Ver, Oir y Callar
. Al margen ahora de indagaciones acerca de sus causas y de sus efectos, y si estos son todos negativos, o no tanto, el hecho es que la desacralización del mundo actual crece y se ahonda de manera patente. Los cambios que esto le exige a la Iglesia despuntan en cualquiera de sus horizontes y le significarán el señalamiento de metas, procederes, pautas de comportamiento y ajustes en parte ciertamente insospechados. Prepararse para tan apasionante, necesaria y ya próxima tarea es responsabilidad de la institución y de sus miembros, cualificados o sin cualificar, a la luz de los órdenes jerárquicos establecidos, con rechazo radical para toda sensación y complejo de inferioridad que habrá de surgir.
. Se da la impresión, frecuente y documentada, de que los seglares- seglares, miembros del Pueblo de Dios, no son, o apenas si son, consultados por los de la jerarquía eclesiástica a la hora de dictaminar y reconvertir en mandamientos de la Ley comportamientos propios de su estado. Política, sexo, familia, economía, profesiones, trabajo, oficios y la mayoría de las actividades sustantivamente laicales se regulan y se tornan “morales o “inmorales” por curias, obispos y curas, que no tienen la más remota idea y práctica de lo que su ejercicio es y comporta. Por muy jerarcas que se sea, y por mucho que pueda alardearse de que están asistidos de gracias especiales, los laicos son y serán los verdaderos expertos en estos temas y a quienes les asiste de verdad la Palabra de Dios. En este contexto es de lamentar que con tanta frecuencia los mismos seglares lleguen a la conclusión de que la jerarquía parece empeñada en disentir de la opinión de la mayoría, actuando por oficio con autoritarismo doctrinal y falta de diálogo.
. Pero precisamente en el territorio del diálogo aparece como praxis y doctrina común de los hombres de la Iglesia el afianzamiento en sus posiciones, que revisten de doctrinales y, en ocasiones, hasta de dogmas de fe. El diálogo no es asignatura fuerte en las disciplinas y en la educación religiosa. La importancia del dato es de tal envergadura, que la inexistencia o poca fiabilidad del mismo en la sociedad civil actual, con lastimosa mención para la política y la familia, es posible que se achaque también a la carencia de referentes sacros. Comportarse, e intentar educar, hoy sin que se convierta en meta el consenso y el pacto, y no la discusión por discusión y el desacuerdo, es mortal de necesidad y pervierte los fines de instituciones tan serias como la misma Iglesia. Revestidos por dentro y por fuera de ornamentos tan distanciadotes, y con tanto poder, incapacita para el diálogo con el común de los mortales.
. Extraña sobremanera que con el número de obispos, sacerdotes, frailes y monjes /as que todavía se registra en la Iglesia española, actuando además, y sobre todo “en el nombre de Dios”, no sean muchos más los jóvenes a los que les entusiasmen el trabajo vocacional y la dedicación religiosa. Otras religiones y organizaciones cuentan con muchos menos activistas y medios, y de vez en cuando hacen notar su presencia con tanta o más actividad.
. En cualquier situación y tiempo de la vida de la Iglesia es provechoso actualizar ideas como estas: 1) La credibilidad de la Iglesia dependerá en gran parte del afán de liberarle a Cristo y al Evangelio de no pocos cristianos y de otros tantos eclesiásticos.2) Educar para la crítica, y la autocrítica, es principio elemental evangélico al que no se le profesa fervorosa devoción dentro de la Iglesia, de tal forma que sistemáticamente es computado como falta de respeto y como pecado. 3) ”Esto es así, pero no se puede decir” suele ser “norma de prudencia eclesiástica” que, por supuesto, ni debiera ser “norma” , y menos “eclesiástica”. 4) No toda palabra eclesiástica es de por sí palabra evangélica y, por tanto, “Palabra de Dios”. A tales palabras les sobran además muchos tonos y parágrafos característicos de los pergaminos y los documentos .5) Por definición, y en la mente de su Fundador, la Iglesia jamás podrá ser y ejercer de opresora. Siempre será liberadora. 6). El creyente, por creyente, ni sólo ni fundamentalmente tendrá que “poner siempre la otra mejilla”, ser y comportarse a perpetuidad como sordo y mudo, y de profesión conformista , aguantar y “ver, oír y callar”.
