La sabiduría radical de Jesús de Nazaret
Bendecid a los que os maldicen
(Jesús en: Lucas 6, 28)
1 (Sabiduría radical)
La sabiduría no es mero saber teórico, sino saber vital, así pues una forma de vida, una actitud existencial, un estilo de vida. Pues bien, la sabiduría de Jesús de Nazaret es una sabiduría radical, por cuanto predica y practica la radicación del universo en una sacralidad latente o divinidad encarnada. Se trata de una sabiduría religiosa, la cual se define como una sabiduría de religación del mundo al trasmundo, de la exterioridad a la interioridad, de la inmanencia a su trascendencia.
En este sentido, Jesús es un radical religioso, pero un marginal teológico, ya que no hace radicar la realidad en una suprarealidad platónica, ni en un Absoluto irrelato o irrelacional, sino en un Dios relacional e implicado. Dios no está arriba y afuera, como aduce la gran tradición idealista, sino abajo y adentro. En efecto, el Dios jesuánico es la divinidad latente y latiente del universo, a modo de alma o corazón del mundo, implícito o implicado en el gran despliegue o explicación del todo como su sentido íntimo o intrínseco.
La sabiduría radical de Jesús de Nazaret tiene un nombre específico y dice apertura trascendental de las realidades a su intrarrealidad, de los seres al ser, de la inmanencia a su trascendencia, de las cosas al alma de las cosas. Frente a la razón pura y a la verdad abstracta, la radical sabiduría jesuánica afirma el sentido interior frente al sinsentido exterior. Por eso la clave de la religión nazarena es el amor, entendido como coligación del mundo, y expresado como la bendición frente a la maldición, a modo de positivación de la negación o negatividad del mundo.
2 (Un judío mediterráneo)
En la nueva exégesis del Nazareno que va de G. Theissen a J.D. Crossan, se ha puesto de manifiesto el carácter judío de Jesús, pero también su contexto campesino mediterráneo. Jesús es el judío Yeshua, nombre que alude al Yahvé salvador; pero es también un campesino/artesano galileo que paga los impuestos a los romanos como buen “pagano” de los pagos de Nazaret.
Ahora bien, la buena nueva radica en que el Dios de Jesús no es el Dios patriarcal judío ni el Dios patriarcal indoeuropeo, romano o pagano, sino una divinidad encarnada, un Dios de amor, humanado y fraterno. Por eso el símbolo evangélico por excelencia no es el águila tradicional celeste que atrapa a la serpiente terrácea, sino la paloma junto a la serpiente, el aire libre sobre la tierra madre. La actitud de Jesús resulta tan radical al respecto que sus oponentes fariseos lo consideran poseído por el demonio Beelcebú, un demonio que remite a Baal y la vieja religiosidad cananea de carácter naturalista.
Este trasfondo naturalista mediterráneo reaparece no sólo en su visión de una naturaleza matricial, sino también en un logion apócrifo pero significativo, en el que se expresa un rasgo netamente naturalista: “Hended un madero, y yo estoy allí; levantad una piedra, y allí me encontrareis”. El investigador Burton L. Mack y socios del Jesus Seminar norteamericano han interpretado este naturalismo de Jesús como un rasgo que remite a la sabiduría cínica, ya que los cínicos eran sabios itinerantes que practicaban la autarquía o autosuficiencia, llevando un tipo de vida libre, natural y de signo contracultural (cuasi hippie).
3 (Platonismo cínico)
La comparación entre la sabiduría existencial de Jesús y la sabiduría vital de los cínicos resulta intrigante, pero algo distorsionada. Los cínicos son independientes e individualistas, recorren las ciudades predicando autosuficiencia y practicando independencia, mientras que Jesús es personal y abierto al otro, predicando el bien común o comunitario y practicando la cooperación en ámbitos rurales en favor de los desposeídos, abandonados y sufrientes. Digamos que los cínicos son críticos y autoafirmativos, mientras que Jesús es crítico pero heteroafirmativo o afirmador del otro.
Un cínico por excelencia, Antístenes, predica y practica la autarquía o autosuficiencia, representando la línea más independiente de Sócrates, cuyo discípulo se considera. La otra línea socrática es la platónica, asumida por Platón y de carácter idealista. Por lo tanto, hay un Sócrates platónico o idealista y hay un Sócrates antiplatónico o antidealista. Cabría entonces situar la auténtica personalidad medial de Sócrates en la intersección platónico-cínica, tal y como hace acaso su discípulo más fiel, Jenofonte, en su “Recuerdos de Sócrates” (Memorabilia).
Así que Platón hace de Sócrates un espiritualista, mientras que Antístenes hace de Sócrates un naturalista. La interpretación de Sócrates por parte de Jenofonte toma en cuenta ambos aspectos, el ideal y el real, el espiritualismo y el realismo. La solución socrática de estos extremos o contrarios radicaría en la afirmación del “alma” como ámbito de mediación entre el cuerpo material y el espíritu inmaterial, a modo de aferencia de los contrarios.
En efecto, Sócrates sublima el eros, que cohesiona todas las cosas en el universo, en amor, amistad o afecto interhumano (filía), proyectando una “fratría” cultural en la que el saber se convierte en sabiduría y la sabiduría en virtud o virtualidad existencial. Como afirma Jenofonte, la filosofía socrática se caracteriza por el cuidado del alma, una cura o cuidado a través de la palabra terapéutica y la bonhomía ética.
