"Más que un 'aggiornamento' superficial, la Iglesia en salida significa una conversión al Evangelio" Jesús Espeja: "Volver a Jesucristo implica salir del eclesiocentrismo"
"Si la conducta histórica de Jesús no es referencia continua de la comunidad cristiana, fácilmente la Iglesia se reduce a formulaciones dogmáticas y creencias, ritos y prácticas religiosas"
"La crisis fundamental en la comunidad cristiana es de fe. Lo demuestra una cierta apatía o indiferencia en muchos cristianos ante la urgente llamada de los papas a una nueva evangelización"
"Durante siglos en la tradición cristiana de Occidente se ha destacado la dimensión negativa del mundo como enemigo del alma. El Concilio, sin negar el lado oscuro, destacó la dimensión positiva del mundo"
"Despojada la Iglesia de una presencia pública de poder y dominación, es punto de partida para que sea signo creíble"
"Durante siglos en la tradición cristiana de Occidente se ha destacado la dimensión negativa del mundo como enemigo del alma. El Concilio, sin negar el lado oscuro, destacó la dimensión positiva del mundo"
"Despojada la Iglesia de una presencia pública de poder y dominación, es punto de partida para que sea signo creíble"
| Jesús Espeja teólogo
Iglesia en salida
“Sal de tu tierra, y camina en mi Presencia”. Fue la invitación que de parte de Dios recibió Abrahán, referencia bíblica para los creyentes. En esa invitación encaja bien la expresión “Iglesia en salida” empleada por el papa Francisco en su primera Exhortación: “Todos somos invitados a salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”.
Esta invitación continúa y actualiza la propuesta del Concilio donde “la Iglesia ha reencontrado la fuente del amor, no para quedarse en el monte sino para que baje a valle y ser canal de misericordia para todos”. Así lo ha dicho el papa Francisco, y lógicamente su preocupación por llevar la práctica esa propuesta es la clave para interpretar bien el ejercicio de su ministerio durante diez años como Sucesor de Pedro.
Para ver de dónde tiene que salir la Iglesia, apuntemos hacia dónde debe caminar. Mientras no conste lo contrario las frases entre comillas son del Papa.
“Sin Jesús no puede existir la Iglesia”
Juan XXIII convocó el Vaticano II para que la Iglesia experimente “la gozosa presencia de Cristo vivo y operante”. Según el Mensaje del Concilio a toda la humanidad, la Iglesia se quiere renovar para que “aparezca ante el mundo la faz amable de Jesucristo”
En esa misma fe insiste el papa Francisco: “Sin Jesús no puede existir la Iglesia; Jesús es la base, el fundamento de la Iglesia”. Si la conducta histórica de Jesús no es referencia continua de la comunidad cristiana, fácilmente la Iglesia se reduce a formulaciones dogmáticas y creencias, ritos y prácticas religiosas donde la fe como experiencia personal de encuentro con Jesucristo se diluye.
Volver a Jesucristo implica salir del eclesiocentrismo. La luz para todos los pueblos es Jesucristo. La Iglesia es signo e instrumento de fraternidad universal “en Cristo”. En otras palabras solo el reino de Dios o fraternidad universal es lo absoluto, el objetivo y fin de la Iglesia que camina en el tiempo.
Comunidad de fe que actúa en el amor
La fe cristiana deja de serlo si se reduce a creencias. Es más bien libre y total entrega de la persona a Dios, Presencia de amor encarnada en Jesucristo que continua y gratuitamente se está dando en todos y en todo. Experiencia tan rica y compleja como el amor, incluye confianza, sumisión, entrega total y gozosa. Fue la visión de fe dada por el Concilio.
Es la visión del papa Francisco en su primera Exhortación: “Hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse como una secreta pero firme confianza aun en medio de las peores angustias. Trayendo a la memoria que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura; mañana tras mañana se renueva”.
La crisis fundamental en la comunidad cristiana es de fe. Lo demuestra una cierta apatía o indiferencia en muchos cristianos ante la urgente llamada de los papas a una nueva evangelización. Si no se aviva la fe como entrega libre y total a Dios amor revelado en Jesucristo, las creencias en el cambio cultural se diluyen, mientras preceptos y ritos religiosos pierden su sentido. Hay que salir de las falsas seguridades y crecer en confianza.
