Papa Francisco: Piedad frente a impiedad
Caridad es amor
de misericordia
(San Agustín).
La clave franciscana del Papa Francisco radicaría en la afirmación de la piedad frente a la negatividad de la impiedad. La piedad afirma la positivación del ser-otro, la impiedad desafirma el ser-otro hasta su denegación. Se trata de una postura agustiniano-franciscana, que se reclama radicalmente del propio Evangelio de Jesús.
En un primer movimiento planteamos esta oposición de la piedad frente a la impiedad. En un segundo momento replanteamos esta cuestión en la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (El gozo del Evangelio). En un tercer momento afrontamos la idea-fuerza del franciscanismo, para fijarnos en cuarto lugar en el propio lenguaje franciscano.
Finalizamos con una síntesis personal de nuestro aporte.
1 (Piedad frente a impiedad)
La postura franciscana de Francisco se expresa en la elección de la piedad frente a la impiedad. Piedad es el respeto por lo sagrado tal y como se manifiesta en el deber moral, así pues la religiosidad como religación existencial. En la religión greco-romana la piedad es la virtud propia del bueno o devoto (piadoso), mientras que en el cristianismo la piedad es la relación vital con Dios, con el Dios-amor de Jesús de Nazaret.
El símbolo pagano de la piedad es una mujer que ofrece un sacrificio y porta el cuerno de la abundancia, consignificando así la veneración sagrada y su recompensa simbólica; por su parte, el símbolo cristiano de la piedad es la Virgen Madre compadecida de amor por su Hijo Jesús, tal y como se ofrece ejemplarmente en la famosa Pietá de Miguel Ángel en el Vaticano.
Este último elemento compasivo de la piedad resulta decisivo a partir del cristianismo jesusiano. La piedad propia de Jesús no es pía o beata, sino compasiva y misericordiosa para con los pobres, sufrientes y desgraciados. El amor nazareno es amor de misericordia, para decirlo con el Evangelio y traducirlo con san Agustín. El cual distingue entre el amor cristiano de misericordia (agapeístico) y el amor pagano de miseria (erótico). El amor de Jesús es originariamente un amor de piedad, compasión o misericordia, frente al amor impío o no piadoso, el amor propio sin piedad ajena, en el que vence el más fuerte o dotado.
Está claro que el franciscanismo de Francisco aboga por la piedad frente a la impiedad, por la compasión frente a la incompasión, por la misericordia frente a la inmisericordia. En Asís el Papa interpreta el desprendimiento de san Francisco como un desprendimiento de la mundanidad y sus luengos atributos: la vanidad, la prepotencia y el orgullo, en nombre de la sencillez, la humildad y la humanidad. Es un desprendimiento a favor de la piedad como veneración de lo sagrado: en donde lo sagrado es la “persona” en cuanto encarnación de Dios a través de Cristo. Piedad significa ahora la apertura al otro, impiedad significa entonces la clausura frente al otro.
En la piedad el otro comparece como el alter ego (otro yo), como el “uno consigo” según la definición de Tomás de Aquino que acoge el Papa Francisco. La salida de sí es el éxodo o éxitus al otro, la salvación de uno mismo por el otro y del otro por uno mismo.
2 (El gozo del Evangelio)
Una Encíclica es literalmente un enrollamen, mientras que una Exhortación es una inducción. La estructura de la encíclica es más abstracta, la urdimbre de la exhortación es más concreta. El lenguaje encíclico o enrollado es casi dogmático, el lenguaje exhortativo es vital o existencial.
Es verdad que la Exhortación del Papa Francisco “Evangelii gaudium” (El gozo del Evangelio) ofrece un lenguaje eclesiástico, con sus sinuosidades típicas, pero no clerical, es paternal pero no paternalista. Se trata de un documento pontificio pero no pontifical, así como de una escritura tradicional pero no tradicionalista, por cuanto atravesada por expresiones vivaces y audaces que transgreden esa tradición. Cierto que para un laico secular resulta un texto piadoso pero no pío ni beato, un texto de religiosidad interior que se abre al exterior críticamente, caracterizado por su forofismo evangélico.