4 (Sócrates y Jesús)
Pensamos que la comparación entre la sabiduría de Jesús de Nazaret y la sabiduría cínica, tal y como lo ha planteado el Jesus Seminar, sitúa la figura del Nazareno en el ámbito de la izquierda socrática (cínica), evitando colocarlo como casi toda la tradición en la derecha socrática (platónica). Ello se debe sin duda al loable intento de separar el cristianismo originario o nazareno del posterior cristianismo eclesiástico, con sus componendas platónico-idealistas y su dualismo clásico tradicional. Se ha tratado así de corregir al Jesús idealista e idealizado por la tradición cristiana en nombre del Jesús real y realista, marginal y radical.
Sin embargo se trataría ahora de asumir a Sócrates en toda su ambivalencia platónico-cínica, precisamente para poder compararlo adecuadamente con la sabiduría platónico-cínica del propio Jesús. Dicho desde una perspectiva más amplia, la auténtica comparación de la sabiduría de Jesús no es tanto con la sabiduría unilateralmente cínica, a pesar de ciertos rasgos parecidos, pero tampoco con la sabiduría platónica, tan idealista, sino con la sabiduría socrática, la cual ofrece a la vez rasgos platónicos y rasgos antiplatónicos o cínicos.
El Renacimiento europeo supo ver bien a través de Marsilio Ficino el paralelismo entre Sócrates y Jesús, el filósofo itinerante por Atenas y el profeta itinerante por Galilea, dos personalidades que predican el bien y practican la bondad, dos sapientes que no cobran por su sapiencia como los sofistas, dos genios que oyen la voz interior de la conciencia, dos críticos del poder político representado por Alcibíades y Judas respectivamente, dos fundadores de fratrías o hermandades filosófico-religiosas, dos antihéroes que asumen la muerte abriéndola a su trascendencia. Ni Sócrates ni Jesús han escriturado su sabiduría porque no querían fijarla, sino dejarla abierta sin dogmatismos (sean platónicos o eclesiásticos). Frente al sedentarismo escriturario ambos son nómadas o itinerantes, transeúntes o transitivos, viandantes que abren camino al caminar, dialogadores y dialécticos.
Según Numenio de Apamea, discípulo de Pitágoras y Platón, precursor del neoplatonismo y desterrado por Nerón, Platón no sería sino un Moisés que escribe en ático. Ahora bien, si Platón es el Moisés griego, Sócrates es el Jesús ateniense, pudiéndosele considerar filosóficamente a Jesús como el Sócrates judío (salvadas las distancias). En cualquier caso, podemos hablar de un denominador común entre Sócrates y Jesús, y es una paralela sabiduría platónico-cínica (con un toque estoico en ambos casos). De este modo, este Jesús socrático toma sus distancias del clásico Jesús platónico, propio de la Iglesia más tradicional.
5 (Jesús de Nazaret)
Naturalmente Sócrates no llega al profetismo de Jesús de Nazaret, y por su parte Jesús desplaza la sabiduría filosófica (socrática) por la sabiduría religiosa (sacrática). En este sentido la sabiduría de Jesús es más radical que la sabiduría de Sócrates, porque es una sabiduría religadora y no meramente ligadora a lo Sócrates, de modo que en el Nazareno el talento socrático se convierte en talante sacrático, por cuanto radicalmente abierto a una trascendencia considerada al principio inminente o apocalíptica ( a lo Juan Bautista), y finalmente inmanente (escatológica).
Esta trascendencia inminente y finalmente inmanente es el proclamado Reino de Dios, que recoge el origen paradisíaco y lo proyecta al futuro escatológico, pero que está ya presente en medio de los hombres como irrupción de la gracia del Dios jesuánico o nazareno. El cual es un Dios-cómplice, por cuanto encarna la coimplicidad de todas las cosas en el amor (agape).
En mi opinión tanto Sócrates como Jesús luchan contra el dualismo platónico, gnóstico o idealista (abstracto), el primero en nombre del eros mediador, el segundo en nombre del amor remediador (agape), y por lo tanto los dos en nombre del amor interpretado como nexo y plexo del universo en su relación trascendental. Un amor que asciende socráticamente (platónicamente) y un amor que desciende cristianamente (encarnatoriamente), pero en ambos casos un amor medial que intermedia cielo y tierra, espíritu y cuerpo, alma y mundo. Se trata de un amor que sutura la escisión y remedia el dualismo esquizoide propio del hombre abandonado al mundo.
En el caso de Jesús el amor predicado/practicado se realiza desde su posición de “célibe”, en el caso de Sócrates se trata de un cuasi célibe, ya que deja a su mujer e hijos para fundar una fratría filosófica abierta. Examinemos ahora este estado de suelto o soltero, de persona singular, de solo o solitario acompañado por la confratría o cofradía. No se trata de un rasgo cínico o individualista, sino si acaso platónico-cínico, tanto socrático como jesuánico.
En efecto, no se trata de autosuficiencia sino de complección, no se trata de independencia sino de autoasunción, no se trata de individuación sino de personalización. Frente al casado tradicional, el singular filosófico o religioso (célibe) no se autodefine como separado o apartado de los demás, pero tampoco como la media naranja del otro/otra, sino como la complección o complexión simbólica de lo separado en su interioridad anímica: animus y ánima, masculino y femenino, varonía y femenía. Veámoslo más despacio.
6 (Androginia simbólica)
Nos las habemos con el mito del andrógino y con la mística de la androginia, la cual define a la persona como integridad o integración simbólica de los contrarios, como la reconversión del dualismo y la dualidad en dualitud o dualéctica de los opuestos, como síntesis personal o integradora frente al análisis funcional y desintegrador. De esta guisa, el “célibe” adquiere una suficiencia no real o natural sino simbólica o cultural, puesto que es un solo acompañante y acompañado, así como un solitario solidario.