Transformación misionera
Según el Concilio, la Iglesia, sociedad orgánicamente estructurada y pueblo de Dios, se constituye en la misión: “continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”.
Respondiendo a esta vocación de toda la Iglesia, el papa Francisco dice: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera. Toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer en una especie de introversión eclesial”.
En la teología escolástica decíamos que “los sacramentos son para los hombres”. Si aceptamos este criterio elemental, ¿a qué viene la obsesión por cumplir siempre las mismas rúbricas sin tener en cuenta a situación de las personas con su propia cultura?
Con razón el papa Francisco denuncia: “Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador. Las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin nueva vida y auténtico espíritu evangélico, sin la fidelidad de la Iglesia a la propia vocación, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo”.
En alianza con el mundo
Durante siglos en la tradición cristiana de Occidente se ha destacado la dimensión negativa del mundo como enemigo del alma. El Concilio, sin negar el lado oscuro, destacó la dimensión positiva del mundo, “la entera humanidad con las realidades entre las que vive”. Fuera del mundo no hay salvación.
Como ya hizo notar Pablo VI en 1969, el cambio de visión no era fácil de entender para muchos cristianos. Varias décadas después el papa Francisco quiere una Iglesia, “madre de corazón abierto”. Nada humano es ajeno al creyente cristiano. Con buen sentido la semana de renovación organizada este año en el Instituto de Pastoral tuvo como lema: " El cristianismo que crea futuro es el que se embarca en el mundo de hoy”.
Si, el mundo también tiene su lado de oscuridad; los ídolos o falsos absolutos del poder, tener y gozar lo ensombrecen. Pero fuera del mundo no hay salvación. En un mundo acompañado y bendecido por Dios, aunque todavía bajo el aguijón del mal, la Iglesia debe ser más mundo entendido como familia humana, menos mundo entendido como idolatrías homicidas para ser signo del Evangelio.
En la pluralidad
Signo del mundo actual es la subida del individuo puesto en manos de su propia decisión. La subjetividad pasa a primer plano y se impone el pluralismo como aceptación de la pluralidad.
Sensible a este nuevo signo el papa Francisco se abre al diálogo inter-religioso: “manteniendo firmes las propias convicciones más hondas, puede enriquecer a cada uno”.
Y da un paso más: “Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios”.
Después de un segundo periodo postconciliar en que hubo un celo tal vez excesivo por la uniformidad y la ortodoxia dentro de la Iglesia, resulta oxigenante la posición del papa Francisco: “Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y en el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra”.
Siendo “canal de misericordia”.
La Iglesia que, iluminada por el Espíritu, habló en el Concilio no quiere quedar aislada en el monte sino bajar al valle; participando de los gozos y esperanzas, de las tristezas y fracasos de la familia humana.
Y el papa Francisco añade un matiz fundamental: ”siendo canal de misericordia para todos”. La compasión dolorida de Jesús ante la exclusión de los más débiles y la compasión indignada lamentando la cerrazón egoísta de los poderosos arrogantes. Aquí entra la sensibilidad evangélica de un papa que viene de América Latina con el clamor de tantos empobrecidos que piden liberación.
En su primera Exhortación se posiciona claramente: “hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres; nunca los dejemos solos”. En sus viajes fuera del Vaticano los destinatarios son los pobres; con ellos pide la conversión de todos a la fraternidad sin discriminaciones. Denuncia claramente que por su ideología el actual sistema económico es “injusto en su raíz”. Y en la encíclica “Hermanos todos” incluye entre los pobres a la madre tierra, irreverentemente depredada.
La Iglesia es pueblo de Dios
Todavía hoy muchos incluso cristianos reducen la Iglesia al clero. Las mujeres no tienen acceso a las funciones de poder. En cuanto a la santidad, con frecuencia se cree que algunos bautizados están llamados a la perfección mientras la mayoría se pueden conformar con el cumplimiento de unas prácticas religiosas.
El Vaticano II declaró que es común la dignidad de todos los bautizados llamados a la santidad; y que los ministerios ordenados deben estar al servicio de la comunidad cristiana. Sin embargo durante el “segundo periodo postconciliar” esa visión apenas ha entrado ni siquiera en el clero.