La Exhortación llama la atención precisamente por un renovado lenguaje directo, que trata de ofrecer la salvación religiosa cristiana como una religación sanadora, como un paso del individualismo secular al comunitarismo cristiano, representado por Dios como Padre misericordioso, la Iglesia como madre amorosa y el propio Papa como Hermano mayor. En su texto el Papa Francisco concibe el lenguaje como mediador entre el hombre y la realidad, por lo que cambiar el viejo lenguaje dogmático por un lenguaje compasivo significa cambiar la relación del hombre con el hombre y la realidad en torno.
Cuidar el lenguaje es cuidar la casa del sentido. De ahí la contenida retórica latinoamericana de este Pontífice, hacedor de puentes y proyector de un diálogo realmente ecuménico. El lenguaje bien dicho es una dicha o bendición, ya que bendecir es decir-bien. Pues bien, la clave de este bien-decir del Papa Francisco es la apertura personal al otro, el salir de sí mismo y abrir nuestra encerrona inmanente al Otro (trascendencia). La exhortación papal es una auténtica ex-hortación, palabra que significa incitar hacia afuera desde dentro de uno mismo, excitar al otro a partir de lo concitado (la buena nueva evangélica), inducir en el otro la propia apertura trascendental.
La famosa Encíclica de Benedicto XVI “Deus caritas est” definía filosófico-teológicamente a Dios como amor. En su Exhortación pastoral e incluso pastoril, ya que el famoso “olor a oveja” impregna todo el texto y su contexto práxico, se redefine el amor como divino-humano: divinidad encarnada en Jesús y, por extensión, en el Hombre. El amor es el gozo de la vida, un gozo interior que debe revertir en alegría exterior ante el otro/otra. En el cristianismo nazareno la fe obra por amor, precisamente porque la activa la caridad (Ga 5,6): en donde el amor divino encarnado en el hombre es la gracia como don, el fuego primigenio del Espíritu Santo, Dios como logos ígneo.
3 (Franciscanismo)
Por todo lo dicho, el amor no debe entenderse como un mero estado psicológico o intimista, sino como donación afectiva, hasta el punto de que el amor comparece como principio de realidad y realización del hombre en el mundo. Con ello el Papa Francisco se acerca a la visión propia de san Juan sobre el amor como fe con obras; no extrañará que el Papa dudara en llamarse Juan XXIV. En esta reafirmación del amor como piedad, compasión y misericordia, nuestro Pontífice reafirma al Dios heterodoxo del Nuevo Testamente frente al Dios ortodoxo del Antiguo Testamento, así pues al Dios-amor frente al Dios-temor.
Afrontamos así el franciscanismo del Papa Francisco, el cual consiste en criticar la impiedad del Superhombre moderno en nombre de una Humanismo humanitario de inspiración cristiana, cuyo arquetipo sería el Interhombre: el hombre mediador y mediado, el hombre abierto y no encerrado, el hombre compasivo y misericordioso a imagen y semejanza del Dios jesusiano o nazareno.
A partir de esta posición el Papa Francisco emerge como el líder o referente mundial que sucede a Mandela y sobrepasa a Obama, como un Francisco de Asís y un Gandhi católico, como el Papa que enarbola una teología de la liberación humana y cristiana. La propia posmodernidad de G. Vattimo y socios parece también alterada por la modernidad interior o intramodernidad de este Papa de talante latino e hispano, capaz de criticar al Norte frígido desde el Sur cálido. En su específico haber está la asunción del pobre y el marginado, apostando por una humanidad humana y no inhumana. Pues en nuestro mundo globalizado hemos pasado de la deshumanización del arte al arte de la deshumanización.
Ahora bien, todo el edificio del Papa Francisco se asienta en el franciscanismo religioso y cultural, o sea, en el movimiento que inaugura Francisco de Asís y su hermandad, pasando por san Buenaventura hasta arribar hoy a Leonardo Boff. La historia del pensamiento reconoce la llamada Escuela franciscana, una escuela cultural que se enfrenta al racionalismo y formalismo propio de la Escolástica (tomista) en nombre de un materialismo simbólico caracterizado por su cordialismo. En la Escuela franciscana lo más importante no es la razón abstracta ni la forma formal (el formalismo o intelectualismo), sino la mater-materia, la madre-materia o materia matricial, la materia simbólica y su urdimbre sensible, la vivencia y la experiencia, frente a la estructura formal, formalista o formulista del racionalismo vencedor. En realidad el franciscanismo afirma así el trasfondo matricial o matriarcal del universo, la naturaleza matricial, la realidad concreta frente a la razón abstraccionista, lo común o comunal- el comunitarismo- frente al individualismo reinante.
