La eucaristía no es memorial de la cena
La cena y la eucaristía se mueven en el ámbito de los símbolos rituales. La cena, que se ajustó al ritual judío de la pascua, fue una memoria anticipada de la entrega de Cristo en la cruz y de su resurrección; la eucaristía cristiana es memoria retrospectiva del mismo acontecimiento. El objeto de la memoria es el acontecimiento, no el rito.
Los gestos y palabras de Jesús en la cena marcan el esquema de la eucaristía cristiana: 1) Tomar el pan y tomar el cáliz: ofertorio; 2) Pronunció la bendición: plegaria eucarística; 3) Partió el pan: fracción del pan; 4) y se lo dio diciendo: comunión. En los gestos y palabras de Jesús en la cena se perfila la estructura básica de la eucaristía cristiana. En el esquema más arcaico de la fracción del pan aparecen separados el rito del pan y el de la copa; ambos ritos estaban separados seguramente por una cena.
Los relatos de la cena no tienen intencionalidad histórica. Son de origen litúrgico (J. Jeremias). Por los relatos sabemos, sobre todo, cómo celebraba la eucaristía la comunidad primitiva; no precisamente como celebró Jesús la última cena. Para conocer el desarrollo de esa cena, que fue sin duda una cena pascual, hay que recurrir a los rituales judíos de la pascua. Conocemos algunos que se remontan a la época de Jesús. Esa es la pista para saber qué pudo hacer Jesús aquella noche.
Intuimos las palabras que pudo decir Jesús en la última cena al pronunciar la bendición, gracias a los textos judíos de la época. Textos que Jesús utilizó sin duda, adaptándolos a momento tan importante y significativo. Los expertos han estudiado minuciosamente la relación que puede establecerse entre los textos de bendición existentes en el ritual hebreo de la pascua y las más antiguas plegarias cristianas de acción de gracias utilizadas en la eucaristía (Louis Ligier).
La cena no se hace presente en la eucaristía. La cena marca el guión de la liturgia eucarística. Lo que se conmemora y hace presente al celebrar el memorial es la vida entregada de Jesús y su victoria sobre la muerte; es decir, la plenitud del acontecimiento pascual. Porque toda la eucaristía, palabras y gestos, es una anamnesis, un memorial. Toda la acción eucarística, no sólo unas palabras determinadas, conmemora y hace presente el triunfo de Jesús sobre la muerte. Este es el sentido de sus palabras: «Haced esto en mi memoria» (1Cor 11, 25).
Las palabras de Jesús sobre el pan (“Esto es mi cuerpo”) y sobre el vino (“Esta es mi sangre”) no son, a mi juicio, consecratorias sino declaratorias. De existir en la cena de Jesús un espacio reservado a lo que llamamos consagración habría que situarlo en las palabras de bendición (eulogein) y de acción de gracias (eucharistein) que pronunció Jesús sobre el pan y el cáliz (calix benedictionis).
Desde el primer momento se introdujo en la anáfora cristiana una evocación de los gestos y palabras de Jesús en la cena. Esta evocación, existente en la primitiva tradición oral, fue anterior sin duda a su consignación por escrito en los relatos evangélicos. De hecho la presencia del relato de la última cena es constante en todos los textos de anáfora que conocemos. De esta forma, las palabras de Jesús “esto es mi cuerpo” y “esta es mi sangre” acabarán convirtiéndose en el centro medular de la liturgia eucarística. La teología posterior, minuciosa y reduccionista, sobre todo la latina, hará de estas palabras el centro de interés, atribuyéndoles carácter de consagración y calificándolas, en el marco de la teología escolástica, como la “forma” del sacramento. En cambio, la mayoría de los teólogos actuales, después de un conocimiento exhaustivo de la estructura y dinámica de las anáforas, sobre todo de las orientales, consideran que la fuerza de consagración hay que atribuirla al conjunto de la plegaria eucarística.
Ésta es, a mi juicio, y en líneas generales, la relación que puede establecerse entre nuestra celebración de la eucaristía y la última cena celebrada por Jesús con sus discípulos. Ambas celebraciones, la cena y la eucaristía, convergen y cobran sentido al convertirse ambas en anamnesis del triunfo de Cristo. La primera, anticipándolo; la otra, reactualizándolo. Esa es su razón de ser: remitir a ese maravilloso encuentro entre los creyentes y el Resucitado.