Es necesario que vuelva De Francisco de Asís a Francisco Papa. Un camino anunciado (con V. Casas)
J. Ratzinger quiso ser Benito, es decir Benedicto, el patriarca de los monjes evangelizadores de Europa, en la linea de Cluny (siglo X-XI), con la gran Reforma Gregoriana, centrada en el surgimiento de una iglesia fuerte, jerárquica, gloriosa. No logró serlo, y así lo confesó abdicando.
Por el contrario, J. Bergoglio quiso ser, como Francisco de Asís, centrándose en un tipo de iglesia que sale de los muros de su "monasterio", para compartir la vida desde abajo, con el pueblo, con los pobres, con todos los hombres y mujeres de la tierra.
Por eso, el proyecto del Papa Francisco ha de verse a la luz del camino de Francisco de Asís, como haré en las reflexiones que siguen, tomadas en parte de un proyecto que habíamos iniciado hace algún tiempo V. Casas y un servidor. Como homenaje a Casas lo publico ahora, pero sobre todo para entender mejor el proyecto y camino de Francisco Papa.
Por eso, el proyecto del Papa Francisco ha de verse a la luz del camino de Francisco de Asís, como haré en las reflexiones que siguen, tomadas en parte de un proyecto que habíamos iniciado hace algún tiempo V. Casas y un servidor. Como homenaje a Casas lo publico ahora, pero sobre todo para entender mejor el proyecto y camino de Francisco Papa.
| X.Pikaza
Introducción
Francisco de Asís vino a Roma el año 1209, para presentar ante el "gran" Papa Inocencio III su programa y camino de reforma, sin mucho éxito externo (en la iglesia universal), ni interno (en su movimiento fraterno de menores) como dice V. Casas en su libro... aunque al menos logró que el Papa aceptara "formalmente" su forma de Vida.
Y con esto vengo ya al tema. Pasé el verano del 1982 en Torre Gaia, una casa de Merced del entorno de Roma por trabajos de Orden y de Teología. El 1 del IX me llamó Victoriano, diciéndome: “Manda por favor el prólogo, pues urge la edición del libro". Él quería que yo condensara desde Roma las cuatro ideas centrales del proyecto de Iglesia de Francisco… "y si puedes haz que venga a Roma, incluso como Papa, pues hace falta su cambio en la iglesia”.
Así escribí aquel el prólogo, y lo mandé por correo urgente, a los seis días. Hice lo que Victoriano me havía enseñado y me pedía: Presenté las cuatro bases del proyecto eclesial de Francisco, y le presenté al final nuestro deseo profético de que volviera a Roma, para reformar urbi et orbi, la Iglesia de la urbe y el mundo.
Mal podíamos pensar entonces que aquel proyecto sería profético. A los 31 años, el 2013 vino M. Bergoglio de Buenos Aires, le hicieron Papa, y quiso llamarse y ser Francisco. No he querido publicar hasta ahora aquel prólogo (perdido entre libros descatalogados de biblioteca) o en páginas on line poco buscadas. Hoy lo hago, como verá quien siga leyendo. Pero Victoriano ya no está aquí para que podamos celebrarlo juntos.
Lo primero es Victoriano Casas (1944-1989).
Fue amigo del alma, cristiano franciscano, biblista. Algunos de sus libros aparecen todavía anunciados en buscadores de teología:https://www.todostuslibros.com/autor/casas-garcia-victoriano.
Nos unió un amigo común (Eliseo Tourón, decano de San Dámaso, Madrid), con la pasión por la libertad, el evangelio y la iglesia. Casas era franciscano alcantarino de la Mancha (de Consuegra: ¡hace un año fui a ver otra vez su pueblo!), hombre de fraternidad y entrega, era profeta, y así empezó a decirme pronto, a los tres años de la elección de Juan Pablo II, que ése no era..., que debíamos volver a Jesús y a Francisco…
Buscaba y quería una iglesia franciscana, sufriendo por ella, y para decírmelo y gozar de la amistad común con Eliseo y los estudiantes de la Vera-Cruz, venía una vez al año a la Merced de Salamanca, donde le queríamos y llamábamos “Hermano Lobo”, de negra barba, como el de Gubbio)… Escribió entre otras cosas un libro sobre San Francisco, y me pidió un prólogo (Ediciones Paulinas, Madrid, 1982, 1987, 1988). El libro está hace tiempo descatalogado, aunque andan por Google tres o cuatro ediciones on line: https://es.scribd.com/document/104710533/Casas-Victoriano-Francisco-de-Asis
https://kupdf.net/download/casas-victoriano-francisco-de-asis_5afeafbce2b6f536496c77f6_pdf
En julio del 1989 fue a Asís para pedir “consejo” a Francisco, y de allí me escribió un carta/postal donde decía: He visto muchas cosas, tenemos que hablar… Pero vino, se sintió enfermo , le ingresaron, hallaron que era leucemia y murió a los cinco días, el 19 de agosto de 1989. Me llamó a Salamanca, pero no pudieron darle mi dirección. Yo estaba de descanso con mi madre en un pueblo del Norte, y no encontraron teléfono. Cuando volví a los nueve días me dijeron que había muerto.
