El eurorrealismo sí es católico, el euroescepticismo no

Como hace siglos en este viejo continente asistimos a una crisis europea de identidad. La división de la Cristiandad ocasionada por la división entre los cristianos (el Cisma de Oriente y el de Occidente), ocasionó una gran crisis de identidad entre los europeos que favoreció las revoluciones siguientes, la política (sometimiento del poder espiritual al poder temporal, de la comunidad a la Nación), la económica (preponderancia de la industria sobre la agricultura) y la cultural (de la ciudad sobre el campo).Como ya le pasó a España en el siglo XVII, muchos europeos y muchos cristianos europeos sienten la tentación de volverse euroescépticos.

Recordemos que España se recluyó en sí misma tras el fracaso del proyecto de Cristiandad europea impulsado por Carlos I y Felipe II, como magistralmente expuso en su obra Don Julián Marías. España se volvió en términos actuales euroescéptica, ya en el siglo XVI.

El proyecto de Cristiandad regido por el Emperador y el Sumo Pontífice, que lideraron los Habsburgo, fracasó, y surgieron las potencias nacionales que lideraban la expansión comercial. Fue la acumulación de capital agrícola y comercial la que financió la revolución tecnológica e industrial, y ésta la que transformó la cultura europea.

La Europa nacida tras el Congreso de Viena y las sucesivas revoluciones liberales transformaron los Estados patrimoniales (absolutistas) en Estados nacionales. En el marco de la Revolución industrial, las Naciones europeas combatieron entre sí por el acceso a los recursos naturales (colonialismo), y ello desembocó en la Primera Guerra Mundial, donde Naciones liberales y cristianas sacrificaron en las trincheras a varias de sus jóvenes generaciones.

Después de esta guerra derivada del control de los recursos y de la rivalidad tecnológica sazonada de nacionalismo, transcurrieron unos años de pacifismo aparente. Tras la Paz de Versalles, nació el resentimiento y el afán de revancha (Alemania no sufrió en su territorio la Primera Gran Guerra), que supieron explotar los fascismos. En la Primera Guerra Mundial la guerra se hizo esencialmente en las trincheras, la que habría de venir se haría en los pueblos y ciudades, y serían sacrificadas generaciones de todas las edades. En este último conflicto, a la guerra por los recursos, se unió la dominación racial, que la hizo especialmente odiosa y cruel.

Tras esta guerra, el Cristianismo resurgió como un Ave Fénix. La especial crueldad que se pudo vivir en la Segunda Guerra Mundial no fue motivada por un Nacionalismo liberal pos-cristiano, sino por un Nacionalismo étnico y anti-cristiano.

Las Comunidades Europeas nacieron después de la Segunda Guerra Mundial como un proyecto de reconciliación y como un proyecto de marcado humanismo cristiano.

Los tres grandes fundadores de las Comunidades Europeas, Adenauer, Schuman y De Gasperi, lideraron el proyecto de reconciliación para lo cual se superaron las disputas por los recursos (CECA y EURATOM) y las rivalidades comerciales (CEE). Las razones económicas subyacían en las tradicionales disputas entre las grandes Naciones continentales. Estos fervorosos cristianos, pretendían llegar más allá, la superación de las disputas políticas. Ello llegaría poco a poco, hasta la refundación de las Comunidades Europeas en la Unión Europea.

El proceso está estancado, y está demasiado edulcorado de idealismo. Llevamos años viviendo siendo testigos de que los objetivos económicos se han impuesto a los políticos, y tras la crisis moral y económica que aún no hemos superado, la Unión Europea adolece hoy de una cuestionable legitimidad y de una cuestionada autoridad ante los europeos.

Los europeos conocemos más la Unión europea que antes (porque visitamos, estudiamos y somos visitados por otros europeos, porque pagamos en euros y porque sabemos que los eurodiputados viven muy bien pese a no saber muy bien qué hacen), pero los europeos sabemos menos de lo que sería deseable para posicionarnos, es decir, no lo suficiente como para votar en sus elecciones.

