caminaba junto a nosotros. Nuestras cañadas oscuras han sido: estar en paro, sentirnos solos muchas veces cuando vivíamos lejos, las enfermedades de nuestros mayores, el cáncer de Guillermo, la enfermedad de Estrella, la depresión, un divorcio inesperado… En fin, nada que no haya vivido cualquier familia normal en nuestros días. Pero hemos tenido la suerte de que el Señor nos ha ido conduciendo hacia fuentes tranquilas, donde hemos hallado paz, sosiego, confianza. Echando la vista atrás, tenemos que decir que la bondad y la misericordia de Dios nos han acompañado todos los días de nuestras vidas y por ello damos gracias a Dios.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. (1 Corintios 13, 4-8)
En estos cuarenta años hemos aprendido a “hacer el amor”. El amor se hace día a día, cultivando todas las cualidades que enumera San Pablo. Y, de nuevo, se ha cumplido esta palabra en nuestras vidas. Porque hemos aprendido a ser pacientes el uno con el otro, hemos aprendido a darnos sin esperar nada a cambio, hemos aprendido a no llevar cuentas del mal y dejar lo pasado en el pasado, hemos aprendido a perdonarnos profundamente y a curar las heridas del otro, hemos aprendido a buscar la verdad del otro para amarla tal como es y gozarla como dice San Pablo. No dejamos de asombrarnos cada día por el misterio de la persona que Dios nos ha dado como compañero y tratamos, a veces con torpeza, de ayudarnos mutuamente a ser lo que Dios espera de nosotros.
No creáis que esto lo estamos haciendo desde el primer día que decidimos que éramos el uno para el otro. Esto lo hemos ido descubriendo juntos año tras año, y lo hemos ido afianzando paso a paso, día a día, tropezón tras tropezón y alegría tras alegría.
A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». (Juan 2, 1-5)

Igual que a los novios del evangelio, a nosotros tampoco nos ha faltado el vino en estos años:
- No hemos dejado de juguetear como pareja ni de ilusionarnos el uno con el otro
- Tenemos unos hijos que son personas buenas y luchadoras
- Siempre hemos tenido una comunidad que nos apoya
- Tengo las mejores amigas del mundo
- Hemos podido conocer lugares lejanos (Japón o Paraguay)
- Vivimos en contacto permanente con la naturaleza
- La vida nos sigue sorprendiendo cada mañana