"La juventud tiene la ingente tarea de devolver la esperanza al mundo" Francisco y el lío con los jóvenes
"Tengo que reconocerlo. Cuando vi por primera vez a Bergoglio ni me inmuté. Me dio la sensación de ver a un pasmarote más que a un a Papa … Sin embargo, y a partir de la misa de entronización que fue un 19 de marzo, día de San José, Francisco me ganó … Sus mensajes no eran una pose"
"Cada vez estoy más convencido que la visión de la Iglesia de Francisco puede entenderse desde el mensaje a los jóvenes. Hay una correlación y una dependencia directa"
"Sólo desde la juventud se pueden tratar con seriedad los problemas que vamos a tener que debatir y tratar los próximos años"
"Francisco, y los jóvenes de forma especial, pueden romper divisiones y clichés de la Iglesia, estas disputas de casinillo como diría Ortega, para entender que lo moral y lo social se integran y se tocan, porque todo es producto del modo de vida que se está imponiendo en el mundo sin apenas alternativas"
"Sólo desde la juventud se pueden tratar con seriedad los problemas que vamos a tener que debatir y tratar los próximos años"
"Francisco, y los jóvenes de forma especial, pueden romper divisiones y clichés de la Iglesia, estas disputas de casinillo como diría Ortega, para entender que lo moral y lo social se integran y se tocan, porque todo es producto del modo de vida que se está imponiendo en el mundo sin apenas alternativas"
| Jose Miguel Martínez Castelló
Tengo que reconocerlo. Cuando vi por primera vez a Bergoglio ni me inmuté. Me dio la sensación de ver a un pasmarote más que a un a Papa. Con el tiempo he ido entendiendo que esas sensaciones eran productos de no haber acertado, ni por asomo, lo que yo quería que saliera. En mi mente estaba lo que nos había llegado de los medios, los llamados papables, los Ouellet y Scola, y desconocía por completo al primado de Buenos Aires, un hombre sencillo, decían algunos, combatiente, que no se casaba con nadie, sin pelos en la lengua y muy cercano, donde era conocido en las villas miseria por su compromiso y presencia diaria.
Siempre me preguntaré cómo fue posible que Bergoglio, toda una sorpresa, no se conociera más allá de los mentideros del Vaticano y de la Iglesia oficial, cuando en el Cónclave de 2005 fue el segundo más votado después del entonces cardenal Ratzinger. Aquel 13 de marzo de 2013 me acosté desmoralizado, no sabía a qué atenerme. Todavía pesaba en mí la renuncia de Benedicto XVI. El sentimiento de orfandad lo tenía desde aquel 11 de febrero cuando esas palabras que han formado a pasar parte de la historia, me traspasaron:
“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Sin saber el por qué, al día siguiente no compré ningún periódico para el recuerdo. La gente me paraba por la calle para preguntarme, y yo, en babia, en punto muerto, distrayéndome ante el ineludible ambiente fallero que se respiraba por las calles de Valencia. Sin embargo, y a partir de la misa de entronización que fue un 19 de marzo, día de San José, Francisco me ganó. Cuando en el Plaza de San Pedro utilizó la idea de custodiar, me sorprendió; me pilló con el paso cambiado, y comprendí, de inmediato, que cabía una posibilidad de estar ante la apertura de una nueva y real primavera en el seno de la Iglesia.
"Comprendí, de inmediato, que cabía una posibilidad de estar ante la apertura de una nueva y real primavera en el seno de la Iglesia"
Día tras día se hacían públicas sus intervenciones en las audiencias, pero, sobre todo, algo inédito hasta ahora: las homilías diarias en Santa Marta. Hubo unas palabras que me traspasaron por la forma en que fueron dichas, de forma sencilla que ahondaban y se dirigían al centro del evangelio: “Cuando los apóstoles buscan una Iglesia rica, estamos ante una Iglesia sin la gratitud de alabanza, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una ONG, la Iglesia no tiene vida”.
En esos primeros días ya había anunciado uno de los conceptos clave de su pontificado, las periferias, antídoto para evitar que la Iglesia se encierre en sí misma y se abra al mundo para convertirse en un hospital de campaña. En pocas palabras: ¡Cómo querría una Iglesia pobre y para los pobres!
