La guerra sexual del siglo XXI

“Luchar por los derechos de las mujeres a menudo nos convierte en sinónimo de que odiamos a los hombres. Solo sé que algo es cierto: necesitamos detener estos pensamientos” (Emma Watson, actriz).


La única revolución del siglo pasado, además de la tecnológica, que permanece en el siglo XXI es la sexual. El feminismo que cuando se radicaliza es algo así como un machismo a la inversa, tiene una fuerza extraordinaria en nuestra cultura. La Ideología de Género es un pensamiento social que pretende explicar las relaciones humanas desde la perspectiva del conflicto permanente entre sexos. Este conflicto se origina en relaciones de poder condicionadas por el género u orientación sexual de las personas. Históricamente la violencia derivada de tal conflicto ha sido ejercida por el varón heterosexual y el hetero-patriarcado, siendo sus víctimas tanto la mujer como las personas con orientación sexual distinta a su condición biológica.

Esta ideología podría considerarse como un Neo-marxismo, pues entiende que la realidad (también la Historia) se mueve y explica a través de una dialéctica de enfrentamiento, en este caso, entre hombres y mujeres. Esta ideología contiene un mensaje emancipador frente al rol sexual asignado biológica o socialmente.

El marxismo ha mutado con su intrínseca dialéctica del conflicto en unos nuevos Ismos de gran influencia social como el feminismo, el ecologismo y el animalismo. Como el cristianismo en épocas de crisis, el marxismo ha sabido adaptarse con éxito a las circunstancias cambiantes de la Historia manteniendo vivos su sencillo relato o filosofía, su contagioso ánimo revolucionario y su mensaje emancipador.

En estos Neo-marxismos late un cierto humanismo atrayente para una cultura tan desencantada como la Posmoderna que ha pretendido con el “anti-relato” (Jean François Lyotard) anular la natural por falaz búsqueda de certezas desde las que construir una identidad personal y un sentido de la vida. En nuestra actual transición cultural desde la Posmodernidad cambiante resurgen los nuevos fundamentalismos, uno de los cuales es la exitosa Ideología de Género que rechaza las puntualizaciones o reproches a su rígida forma de concebir las relaciones entre hombres y mujeres.

La ideología de género y el feminismo (como el machismo) son pseudo-filosofías. Hombres y mujeres somos biológicamente distintos y en dignidad iguales. La única Igualdad exigible es la de un trato igual para ambos de las leyes. El Derecho construye en torno a una única realidad jurídica, la Persona, y no sus categorizaciones, la asignación de derechos y obligaciones. Sólo tiene sentido exigir esta igualdad de trato "personal".

Los contenidos ideológicos y no civiles de estos movimientos no tienen más explicación que la señalada, la necesidad de buscar certezas sobre las que construir la personalidad. Como categoría idealógica, debe someterse a la crítica racional para descubrir su solidez o falacia argumental. La ideología de género adolece como el marxismo del mismo rechazo a la naturaleza humana, a su diversidad y debilidad intrínsecos a la condición humana. La categorización del enfrentamiento entre clases, géneros y especies, es falaz por cuanto otorga entidad a meras construcciones teóricas que no definen porque no agotan la rica realidad humana. Como ideas no se ajustan a la realidad porque no son una construcción científica sino idealista. Tampoco puede aceptarse que la realidad haya de ajustarse a ellas (totalitarismo).

No existe un natural conflicto entre hombres y mujeres, entre homosexuales y heterosexuales, sino entre seres humanos. Tampoco la realidad humana es conflictiva por naturaleza. Si fuese así, la existencia de la especie humana hubiese tenido un breve recorrido en la Historia. Tanto el conflicto como la concordia forman parte de las relaciones humanas. Corresponde al ser humano rechazar uno y elegir otra para evitar su autodestrucción.

---> La denominación española de Violencia de “género” y no de violencia “doméstica” que es como comúnmente se denomina en los países occidentales, expresa un tanto la fanática adhesión de nuestro país a la ideología de género. El fracaso de las numerosas medidas normativas adoptadas en España contra la violencia doméstica, puede hacer pensar que en la raíz del problema subyace otro problema sobrevenido al machismo tradicional: el enorme protagonismo en nuestra cultura y legislación de la ideología de género, que en realidad es un eufemismo de un término con connotaciones ideológicas no pacíficas, Feminismo.

La persistencia de la violencia doméstica y su amplificación en los medios de comunicación contrasta con la enorme influencia social y mediática de la ideología de género. La violencia doméstica no ha podido ser erradicada ni con dinero, ni penas más graves, ni educación ni inversión de la carga de la prueba, algo que conculca el derecho humano fundamental de la presunción de inocencia.
La ley contra la Violencia de Género es un FRACASO y se ha convertido en negocio para unos pocos, y fraude para no pocos (acceso fraudulento a ayudas sociales). Algo semejante pasa con las Leyes de Ideología de Género.

La guerra entre sexos se ha institucionalizado. Eso es lo único que se ha conseguido, los problemas de falta de equidad entre hombres y mujeres en las relaciones laborales (sueldos y discriminación de la maternidad) y la violencia doméstica persisten.