Lo segundo es el prólogo, con la visión de Francisco y la “profecía” de su vuelta a Roma
El lector interesado por nuestra visión de la iglesia (de Victoriano y mía) puede acudir directamente a las dos versiones “fotostáticas” on line, ya citadas, de la obra. Allí podrá ver la semejanza y diferencia de esta vuelta de Francisco (no de Asís, sino de Buenos Aires) a la Roma de los papas. Aquí recojo, en su forma de carta, al pie de la letras, aquellas páginas del prólogo, donde el lector interesado verá nuestro proyecto de “iglesia franciscana” del año 1982, con las cosas que “Francisco” Bergoglio ha retomado, marginado o recreado. Sólo así podremos ver si es que existe una auténtica reforma “franciscana” de la Iglesia. Todo lo que sigue es aquel prólogo del año 1982: La vuelta de Francisco a la Iglesia.
- A modo de prólogo. Una carta para Victoriano Casas ofm, Madrid
- Torre Gaia, en el Campo Romano, a 6 de Septiembre de 1982
Querido Victoriano:
Con pasión he leído el manuscrito que tuviste la amabilidad de enviarme hace unos meses. En la entonces fría noche de Salamanca, en los cansancios del camino y bajo el ferragosto implacable de Lacio, tus páginas me han sido gozo y esperanza. Te he sentido cerca (¿sabes?); precisamente a ti, el amigo a quien la vida ha mantenido tan lejano. Además he disfrutado la presencia de Francisco, el gran hermano. Todo lo que dices lo sabía, por haberlo descubierto en otros libros o en la historia y vida de tus hermanos franciscanos. Pero has tenido la virtud de revelármelo de nuevo, como hallazgo inesperado, deslumbrante, creativo.
Me enviaste el manuscrito con un rasgo confiado: (pudieras escribirme unas palabras que sirvieran como prólogo? Me has hecho un honor, amigo Victoriano. Pero no puedo cumplir estrictamente lo que pides. Se añade un prólogo a los libros discursivos, complicados de entender; a los tratados eruditos y a los textos de dialéctica escolar, privilegio de iniciados. ¡Francisco no requiere ningún prólogo! Tampoco tú lo necesitas, Victoriano. Tu libro es como espejo, límpido y cordial, no es un tratado sobre el tipo de vida de Francisco.
Por eso te aconsejo que lo ofrezcas como está: ruborosamente ingenuo, poético, espontáneo. De esa forma los lectores entrarán directamente en la materia, sin perderse en engañosas palabras de erudito. No puedo mandarte aquel estudio, prólogo científico, que pides; pero quiero confiarte mi palabra de amistad en esta carta. Sabes que me gustan los esquemas ordenados, deductivos, al modo filosófico. Por eso, al enfrentarme con tu texto me he sentido algunas veces contrariado: hay momentos en que pienso que has quebrado el rigor del argumento; anuncias un problema y luego lo soslayas; caminas en zigzag, como rompiendo las casillas de mi lógica.
Bien sabes que yo hubiera disfrutado comentando, discutiendo, corrigiendo contigo algunos temas o pasajes del conjunto. Pero luego he descubierto que no tengo ni derechos ni razones para hacer que cambie tu proyecto. Deja las cosas como están, con esa lógica que muestras, más cercana a las mismas "Florecillas" que al discurso de Hegel o Descartes. Recuerdo aquí el disgusto que he sentido, aun confesándome erudito, al enfrentarme en este centenario con algunos exegetas: (¿cómo pueden complicarse asi? ¿Cómo se atreven a enturbiar el agua limpia de Francisco con razones que parecen lógica del mundo? Por eso he terminado alegrándome en tu estilo.
Francisco jamás ha discutido, no ha querido razonar, nunca ha tenido afán demostrativo; le ha bastado con mostrar en su persona el Evangelio de Jesús. Lógicamente, al presentar su buena noticia, has preferido mantenerte narrador, sin pretensiones de erudición, sin equilibrios de teoría o de discurso, de caer en eso mismo! Lo hago para ti. Deja tu palabra como está, espontánea, libre, inmotivada. Sobre ella iré diciéndote la glosa marginal de mi discurso. Simplemente he condensado en cuatro puntos los aspectos más salientes de mi perspectiva. Quizá puedan ayudarte a descubrir, en forma unida y sistemática, lo mismo que tú has dicho de manera más nítida en tu libro.
