MIRAR A LA VIDA ETERNA NO DESCUIDA LO TERRENO

MIRAR A LA VIDA ETERNA NO DESCUIDA LO TERRENO

El ser humano se resiste a desaparecer para siempre y cuando se impone toda desesperanza, entonces, de inmediato, brota, desde el mismo interior, una rebeldía que le impulsa a hacer creíble su esperanza.
Más allá del tiempo, en ese espacio sin tierra y sin nombre, dónde las horas no existen y la eternidad se hace perenne, nos volveremos a encontrar.
El Papa Juan Pablo II, en unas Catequesis sobre el cielo, en el año 1999, decía: “En el marco de la Revelación, sabemos que el “cielo” o la “bienaventuranza” en la que nos encontraremos no es una abstracción , ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la Santísima Trinidad” (21-7-1999)…
Esa esperanza es el arma que nos mantendrá despiertos en esta tierra y la antorcha que hará soportable nuestros pasos. ¡Si, “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CIC 1817)!
No se niega la esperanza de “un cielo nuevo y una tierra nueva” en nombre del descuido de lo terreno, sino que más bien “se equivocan los cristianos que, bajo el pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que puedan descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno” (GS 43).
Se nos invita a mirar al futuro y abrirnos de “par en par” a la esperanza.
Y la esperanza lanza un grito de alegría porque sabe bien, en lo más profundo de su esencia, que “la salvación anunciada es la salvación que trae el Señor”. Esa salvación proviene de Dios y no es solamente hechura de manos del hombre, aunque sabe bien que “la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre” (CIC 1818).
¡Vive con esperanza el anhelo de “un cielo nuevo y una tierra nueva, sabiendo que la vida eterna será una relación viva y personal con la Santísima Trinidad en su plenitud, admitiendo que la “eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terreno y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último” (Benedicto XVI)!

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