En el socratismo Sócrates sublima su eros ascensional, platónica o espiritualmente; en el cristianismo Jesús encarna descensionalmente el amor de Dios: el cual es un amor androgínico, materno y paterno, masculino y femenino, íntegro o integral. En el primer caso el amor terrestre se sublima en el celeste, en el segundo caso el amor celeste se encarna en el terrestre.
La cuestión de la androginia aparece explícitamente en el socratismo, por ejemplo en el Banquete o Simposio de Platón, pero también en el cristianismo tal y como lo confirman el Evangelio de Tomás y el Evangelio de los egipcios, pero también los Evangelios canónicos cuando Jesús reafirma el celibato propio del que se hace “eunuco” por amor. Este célibe o eunuco por amor es el hombre libre o liberado del dualismo, asumido en su propia persona andróginamente, tal y como A.F.J. Klijn ha estudiado en su obra “The Singler-One” sobre la figura o figuración del andrógino en el cristianismo primitivo.
La androginia comparece como una recuperación del origen (paradisíaco) y del fin (escatológico), si bien afirmada en el presente simbólica y no literalmente, asuntiva y proyectivamente pero no fundamentalistamente. En este contexto androgínico se inscribe también la referencia al “niño”, el cual funge como sujeto simbólico del Reino o reinado de Dios en este mundo y frente a este mundo; pues conocida es su fragilidad, espontaneidad y polimorfía.
La integración de la dualidad propia de este mundo en una unidad trasmundana recorre la literatura tanto filosófica como religiosa, tanto socrática como cristiana. En el Antiguo Testamento Dios crea las realidades de dos en dos, no sólo complementaria sino cómplicemente: la luz y la oscuridad, el día y la noche, varón y hembra, derecha e izquierda, arriba y abajo, positividad y negatividad. En el Nuevo Testamento Jesús envía también a sus discípulos de dos en dos complementaria y cómplicemente, hasta el punto de que algunos exegetas hablan del envío de un hombre junto a una mujer, recordando que san Pablo aboga por llevar en sus peregrinaciones una “mujer hermana”, igual que los demás apóstoles (I Cor 9, 5).
En cualquier caso, la dualidad real se convierte en unidad simbólica o mística, de acuerdo con el Evangelio de Tomás, en el que se propugna hacer del dos uno. La personificación de semejante reunión de contrarios es el propio Pablo de Tarso, el uno singular, el dos en uno, el célibe liberado y liberador de la Ley en nombre de la gracia de un amor conjuntivo y no disjuntivo, unificador y no escindido, asuntor o resolutor y no disolutor.
7 (Homoerótica)
La androginia sería la clave para comprender el celibato, ya que el célibe funge como un andrógino cultural o socrático, místico o cultual, en todo caso simbólico y no literal. En esta configuración androgínica se inscribe también la figura primitiva del bautizado cristiano, en cuanto iniciado que supera el dualismo mundano (masculino-femenino) y se convierte en un regenerado: de ahí su desnudez ritual.
En el extraño relato del Evangelio secreto de Marcos, el joven resucitado por Jesús pasa la noche desnudo con este en un ritual de resurrección o “resuscitación” simbólica a través del rito bautismal. Los gnósticos de Corinto y los carpocracianos interpretaron este ritual como una iniciación homoerótica, con reminiscencias tanto de la homosexualidad sagrada de algún sacerdote de Asclepio como del modelo homoerótico griego socrático-platónico, sin percatarse del simbolismo androgínico que lo atraviesa y le confiere sentido hermenéutico.
Nos confrontamos así con la androginia simbólica, coloreada por una presunta homoerótica sublimada, tanto en el contexto socrático como en el contexto jesuánico. Ahora bien, conviene advertir en este contexto que la androginia es la asunción del ánima femenina por parte del ánimus masculino (y viceversa), a modo de personalización, integración o complección. Ya el viejo J.J. Bachofen interpretó la homoerótica sublimatoria de Sócrates-Platón como una desfijación y superación de la promiscuidad ginecocrática, así como una elevación o sublimación de la sexualidad natural en erótica cultural.
No extraña por lo tanto al respecto la figuración clásica de Sócrates situado simbólicamente entre su mujer Jantipa y su discípulo Agatón (este en el Banquete o Simposio de Platón). Como tampoco extraña la figuración de Jesús situado simbólicamente entre María Magdalena y el discípulo Juan (este en el Ágape o Última Cena).
La Escuela de C.G. Jung, con Erich Neumann al frente, ha podido ver en la personalidad androgínica al auténtico creador o personalidad creativa, por cuanto encarna la integración de los contrarios propia de la divinidad creadora. Esta androginia creadora aparecería explícitamente en los casos singulares de Sócrates o Jesús, de Buda o Francisco de Asís, Leonardo o Miguel Ángel, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Gandhi o Wittgenstein…
El Reino de Dios anunciado por Jesús está dentro y fuera de nosotros, ya ha llegado y todavía no, representando la subversión de los roles patriarcales y su división entre varón y mujer, griego y judío, libre y esclavo, rico y pobre, como señala san Pablo. Liberarse de semejantes roles fijadores es librarse de su atrapamiento, remediando su partición, particularismo y división en una unidad, en la que Dios comparece como todo en todos (de nuevo san Pablo). Por eso emerge en el primitivo cristianismo una actitud anarcoide o anarcoidal, que en realidad es “anarcordial”, representada por el monaquismo orientalizante y por el celibato libre y liberado(r).
Subyace en esto sin duda una actitud cuasi cínica pero también estoica, así como una actitud socrática revertida en sacrática. El propio Epicteto es una buena muestra de un tipo liberado que no tiene nada y lo tiene todo, un concepto este del todo-nada que acaba proyectándose en el Dios como Todo-Nada, tal y como reaparece en el maestro Eckhart.