El problema de Europa es el problema de los europeos, la falta de identidad comunitaria. En realidad, lo que converge en las instituciones comunitarias, no es la fijación y consecución de objetivos comunitarios, sino la afiliación y preponderancia de los intereses nacionales. La Unión Europea no está cimentada en un proyecto moral sólido, y eso es lo que la sitúa en una posición de debilidad.

El Parlamento Europeo es una Asamblea Legislativa que ha visto extender sus competencias (ya no sólo aprueba los Presupuestos de la UE, también nombra y censura a los miembros de la Comisión, y sobretodo participa en la toma de decisiones legislativas del Consejo), pero también se ha convertido en un cementerio de políticos despechados en sus países y un templo de eufemismos de todo tipo. Los asuntos comunitarios se cuecen en la Comisión, que es órgano ejecutivo e impulsor y son debatidos, y muchas veces frenados, en el Consejo. Votamos en estas elecciones porque las decisiones comunitarias necesitan revestirse de la legitimidad de las urnas, aunque en realidad ello no valga para mucho.

A diferencia de otros años, estas elecciones evaluarán las ilusiones y expectativas que los europeos tenemos en nuestras instituciones. Existe una gran inquietud acerca del éxito que está obteniendo el Euroescepticismo.

El Euroescepticismo frustra el proyecto de los grandes fundadores de las Comunidades Europeas, la reconciliación y la convergencia económica entre los Estados europeos, por ello me opongo a esta postura.

Europa nos ha ayudado mucho pero Europa también nos ha hecho daño. A falta de un proyecto moral sólido para Europa, Europa se ha centrado en gestionar los recursos europeos en perjuicio de trabajadores, pequeñas empresas y explotaciones agrícolas y ganaderas.

La Unión europea se ha posicionado activamente con la Economía absolutista del Mercado y el Libre Comercio, sin calibrar las consecuencias y compensando desigualmente a los damnificados, entre ellos los trabajadores del campo, con un sistema PAC que equivale a las prejubilaciones. Con un paro tan alto en España no podemos permitirnos el lujo de prescindir de la agricultura y la ganadería, no podemos convertirnos en un país únicamente dependiente del turismo exterior, en un macro-asilo para jubilados, o en una macro-discoteca para jóvenes europeos.

Condeno a Europa porque ha instalado una cultura de la pasividad en la población española, a la que ésta se ha acomodado de forma nefasta.

No soy euroescéptico, porque la convergencia política y económica es un proyecto que contrarresta los nacionalismos que siempre asoman y amenazan con el revanchismo o el resentimiento.

Europa no puede taparse los ojos ante su pasado, y debe taparse la nariz ante su presente.

Para construir Europa es imprescindible remover los fundamentos morales que exigen a los Estados miembros la renuncia de importantes cuotas de soberanía y por ende, el sometimiento a importantes sacrificios. Y si no los hay, o son deficientes habrá que refundarlos y replantearlos. Porque como consecuencia de esta crisis a los ciudadanos europeos aún no se nos ha justificado sólidamente el sentido de los sacrificios exigidos. Sin duda ello erosiona su legitimidad, la de las instituciones nacionales y comunitarias.

La prosperidad no es el fin, ha de serlo la Justicia. Por ello resulta acertado afirmar que los católicos queremos la Unión Europea, pero no así, como afirma una fuerza política.

No es el euroescepticismo lo que amenaza Europa, es la dolorosa cesión de cuotas de soberanía sin más pretensión que justificar unas estructuras administrativas que sin tener en cuenta los criterios de justicia, ensayan con los europeos los dictados culturales y económicos de un reducido club de tecnócratas y lobbies, que reproducen a nivel comunitario todos los caracteres del mal gobierno que se manifiestan en los Estados nacionales.

