Dom 25 octubre. 30 T0 Amar a Dios y amar al prójimo. Éste es el credo y mandamiento. de la Iglesia
El credo cristiano consta de dos artículos: Amar a Dios y amar al prójimo. No es aceptar una verdades o artículos de fe, sino confiar en el don (Dios) de la vida y amar a los demás hombres (que son prójimos), vinculado ambos principios en un tipo de simbiosis radical...Esa fe activa que defina la vida de los creyentes...
Esa era también también la fe radical del AT... pero un tipo de rabinismo había tendido a insistir en un tipo de "obras" de tipo ceremonial, sacral y religioso. Muchos cristianos han vuelto a insistir en algo parecido, en un tipo de "obras" religiosas y de prohibiciones de tipo moralista. Jesús, en cambio, no tiene (no enseña) más fe ni mandamiento que amar a Dios (fuente de vida) y al prójimo como a uno mismo (es decir, en comunión conmigo). Quien dice que cree y no vive la fe (no ama) se está mintiendo a sí mismo.
| X.Pikaza
Un amor, dos amores que son uno, en el principio de la Iglesia
Mc 12, 28-34 había presentado esta escena como diálogo de Jesús con un escriba que está cerca del Reino de los cielos, de manera que ambos, el fariseo y Jesús, iban en una misma línea. Pues bien, según Mateo, este fariseos es un escriba experto en leyes (nomikos), y no viene para aprender o compartir un camino, sino para tentar a Jesús (22,35), como el Diablo de 4, 11, que actuaba también como experto en leyes, apelando a textos de Deuteronomio y Salmos. Este fariseo no quiere conocer y cumplir el mandamiento mayor, sino “cazar” a Jesús por su doctrina (cf. 22, 25), en una disputa que no busca el conocimiento y diálogo mutuo, sino el engaño y condena[1].
22 34 Y los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron todos a una, 35 y uno de ellos, que era experto en la Ley (escriba), le preguntó para ponerlo a prueba: 36 Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? 37 Y él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. 38 Éste es el mandamiento mayor y primero. 39 El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 En estos dos mandamientos se sostiene toda la Ley y los Profetas.
Éste es el primer credo cristiano, vinculado al credo israelita (y de alguna forma a la sahada musulmana), que consta de dos artículos: el primero y más grande es amar a Dios; y el otro que es semejante, amar al prójimo. Se puede añadir que este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema (amar a Dios: Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) e incluye, en segundo lugar, el mandato de amar al prójimo, como propone Lev 19, 18 y otros textos semejantes.
Credo judío, credo universal. En esa línea, todo lo que dice este credo es judío, y puede ser aceptado por las religiones teístas que interpretan el amor como experiencia fundante de la vida. Este mandamiento se plantea desde el judaísmo, pero desborda sus fronteras[2].
‒ ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? (22, 34-36). Ciertamente la pregunta es buena, aunque Mateo supone que ha sido preparada y formulada con malicia por los fariseos, que le siguen tentando (lo mismo que en el caso del tributo del César: 22, 15-16), mandándole a un maestro de la ley para que discuta con él. Pues bien, la malicia de la pregunta está en el hecho de que diversas escuelas judías discrepaban sobre el “primer” mandamiento y, sobre todo, en el hecho de que podía pensarse que Jesús no admitía el principio radical del judaísmo (confesar que Dios es uno), por dedicarse demasiado a la causa de los hombres (pareciendo a veces que por ayudar a los necesitados dejaba en un segundo plano a Dios).
Los fariseos que así preguntan son cuidadosos en cumplir los mandatos. Además, en contra de lo que suele decirse, su problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se dirá que hay 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues la mayoría resultaban obvios en aquella sociedad. El problema consistía en “organizarlos”, insistiendo en el más importante, y entendiendo los demás como una aplicación o consecuencia. En esa línea podían citarse maestros como Hilel que estaban cerca de Jesús (o viceversa)[3].
‒ No hay un solo mandamiento, sino dos (22, 37-39). Le piden que diga cuál el más grande (megalê), como si hubiera uno mayor, por encima de los demás, y él ha respondido que hay uno que es grande y primero (mega,lh kai. prw,th), para añadir inmediatamente que hay otro semejante (o`moi,a). (a) El grande y primero es amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…, como dice el shema (escucha Israel, el Señor tu Dios es Uno…: Dt 6, 5), y en esa línea Jesús se muestra plenamente judío, pues mantiene el amor (=fidelidad) a Dios por encima de todas las cosas. (b) Pero Jesús añade que hay un segundo mandamiento, semejante (homoia): amarás a tu prójimo como a ti mismo (cf. Lev 19, 18).