Mientras que la Escolástica clásica –tomista- es una filosofía formal y esencialista (abstraccionista), el franciscanismo es una filosofía mater-materialista, matrial o existencial, tal y como mostró en su Tesis sobre el franciscano Duns Escoto el filósofo M. Heidegger. Ni que decir tiene que el materialismo franciscano es un materialismo simbólico, que no tiene que ver con el materialismo mecanicista, sea de denominación marxista sea de denominación capitalista.
4 (El lenguaje franciscano)
El Papa Francisco, tanto en general como en su Exhortación apostólica, ha cambiado el discurso rígido de la Iglesia por un discurso pegado a la tierra-madre y a la mater-materia propio del franciscanismo comentado. En efecto, el nuevo lenguaje franciscano, típico del Papa Francisco, ya no es un lenguaje formal o metalenguaje, sino el lenguaje materno o natural, un protolenguaje convertido en interlenguaje: nuestro común lenguaje interhumano, el cual encarna la razón afectiva: la cual se compagina con el logos afectivo propio del cristianismo encarnatorio con su carácter existencial.
De ahí la lucha del Papa Francisco con el lenguaje tradicional eclesiástico de signo rígido y aún frígido. De ahí también la invocación a la piedad como amor misericordioso simbolizado por la Pietá matriarcal de la Virgen Madre. Y de ahí finalmente la búsqueda franciscana de un lenguaje mediador o medial, pero no medieval, así como de la crítica lúcida del viejo catolicismo apergaminado o momificado, en su propia denominación.
Podríamos afirmar lúdicamente que este Papa habla un lenguaje argentino pero no dorado, ya que sólo el logos divino puede ser áureo. Por ello sitúa la Biblia por encima del Papa, a Cristo por encima de la Iglesia y a la gracia por encima de la ley (muy paulinamente). Esta revisión es también una forma de abrirse a nuestros hermanos protestantes, que resolvieron algunos de nuestros problemas tiempo ha, como por ejemplo el divorcio. El cual fue solucionado hace casi 500 años por Enrique VIII, cuestión que nos costó precisamente nuestro divorcio con la Iglesia anglicana hasta la actualidad.
¿Quiere esto decir que nuestro Buen Pastor llega demasiado tarde en su reforma de un catolicismo que recibió con síntomas de agonía? Quiere decir que llega tarde, muy tarde, pero más vale tarde que nunca. El cardenal Martini y el cardenal Tarancón, así como mi obispo Javier Osés, se sentirían felices con nuestro Pastor Bonus, lo mismo que J.L. Aranguren o R. Panikkar. Innúmeras gentes concelebramos este Papado abierto, desde gente sencilla a grandes intelectuales.
Por otra parte, hay signos y símbolos de apertura. El mismísimo cardenal Rouco acaba de levantar la excomunión a las que abortan, evitando así aumentar la pena humana con la pena canónica. Algo es mucho en esta nuestra vieja Iglesia rocosa y roqueña.
Resulta intrigante al respecto que en el controvertido debate sobre el tiempo y el espacio que se lleva a cabo en la filosofía y la literatura, en el arte y en la ciencia, nuestro Papa Francisco privilegie sintomáticamente el tiempo como una flecha que traspasa el círculo del espacio hacia un horizonte de sentido. En su Exhortación el tiempo funciona como un proceso que sobrepasa el límite del espacio, abriendo así su cristalización o cerrazón. Y concita al respecto a Pedro Fabro: “el tiempo es el mensajero de Dios”.
En este contexto el tiempo simboliza la humanidad y el espacio representa el mundo, por lo que la presencia del hombre horada la clausura del espacio inmanente de modo trascendental o trascendente. La sensibilidad franciscana de nuestro Papa empalma aquí con una sensibilidad que podemos denominar “intramoderna”, propia de una vuelta de nuestra modernidad abstracta y disipada a su propia interioridad activa y reactiva, tal y como proclama hoy en día el filósofo coreano B.C. Han, el fino escritor P. Quignard o el poeta heterodoxo Houellebecq.