Evidentemente, no he querido demostrarte nada. Tampoco puedo dictar lección alguna. Sólo quiero que te pares y me digas si esta forma de lectura unitaria de Francisco te resulta fiel y positiva. Me refiero a una lectura unitaria. Conoces mi pasión por los esquemas conceptuales bien precisos. Alguien deformó mi pensamiento de tal modo que tengo la impresión de que no entiendo lo que digo si no logro ajustarlo en un conjunto conceptual de tres o cuatro puntos unitarios. Quizá te extrañarás de mi manía. Puedes hacerlo, te digo. Pero no quedo tranquilo si no ordeno los apuntes de lectura de tu libro y te los mando, unidos a mi forma de entender esa aventura cristiana de Francisco.
Cuatro son, a mi entender, los elementos que condensan el misterio de su vida: apertura hacia la naturaleza, seguimiento de Jesús, entrega plena y fraternidad universal. Evidentemente, todos se encuentran implicados de tal forma que se exigen y penetran entre sí. Tenlo en cuenta en lo que sigue. Y ten en cuenta que no estoy haciendo un prólogo a tu libro; simplemente me he animado a confiarte, como amigo, mis pequeñas reflexiones, o meta-reflexiones, sobre aquello que yo encuentro subyacente en el camino de la vida de Francisco. Con humor te lo presento. Con humor tendrás que recibirlo.
El agua de Francisco es limpia; basta, como has hecho, con dejar que siga siendo transparente y corra. Eso no quiere decir que renunciemos a entender. ¡En modo alguno! Pero existe un tipo de visión o de mirada que penetra en lo profundo y nos permite contemplar las cosas del Señor con más finura que los grandes teoremas de la tierra. Es la mirada que has querido potenciar; sin darme cuenta he terminado entusiasmándome con ella. De esa forma me he venido a sumergir en tu palabra, situándome por dentro en el latido de la vida de Francisco. Por un momento he renunciado a mi afición de juicio: me he dejado admirar, he dilatado los ojos y he mirado. Simplemente, como ayuda del recuerdo iba anotando algunos elementos que encontraba más constantes, poderosos, creadores. Los conservo aquí, en una cuartilla, y me sorprendo releyéndolos.
Decía que tu libro no requiere prólogo alguno. Sin negar eso, he pensado, sin embargo, que le pueden valer mis reflexiones. Te las mando, en signo de amistad, como expresión de mi alegría por tu escrito franciscano.
1) La Iglesia de Francisco es una iglesia abierta a la naturaleza.
Tomo naturaleza en un sentido extenso: es el mundo, es el conjunto de la realidad, es lo divino. Tuvo Francisco un matiz de caballero, un aire de esforzado soñador que se dispone a descubrir espacios nuevos de vida y de sentido. Ha sido caballero, pero no conquistador; tuvo que luchar contra lo malo, pero nunca asumió un papel violento, una osadía de batallas o de imposiciones. Por eso, tanto más que caballero fue poeta, trovador: se sintió como implicado en el conjunto de la naturaleza, embriagado en su perfume, rico en su riqueza, desbordante en su potencia creadora.
He iniciado una sonrisa. Conoces mi protesta contra aquellos que diluyen a Francisco en sus razones. ¡Ahora corro el riesgo. Esa actitud se ha reflejado, a mi entender, en clave mística: la naturaleza ha terminado siendo como inmensa y bondadosa madre en que Francisco se ha sentido originado, integrado, realizado. Precisamente estaba perdido en sus quereres, en las fuerzas de un mundo que rasga y aplasta, enfrenta y divide. Se hallaba oprimido en su propio pecado, en un campo de olvido, escapismo, ansiedades. Poco a poco, Dios y la naturaleza suscitan en su ida un proceso de cambio, que va desnudándole dentro y le vuelve hombre nuevo,
Francisco se siente asumido y salvado, un ser verdadero. De pronto descubre su vida en la vida del todo, esa especie de madre divina que ha visto en su fondo: dentro y fuera, en su experiencia originaria o en el latido de los varios elementos del conjunto, Francisco ha encontrado un camino de gracia, ha entrevisto el fulgor del misterio. Este es su punto de partida. Francisco ha dejado que el todo le inunde, se ha puesto en las manos y seno del cosmos sagrado.
De esa forma quiere ser, mejor dicho, deja que la vida sea, en un esfuerzo inaudito de fidelidad personal, de entrega y transparencia. Desaparece lo que puede llamarse el hombre viejo: el egoísmo, el gusto del placer y predominio. Abandona sus metas parciales y olvida, al mismo tiempo, sus posibles posesiones incompletas. Puesto en manos del misterio, ya no aceptará más dolor y placer que el absoluto.