Ahora bien, a mi modo de ver, la clave de estos diez años de Francisco, de su primavera, o como se quiera calificar, está en lo que transmitió en julio de 2013, comenzando en Lampedusa ante la tragedia de la inmigración y acabando en Río de Janeiro ante decenas de miles de jóvenes en la JMJ.
En estas dos intervenciones nos dimos cuenta que Francisco iba en serio, que sus mensajes y sus palabras no eran una pose, resultado de la cosmética discursiva imperante en el mundo político, sino que aquello que decía estaba estrechamente vinculado con lo que después expresará en la Evangelii Gaudium, su programa de gobierno y pastoral inspirado en la radicalidad del evangelio. Lampedusa significó un golpe a nuestras conciencias, a nuestra modorra existencial, a nuestro modo de vivir que creíamos el mejor de los mundos posibles. Lo hizo de tal forma que a partir de ahí cualquier análisis social riguroso y serio que se precie, debería tenerlo en cuenta:
“¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí? Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor de altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. En este mundo de globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia”.
Tres meses después, en septiembre de 2013, ante la tragedia en la misma isla de Lampedusa en el que murieron casi cien inmigrantes y más de un centenar desaparecieron, Francisco gritó “Vergüenza”, y conectaba de esa forma con la globalización de la indiferencia ante el sufrimiento humano.
Este Papa bajaba a la realidad, a las existencias abiertas en canal que no vemos y asumimos como algo normal, sin pestañear, como destino ineludible e inevitable de la historia. Ahora bien, el Dios de Jesús nos hace libres, no nos determina por mucho que pese el mal y las circunstancias; somos los relatores de la historia y de la vida. ¿Qué hacer pues para que sus palabras no cayeran una vez más en agua de borrajas? ¿Qué hacer para combatir la globalización de la indiferencia? ¿Qué hacer para que un Papa y sus palabras no fuesen más que una chaqueta de moda y un calmante pasajero para nuestras conciencias?
Lo tuvo claro. Y fue ahí donde Francisco no sólo desmintió mis sensaciones de marzo de 2013, sino que avisó de forma clara la dirección y el sentido que le quería dar a su pontificado. Fue en el JMJ de Río de Janeiro, a finales de julio, cuando sus palabras y sus gestos dieron la vuelta al mundo:
“Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la JMJ? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga a fuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de todo lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo”.
Ahí marcaba la hoja de ruta de la Iglesia que no es una ONG, como ya expresó en Santa Marta, para que no bordee y evite, como dijo en Lampedusa, el rostro de los que sufren y nos interpelan con sus miradas. Ante los problemas del mundo se requiere un nuevo ethos, para no caer en la vergüenza y en la indiferencia ante las tragedias diarias de miles de personas que huyen de la miseria.
Sus palabras no sólo se dirigían a los jóvenes, sino a la humanidad entera. Ante la falta de modelos y referencias, Francisco confía a la juventud el liderazgo ético y moral del porvenir. Este es, y no otro, el balance de Bergoglio de sus diez años de pontificado en relación con los jóvenes. Sin embargo, éstos son silenciados por los medios. ¿Qué imagen se transmite de ellos? ¿Cuáles son sus problemas? ¿Quién habla con propiedad de lo que sienten, de sus anhelos, prioridades y sensibilidades? ¿Quién?
Ahora estamos en el momento propicio para que la juventud lidere, junto al resto de la sociedad civil, un cambio real para humanizar el mundo. Son muchos los caminos, pero desde el encuentro personal con Jesús, como señalaba Benedicto XVI al principio de Deu caritas est, el compromiso sin condiciones se alza como el mejor antídoto contra la apatía y la desidia reinantes. La Iglesia tiene que convertirse en una tienda de campaña dentro y fuera de las periferias para salir al encuentro de las diferentes dolencias que se dan en nuestro mundo volátil y en disolución. Sólo el amor puede crear vínculos sólidos.
La Iglesia tiene que ser el ámbito de referencia de la atención, del cuidado y de la escucha. Valores que están encarnados en el espíritu de la juventud. Nos lo están pidiendo a gritos y Francisco ha encontrado la tecla precisa para que la juventud se ilusione en la certeza de que las cosas no están determinas a ser lo que son, más bien pueden ser diferentes desde la atalaya de la libertad que puede transformar todos los asuntos y las realidades humanas.
