Banco Popular, dineros e Iglesia.

Y Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que le iba a entregar, dijo*: ¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se dio a los pobres? Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa del dinero, sustraía de lo que se echaba en ella. (Juan 12, 4-6)


Los cristianos nunca debemos olvidar que Judas Iscariote además de traicionar a Jesús, llevaba la bolsa del dinero de Jesús y sus discípulos. Antes de ser traidor, Judas fue ecónomo.

No lo fue Mateo, que sabía de cuentas pues había sido publicano. Jesús y la primera comunidad de discípulos, erraron pues debieron confiarle las cuentas a quien sabía de ellas, y a quien debía encargarse de ellas tras su conversión. Pero, quién no se equivoca eligiendo ecónomo y quién tiene la capacidad exigida y el tiempo para controlarle.

A la Iglesia y a los cristianos, el dinero tiene que quemarnos en las manos, para no convertirlo en ídolo, y para estimarlo y cuidarlo en su utilidad, que es la de servirse de él para atender las necesidades propias y de terceros. Porque más que controlar la avaricia, lo que hay que controlar es el deseo por las necesidades. En esto nuestra religión podría aprender de la cultura oriental, porque deberíamos llevarnos bien con el dinero pues no se puede despreciar como herramienta pero dentro de la indiferencia hacia él como valor, y mal con nuestros deseos.

El dinero no es bueno ni malo, lo hace bueno o malo su uso y su obtención. Deberíamos sanar una cierta malsana neurosis con el dinero, al que nuestros escrúpulos y narcisismo espiritual le otorgan el valor y temor que no tiene.

El dinero en manos de la Iglesia debe servir para satisfacer rigurosamente sus necesidades, para pagar celosamente sus compromisos con propios y terceros, y para generosamente repartirlo entre los pobres.

Subrayo tres modos de observancia en el uso del dinero: RIGOR en su gestión , CELO en el cumplimiento de las obligaciones económicas y GENEROSIDAD en la atención a las necesidades materiales de los pobres.

En la Iglesia deben llevarse las cuentas de forma clara y rigurosa, porque hay que rendir cuentas a la comunidad cristiana de lo que se hace con su dinero. Por eso los gestores de ese dinero deben saber hacerlo y ser rectos y honrados. Deben estar más inclinados a decir NO a más gastos, y deben ser extremadamente prudentes si hay que hacer inversiones (obras en edificios, construcción de colegios,… pero no inversiones en Bolsa).

En la Iglesia se pagan las nóminas, las facturas, los impuestos y las cotizaciones. Y en no pocas ocasiones para vergüenza propia y escándalo ajeno, eso no es así.

En la Iglesia deben atenderse de forma preferencial las necesidades de los más necesitados, y eso significa que de haber o sobrar, eso es algo de los pobres. Así lo quiso Jesús en vida, que era un pragmático muy justo.

Todos sabemos que muchos católicos e instituciones católicas han confiado sus bolsas al Banco Popular. Un banco que como es sabido, tiene un perfil de cliente y de gestor muy de nuestra casa.

Pues bien, el quebranto económico que el deplorable estado financiero del Banco Popular ha provocado en las bolsas de institutos religiosos y en general, de los fieles que han confiado más que sus ahorros, sus inversiones (los accionistas) en este Banco muy de la casa, es un secreto a voces.

No se puede servir a Dios y al dinero. Ni partidos políticos cristianos ni Banca cristiana. Banco Popular, Cajasur, y otras de sesgo católico, han sido una pésima experiencia. Sinvergüenzas, temerarios, imprudentes e imbéciles tenemos no pocos en nuestras comunidades. Que el Vaticano vaya pensando en liquidar y disolver su Banca. Muerto el perro se acaba la rabia.

El dinero ha sido, es y será el mejor invento junto con la rueda de la Humanidad. No es un valor en sí, es meramente una utilidad. Y sólo cuando se convierte en un valor, se hace a costa del valor y dignidad de las personas.

Nuestra naturaleza y nuestra cultura lo convierte en un valor, pero nuestra conciencia, nuestra experiencia y nuestra Fe, lo han de convertir en un mero instrumento de cambio o de ahorro. El dinero se convierte en valor e ídolo porque en nuestro mundo la capacidad de gasto y consumo hoy más que nunca se asocian a la felicidad.

Los dineros nos deben dar quebraderos de cabeza. Nos lo dan cuando nos faltan, y nos lo han de dar cuando nos sobran. Si se quieren conservar hay que ser conservadores, si se quieren obtener hay que saber hacerlo con trabajo honrado y no pocas veces con astucia, y si se quieren perder basta dejarse poseer por él, porque todavía no conozco un caso cercano de quien habiendo perdido su alma conserve su hacienda en vida, y menos aún en la de sus herederos. La Iglesia no tiene hacienda sólo a Cristo, y esa es su Riqueza, y esta riqueza atrae a las demás. Así se multiplicaron el pan y los peces.

La Iglesia debe formar a sus ecónomos como se forman los gestores financieros y debe formar a muchos para que entre ellos se controlen. Las decisiones económicas deben tomarse siempre de forma colegiada, y los miembros de estos órganos deben rotar. Debe haber clero especializado en estos asuntos, y debe haber seglares que se responsabilicen con ellos. No es bueno delegar indefinidamente los asuntos económicos en una misma persona o grupo.

El dinero en sí no constituye un peligro para la salvación de nuestras almas. No todos somos Judas, pero nos inclinamos a poder ser como él. Por ello mismo, el exceso de dinero si debe hacer algo en la Iglesia es quemarle en las manos.

Las riquezas de todos son gravadas con una hipoteca comunitaria: la atención preferencial a las necesidades de los demás. De la misma manera que los padres atienden a las necesidades de sus hijos, la Iglesia atiende las necesidades de los pobres.

Si esto se tiene claro, nos llevaremos bien con el dinero. De lo contrario no faltará quien robe, nos engañe, malgaste o se aparte de la única Riqueza que merece la pena, la de Jesucristo, que nos da siempre lo que necesitamos aunque no sea lo que pedimos.
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