En este primer rasgo, que has de ver de forma estructurante, nunca cronológica, Francisco se ha movido en una especie de religiosidad materna, definida por la ausencia de ley y la inmersión cuasi-total, inmediata, en lo sagrado. Cuando digo ausencia de ley has de entenderme: no es que piense que Francisco es anarquista en el sentido malo de ese término; no es un hombre que se deja llevar desde el motor de sus deseos inmediatos. Anarquismo significa aquí la ausencia de una ley externa: Francisco y sus primeros compañeros confían en la vida y permiten que ella se explicite en su existencia; confían en eso que podríamos llamar la cercanía del misterio, y de tal forma lo asumen que se dejan traspasar, plenificar por su regalo y exigencia.
Sólo en esta perspectiva me refiero a una inmersión cuasi-inmediata en lo divino: estrictamente hablando, parece que no existe un Dios arriba, separado, fulminando sus decretos sobre el hombre, pequeño y obediente de la tierra. Dios hace escuchar su voz por dentro, desde el fondo del mismo corazón, como fuente que mana caudalosa, como música que suena, desbordada, en las entrañas.
Pues bien, para escuchar la música y beber el agua —en el mejor modo anarquista— es necesario que el hombre se desvista, superando todos sus deseos, apetencias y dominios. Sólo en este radical despojamiento, en esta nada, viene a ser posible la eclosión de lo divino. En este plano descubrimos ya lo que será raíz del movimiento de Francisco: la naturaleza no se encuentra en lo inmediato de los gustos, posesiones y placeres. Sólo quebrando ese nivel, a través de un proceso de purificación o nada, alcanzaremos la inmersión en lo divino como todo.
Al esbozar ese proceso, Francisco se mueve muy cerca de los grandes movimientos religiosos de la historia. Es casi contemporáneo espiritual del hinduismo: traza su camino como un tipo de retorno del hombre hacia un misterio de Dios que aparece, al mismo tiempo, como mundo y supramundo. Es vecino del budismo: ha renunciado al proceso de la técnica contemplativa y desarrolla una especie de simpatía universal que le introduce en los repliegues más ocultos de la realidad, a través de una vía media de distanciamiento bondadoso. Se hallaría cerca de muchos espiritualistas actuales, deseosos de evocar una presencia sacral, más allá de los dogmas y mandatos, de estructuras normativas y de iglesias.
2) Iglesia de Francisco, camino de Jesús en la tierra
En un momento determinado, por intuición de fe que precede a todas las razones, Francisco ha descubierto que la vieja plenitud cósmica ha quedado asumida, condensada y desbordada en Cristo. Esto es determinante: estancado en el momento anterior, Francisco no sería más que un tipo de testigo de la religiosidad natural, abocado al panteísmo iluminado de las viejas religiones o las nuevas sectas. Lo que ha configurado expresamente su camino es eso que podríamos llamar recreación cristiana de su intento espiritual, con los tres elementos correctivos que son la historia de Jesús, la trascendencia de Dios Padre y la fidelidad a la Iglesia.
Está en primer lugar la corrección que viene de la historia: más allá de todo espiritualismo genérico, Francisco ha descubierto el Evangelio o, mejor dicho, la misma buena noticia que es Jesús como persona en nuestra historia. Por eso lo que podría ser camino de identificación con el todo sagrado se transforma en urgencia de fidelidad y seguimiento: fidelidad al Evangelio de Jesús, seguimiento a su persona. Desde esta perspectiva han de entenderse aquellas "reglas" religiosas en que ofrece a sus hermanos el camino de su vida: ellas actualizan como forma de vida la sacralidad del Evangelio, en renuncia plena y absoluta entrega. Sin afán de novedades, Francisco lleva a sus discípulos y amigos a ese campo de plena transparencia de Jesús que instaura el Evangelio.
Esto significa un correctivo en la visión de lo divino: allí donde la vieja sacralidad genérica del plano anterior parecía centrarse en un todo impersonal emerge el Padre, con su rasgo concreto, impredecible, trascendente. Dicen algunos que Francisco nunca ha desplegado en su riqueza de distancia y de matices lo que implica esta figura: su Dios aparece una y otra vez como velado bajo rasgos divinos maternales, de ternura, plenitud y misticismo. Sea como fuere, el caso es que a partir del Evangelio de Jesús emerge el Padre, al menos simbólicamente, influyendo en los momentos centrales del proceso espiritual, como para inscribir su trascendencia por encima del camino de los hombres.