El papa Francisco ha denunciado una y otra vez la patología del clericalismo: en la Iglesia “las funciones no dan lugar a la superioridad de unos sobre los otros”. La Sinodalidad es camino para que todos los bautizados sean responsables y corresponsables en la vida y misión de la Iglesia.
En la Exhortación “Alegraos y regocijaos” se ratifica la enseñanza del Concilio: “Todos los fieles cristianos son llamados, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre”.
No hay cristianos de primera y cristianos de segunda.
El Concilio leyó los signos de aquel tiempo. Pero en las últimas décadas los crecientes reclamos de las mujeres son un signo donde habla el Espíritu. Según el papa Francisco, “las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y no se pueden eludir superficialmente”. Pero la valoración y el puesto de la mujer en la Iglesia es un tema no suficientemente clarificado ni procesado.
Más que “aggiornamento”.
1. El papa Francisco es muy consciente de la situación que, ante los cambios tan rápidos y profundos, están sufriendo muchos cristianos. De modo especial en sociedades tradicionalmente católicas, donde creencias y prácticas religiosas aceptadas antes públicamente se desmoronan. No solo por el desfase de instituciones eclesiales ancladas en un mundo cultural que no encaja en la cultura actual. Ni solo porque la sociedad, cada vez más laica y emancipada de la religión, no cuenta con la Iglesia e incluso mira con reservas sus intervenciones, mientras crece la indiferencia religiosa masiva. Sino sobre todo porque los mismos cristianos hoy se ven interrogados sobre su propia identidad.
La tentación primera es la tristeza. El papa Francisco ve a muchos cristianos “con cara de cuaresma. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia y consigo mismos, tienen la constante tentación de pegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza”. Solo les falta morir de pena por el fracaso.
No valen ya fundamentalismos a ultranza y cerrar los ojos a la nueva situación aferrándonos a formulaciones y prácticas religiosas de siempre. La situación actual es crítica porque está lanzado un serio interrogante a la calidad evangélica de la comunidad cristiana. Está siendo llevada al desierto para ver qué hay en su corazón. Así este desmoronamiento aparentemente desastroso, puede ser oportunidad para una revocación a fondo.
2. Conviene recordar que la Iglesia es signo de fraternidad universal, pero “en Jesucristo” luz de las naciones según la fe cristiana. Y Jesús de Nazaret fue portador de la salvación, viviendo la intimidad con Dios presencia de amor, curando heridas y combatiendo las fuerzas malignas que tiran a las personas por los suelos. Despojada la Iglesia de una presencia pública de poder y dominación, es punto de partida para que sea signo creíble.
3.En esa dirección nos orientan algunas referencias:
Jesús de Nazaret dijo que sus discípulos somos luz y sal de la tierra. Quizás nos hemos ilusionado demasiado con ser relumbrones públicos sin alumbrar nada. Hoy más bien la situación actual pide que seamos sal; que nos mezclemos con los alimentos aportando sabor evangélico. Solo así seremos luz.
A finales del s. II en la Carta a Diogneto sobre los cristianos en el mundo, se dice: “No se distinguen de los demás, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Viven en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte y siguen las costumbres de los habitantes del país. Sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, sorprendente”
Y el papa Francisco sugiere, con dos imágenes, para qué y cómo debe ser esta presencia de los cristianos en el mundo. Los cristianos en el mundo estamos llamados “a ser cántaros para dar de beber a los demás”. ¿Pero cómo? Haciendo la Iglesia “ hospital de campaña. Tanta gente herida que nos piden aquello que pedían a Jesús: cercanía, proximidad”. Está insinuando la vocación samaritana de la Iglesia que transmite el Evangelio. No desde el afán de reconquistar la sociedad oficialmente católica sino desde el amor compasivo hacia la persona que necesita cuidado y ayuda.
Vocación humanitaria que apasiona. Y que siguiendo a Jesucristo, podemos practicar si nacemos de nuevo por el Espíritu. Para responder a esa vocación tienen sentido no solo y tanto las reformas que viene introduciendo el papa Francisco, sino lo que implica una Iglesia “en salida” . Más que un “aggiornamento” superficial, una conversión al Evangelio.
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