5 (Conclusión)
He aquí que nuestro Pontífice ha apostado por la piedad frente a la impiedad, así como por la complexión o complección de las diferencias frente al perfeccionismo angélico o idealista. Por eso el símbolo poliédrico desplaza aquí a todo signo monolítico.
Por otra parte su visión sobre el lenguaje de la vida conecta con el Wittgenstein de la apertura lingüística, frente a todo fundamentalismo abstracto o esencialismo ahistórico.
Finalmente ha redefinido el sentido existencial como sentido de relación y conexión, al modo de una complexión de los diversos, frente al abstraccionismo típico de nuestra globalidad y a su aislacionismo individualista.
Pero quizás lo más significativo ha sido el hecho de proponer la piedad no sólo frente a la impiedad propia del mundo (pagano), sino también frente a la impiedad de nuestra propia Iglesia: autocríticamente, como dice Fausto Franco. En estupenda expresión-límite, este Papa franciscano nos quiere “libres y creativos”, tal y como se expone en el capítulo III de su importante Exhortación apostólica.
(Bibliografía mínima)
---Papa Francisco, Evangelii gaudium, BAC, Madrid 2014.
---Benedicto XVI (Deus caritas est).
---Biblia (AT y NT), San Agustín (La ciudad de Dios), Tomás de Aquino (Summa theologica), San Buenaventura (Itinerarium mentis ad Deum).
---M. Heidegger (Tesis sobre Duns Escoto).
---L. Wittgenstein (Investigaciones filosóficas).
---X. Zubiri (El hombre y Dios).
---G. Steiner (Presencia reales).
---L. Boff (El rostro materno de Dios).
---J. M. Mardones (Matar a nuestros dioses).
---Varios (Claves de la existencia).
---A. Pérez Estévez (El concepto de materia al comienzo de la Escuela franciscana de París).
---Andrés Ortiz-Osés (Las claves simbólicas de nuestra cultura: matriarcalismo, patriarcalismo, fratriarcalismo).
de misericordia
(San Agustín).
La clave franciscana del Papa Francisco radicaría en la afirmación de la piedad frente a la negatividad de la impiedad. La piedad afirma la positivación del ser-otro, la impiedad desafirma el ser-otro hasta su denegación. Se trata de una postura agustiniano-franciscana, que se reclama radicalmente del propio Evangelio de Jesús.
En un primer movimiento planteamos esta oposición de la piedad frente a la impiedad. En un segundo momento replanteamos esta cuestión en la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (El gozo del Evangelio). En un tercer momento afrontamos la idea-fuerza del franciscanismo, para fijarnos en cuarto lugar en el propio lenguaje franciscano.
Finalizamos con una síntesis personal de nuestro aporte.
1 (Piedad frente a impiedad)
La postura franciscana de Francisco se expresa en la elección de la piedad frente a la impiedad. Piedad es el respeto por lo sagrado tal y como se manifiesta en el deber moral, así pues la religiosidad como religación existencial. En la religión greco-romana la piedad es la virtud propia del bueno o devoto (piadoso), mientras que en el cristianismo la piedad es la relación vital con Dios, con el Dios-amor de Jesús de Nazaret.
El símbolo pagano de la piedad es una mujer que ofrece un sacrificio y porta el cuerno de la abundancia, consignificando así la veneración sagrada y su recompensa simbólica; por su parte, el símbolo cristiano de la piedad es la Virgen Madre compadecida de amor por su Hijo Jesús, tal y como se ofrece ejemplarmente en la famosa Pietá de Miguel Ángel en el Vaticano.
Este último elemento compasivo de la piedad resulta decisivo a partir del cristianismo jesusiano. La piedad propia de Jesús no es pía o beata, sino compasiva y misericordiosa para con los pobres, sufrientes y desgraciados. El amor nazareno es amor de misericordia, para decirlo con el Evangelio y traducirlo con san Agustín. El cual distingue entre el amor cristiano de misericordia (agapeístico) y el amor pagano de miseria (erótico). El amor de Jesús es originariamente un amor de piedad, compasión o misericordia, frente al amor impío o no piadoso, el amor propio sin piedad ajena, en el que vence el más fuerte o dotado.