Permíteme decir esto de un modo más expreso: cerrado en el momento anterior, Francisco habría corrido el riesgo de identificar a Dios con lo sagrado, esa especie de totalidad originaria en que se instaura y desborda nuestra vida. Pues bien, el Evangelio de Jesús, apasionadamente vivido, le ha obligado a rasgar ese peligro de clausura: Dios trasciende aquello que podría describirse como fondo y misterio de la vida. Existe por sí mismo y nos sorprende desde arriba, desde el más allá de su propia realidad, imprevisible, soberana. Por eso, su palabra adviene a partir de lo distinto, su ley nos sobrecoge desde fuera. Así lo muestra en el mensaje y vida de su Hijo Jesucristo.
Pienso que Francisco no ha tematizado esto que quiero ahora decirte, pero lo ha vivido en toda fuerza; sólo así se entiende la importancia que le ha dado al camino y mediación concreta de la Iglesia. Los iluminados de aquel tiempo y de siempre, los que absolutizan la experiencia interior de sacralidad, terminan destruyendo el orden de la Iglesia: se sienten dueños de una especie de hilo rojo que está unido al absoluto y dejan que Dios mismo se despliegue en su experiencia. Por eso acaban entendiendo a Jesús como un ejemplo del pasado y a la Iglesia como simple transmisora de experiencias comunes que no valen más que en la medida en que me ayudan a trazar y realizar un camino que resulte exclusivamente mío. Pues bien, en contra de eso, Francisco se ha mostrado siempre fiel a la exigencia y comunión, al don y espacio de vida de la Iglesia.
Eso significa que su acceso a Dios se encuentra necesariamente vinculado a la existencia concreta de unos hombres, al camino compartido de unos fieles, al cuidado de una jerarquía. Eso es necesario resaltarlo en tiempos como éstos, propensos a escindir la experiencia de Francisco del camino de la Iglesia. Como tú sabes muy bien, disociado del espacio de fidelidad eclesial, Francisco habría terminado diluyéndose en un campo de mística evasiva: habría perdido su contexto vital, su capacidad de entrega a los hombres, su experiencia de creyente. Precisamente aquí donde sacralidad de la naturaleza y fidelidad histórica a Jesús, dentro de la Iglesia, se han unido y fecundado, criticándose mutuamente, adquiere su pleno contenido la aventura de Francisco y su palabra, nueva para siempre.
Pocas veces se ha encontrado un hombre de tanta libertad interior que, al mismo tiempo, sepa inscribirse con fidelidad plena en el contexto concreto de la Iglesia de Jesús. Ha sido precisamente esta necesidad de introducir su movimiento en el espacio y tiempo de la Iglesia lo que ha puesto a Francisco en camino hacia Roma. Quizá sin darse cuenta, Francisco ha repetido, intuitivamente, la actitud de Pablo. Se ha encontrado con Jesús. Quiere vivir su Evangelio de una forma radical, quiere exponerlo entre los hombres. Sin embargo, para hacerlo necesita saber si su elección está de acuerdo con la ley y tradición de los hermanos y no es simple caminar en sombra.
Pablo se acercó a Jerusalén para exponerle su Evangelio a Pedro y recibir así su mano de hermandad abierta a las iglesias. Francisco vino a Roma: no cesó hasta presentar su forma de Evangelio al Papa, a fin de recibir su aprobación para el conjunto de la Iglesia. Allí donde la extrema libertad en el amor y seguimiento de Jesús se encuentra unida a la más fiel obediencia y comunión con el conjunto de la Iglesia ha de entenderse la figura y obra de Francisco. Quiero que Francisco, el tuyo, el auténtico, vuelva nuevamente a Roma.
3) Libertad creadora, Evangelio como gracia y vida.
Siglos de tradición repetitiva, reflejada en libros y fijada en leyes, corrían el riesgo de convertir el Evangelio en agua de un pasado que no mueve ni transforma los actuales corazones de los hombres. Pues bien, Francisco tuvo la osadía de tomar el Evangelio como voz presente: lo asumió a la letra y lo vivió hasta el fondo, de manera que su propio caminar vino a mostrarse como signo y realidad de Cristo sobre el mundo.
En primer lugar, Francisco vive el Evangelio como libertad. Los hombres y mujeres de la tierra se hallan dominados por afanes de riqueza: trabajan para poseer, luchan por defender lo poseído y se combaten mutuamente, originando de esa forma una espiral de ambición, en la que todos terminan por hallarse amenazados, destruidos, impotentes. Pues bien, en contra de esa esclavitud del poseer, Francisco instaura aquello que podríamos llamar la libertad de la pobreza. No pretende condenar el mundo como malo, a fin de promover así una especie de paz supramundana. Todo lo contrario, Francisco ha rechazado la servidumbre de la posesión para instaurar la libertad de un mundo sin violencia. Por eso va rompiendo uno por uno los cebos de su fiebre de dominio: asume en radicalidad el seguimiento de Jesús y es libre no porque ha logrado impedir que otros le manden, sino porque consigue arrancar hasta el cimiento de su propio instinto posesivo. Pase lo que pase, hagan lo que hagan con su vida, él sedescubre libre, y como tal se entrega en manos de una realidad que está centrada en Jesucristo, dentro de la Iglesia.