Curiosamente los prodigios o milagros que efectúa Jesús a su paso por los pueblos son los signos o símbolos de semejante liberación de las cadenas del ser entitativo (reificado), así como de la sujeción demoníaca a una realidad represiva y opresiva de signo dual y esquizoide. Por eso en el Evangelio de san Juan los milagros de Jesús se interpretan como liberaciones del mundo físico o fijado, fixista, en nombre del Espíritu que nos libra de semejante sujeción literal.
8 (Filosofías)
A partir del historiador judío Flavio Josefo cabe articular un elenco de las filosofías griegas en correlación con las actitudes religiosas de los judíos de comienzos de nuestra era. Los fariseos reflejarían cierto estoicismo, los saduceos cierto epicureísmo y los esenios cierto pitagorismo. Pero aquí nos hemos planteado dónde situar la sabiduría radical de Jesús de Nazaret, a la vez profeta judío y taumaturgo mediterráneo.
Ciertamente la Iglesia ha situado tradicionalmente la sabiduría radical de Jesús en una línea más bien platónica, idealista y espiritualista, desradicalizando así la teoría y práctica nazarena; hasta el punto de que C. Marx pudo considerar la religión como “un platonismo para el pueblo”. Reaccionando a semejante mitificación de la religión, así como a la idealización de la figura de Jesús, el Jesus Seminar norteamericano ha rechazado la correlación entre el cristianismo y el platonismo, Jesús y Platón, optando por el otro extremo al correlacionar el movimiento de Jesús con el movimiento cínico, según hemos expuesto anteriormente.
Pero se trata efectivamente de dos extremismos, ya que la sabiduría de Jesús no es platónico-aristocrática, pero tampoco cínico-libertaria (piénsese en Diógenes el cínico). Por eso creemos que la sabiduría de Jesús puede y debe correlacionarse con la sabiduría de Sócrates, tal y como intuyó el Renacimiento, como ha mostrado convincentemente la historiadora Agnes Heller.
Efectivamente, tanto Sócrates como Jesús son dos maestros de la vida que predican y practican una sabiduría existencial: filosófica y mediadora en Sócrates, religiosa y remediadora en Jesús, pero en ambos casos a través de una subversión de las costumbres enajenadas o alienadas en nombre de una apertura radical a la trascendencia: más mítica e irónica en Sócrates, más mística e irénica en Jesús. Y por semejante subversión de los valores son condenados ambos a muerte.
9 (Conclusión)
Como dice Filón, el auténtico sabio sabe hacer el bien a través de la bondad, y tanto la sabiduría socrática del Filósofo como la sabiduría sacrática del Nazareno son una sabiduría de vida: de la vida mortal ante su trascendencia.
Sócrates y Jesús son dos tipos singulares que redimen a la persona en su singularidad creadora, frente a la sumisión típica de esta a la tarea específica o de la especie, propia de su propagación o reproducción.
En lugar de la tarea específica de la procreación natural, se yergue aquí la tarea inespecífica por cuanto personal de la creación cultural: precisamente a través de la mediación androgínica del ánimus y del ánima, de la masculinidad y la feminidad, de lo celeste y lo terrestre, de lo divino y lo humano.
La clave antropológica del “célibe” filosófico o religioso está en la complección o integración de los contrarios en su reunión simbólica, lo cual conlleva la reparación cultural de la separación natural: una reparación simbólica o sobre-natural, abierta y libre, y no literal ni fundamentalista. Jesús no se casó con nadie para casarse con todos.
Ahora bien, hablamos del célibe, suelto o liberado no como una perfección actual de carácter angélico o celeste, sino como una complección virtual de carácter humano y terrestre. En efecto, se trata de una asunción de la imperfección y no de su supresión o abstracción. Hagamos por lo tanto el hombre y no el ángel, ya que hacer el ángel es sobrehumano y por lo tanto acaba en inhumano. O la humanización como el criterio de toda sabiduría auténticamente humana y no sobrehumana ni subhumana, sea divina o sea animalesca.
Una humanización que atraviesa la sabiduría de Sócrates y de Jesús: en la sabiduría socrática la humanización se denomina “sublimación” o ascensión de lo animal en humano; en la sabiduría sacrática de Jesús la humanización se denomina “encarnación” o descensión de lo divino en humano. En ambos casos, con distintas resonancias, lo humano es la mediación entre lo animalesco y lo divino, entre el pasado y el futuro, humanidad que necesita afirmarse androgínicamente frente al extremismo de los contrarios y en favor de su re-mediación.
10 (BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA)
---Biblia canónica y Evangelios apócrifos.
---Sócrates-Platón (El Banquete o Simposio)
---Jenofonte (Recuerdos de Sócrates)
---Antístenes, en Diógenes Laercio (Vidas)
---Maestro Eckhart (El fruto de la nada)
---Marsilio Ficino (De amore)
---Agnes Heller (El hombre del Renacimiento)
---Juan Jacobo Bachofen (La mitología arcaica)
---Erich Neumann (Der schöpferische Mensch)
---Gerd Theissen (El movimiento de Jesús)
---John D. Crossan (Jesús: vida de un campesino judío)
---Burton L. Mack (El Evangelio perdido)
---Wayne A. Meeks (The image of the Androgyne)
---Dennis R. MacDonald (There is no male and female).
---A.F.J. Klijn (The Single One)
---Rafael Aguirre (Jesús de Nazaret)
---Andrés Ortiz-Osés (La filosofía paradójica de Jesús de Nazaret: Blog Fratría de Religión Digital).