Está claro que el franciscanismo de Francisco aboga por la piedad frente a la impiedad, por la compasión frente a la incompasión, por la misericordia frente a la inmisericordia. En Asís el Papa interpreta el desprendimiento de san Francisco como un desprendimiento de la mundanidad y sus luengos atributos: la vanidad, la prepotencia y el orgullo, en nombre de la sencillez, la humildad y la humanidad. Es un desprendimiento a favor de la piedad como veneración de lo sagrado: en donde lo sagrado es la “persona” en cuanto encarnación de Dios a través de Cristo. Piedad significa ahora la apertura al otro, impiedad significa entonces la clausura frente al otro.
En la piedad el otro comparece como el alter ego (otro yo), como el “uno consigo” según la definición de Tomás de Aquino que acoge el Papa Francisco. La salida de sí es el éxodo o éxitus al otro, la salvación de uno mismo por el otro y del otro por uno mismo.
2 (El gozo del Evangelio)
Una Encíclica es literalmente un enrollamen, mientras que una Exhortación es una inducción. La estructura de la encíclica es más abstracta, la urdimbre de la exhortación es más concreta. El lenguaje encíclico o enrollado es casi dogmático, el lenguaje exhortativo es vital o existencial.
Es verdad que la Exhortación del Papa Francisco “Evangelii gaudium” (El gozo del Evangelio) ofrece un lenguaje eclesiástico, con sus sinuosidades típicas, pero no clerical, es paternal pero no paternalista. Se trata de un documento pontificio pero no pontifical, así como de una escritura tradicional pero no tradicionalista, por cuanto atravesada por expresiones vivaces y audaces que transgreden esa tradición. Cierto que para un laico secular resulta un texto piadoso pero no pío ni beato, un texto de religiosidad interior que se abre al exterior críticamente, caracterizado por su forofismo evangélico.
La Exhortación llama la atención precisamente por un renovado lenguaje directo, que trata de ofrecer la salvación religiosa cristiana como una religación sanadora, como un paso del individualismo secular al comunitarismo cristiano, representado por Dios como Padre misericordioso, la Iglesia como madre amorosa y el propio Papa como Hermano mayor. En su texto el Papa Francisco concibe el lenguaje como mediador entre el hombre y la realidad, por lo que cambiar el viejo lenguaje dogmático por un lenguaje compasivo significa cambiar la relación del hombre con el hombre y la realidad en torno.
Cuidar el lenguaje es cuidar la casa del sentido. De ahí la contenida retórica latinoamericana de este Pontífice, hacedor de puentes y proyector de un diálogo realmente ecuménico. El lenguaje bien dicho es una dicha o bendición, ya que bendecir es decir-bien. Pues bien, la clave de este bien-decir del Papa Francisco es la apertura personal al otro, el salir de sí mismo y abrir nuestra encerrona inmanente al Otro (trascendencia). La exhortación papal es una auténtica ex-hortación, palabra que significa incitar hacia afuera desde dentro de uno mismo, excitar al otro a partir de lo concitado (la buena nueva evangélica), inducir en el otro la propia apertura trascendental.
La famosa Encíclica de Benedicto XVI “Deus caritas est” definía filosófico-teológicamente a Dios como amor. En su Exhortación pastoral e incluso pastoril, ya que el famoso “olor a oveja” impregna todo el texto y su contexto práxico, se redefine el amor como divino-humano: divinidad encarnada en Jesús y, por extensión, en el Hombre. El amor es el gozo de la vida, un gozo interior que debe revertir en alegría exterior ante el otro/otra. En el cristianismo nazareno la fe obra por amor, precisamente porque la activa la caridad (Ga 5,6): en donde el amor divino encarnado en el hombre es la gracia como don, el fuego primigenio del Espíritu Santo, Dios como logos ígneo.