No estamos ante un farol de un líder espiritual; parte del convencimiento que detrás de toda crisis emerge una oportunidad. En la conversación con Donique Wolton en Política y sociedad, dice:
“A pesar de todo, el término ‘crisis’ no tiene por sí mismo una connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. La palabra ‘crisis’ tiene su origen en el verbo griego crino, que significa investigación, valorar, juzgar”.
La palabra crisis denota oportunidad, ocasión, esto es, el momento oportuno (Kairós) para el discernimiento. Cuando parece que todo se hunde, que nada de lo que teníamos deja de servir, podemos diferenciar y señalar los principios que no podemos dejar escapar porque su ausencia y su lejanía nos deshumanizan.
La juventud puede volver a impulsar una humanización entendida desde el compromiso y la ilusión por una justicia verdaderamente humana, con rostro, que no bordea el sufrimiento, sino que lo acoge y lo asume como propio. Este es el camino de la cruz, del Monte Gólgota, de la persona cristiana que asume a Jesús como verdad y vida. Nuestro prioridad, nuestra carta de presentación, nuestro ADN ante el mundo son los pobres, no sólo de hambre, sino existencial, interior, de sentido, que es la que está haciendo estragos, en sus diferentes manifestaciones hodiernas como el suicidio, la tristeza o la soledad. Este mensaje que se trasluce del magisterio de Francisco es arriesgado e incómodo, pero así es como vivió el Jesús histórico que debe ser nuestro referente, ya que es Dios hecho hombre, persona, de carne y hueso.
Todavía nos golpean estas palabras: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (número 49 Evangelii gaudium).
Cada vez estoy más convencido que la visión de la Iglesia de Francisco puede entenderse desde el mensaje a los jóvenes. Hay una correlación y una dependencia directa. Es más. Sólo desde la juventud se pueden tratar con seriedad los problemas que vamos a tener que debatir y tratar los próximos años. Temas como el celibato opcional, el trato con las personas homosexuales, el papel de la mujer en la Iglesia, las nuevas formas de marginación, el modelo social, las aristas suicidas del modelo económico, los nuevos tipos de trabajo o las enfermedades sociales que se están disparando a una velocidad vertiginosa, podrán ser encaradas y salvadas por la juventud.
Autores tan dispares como Frances Torralba, Andrea Tornielli o Masimo Borghesi en su último libro El desafío de Francisco, apuntan que la Iglesia y el cristianismo no son las únicas plataformas que producen cultura y sentido; ya no es escuchada, pero en esta situación puede darse una revitalización del mensaje de Jesús en la actualidad rompiendo los clichés de católicos de izquierdas o derechas, quienes se identifican con una agenda más social, los primeros, o una agenda de contenido moral, los segundos.
"Cada vez estoy más convencido que la visión de la Iglesia de Francisco puede entenderse desde el mensaje a los jóvenes. Hay una correlación y una dependencia directa. Es más. Sólo desde la juventud se pueden tratar con seriedad los problemas que vamos a tener que debatir y tratar los próximos años"
Francisco, y los jóvenes de forma especial, pueden romper estas divisiones, estas disputas de casinillo como diría Ortega, para entender que lo moral y lo social se integran y se tocan, porque todo es producto del modo de vida que se está imponiendo en el mundo sin apenas alternativas. Es en este contexto donde podemos entender y situar los diferentes mensajes que el Papa está lanzando a los jóvenes para la JMJ de Lisboa:
“Ustedes jóvenes tienen sed de horizontes y en este encuentro estamos invitados a ver más allá. No levanten una pared delante de la vida de ustedes. Las paredes cierran, el horizonte te hace crecer. Miren el horizonte, no sólo con los ojos, sino con el corazón a otras culturas y personas. Prepárense para abrir horizontes. Y no se olviden, paredes, no, horizontes, sí”.
La juventud tiene la ingente tarea de apertura, de abrir caminos todavía por explorar que pueden devolver la esperanza al mundo. Los caminos que otros no hemos abierto por comodidades o prejuicios, serán puestos en marcha, serán visibles por esos miles de jóvenes que acuden de forma tranquila y silenciosa a la Iglesia en los movimientos juniors y juveniles. Van haciendo su camino, sin olvidar que son hijos e hijas de su tiempo, pero como Jesús llevan su mirada más allá de los techos de injusticia que se ciernen sobre nosotros para amar de forma efectiva, carnalmente, una vida con un sentido pleno desde la alegría de la cruz que se transforma en la esperanza que nos libera y nos conquista como personas e imagen de Dios.