El maltrato doméstico es una tara cultural execrable que se ha convertido además en un mezquino arma de propaganda política.

Para solucionar este problema se requiere algo más que dinero, hay que cambiar la mentalidad de enfrentamiento entre sexos y eso pasa por no sexualizar a la mujer y por recriminar el alto grado de conflicto y violencia (también verbal) que ha invadido las relaciones familiares. Las empresas siguen discriminando a la mujer embarazada o madre y su sexualización en los medios de comunicación, no está reprobada socialmente todo lo que se debería. Se ha producido con éxito una masculinización de los valores de la mujer que pasa por exigir de ella el éxito profesional, el cuidado físico y el afán competitivo exigidos para el varón. Las inclinaciones familiares y espirituales de ambos deben subordinarse a las anteriores exigencias.

La ausencia de valoración mediática de la institución familiar y el altamente tóxico individualismo afectan negativamente a la concordia familiar. El resultado es el alto número de fracasos matrimoniales y rupturas familiares. El sufrimiento personal en todo ello es un asunto ausente del debate público, un tema tabú.

El machismo cobra vigor como reacción al feminismo. Y los ismos se enquistan. Vamos hacia atrás, y las leyes de género lo han acentuado. Mi generación que fue educada en abierta crítica al machismo tradicional de nuestros padres, observa sorprendida cómo generaciones más jóvenes se mueven entre un machismo reanimado y un feminismo radicalizado, que en no pocas veces deriva en relaciones tumultuosas entre jóvenes y en una neurótica crisis de identidad sexual forzada y no natural.

En este asunto se da un activismo social que hace imposible un debate racional. La falta de aceptación de la discrepancia, el dominio autoritario de las emociones y cierto pensamiento único en estos asuntos exponen un grave problema de falta de libertad de expresión y de debate racional en sociedades que paradójicamente, se denominan democráticas y abiertas pero que no toleran un debate abierto que cuestione el relato sexista predominante.

La guerra sexual del siglo XXI es un fenómeno central de nuestra cultura que nos permite diagnosticar la mala salud que tiene la convivencia social y el fuerte fraccionamiento que sufre la sociedad porque su institución más vertebradora y educadora, la familia, es la mayor y más discreta víctima de este clima de confrontación existente entre hombres y mujeres.

Una variante de esta ideología de género inquietante es su tratamiento de la infancia.

No hace mucho vi un documental de investigación noruego (de Harald Eia) sobre el estudio de elección de juguetes en la guardería por parte de los niños y niñas y la elección de profesión entre hombres y mujeres.Y la conclusión fue paradójica, en contra de los postulados de género, existe predeterminación biológica mayoritaria en la elección. Los niños ante la libertad de elección estimulada por los cuidadores siguen eligiendo juguetes tradicionalmente asociados a su sexo.Desde la Ideología de género se entiende que el natural desarrollo de la identidad sexual de los niños es fruto del adoctrinamiento de padres, familia, sociedad y sistema pedagógico tradicional.

Invitar a todo niño o niña a cuestionarse su orientación sexual antes de su adolescencia es una barbaridad pedagógica y es inaceptable toda ingeniería social y técnica legal destinada a ello. La existencia minoritaria de niños y niñas cuya identidad sexual se construye en orden distinto al biológico, no puede pretender cambiar los sistemas pedagógicos tradicionales. No cabe su exclusión sino su tratamiento especial y su tolerancia por parte de los demás. La construcción de la identidad sexual que muchas personas realizan al margen de su condición biológica, es un fenómeno real y por tanto tolerable, que debe desarrollarse sin forzamientos bajo el respeto del libre desarrollo de la personalidad porque esto es contenido esencial de su dignidad personal.

Sorprendente es la facilidad con la que los Relatos de género son aceptados por la sociedad. Su sencillez y fácil comprensión, el respaldo mediático a su extensión, y la escasa cultura reflexiva de la sociedad, así como su cierto desencanto con el relativismo cultural y búsqueda de certezas, explican en parte el gran éxito de este pensamiento totalitario que no admite matices ni dialécticas reflexivas e integradoras, distintas a la dialéctica de enfrentamiento entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales.

Se confunde la Igualdad (que ha de existir sólo ante la Ley) con un igualitarismo basado en la Uniformidad de condición. Toda diferencia constituye una amenaza a esa igualdad que en realidad es uniformidad.

Como todos sabemos que la Realidad es rica en diferencias y matices, es fácil comprender cómo resulta tan frustrante para las ideas o creencias su inadaptación a ellas. Ello explica el auge actual de estos totalitarismos que surgen en sociedades opulentas donde se apela a la rebeldía sin mayor causa que la emocional.

La guerra sexual del siglo XXI nos descubre distintas patologías sociales como la crisis de identidad, la irracionalidad dialéctica y la desidia existencial. Esta sociedad opulenta y tecnificada vive en el conflicto porque no sabe conciliar la realidad y la ficción. Su incapacidad para la reflexión y abuso de las emociones la sitúan en una profunda decadencia cultural.
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