3 (Franciscanismo)
Por todo lo dicho, el amor no debe entenderse como un mero estado psicológico o intimista, sino como donación afectiva, hasta el punto de que el amor comparece como principio de realidad y realización del hombre en el mundo. Con ello el Papa Francisco se acerca a la visión propia de san Juan sobre el amor como fe con obras; no extrañará que el Papa dudara en llamarse Juan XXIV. En esta reafirmación del amor como piedad, compasión y misericordia, nuestro Pontífice reafirma al Dios heterodoxo del Nuevo Testamente frente al Dios ortodoxo del Antiguo Testamento, así pues al Dios-amor frente al Dios-temor.
Afrontamos así el franciscanismo del Papa Francisco, el cual consiste en criticar la impiedad del Superhombre moderno en nombre de una Humanismo humanitario de inspiración cristiana, cuyo arquetipo sería el Interhombre: el hombre mediador y mediado, el hombre abierto y no encerrado, el hombre compasivo y misericordioso a imagen y semejanza del Dios jesusiano o nazareno.
A partir de esta posición el Papa Francisco emerge como el líder o referente mundial que sucede a Mandela y sobrepasa a Obama, como un Francisco de Asís y un Gandhi católico, como el Papa que enarbola una teología de la liberación humana y cristiana. La propia posmodernidad de G. Vattimo y socios parece también alterada por la modernidad interior o intramodernidad de este Papa de talante latino e hispano, capaz de criticar al Norte frígido desde el Sur cálido. En su específico haber está la asunción del pobre y el marginado, apostando por una humanidad humana y no inhumana. Pues en nuestro mundo globalizado hemos pasado de la deshumanización del arte al arte de la deshumanización.
Ahora bien, todo el edificio del Papa Francisco se asienta en el franciscanismo religioso y cultural, o sea, en el movimiento que inaugura Francisco de Asís y su hermandad, pasando por san Buenaventura hasta arribar hoy a Leonardo Boff. La historia del pensamiento reconoce la llamada Escuela franciscana, una escuela cultural que se enfrenta al racionalismo y formalismo propio de la Escolástica (tomista) en nombre de un materialismo simbólico caracterizado por su cordialismo. En la Escuela franciscana lo más importante no es la razón abstracta ni la forma formal (el formalismo o intelectualismo), sino la mater-materia, la madre-materia o materia matricial, la materia simbólica y su urdimbre sensible, la vivencia y la experiencia, frente a la estructura formal, formalista o formulista del racionalismo vencedor. En realidad el franciscanismo afirma así el trasfondo matricial o matriarcal del universo, la naturaleza matricial, la realidad concreta frente a la razón abstraccionista, lo común o comunal- el comunitarismo- frente al individualismo reinante.
Mientras que la Escolástica clásica –tomista- es una filosofía formal y esencialista (abstraccionista), el franciscanismo es una filosofía mater-materialista, matrial o existencial, tal y como mostró en su Tesis sobre el franciscano Duns Escoto el filósofo M. Heidegger. Ni que decir tiene que el materialismo franciscano es un materialismo simbólico, que no tiene que ver con el materialismo mecanicista, sea de denominación marxista sea de denominación capitalista.
4 (El lenguaje franciscano)
El Papa Francisco, tanto en general como en su Exhortación apostólica, ha cambiado el discurso rígido de la Iglesia por un discurso pegado a la tierra-madre y a la mater-materia propio del franciscanismo comentado. En efecto, el nuevo lenguaje franciscano, típico del Papa Francisco, ya no es un lenguaje formal o metalenguaje, sino el lenguaje materno o natural, un protolenguaje convertido en interlenguaje: nuestro común lenguaje interhumano, el cual encarna la razón afectiva: la cual se compagina con el logos afectivo propio del cristianismo encarnatorio con su carácter existencial.
De ahí la lucha del Papa Francisco con el lenguaje tradicional eclesiástico de signo rígido y aún frígido. De ahí también la invocación a la piedad como amor misericordioso simbolizado por la Pietá matriarcal de la Virgen Madre. Y de ahí finalmente la búsqueda franciscana de un lenguaje mediador o medial, pero no medieval, así como de la crítica lúcida del viejo catolicismo apergaminado o momificado, en su propia denominación.