. Se da la impresión, frecuente y documentada, de que los seglares- seglares, miembros del Pueblo de Dios, no son, o apenas si son, consultados por los de la jerarquía eclesiástica a la hora de dictaminar y reconvertir en mandamientos de la Ley comportamientos propios de su estado. Política, sexo, familia, economía, profesiones, trabajo, oficios y la mayoría de las actividades sustantivamente laicales se regulan y se tornan “morales o “inmorales” por curias, obispos y curas, que no tienen la más remota idea y práctica de lo que su ejercicio es y comporta. Por muy jerarcas que se sea, y por mucho que pueda alardearse de que están asistidos de gracias especiales, los laicos son y serán los verdaderos expertos en estos temas y a quienes les asiste de verdad la Palabra de Dios. En este contexto es de lamentar que con tanta frecuencia los mismos seglares lleguen a la conclusión de que la jerarquía parece empeñada en disentir de la opinión de la mayoría, actuando por oficio con autoritarismo doctrinal y falta de diálogo.
. Pero precisamente en el territorio del diálogo aparece como praxis y doctrina común de los hombres de la Iglesia el afianzamiento en sus posiciones, que revisten de doctrinales y, en ocasiones, hasta de dogmas de fe. El diálogo no es asignatura fuerte en las disciplinas y en la educación religiosa. La importancia del dato es de tal envergadura, que la inexistencia o poca fiabilidad del mismo en la sociedad civil actual, con lastimosa mención para la política y la familia, es posible que se achaque también a la carencia de referentes sacros. Comportarse, e intentar educar, hoy sin que se convierta en meta el consenso y el pacto, y no la discusión por discusión y el desacuerdo, es mortal de necesidad y pervierte los fines de instituciones tan serias como la misma Iglesia. Revestidos por dentro y por fuera de ornamentos tan distanciadotes, y con tanto poder, incapacita para el diálogo con el común de los mortales.
. Extraña sobremanera que con el número de obispos, sacerdotes, frailes y monjes /as que todavía se registra en la Iglesia española, actuando además, y sobre todo “en el nombre de Dios”, no sean muchos más los jóvenes a los que les entusiasmen el trabajo vocacional y la dedicación religiosa. Otras religiones y organizaciones cuentan con muchos menos activistas y medios, y de vez en cuando hacen notar su presencia con tanta o más actividad.
. En cualquier situación y tiempo de la vida de la Iglesia es provechoso actualizar ideas como estas: 1) La credibilidad de la Iglesia dependerá en gran parte del afán de liberarle a Cristo y al Evangelio de no pocos cristianos y de otros tantos eclesiásticos.2) Educar para la crítica, y la autocrítica, es principio elemental evangélico al que no se le profesa fervorosa devoción dentro de la Iglesia, de tal forma que sistemáticamente es computado como falta de respeto y como pecado. 3) ”Esto es así, pero no se puede decir” suele ser “norma de prudencia eclesiástica” que, por supuesto, ni debiera ser “norma” , y menos “eclesiástica”. 4) No toda palabra eclesiástica es de por sí palabra evangélica y, por tanto, “Palabra de Dios”. A tales palabras les sobran además muchos tonos y parágrafos característicos de los pergaminos y los documentos .5) Por definición, y en la mente de su Fundador, la Iglesia jamás podrá ser y ejercer de opresora. Siempre será liberadora. 6). El creyente, por creyente, ni sólo ni fundamentalmente tendrá que “poner siempre la otra mejilla”, ser y comportarse a perpetuidad como sordo y mudo, y de profesión conformista , aguantar y “ver, oír y callar”.