Esta libertad, que se edifica sobre la renuncia a todo instinto posesivo, se traduce en una gran capacidad de creación. La mayor parte de los hombres intentamos crear para provecho propio; por eso hacemos mundos dominantes, conflictivos, pervertidos. Renunciando a todo lo que sea creación por egoísmo, Francisco se ha ido convirtiendo en transparente ante la luz del Evangelio. No impone su ley, no obliga a los demás, nunca se empeña en defender coactivamente sus razones. Pues bien, precisamente así empieza a ser creador: viene a resultar transfigurado de tal forma que a su paso se renueve el Evangelio, el hombre vuelve a ser humano, el mundo espacio del misterio de Dios y transparencia de gracia ante nosotros. De esa forma empezaremos a entender algo mejor la paradoja radical del Evangelio: Dios no ha cimentado el mundo en su poder de imposición, sino en la pura gratuidad del Señor crucificado. No está el crear en imponerse de una forma masiva sobre el mundo sino en dar gratuitamente, a fin de que la vida sea, en pura entrega, en plena transparencia.
Este gesto creativo configura totalmente la existencia. No nos roza simplemente desde fuera, no se expresa sólo en la palabra interna. Así lo muestra el camino de Francisco, como un hombre que, en esfuerzo de plena coherencia, ha logrado superar la escisión de lo interno y de lo externo, de tal modo que su mismo cuerpo viene a convertirse en transparencia de Jesús, el Cristo. En este fondo se interpretan sus llagas: su vida entera viene a convertirse en signo de Jesús, lugar de su presencia entre los hombres. Tenemos la impresión de que Francisco va cesando, va muriendo. En su camino emerge el Cristo, como el hombre nuevo, liberado, creador desde la entrega, transfigurado en la cruz, resucitado desde el fondo de la muerte. A partir de aquí, yo pienso que el proyecto de Francisco ha de entenderse en clave de experiencia pascual. El plano superior, de inmersión en el cosmos sagrado, ha sido trascendido.
Francisco y sus primeros compañeros, que en un momento clave son doce, vienen a entender su vida como nuevo colegio apostólico: siguen a Jesús en el proceso de su entrega y de su muerte; permanecen dolorosamente fieles al Calvario de la plena entrega; saben sufrir hasta el final el desamparo; entonces, sólo entonces, reciben sorprendidos, en gesto de absoluta gratuidad, el gozo de la Pascua. Me atrevería a sospechar que todo el camino de Francisco ha culminado en esta especie de nueva aparición pascual: el mismo Jesús se desvela, en lo más hondo de su vida, como un día vino a desvelarse a Pedro, a Pablo, a los apóstoles; no le confía una nueva misión de crear espacios de Iglesia diferente, pues la Iglesia de Jesús ya está fundada en la palabra y testimonio de los apóstoles. Pero Francisco fundamenta de nuevo la Iglesia en su el principio, le injerta en la raíz, le hace ser un pregonero de la vida y libertad del Evangelio entre los hombres.
4) Iglesia de Francisco, fraternidad de pobres redimidos.
Pasa a segundo lugar aquello que habíamos llamado la maternidad de la naturaleza, concebida en forma de absoluto. Arriba permanece, en trascendencia, el Padre de Jesús, como final hacia el que tiende toda la alabanza y la grandeza de las cosas. En primer plano, como expresión y sentido de la nueva experiencia salvadora, emerge con Francisco eso que llamamos la fraternidad universal.
Es fraternidad consigo mismo. Hubo un momento en que se pudo pensar que en el camino de Francisco habría que sufrir la pérdida del cuerpo. Así venían a exigirlo aquellas sectas más o menos maniqueas que acababan predicando el dualismo: el hombre interno se transforma en Dios; la carne de la tierra se abandona, se somete y muere. Pues bien, en un esfuerzo de austera y genuina fidelidad evangélica, Francisco termina reconciliándose con el hermano cuerpo, asumiendo su misterio como espacio de presencia de Jesús, esto es, espacio de muerte y resurrección.