(Jesús en: Lucas 6, 28)
1 (Sabiduría radical)
La sabiduría no es mero saber teórico, sino saber vital, así pues una forma de vida, una actitud existencial, un estilo de vida. Pues bien, la sabiduría de Jesús de Nazaret es una sabiduría radical, por cuanto predica y practica la radicación del universo en una sacralidad latente o divinidad encarnada. Se trata de una sabiduría religiosa, la cual se define como una sabiduría de religación del mundo al trasmundo, de la exterioridad a la interioridad, de la inmanencia a su trascendencia.
En este sentido, Jesús es un radical religioso, pero un marginal teológico, ya que no hace radicar la realidad en una suprarealidad platónica, ni en un Absoluto irrelato o irrelacional, sino en un Dios relacional e implicado. Dios no está arriba y afuera, como aduce la gran tradición idealista, sino abajo y adentro. En efecto, el Dios jesuánico es la divinidad latente y latiente del universo, a modo de alma o corazón del mundo, implícito o implicado en el gran despliegue o explicación del todo como su sentido íntimo o intrínseco.
La sabiduría radical de Jesús de Nazaret tiene un nombre específico y dice apertura trascendental de las realidades a su intrarrealidad, de los seres al ser, de la inmanencia a su trascendencia, de las cosas al alma de las cosas. Frente a la razón pura y a la verdad abstracta, la radical sabiduría jesuánica afirma el sentido interior frente al sinsentido exterior. Por eso la clave de la religión nazarena es el amor, entendido como coligación del mundo, y expresado como la bendición frente a la maldición, a modo de positivación de la negación o negatividad del mundo.
2 (Un judío mediterráneo)
En la nueva exégesis del Nazareno que va de G. Theissen a J.D. Crossan, se ha puesto de manifiesto el carácter judío de Jesús, pero también su contexto campesino mediterráneo. Jesús es el judío Yeshua, nombre que alude al Yahvé salvador; pero es también un campesino/artesano galileo que paga los impuestos a los romanos como buen “pagano” de los pagos de Nazaret.
Ahora bien, la buena nueva radica en que el Dios de Jesús no es el Dios patriarcal judío ni el Dios patriarcal indoeuropeo, romano o pagano, sino una divinidad encarnada, un Dios de amor, humanado y fraterno. Por eso el símbolo evangélico por excelencia no es el águila tradicional celeste que atrapa a la serpiente terrácea, sino la paloma junto a la serpiente, el aire libre sobre la tierra madre. La actitud de Jesús resulta tan radical al respecto que sus oponentes fariseos lo consideran poseído por el demonio Beelcebú, un demonio que remite a Baal y la vieja religiosidad cananea de carácter naturalista.
Este trasfondo naturalista mediterráneo reaparece no sólo en su visión de una naturaleza matricial, sino también en un logion apócrifo pero significativo, en el que se expresa un rasgo netamente naturalista: “Hended un madero, y yo estoy allí; levantad una piedra, y allí me encontrareis”. El investigador Burton L. Mack y socios del Jesus Seminar norteamericano han interpretado este naturalismo de Jesús como un rasgo que remite a la sabiduría cínica, ya que los cínicos eran sabios itinerantes que practicaban la autarquía o autosuficiencia, llevando un tipo de vida libre, natural y de signo contracultural (cuasi hippie).
3 (Platonismo cínico)
La comparación entre la sabiduría existencial de Jesús y la sabiduría vital de los cínicos resulta intrigante, pero algo distorsionada. Los cínicos son independientes e individualistas, recorren las ciudades predicando autosuficiencia y practicando independencia, mientras que Jesús es personal y abierto al otro, predicando el bien común o comunitario y practicando la cooperación en ámbitos rurales en favor de los desposeídos, abandonados y sufrientes. Digamos que los cínicos son críticos y autoafirmativos, mientras que Jesús es crítico pero heteroafirmativo o afirmador del otro.
Un cínico por excelencia, Antístenes, predica y practica la autarquía o autosuficiencia, representando la línea más independiente de Sócrates, cuyo discípulo se considera. La otra línea socrática es la platónica, asumida por Platón y de carácter idealista. Por lo tanto, hay un Sócrates platónico o idealista y hay un Sócrates antiplatónico o antidealista. Cabría entonces situar la auténtica personalidad medial de Sócrates en la intersección platónico-cínica, tal y como hace acaso su discípulo más fiel, Jenofonte, en su “Recuerdos de Sócrates” (Memorabilia).
Así que Platón hace de Sócrates un espiritualista, mientras que Antístenes hace de Sócrates un naturalista. La interpretación de Sócrates por parte de Jenofonte toma en cuenta ambos aspectos, el ideal y el real, el espiritualismo y el realismo. La solución socrática de estos extremos o contrarios radicaría en la afirmación del “alma” como ámbito de mediación entre el cuerpo material y el espíritu inmaterial, a modo de aferencia de los contrarios.
En efecto, Sócrates sublima el eros, que cohesiona todas las cosas en el universo, en amor, amistad o afecto interhumano (filía), proyectando una “fratría” cultural en la que el saber se convierte en sabiduría y la sabiduría en virtud o virtualidad existencial. Como afirma Jenofonte, la filosofía socrática se caracteriza por el cuidado del alma, una cura o cuidado a través de la palabra terapéutica y la bonhomía ética.