Europa no puede justificarse a sí misma, sino más bien, se ha destruido a sí misma, cuando han imperado o tratado de imperar unas naciones sobre otras. La Unión Europea actual es un proyecto falaz. No existe comunión de intereses y no hay un humanismo sólido (es eufemístico). Asistimos a una preponderancia de los grandes sobre los pequeños, y a una postura acomodaticia de éstos, que en realidad es una sumisión subvencionada, muy corruptible.

El proyecto inicial concebía a los Estados como socios, y a los europeos como hermanos, y estamos volviendo a la rivalidad de las naciones y a las disputas entre los vecinos.

No soy euroescéptico, porque por nada del mundo dejaría la Europa actual para retomar la Europa de las Naciones, que es la Europa de los conflictos. Pero soy euro-realista, porque no me creo la Unión que me han vendido.

Lo que he vivido de ella, me ha transmitido una valiosa experiencia en la que he podido constatar que subsisten los prejuicios entre los europeos, pues la Historia todavía tiene peso, que la prosperidad económica está gravemente desequilibrada a favor de las corporaciones empresariales y sus mercenarios, y que Europa no va a salir fácilmente de la crisis actual, porque moralmente es débil, y porque económicamente se ha hecho más dependiente del exterior, especialmente en recursos naturales primarios.

El gran error del proyecto europeo ha sido fallar a sus ciudadanos, a los que ha sido incapaz de explicar el sentido de los sacrificios exigidos por la crisis, quizás porque descubriría sus carencias. La grosería del proyecto europeo consiste en la intención de mantener sedados a los europeos mediante la táctica del recurso al eufemismo (Tú mueves Europa, Lo que está en juego es el futuro, etc.), cuando en realidad el Mercado y la Fuerza económica mueven Europa, y lo que está en juego es el alto nivel de vida que aseguran las super-estructuras administrativas de la Unión a sus miembros.

Una construcción europea es imposible si nace sin alma, si nace sin su alma genuínamente cristiana, que es antídoto eficaz frente al Nacionalismo y frente a la imposición del Mercado o del Estado como tutores de la moral colectiva de la sociedad civil.

La Historia sustenta per se el euro-optimismo, el presente el euro-realismo, pero el futuro sólo puede ser sustentado por el mismo espíritu que inspiró a los grandes fundadores de la construcción europea, el Cristianismo, que no puede ser euroescéptico, pero que debe ser euro-realista, en consonancia con el llamamiento de Juan Pablo II y de las Iglesias a que Europa se reconozca cristiana.

La Cristiandad no se puede reproducir en pleno siglo XXI, pero puede y debe servir de inspiración, como modelo político de contrapesos de poder asentado en principios sólidos. La Cristiandad precedió en la Historia a la actual Unión Europea, y de sus valores surgieron los genuinos derechos y libertades del Hombre, que es ciudadano pero con dignidad natural de hijo de Dios, no con dignidad otorgada por concesión constitucional. El respeto a la condición humana es inherente a su naturaleza, y este respeto es la mayor fuente de autoridad para quien detenta poderes extraordinarios sobre la comunidad. La legitimidad sólo es una formalidad exigible para que las luchas de poder no degeneren en conflictos sangrientos. La querella de las investiduras en Europa durante el Medievo nos enseña que legitimidad y autoridad son complementos inseparables, que la legitimidad sin autoridad degenera en autoritarismo, y que la autoridad sin legitimidad en despotismo. Europa y sus Estados se han inspirado en la construcción jurídica y comercial romana (Estado de Derecho y modo urbano de vida), pero han olvidado que la construcción también es espiritual (todo poder debe de revestirse de autoridad además de legitimidad), y por ello, existe una grave crisis institucional.

Europa en definitiva, necesita para su supervivencia del Cristianismo, porque Europa no puede construirse sin alma, sin espiritualidad, sin autoridad.
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