Ni tradicionalistas ni progresistas: FIELES
El número 10 de la constitución conciliar “Sacrosanctum Concilium” afirma rotundamente:
“La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”
Con esta afirmación la Iglesia refuerza el valor y amor por la liturgia, no es un tema secundario ni baladí.
Sin embargo, a pesar de su clara importancia para la vida de la comunidad cristiana, a menudo es un tema despreciado, tenido como aburrido o juzgado con dureza como imposiciones de rúbricas. No es así. O, mejor dicho, no debería ser visto así. Y con humildad y amor fraterno cada día que pasa puedo afirmar con más claridad que quien a menudo más desprecia lo relacionado con la liturgia somos los propios sacerdotes. No es extraño encontrarse con los ambos extremos: quienes están atados a la rúbrica y parecen robots bien preocupados por si en el ofertorio hay que levantar más o menos las ofrendas para que sea más “correcto” y quienes se autoproclaman dueños de la liturgia y hacen y deshacen según su antojo o sus convicciones.
Seamos serios. No se trata de pecar ni por exceso ni por defecto. Se trata de ser, sencillamente, FIELES. Ser conscientes que nuestro sacerdocio nos viene de la Iglesia y que lo único que pide de nosotros es fidelidad y comunión.
No son pocas las ocasiones que cuando sale un asunto litúrgico en un diálogo acaba con un “esa es tu opinión”, “para ti es así”, “quieres imponer”… y podéis imaginaros que el final de la conversación es la insatisfacción de no haber sabido dialogar y conversar sobre un asunto tan importante para nuestra vida de fe.
En la vida civil hay multitud de ejemplos donde acontece una cierta “liturgia” y nadie lo cuestiona y se acepta con gusto. Desde algo tan simple como el ritual del fútbol (en un partido de champions los dos equipos salen a la vez en fila un jugador tras otro, tomados de la mano de niños y cuando salen al campo hay quien hasta se santigua. Una vez allá en formación se colocan un equipo en un lado y otro en el otro lado. Los árbitros en el medio de ambos equipos y se escucha el himno de la champions, se saludan los jugadores, se echa a suertes el campo, etc) hasta incluso la importancia de los vestidos, “ornamentos”, en muy diversos lugares como en un hospital donde la forma de vestir de un camillero, o un enfermero, o un médico cirujano, por ejemplo, son diferentes. Y se acepta.
Pero en la iglesia con la liturgia se cometen auténticas barbaridades bien por falta de formación, bien por rebeldía adolescente del “basta que me lo manden para que yo desobedezca” o bien por el terrible relativismo que entra hasta las entrañas mismas de nuestra vivencia religiosa. Una de las tentaciones de los ordenados es la de creernos dueños y señores de la doctrina, la moral y la liturgia.
El concilio mostró un camino de renovación pero dio las normas para llevarlo a cabo, nunca dijo que a partir de entonces cada uno hiciera lo que le viniera en gana o fuera por libre creando su propia liturgia. Y tras el concilio todos los documentos magisteriales, a menudo, tan desconocidos por los propios celebrantes.
Con razón hasta el derecho canónico afirma en su canon 837, 1: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la misma Iglesia, que es «sacramento de unidad», es decir, pueblo santo reunido y ordenado bajo la guía de los Obispos; por tanto, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo realizan; pero afectan a cada uno de sus miembros de manera distinta, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.”
Y en el canon siguiente 838, 1 deja claro quién tiene la potestad de regular, añadir o quitar lo que celebramos en la liturgia: “La ordenación de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, según las normas del derecho, en el Obispo diocesano.”
Dicho esto, a buen entendedor pocas palabras, seamos fieles y enseñemos a serlo. Es lo único que se nos pide.
“La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”
Con esta afirmación la Iglesia refuerza el valor y amor por la liturgia, no es un tema secundario ni baladí.
Sin embargo, a pesar de su clara importancia para la vida de la comunidad cristiana, a menudo es un tema despreciado, tenido como aburrido o juzgado con dureza como imposiciones de rúbricas. No es así. O, mejor dicho, no debería ser visto así. Y con humildad y amor fraterno cada día que pasa puedo afirmar con más claridad que quien a menudo más desprecia lo relacionado con la liturgia somos los propios sacerdotes. No es extraño encontrarse con los ambos extremos: quienes están atados a la rúbrica y parecen robots bien preocupados por si en el ofertorio hay que levantar más o menos las ofrendas para que sea más “correcto” y quienes se autoproclaman dueños de la liturgia y hacen y deshacen según su antojo o sus convicciones.
Seamos serios. No se trata de pecar ni por exceso ni por defecto. Se trata de ser, sencillamente, FIELES. Ser conscientes que nuestro sacerdocio nos viene de la Iglesia y que lo único que pide de nosotros es fidelidad y comunión.
No son pocas las ocasiones que cuando sale un asunto litúrgico en un diálogo acaba con un “esa es tu opinión”, “para ti es así”, “quieres imponer”… y podéis imaginaros que el final de la conversación es la insatisfacción de no haber sabido dialogar y conversar sobre un asunto tan importante para nuestra vida de fe.
En la vida civil hay multitud de ejemplos donde acontece una cierta “liturgia” y nadie lo cuestiona y se acepta con gusto. Desde algo tan simple como el ritual del fútbol (en un partido de champions los dos equipos salen a la vez en fila un jugador tras otro, tomados de la mano de niños y cuando salen al campo hay quien hasta se santigua. Una vez allá en formación se colocan un equipo en un lado y otro en el otro lado. Los árbitros en el medio de ambos equipos y se escucha el himno de la champions, se saludan los jugadores, se echa a suertes el campo, etc) hasta incluso la importancia de los vestidos, “ornamentos”, en muy diversos lugares como en un hospital donde la forma de vestir de un camillero, o un enfermero, o un médico cirujano, por ejemplo, son diferentes. Y se acepta.
Pero en la iglesia con la liturgia se cometen auténticas barbaridades bien por falta de formación, bien por rebeldía adolescente del “basta que me lo manden para que yo desobedezca” o bien por el terrible relativismo que entra hasta las entrañas mismas de nuestra vivencia religiosa. Una de las tentaciones de los ordenados es la de creernos dueños y señores de la doctrina, la moral y la liturgia.
El concilio mostró un camino de renovación pero dio las normas para llevarlo a cabo, nunca dijo que a partir de entonces cada uno hiciera lo que le viniera en gana o fuera por libre creando su propia liturgia. Y tras el concilio todos los documentos magisteriales, a menudo, tan desconocidos por los propios celebrantes.
Con razón hasta el derecho canónico afirma en su canon 837, 1: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la misma Iglesia, que es «sacramento de unidad», es decir, pueblo santo reunido y ordenado bajo la guía de los Obispos; por tanto, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo realizan; pero afectan a cada uno de sus miembros de manera distinta, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.”
Y en el canon siguiente 838, 1 deja claro quién tiene la potestad de regular, añadir o quitar lo que celebramos en la liturgia: “La ordenación de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, según las normas del derecho, en el Obispo diocesano.”
Dicho esto, a buen entendedor pocas palabras, seamos fieles y enseñemos a serlo. Es lo único que se nos pide.