Esta respuesta es decisiva para interpretar el movimiento de Jesús, tanto por lo que añade como por lo que niega. (a) Jesús añade algo fundamental: Junto al amor a Dios hay otro amor (fidelidad) semejante, en relación con el prójimo. Eso significa que, en un sentido, él ha puesto al prójimo al mismo nivel práctico que a Dios, igualando en importancia los dos mandamientos. (b) Jesús ha citado sólo un segundo mandamiento (amor al prójimo), semejante al primero, de manera que margina todos los restantes mandamientos, sean dos o seiscientos. De esa forma devalúa en su raíz la multitud de los preceptos legales del judaísmo nacional que, a su juicio, sólo tienen valor en la medida en que pueden tomarse como consecuencia (o expresión) del amor a Dios y al prójimo.
Siendo judío, en su forma concreta, este doble mandamiento no había sido formulado así (que sepamos) por ningún autor judío, de manera que nos atrevemos a pensar que proviene de la historia de Jesús, y que ha sido cuidadosamente conservado por la tradición cristiana, transmitida en este pasaje central del evangelio[4].
Una llamada, dos mandamientos. Este amor a Dios es un mandato que ha sido formulado de hecho por la Ley judía (y así lo supone la pregunta: ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?), pero Jesús no lo presenta como algo exclusivo del judaísmo, sino de un modo universal, como algo dirigido a todos los hombres, sean o no israelitas. Y lo mismo sucede con el segundo mandamiento (Mt 23, 39), formulado también por el judaísmo, pero que desborda el nivel judío, de tal forma que Jesús puede seguir diciendo: Es semejante al primero (al amor a Dios).
Conforme a la experiencia de Jesús, si sólo hubiera un mandamiento (el de Dios) la búsqueda del Reino podría ser un espiritualismo teológico o un tipo de evasión. Por eso, respondiendo a la tradición judía, pero formulándola de un modo nuevo, Jesús añade al mandato de Dt 6, 5 el de Lev 19, 18: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Son dos mandamiento, pero no están separados, sino que han de verse en unidad, uno primero, otro después, los dos semejantes (no se dice iguales), de manera que en el principio está la dualidad, pues el amor a Dios va unido al amor al prójimo.
El prójimo de ese segundo amor empieza siendo el hermano o miembro del propio pueblo israelita; pero, en un sentido radical, puede referirse al pobre y extranjero, es decir, el que rompe las fronteras resguardadas de la comunidad (cf. Lev 19, 10), y así lo viene entendiendo el evangelio de Mateo al mostrar cómo el amor de Jesús se extiende no sólo a las ovejas perdidas de Israel, sino a los cojos, mancos, ciegos, con los enfermos de diverso tipo, los hombres y mujeres de todos los pueblos (cf. 25, 31-46; 28, 16-20). La medida del amor de Dios era no tener medida (con todo el corazóny el el alma). Pues bien, la medida del amor al prójimo es ahora mi propia medida: “le amarás como a ti mismo”, poniéndole como otro yo a tu lado, haciendo de su vida espacio y centro de tu propia vida.
El sentido de ese prójimo, al que uno debe amar como a sí mismo, se explicita a través del evangelio, desde el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) a la parábola del juicio (Mt 25, 31-46), con el mandato misionero universal (Mt 28, 16-20), superando, desde los pobres y excluidos, las fronteras del pueblo nacional, para abrirse a todos los hombres y mujeres, retomando el principio universal de la vida humana, formulado en Gen 1-3. Desde ese fondo reinterpreta Mateo el sentido de “la ley y los profetas”, introduciendo aquí, al final de esta pasaje, unas palabras que no aparecen en Marcos ni Lucas: “En estos dos mandamientos se sostiene toda la Ley y los Profetas” (22, 40)[5].
