La condición de nuestros políticos
El modelo de selección de las élites políticas en España ha fracasado. Es un modelo además, agotado. Gracias a la persistente crisis económica y política, los españoles han sido conscientes del elevado grado de corrupción y negligencia de nuestros políticos. Alguien dijo de forma muy oportuna que "La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa".
Y esa es la más importante de las cuestiones: quiénes nos representan, quiénes nos gobiernan, quiénes son en realidad tras los focos, e inevitablemente quiénes y cómo fueron antes de dedicarse a eso de lo que no quieren desapegarse, la política.
El caso Cifuentes sólo es un exponente más de lo que nos importa e inquieta. Cuántos políticos han mentido en sus currículums, cuántos han hecho cosas vergonzosas que sonrojan al menos pudoroso, desde hurtar unas cremas en un supermercado hasta denigrar a Coca Cola para después beberla a pares.
Qué tipo de personas son estos políticos. Pues creo, que son como la gente común, con sus defectos y cualidades, aunque a fuerza de protagonismo y poder, en grado superlativo y narcisista.
La culpa de esa falta de selección para que en la política no se cuelen indeseables la tienen: 1) la PARTITOCRACIA que es ese imperio institucional de los partidos políticos otorgado por la Constitución que ha degenerado y ha superado lo que inicialmente aportaba, la pluralidad política; 2) la propia condición humana que tiende a la corrupción (la vida es corrupción, pensaba Aristóteles); 3) el bajo nivel de exigencias morales de la sociedad. Una sociedad que es tratada y configurada tanto por el izquierdismo como por los medios de comunicación como una masa impersonal que actúa muchas veces de forma muy hipócrita, pues exige un comportamiento moral a los demás que no se exige para sí misma.
No existe vida privada (salvo la íntima) en un personaje político que deba ser desconocida para los ciudadanos. Todo votante tiene que conocer para confiar. Es un grave error admitir que mientras un político gestione bien, da igual lo que haga en su vida privada.
¿Confiaría usted su voto en un político que es un cleptómano, es infiel a su pareja, toma drogas, falsea una beca o miente en su currículum? Y si dice que sí, ¿qué garantías racionales puede tener de que sus “engaños” no los realice con usted una vez que ha conseguido su voto?
Hemos llegado a tan degradante relativismo en lo moral que no importa distinguir entre el Bien y el Mal. Y no hay nada tan humano por racional como hacer íntimamente esta distinción o discernimiento.
Hoy se invita a todo lo contrario, se invita no a ser racional -que es algo así como quiero saber quién eres detrás de la apariencia-, sino emocional –que nadie descubra mis “pecados” pero no me importa descubrir los de los demás-. Tan terrible carga de renuncia a la vida privada, exige de forma racional a un político tener una corta vida política, lo cual además es toda una garantía frente a los autoritarismos.
En un partido político el fin (la toma o posesión del poder) justifica los medios (esos que se catalogan entre morales o inmorales). Esa es la razón por la que son muchos más los que huyen de la política que los que se rebotan con ella.
Los partidos políticos reflejan un grado de perversión mayor que la sociedad, que sí tolera la discrepancia moral, aunque la trate con indiferencia. Sin embargo, la sociedad es la única responsable de la corrupción de sus políticos, por imbecilidad, si no les exige lo que sí importa de verdad: una conducta en público y privado coherente, buena fama anterior, solvencia de conocimientos y habilidades, y un patriotismo claro y nítido, que refleje la preferencia por el Bien Común y no por el individual, como pauta social de comportamiento deseable.
La falta de ejemplaridad de nuestros gobernantes y representantes es a la vez, la nuestra. Y ello justifica la Regeneración Moral que España necesita.
Y esa es la más importante de las cuestiones: quiénes nos representan, quiénes nos gobiernan, quiénes son en realidad tras los focos, e inevitablemente quiénes y cómo fueron antes de dedicarse a eso de lo que no quieren desapegarse, la política.
El caso Cifuentes sólo es un exponente más de lo que nos importa e inquieta. Cuántos políticos han mentido en sus currículums, cuántos han hecho cosas vergonzosas que sonrojan al menos pudoroso, desde hurtar unas cremas en un supermercado hasta denigrar a Coca Cola para después beberla a pares.
Qué tipo de personas son estos políticos. Pues creo, que son como la gente común, con sus defectos y cualidades, aunque a fuerza de protagonismo y poder, en grado superlativo y narcisista.
La culpa de esa falta de selección para que en la política no se cuelen indeseables la tienen: 1) la PARTITOCRACIA que es ese imperio institucional de los partidos políticos otorgado por la Constitución que ha degenerado y ha superado lo que inicialmente aportaba, la pluralidad política; 2) la propia condición humana que tiende a la corrupción (la vida es corrupción, pensaba Aristóteles); 3) el bajo nivel de exigencias morales de la sociedad. Una sociedad que es tratada y configurada tanto por el izquierdismo como por los medios de comunicación como una masa impersonal que actúa muchas veces de forma muy hipócrita, pues exige un comportamiento moral a los demás que no se exige para sí misma.
No existe vida privada (salvo la íntima) en un personaje político que deba ser desconocida para los ciudadanos. Todo votante tiene que conocer para confiar. Es un grave error admitir que mientras un político gestione bien, da igual lo que haga en su vida privada.
¿Confiaría usted su voto en un político que es un cleptómano, es infiel a su pareja, toma drogas, falsea una beca o miente en su currículum? Y si dice que sí, ¿qué garantías racionales puede tener de que sus “engaños” no los realice con usted una vez que ha conseguido su voto?
Hemos llegado a tan degradante relativismo en lo moral que no importa distinguir entre el Bien y el Mal. Y no hay nada tan humano por racional como hacer íntimamente esta distinción o discernimiento.
Hoy se invita a todo lo contrario, se invita no a ser racional -que es algo así como quiero saber quién eres detrás de la apariencia-, sino emocional –que nadie descubra mis “pecados” pero no me importa descubrir los de los demás-. Tan terrible carga de renuncia a la vida privada, exige de forma racional a un político tener una corta vida política, lo cual además es toda una garantía frente a los autoritarismos.
En un partido político el fin (la toma o posesión del poder) justifica los medios (esos que se catalogan entre morales o inmorales). Esa es la razón por la que son muchos más los que huyen de la política que los que se rebotan con ella.
Los partidos políticos reflejan un grado de perversión mayor que la sociedad, que sí tolera la discrepancia moral, aunque la trate con indiferencia. Sin embargo, la sociedad es la única responsable de la corrupción de sus políticos, por imbecilidad, si no les exige lo que sí importa de verdad: una conducta en público y privado coherente, buena fama anterior, solvencia de conocimientos y habilidades, y un patriotismo claro y nítido, que refleje la preferencia por el Bien Común y no por el individual, como pauta social de comportamiento deseable.
La falta de ejemplaridad de nuestros gobernantes y representantes es a la vez, la nuestra. Y ello justifica la Regeneración Moral que España necesita.