Quizá a lo largo del camino es más intenso todo lo que alude a muerte: debemos someter al cuerpo, destruyendo su deseo de dominio impositivo. Pero, tomando todo el arco de su vida, en el "Canto de las Creaturas" y en el gesto de tranquilidad reconciliada de sus años finales, Francisco nos ha dejado una especie de Evangelio corporalizado, el testimonio de un cuerpo que, superando la dimensión del gozar y del perderse, se convierte de algún modo en expresión de Pascua.
Es fraternidad con todos los hombres. Antes de crear ninguna especie de asociación religiosa, Francisco ha proclamado y vivido la fraternidad universal: se siente identificado con Jesús, hermano original; asume su camino, extiende su Evangelio entre los hombres y mujeres de su tiempo. De pronto, sus discípulos inundan los caminos y los bosques, las calles y las plazas con un tipo de mensaje diferente. No empiezan siendo nobles ni plebeyos, oprimidos ni opresores, grandes ni aun pequeños. Vienen simplemente como hermanos, y en función de tales se dejan recibir, reciben la limosna de amistad de quienes quieran obsequiarles y libremente ofrecen a todos su presencia fraternal, transfigurada. Cesan las antiguas divisiones, las fronteras de las gentes, los estratos sociales. No terminan por imposición externa, por dominio o ley obligatoria. Mueren porque surge en libertad algo más alto: la presencia fraterna de Francisco, que acoge y se deja acoger, ama y se deja amar, viviendo de una forma confiada, libre, transparente, entre los hombres. Aquí, en esta fraternidad abierta, se explícita para el mundo el mensaje de la Pascua: Jesús se vuelve hermano de todos los que habitan en la tierra.
Es una fraternidad que se condensa en forma de orden, pero orden en libertad fraterna, en autonomía, en gracia creadora. Había en aquel tiempo muchos tipos de vida religiosa, centrados en la vida retirada, el anuncio del mensaje o la liturgia. Sin rechazarlos, Francisco ha pretendido que los hombres que le siguen se destaquen simplemente por hermanos, en absoluta disponibilidad, en libertad interna. Como hermanos los ha ido reuniendo, en un gesto inaudito de confianza, en solidaridad plena con los hombres. Vivirán la pobreza no sólo en forma de comunión intracomunitaria de bienes, sino en forma de total desprendimiento: la misma fraternidad renuncia a poseer, de tal manera que todos buscarán un campo de existencia en libertad, en confianza respecto de los hombres y mujeres del entorno.
Por eso se desprenden, aportan lo que tienen, viven con sencillez, trabajan donde pueden y esperan —sin imposición— la mano bondadosa de los otros. Como hermanos confían y se entregan a la gracia de los hombres; de esa forma expresan en la tierra un testimonio de absoluta gratuidad, como un mensaje pascual hecho figura concreta, hecho palabra de comunidad entre hombres y mujeres redimidos en amor y libertad fraterna.
Es una fraternidad abierta al cosmos. La victoria de la cruz de Jesús se ha explicitado por los anchos espacios, en el cielo y en la tierra. Desde esa perspectiva, Francisco ha terminado concibiendo a cada una de las cosas como signo luminoso de hermandad: sol y tierra, aguas y vientos, vida y muerte, todo lo que existe se explícita como espacio de amistad fraterna, signo del Señor resucitado en nuestra vida. De esa forma, Francisco, el hombre de la renuncia total —de la total pobreza— se convierte en el hermano de la plena transparencia: no posee nada y lo goza todo; no reserva nada para sí y todo lo encuentra transformado, como realidad abierta a su palabra y su presencia. De esa forma se ha cambiado el orden de la vida: termina la actitud impositiva, empieza un nuevo estilo de transparencia entre los hombres y las cosas del cielo y de la tierra.
Es fraternidad misionera. Lo has mostrado bien: al situarse en el hondón del Evangelio, Francisco y sus compañeros descubrieron, casi por instinto, la exigencia de la misión de Cristo dentro y fuera de la Iglesia. Ellos no pertenecían —no debían pertenecer— al orden de la jerarquía que predica oficialmente la palabra y preside el sacramento. Pero son hermanos de Jesús: han vivido en toda fuerza la experiencia pascual y se han sentido llamados a expresarla. Como misioneros libres del Evangelio y testigos de la fraternidad del Señor, van por los pueblos de la tierra, en gesto de absoluta transparencia: no imponen nunca nada, no critican ni destruyen lo que existe. Asumen el mundo como está, en libertad y benevolencia. Después ofrecen sencillamente su palabra, el testimonio de su desprendimiento, de la gracia y hermandad sobre la tierra.