Podríamos afirmar lúdicamente que este Papa habla un lenguaje argentino pero no dorado, ya que sólo el logos divino puede ser áureo. Por ello sitúa la Biblia por encima del Papa, a Cristo por encima de la Iglesia y a la gracia por encima de la ley (muy paulinamente). Esta revisión es también una forma de abrirse a nuestros hermanos protestantes, que resolvieron algunos de nuestros problemas tiempo ha, como por ejemplo el divorcio. El cual fue solucionado hace casi 500 años por Enrique VIII, cuestión que nos costó precisamente nuestro divorcio con la Iglesia anglicana hasta la actualidad.
¿Quiere esto decir que nuestro Buen Pastor llega demasiado tarde en su reforma de un catolicismo que recibió con síntomas de agonía? Quiere decir que llega tarde, muy tarde, pero más vale tarde que nunca. El cardenal Martini y el cardenal Tarancón, así como mi obispo Javier Osés, se sentirían felices con nuestro Pastor Bonus, lo mismo que J.L. Aranguren o R. Panikkar. Innúmeras gentes concelebramos este Papado abierto, desde gente sencilla a grandes intelectuales.
Por otra parte, hay signos y símbolos de apertura. El mismísimo cardenal Rouco acaba de levantar la excomunión a las que abortan, evitando así aumentar la pena humana con la pena canónica. Algo es mucho en esta nuestra vieja Iglesia rocosa y roqueña.
Resulta intrigante al respecto que en el controvertido debate sobre el tiempo y el espacio que se lleva a cabo en la filosofía y la literatura, en el arte y en la ciencia, nuestro Papa Francisco privilegie sintomáticamente el tiempo como una flecha que traspasa el círculo del espacio hacia un horizonte de sentido. En su Exhortación el tiempo funciona como un proceso que sobrepasa el límite del espacio, abriendo así su cristalización o cerrazón. Y concita al respecto a Pedro Fabro: “el tiempo es el mensajero de Dios”.
En este contexto el tiempo simboliza la humanidad y el espacio representa el mundo, por lo que la presencia del hombre horada la clausura del espacio inmanente de modo trascendental o trascendente. La sensibilidad franciscana de nuestro Papa empalma aquí con una sensibilidad que podemos denominar “intramoderna”, propia de una vuelta de nuestra modernidad abstracta y disipada a su propia interioridad activa y reactiva, tal y como proclama hoy en día el filósofo coreano B.C. Han, el fino escritor P. Quignard o el poeta heterodoxo Houellebecq.
5 (Conclusión)
He aquí que nuestro Pontífice ha apostado por la piedad frente a la impiedad, así como por la complexión o complección de las diferencias frente al perfeccionismo angélico o idealista. Por eso el símbolo poliédrico desplaza aquí a todo signo monolítico.
Por otra parte su visión sobre el lenguaje de la vida conecta con el Wittgenstein de la apertura lingüística, frente a todo fundamentalismo abstracto o esencialismo ahistórico.
Finalmente ha redefinido el sentido existencial como sentido de relación y conexión, al modo de una complexión de los diversos, frente al abstraccionismo típico de nuestra globalidad y a su aislacionismo individualista.
Pero quizás lo más significativo ha sido el hecho de proponer la piedad no sólo frente a la impiedad propia del mundo (pagano), sino también frente a la impiedad de nuestra propia Iglesia: autocríticamente, como dice Fausto Franco. En estupenda expresión-límite, este Papa franciscano nos quiere “libres y creativos”, tal y como se expone en el capítulo III de su importante Exhortación apostólica.
(Bibliografía mínima)
---Papa Francisco, Evangelii gaudium, BAC, Madrid 2014.
---Benedicto XVI (Deus caritas est).
---Biblia (AT y NT), San Agustín (La ciudad de Dios), Tomás de Aquino (Summa theologica), San Buenaventura (Itinerarium mentis ad Deum).
---M. Heidegger (Tesis sobre Duns Escoto).
---L. Wittgenstein (Investigaciones filosóficas).
---X. Zubiri (El hombre y Dios).
---G. Steiner (Presencia reales).
---L. Boff (El rostro materno de Dios).
---J. M. Mardones (Matar a nuestros dioses).
---Varios (Claves de la existencia).
---A. Pérez Estévez (El concepto de materia al comienzo de la Escuela franciscana de París).
---Andrés Ortiz-Osés (Las claves simbólicas de nuestra cultura: matriarcalismo, patriarcalismo, fratriarcalismo).