4 (Sócrates y Jesús)
Pensamos que la comparación entre la sabiduría de Jesús de Nazaret y la sabiduría cínica, tal y como lo ha planteado el Jesus Seminar, sitúa la figura del Nazareno en el ámbito de la izquierda socrática (cínica), evitando colocarlo como casi toda la tradición en la derecha socrática (platónica). Ello se debe sin duda al loable intento de separar el cristianismo originario o nazareno del posterior cristianismo eclesiástico, con sus componendas platónico-idealistas y su dualismo clásico tradicional. Se ha tratado así de corregir al Jesús idealista e idealizado por la tradición cristiana en nombre del Jesús real y realista, marginal y radical.
Sin embargo se trataría ahora de asumir a Sócrates en toda su ambivalencia platónico-cínica, precisamente para poder compararlo adecuadamente con la sabiduría platónico-cínica del propio Jesús. Dicho desde una perspectiva más amplia, la auténtica comparación de la sabiduría de Jesús no es tanto con la sabiduría unilateralmente cínica, a pesar de ciertos rasgos parecidos, pero tampoco con la sabiduría platónica, tan idealista, sino con la sabiduría socrática, la cual ofrece a la vez rasgos platónicos y rasgos antiplatónicos o cínicos.
El Renacimiento europeo supo ver bien a través de Marsilio Ficino el paralelismo entre Sócrates y Jesús, el filósofo itinerante por Atenas y el profeta itinerante por Galilea, dos personalidades que predican el bien y practican la bondad, dos sapientes que no cobran por su sapiencia como los sofistas, dos genios que oyen la voz interior de la conciencia, dos críticos del poder político representado por Alcibíades y Judas respectivamente, dos fundadores de fratrías o hermandades filosófico-religiosas, dos antihéroes que asumen la muerte abriéndola a su trascendencia. Ni Sócrates ni Jesús han escriturado su sabiduría porque no querían fijarla, sino dejarla abierta sin dogmatismos (sean platónicos o eclesiásticos). Frente al sedentarismo escriturario ambos son nómadas o itinerantes, transeúntes o transitivos, viandantes que abren camino al caminar, dialogadores y dialécticos.
Según Numenio de Apamea, discípulo de Pitágoras y Platón, precursor del neoplatonismo y desterrado por Nerón, Platón no sería sino un Moisés que escribe en ático. Ahora bien, si Platón es el Moisés griego, Sócrates es el Jesús ateniense, pudiéndosele considerar filosóficamente a Jesús como el Sócrates judío (salvadas las distancias). En cualquier caso, podemos hablar de un denominador común entre Sócrates y Jesús, y es una paralela sabiduría platónico-cínica (con un toque estoico en ambos casos). De este modo, este Jesús socrático toma sus distancias del clásico Jesús platónico, propio de la Iglesia más tradicional.
5 (Jesús de Nazaret)
Naturalmente Sócrates no llega al profetismo de Jesús de Nazaret, y por su parte Jesús desplaza la sabiduría filosófica (socrática) por la sabiduría religiosa (sacrática). En este sentido la sabiduría de Jesús es más radical que la sabiduría de Sócrates, porque es una sabiduría religadora y no meramente ligadora a lo Sócrates, de modo que en el Nazareno el talento socrático se convierte en talante sacrático, por cuanto radicalmente abierto a una trascendencia considerada al principio inminente o apocalíptica ( a lo Juan Bautista), y finalmente inmanente (escatológica).
Esta trascendencia inminente y finalmente inmanente es el proclamado Reino de Dios, que recoge el origen paradisíaco y lo proyecta al futuro escatológico, pero que está ya presente en medio de los hombres como irrupción de la gracia del Dios jesuánico o nazareno. El cual es un Dios-cómplice, por cuanto encarna la coimplicidad de todas las cosas en el amor (agape).
En mi opinión tanto Sócrates como Jesús luchan contra el dualismo platónico, gnóstico o idealista (abstracto), el primero en nombre del eros mediador, el segundo en nombre del amor remediador (agape), y por lo tanto los dos en nombre del amor interpretado como nexo y plexo del universo en su relación trascendental. Un amor que asciende socráticamente (platónicamente) y un amor que desciende cristianamente (encarnatoriamente), pero en ambos casos un amor medial que intermedia cielo y tierra, espíritu y cuerpo, alma y mundo. Se trata de un amor que sutura la escisión y remedia el dualismo esquizoide propio del hombre abandonado al mundo.
En el caso de Jesús el amor predicado/practicado se realiza desde su posición de “célibe”, en el caso de Sócrates se trata de un cuasi célibe, ya que deja a su mujer e hijos para fundar una fratría filosófica abierta. Examinemos ahora este estado de suelto o soltero, de persona singular, de solo o solitario acompañado por la confratría o cofradía. No se trata de un rasgo cínico o individualista, sino si acaso platónico-cínico, tanto socrático como jesuánico.
En efecto, no se trata de autosuficiencia sino de complección, no se trata de independencia sino de autoasunción, no se trata de individuación sino de personalización. Frente al casado tradicional, el singular filosófico o religioso (célibe) no se autodefine como separado o apartado de los demás, pero tampoco como la media naranja del otro/otra, sino como la complección o complexión simbólica de lo separado en su interioridad anímica: animus y ánima, masculino y femenino, varonía y femenía. Veámoslo más despacio.
6 (Androginia simbólica)
Nos las habemos con el mito del andrógino y con la mística de la androginia, la cual define a la persona como integridad o integración simbólica de los contrarios, como la reconversión del dualismo y la dualidad en dualitud o dualéctica de los opuestos, como síntesis personal o integradora frente al análisis funcional y desintegrador. De esta guisa, el “célibe” adquiere una suficiencia no real o natural sino simbólica o cultural, puesto que es un solo acompañante y acompañado, así como un solitario solidario.