De esta forma, como sin advertirlo, en proceso de reinversión creadora, Francisco ha pasado de lo que podríamos llamar inmersión materna a la apertura misionera en lo fraterno. Materno fue el origen de su movimiento: una especie de identificación mística en el todo, por encima de las leyes y principios más superficiales de la tierra. En el camino que partía de ese origen vino a despertarle Jesucristo, llevándole al espacio de la entrega y conversión, en ámbito de Iglesia. Pues bien, en el final de ese camino, flanqueado por las grandes señales de la cruz y de la resurrección, Francisco transformó su búsqueda materna en actitud de entrega misionera y servicial en favor de los hermanos.
Así culminó su recorrido como seguidor de Jesucristo. Entonces pudo morir, como un hermano que nos sale al encuentro y nos ayuda en la aventura gratificante de la fraternidad. Al llegar a este final se interpenetran los cuatro elementos de mi interpretación, formando una especie de círculo sagrado: de la inmersión materna, por el seguimiento de Jesús y la entrega de la vida, podemos pasar y pasamos al surgimiento de la fraternidad. En ese proceso, que cada uno de nosotros habrá de rehacer, nos sale al encuentro Francisco. Precisamente ahí has querido situarnos con tu libro, querido Victoriano.
Con esto termina propiamente mi carta. No quería ser prólogo y quizá ha venido a convertirse en tratado. Haz con ella lo que veas. He pensado en alta voz, partiendo de tu libro. He puesto en orden y transcrito lo pensado, por si acaso te sirviese de ayuda. Tú eres directamente franciscano: dejas hablar a Francisco, como buen jardinero que abre cauce a las aguas del canal a fin de que se esparzan por el huerto. Yo sólo consigo ser franciscanista: me asomo a tus aguas y pienso, por ver lo que puede pasar con su cauce. No sé si te valen mis temas. Pensarás, quizá, que estorban, planeando sobre el huerto. Tendrás razón. Pero tú me los pediste y yo te los envío.
Visión final: Tú quieres y no quiero que Francisco vuelva a Roma
Por descansar de mi trabajo, he subido a la terraza de esta casa de campo, en pleno Lazio, Roma a un lado (a lo lejos), al otro los montes tusculanos. Bajo un sudor de fuego he contemplado las colinas: Monte Cavo, las laderas tusculanas, las alturas tiburtinas, Palestrina, a lo lejos los montes sabinos. Lleno de recuerdos de estudiante, me he dejado embriagar por el ensueño de la vieja madre tierra. He sentido así como una vaga palabra de Evangelio que me alcanza todavía de más lejos, del misteriode Dios, desde el Oriente material y espiritual de nuestra historia. Brotando de ese fondo de Evangelio me ha parecido descubrir al hermano Francisco que venía muy cerca, de la sombra de los bosques, por la vera de las viñas, con sus doce compañeros.
He vuelto la mirada, y allí, hacia el occidente, sobresaliendo de todos los tejados, he vuelto a distinguir la cúpula de Roma: San Pedro, el Vaticano. Como sin quererlo he tenido que entornar los ojos. No sé si era el brillo quemador del sol, la esperanza o la fatiga del trabajo medio-realizado. Francisco y sus amigos avanzaban hacia Roma. Habían sobrepasado la nueva muralla de la autopista circular, entraban al enjambre de los barrios y las casas. En alegría contagiosa y fe absoluta volvían hacia el Papa, disponiéndose a decir, como al principio, su palabra de Evangelio, de pobreza fraterna y de esperanza. Estaba pensando en eso cuando sentí que los ojos me hacían daño.
Los había abierto de nuevo. Bajo el mediodía del Lazio estaba descubriendo de nuevo las colinas; en el lado opuesto seguía Roma, bañada de esperanza. Ahora sentía la seguridad de que en medio de la tierra se encontraban y avanzaban los nuevos hermanos menores, millones de cristianos, fieles y pequeños, que ofrecían su palabra en ámbito de Iglesia. ¡Caminaban hacia Roma! ¿Lograban aquello que buscaban y soñaban? No lo sé. Ya no lo podía distinguir. Con eso bastaba. Lo cierto es que baje de la terraza para fijar las palabras y deseos de este prólogo carta, pensando que Francisco tiene que volver a Roma. Con esta evocación final quiero enviarlas. Quizá ellas puedan ayudar a comprender tu libro. Estoy convencido de que Francisco tiene que volver a Roma, pues lo que hay ahora ya no sirve, ya no es evangelio.
Nada más. Dentro de unas semanas volveré hacia España. En el camino que lleva a Salamanca nos encontraremos, trataremos de estas cosas, procurando que se encienda mutuamente la esperanza que hemos puesto, con Francisco, en el mensaje de Jesús, desde el centro de la Iglesia. Quisiera contagiarte este calor de Roma. Un abrazo muy fuerte. Hasta pronto. (Xabier Pikaza)