Notas
[1] Cf. Palabras de Amor (Desclée, Bilbao 2004), Dios judío 343-349 y Antropología 213-272
[2] El texto insiste en que los fariseos plantean esta pregunta todos a una ,( 22, 34). Este parece el sentido de la frase, que puede significar también “en un grupo, en un mismo sitio” (en Hch 2,44-45). Todos a una, los fariseos plantean a Jesús la pregunta clave, el resumen y compendio de su ley, la verdad del judaísmo. En esa línea, en su origen, este “credo” de Jesús es totalmente judío (pues está abierto a todos los que vinculan a Dios con el amor), pero J. P. Meier, Judío marginal IV, 483-505 ha mostrado la novedad de su formulación, que no había sido nunca propuesta de esa forma. Sobre el trasfondo judío, cf. G. Bornkamm, El doble mandamiento del amor, en Estudios sobre elNT, Sígueme, Salamanca 1983, 171-180; K. Hruby, L´amourdu prochain dans la pensée juive:NRTh 91 (1969) 493-516; J. G. Mbâ Mundla, Jesus und die Führer Israels (NTAb 11), Münster 1984, 110-233; A. Nissen, Gott und die Nächste imantiken Judentum, WUNT 15, Tübingen 1974. Para una visión de conjunto en el NT, cf. K. Berger, Die Gesetzesauslegung Jesu I, BibS, Neukirchen 1972, 56-257;V. P. Furnish, The love command in the NT, SCM, London 1973, 22-90; H. Merklein, Gottesherrschaft als Handlungsprinzip, FB 34, Würzburg 1981, 100-104; A. Nygren, Erôs et apagè I-II, Aubier, Paris 1952/62; Ph. Perkins, LoveCommands in the NT, New York 1982; K. H. Schelkle, Teología del NT III, Herder, Barcelona 1975, 167-200; R. Schnackenburg, Mensaje moral del NT, Herder, Barcelona 1989, 100-113; W. Schrage, Ética del NT, Sígueme, Salamanca 1987, 8-112.
[3] «Hilel solía decir: Sé un discípulo de Aarón, ama y busca la paz, ama a los otros hombres y acércalos a la Torá… No te separes de la comunidad, no confías en ti mismo hasta el día de tu muerte, no juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias… El inculto no teme al pecado, la gente ignorante no es piadosa, el tímido no aprende, el colérico no es adecuado para enseñar, quien hace mucho comercio no se hace sabio y donde no hay hombre esfuérzate tú por ser hombre» (Misná, Abot, 1, 12; 2, 4). «No hagas a otro aquello que no quisieras que otro hiciera contigo. Ésta es toda la Ley, el resto es comentario» (Talmud B., Schebiit 31a; cf. Mt 7, 12).
[4] Ésta es para Jesús la esencia del judaísmo, que él no conoce por libro (como los escribas), sino por su propia experiencia, por su forma de encontrar a Dios en la vida de los necesitados, y así descubre en su vida que no hay uno, sino dos primeros mandamientos. El amor a Dios aparece como “primero”, pero no por imposición exterior, sino como experiencia personal, abierta a todos, dentro y fuera de Israel, como lo muestra el hecho de que, a diferencia de lo que dice en Mc 12, 29-30 (donde se cita una palabra previa de Dios a Israel), Mateo no deriva ese mandato de la revelación israelita sino que lo expone de un modo, universal, como dirigido a todos los hombres, sin necesidad de ley judía.
[5] Desde este fondo ha de entenderse 5,17 (no he venido a abolir, sino a cumplir, la ley y los profetas), igual que 7, 12 (todas las cosas que quisiereis que los hombres hagan con vosotros, así también vosotros hacédselas a ellos; porque ésta es la ley y los profetas). En ese último contexto (igual que en 25, 31-46) el evangelio insiste sólo en el amor al prójimo, pues en ese amor se incluye el de Dios (el Dios Cristo está en los necesitados). Este mandamiento del amor al prójimo como a uno mismo puede entenderse en línea grupal o nacional, y así prójimo sería ante todo el cercano, el que forma parte de mi grupo social y religioso. Con él me debo vincular, a él he de amar de modo peculiar. En esa línea, el primer mandamiento unido a este segundo podría encerrar al creyente en los muros de un grupo (Israel), confirmando y ratificando así la identidad de los elegidos de la alianza (los buenos judíos). Pero, en contra de eso, ha de afirmarse que, sólo superando ese nivel, este mandato ha de entenderse en línea universal. A lo largo del evangelio, Jesús ha ido expandiendo las dimensiones del amor al prójimo, abriéndolo a todos y de un modo especial a los excluidos de la alianza de Israel: a los publicanos y pecadores, enfermos e impuros, y a los mismos enemigos personales o sociales: "Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace brillar el sol sobre malos y buenos..." (Mt 5, 45 par.). Sólo es universal el amor que se extiende también al enemigo, de un modo gratuito y desinteresado, superando el talión e incluyendo a los expulsados del propio pueblo, iglesia o conjunto social. Esta es la interpretación mesiánica del segundo mandamiento que está realizando Jesús en Mateo.