En el socratismo Sócrates sublima su eros ascensional, platónica o espiritualmente; en el cristianismo Jesús encarna descensionalmente el amor de Dios: el cual es un amor androgínico, materno y paterno, masculino y femenino, íntegro o integral. En el primer caso el amor terrestre se sublima en el celeste, en el segundo caso el amor celeste se encarna en el terrestre.
La cuestión de la androginia aparece explícitamente en el socratismo, por ejemplo en el Banquete o Simposio de Platón, pero también en el cristianismo tal y como lo confirman el Evangelio de Tomás y el Evangelio de los egipcios, pero también los Evangelios canónicos cuando Jesús reafirma el celibato propio del que se hace “eunuco” por amor. Este célibe o eunuco por amor es el hombre libre o liberado del dualismo, asumido en su propia persona andróginamente, tal y como A.F.J. Klijn ha estudiado en su obra “The Singler-One” sobre la figura o figuración del andrógino en el cristianismo primitivo.
La androginia comparece como una recuperación del origen (paradisíaco) y del fin (escatológico), si bien afirmada en el presente simbólica y no literalmente, asuntiva y proyectivamente pero no fundamentalistamente. En este contexto androgínico se inscribe también la referencia al “niño”, el cual funge como sujeto simbólico del Reino o reinado de Dios en este mundo y frente a este mundo; pues conocida es su fragilidad, espontaneidad y polimorfía.
La integración de la dualidad propia de este mundo en una unidad trasmundana recorre la literatura tanto filosófica como religiosa, tanto socrática como cristiana. En el Antiguo Testamento Dios crea las realidades de dos en dos, no sólo complementaria sino cómplicemente: la luz y la oscuridad, el día y la noche, varón y hembra, derecha e izquierda, arriba y abajo, positividad y negatividad. En el Nuevo Testamento Jesús envía también a sus discípulos de dos en dos complementaria y cómplicemente, hasta el punto de que algunos exegetas hablan del envío de un hombre junto a una mujer, recordando que san Pablo aboga por llevar en sus peregrinaciones una “mujer hermana”, igual que los demás apóstoles (I Cor 9, 5).
En cualquier caso, la dualidad real se convierte en unidad simbólica o mística, de acuerdo con el Evangelio de Tomás, en el que se propugna hacer del dos uno. La personificación de semejante reunión de contrarios es el propio Pablo de Tarso, el uno singular, el dos en uno, el célibe liberado y liberador de la Ley en nombre de la gracia de un amor conjuntivo y no disjuntivo, unificador y no escindido, asuntor o resolutor y no disolutor.
7 (Homoerótica)
La androginia sería la clave para comprender el celibato, ya que el célibe funge como un andrógino cultural o socrático, místico o cultual, en todo caso simbólico y no literal. En esta configuración androgínica se inscribe también la figura primitiva del bautizado cristiano, en cuanto iniciado que supera el dualismo mundano (masculino-femenino) y se convierte en un regenerado: de ahí su desnudez ritual.
En el extraño relato del Evangelio secreto de Marcos, el joven resucitado por Jesús pasa la noche desnudo con este en un ritual de resurrección o “resuscitación” simbólica a través del rito bautismal. Los gnósticos de Corinto y los carpocracianos interpretaron este ritual como una iniciación homoerótica, con reminiscencias tanto de la homosexualidad sagrada de algún sacerdote de Asclepio como del modelo homoerótico griego socrático-platónico, sin percatarse del simbolismo androgínico que lo atraviesa y le confiere sentido hermenéutico.
Nos confrontamos así con la androginia simbólica, coloreada por una presunta homoerótica sublimada, tanto en el contexto socrático como en el contexto jesuánico. Ahora bien, conviene advertir en este contexto que la androginia es la asunción del ánima femenina por parte del ánimus masculino (y viceversa), a modo de personalización, integración o complección. Ya el viejo J.J. Bachofen interpretó la homoerótica sublimatoria de Sócrates-Platón como una desfijación y superación de la promiscuidad ginecocrática, así como una elevación o sublimación de la sexualidad natural en erótica cultural.
No extraña por lo tanto al respecto la figuración clásica de Sócrates situado simbólicamente entre su mujer Jantipa y su discípulo Agatón (este en el Banquete o Simposio de Platón). Como tampoco extraña la figuración de Jesús situado simbólicamente entre María Magdalena y el discípulo Juan (este en el Ágape o Última Cena).
La Escuela de C.G. Jung, con Erich Neumann al frente, ha podido ver en la personalidad androgínica al auténtico creador o personalidad creativa, por cuanto encarna la integración de los contrarios propia de la divinidad creadora. Esta androginia creadora aparecería explícitamente en los casos singulares de Sócrates o Jesús, de Buda o Francisco de Asís, Leonardo o Miguel Ángel, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Gandhi o Wittgenstein…
El Reino de Dios anunciado por Jesús está dentro y fuera de nosotros, ya ha llegado y todavía no, representando la subversión de los roles patriarcales y su división entre varón y mujer, griego y judío, libre y esclavo, rico y pobre, como señala san Pablo. Liberarse de semejantes roles fijadores es librarse de su atrapamiento, remediando su partición, particularismo y división en una unidad, en la que Dios comparece como todo en todos (de nuevo san Pablo). Por eso emerge en el primitivo cristianismo una actitud anarcoide o anarcoidal, que en realidad es “anarcordial”, representada por el monaquismo orientalizante y por el celibato libre y liberado(r).
Subyace en esto sin duda una actitud cuasi cínica pero también estoica, así como una actitud socrática revertida en sacrática. El propio Epicteto es una buena muestra de un tipo liberado que no tiene nada y lo tiene todo, un concepto este del todo-nada que acaba proyectándose en el Dios como Todo-Nada, tal y como reaparece en el maestro Eckhart.
Curiosamente los prodigios o milagros que efectúa Jesús a su paso por los pueblos son los signos o símbolos de semejante liberación de las cadenas del ser entitativo (reificado), así como de la sujeción demoníaca a una realidad represiva y opresiva de signo dual y esquizoide. Por eso en el Evangelio de san Juan los milagros de Jesús se interpretan como liberaciones del mundo físico o fijado, fixista, en nombre del Espíritu que nos libra de semejante sujeción literal.
8 (Filosofías)
A partir del historiador judío Flavio Josefo cabe articular un elenco de las filosofías griegas en correlación con las actitudes religiosas de los judíos de comienzos de nuestra era. Los fariseos reflejarían cierto estoicismo, los saduceos cierto epicureísmo y los esenios cierto pitagorismo. Pero aquí nos hemos planteado dónde situar la sabiduría radical de Jesús de Nazaret, a la vez profeta judío y taumaturgo mediterráneo.
Ciertamente la Iglesia ha situado tradicionalmente la sabiduría radical de Jesús en una línea más bien platónica, idealista y espiritualista, desradicalizando así la teoría y práctica nazarena; hasta el punto de que C. Marx pudo considerar la religión como “un platonismo para el pueblo”. Reaccionando a semejante mitificación de la religión, así como a la idealización de la figura de Jesús, el Jesus Seminar norteamericano ha rechazado la correlación entre el cristianismo y el platonismo, Jesús y Platón, optando por el otro extremo al correlacionar el movimiento de Jesús con el movimiento cínico, según hemos expuesto anteriormente.
Pero se trata efectivamente de dos extremismos, ya que la sabiduría de Jesús no es platónico-aristocrática, pero tampoco cínico-libertaria (piénsese en Diógenes el cínico). Por eso creemos que la sabiduría de Jesús puede y debe correlacionarse con la sabiduría de Sócrates, tal y como intuyó el Renacimiento, como ha mostrado convincentemente la historiadora Agnes Heller.
Efectivamente, tanto Sócrates como Jesús son dos maestros de la vida que predican y practican una sabiduría existencial: filosófica y mediadora en Sócrates, religiosa y remediadora en Jesús, pero en ambos casos a través de una subversión de las costumbres enajenadas o alienadas en nombre de una apertura radical a la trascendencia: más mítica e irónica en Sócrates, más mística e irénica en Jesús. Y por semejante subversión de los valores son condenados ambos a muerte.
9 (Conclusión)
Como dice Filón, el auténtico sabio sabe hacer el bien a través de la bondad, y tanto la sabiduría socrática del Filósofo como la sabiduría sacrática del Nazareno son una sabiduría de vida: de la vida mortal ante su trascendencia.
Sócrates y Jesús son dos tipos singulares que redimen a la persona en su singularidad creadora, frente a la sumisión típica de esta a la tarea específica o de la especie, propia de su propagación o reproducción.
En lugar de la tarea específica de la procreación natural, se yergue aquí la tarea inespecífica por cuanto personal de la creación cultural: precisamente a través de la mediación androgínica del ánimus y del ánima, de la masculinidad y la feminidad, de lo celeste y lo terrestre, de lo divino y lo humano.
La clave antropológica del “célibe” filosófico o religioso está en la complección o integración de los contrarios en su reunión simbólica, lo cual conlleva la reparación cultural de la separación natural: una reparación simbólica o sobre-natural, abierta y libre, y no literal ni fundamentalista. Jesús no se casó con nadie para casarse con todos.
Ahora bien, hablamos del célibe, suelto o liberado no como una perfección actual de carácter angélico o celeste, sino como una complección virtual de carácter humano y terrestre. En efecto, se trata de una asunción de la imperfección y no de su supresión o abstracción. Hagamos por lo tanto el hombre y no el ángel, ya que hacer el ángel es sobrehumano y por lo tanto acaba en inhumano. O la humanización como el criterio de toda sabiduría auténticamente humana y no sobrehumana ni subhumana, sea divina o sea animalesca.
Una humanización que atraviesa la sabiduría de Sócrates y de Jesús: en la sabiduría socrática la humanización se denomina “sublimación” o ascensión de lo animal en humano; en la sabiduría sacrática de Jesús la humanización se denomina “encarnación” o descensión de lo divino en humano. En ambos casos, con distintas resonancias, lo humano es la mediación entre lo animalesco y lo divino, entre el pasado y el futuro, humanidad que necesita afirmarse androgínicamente frente al extremismo de los contrarios y en favor de su re-mediación.
10 (BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA)
---Biblia canónica y Evangelios apócrifos.
---Sócrates-Platón (El Banquete o Simposio)
---Jenofonte (Recuerdos de Sócrates)
---Antístenes, en Diógenes Laercio (Vidas)
---Maestro Eckhart (El fruto de la nada)
---Marsilio Ficino (De amore)
---Agnes Heller (El hombre del Renacimiento)
---Juan Jacobo Bachofen (La mitología arcaica)
---Erich Neumann (Der schöpferische Mensch)
---Gerd Theissen (El movimiento de Jesús)
---John D. Crossan (Jesús: vida de un campesino judío)
---Burton L. Mack (El Evangelio perdido)
---Wayne A. Meeks (The image of the Androgyne)
---Dennis R. MacDonald (There is no male and female).
---A.F.J. Klijn (The Single One)
---Rafael Aguirre (Jesús de Nazaret)
---Andrés Ortiz-Osés (La filosofía paradójica de Jesús de Nazaret: Blog Fratría de Religión Digital).