Domingo 32 del tiempo ordinario,
ciclo C
Lc 20,27-38
Jesús nos presenta, en el evangelio de este domingo, al Dios de la vida. La pregunta malintencionada de los saduceos le da pie para hablarnos de un Dios que «
no es Dios de muertos, sino de vivos». El Dios de Jesús es un Dios que está siempre al lado de su pueblo, es el «
Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob», un Dios que se hace presente en la historia de su pueblo, un Dios cercano, un Dios de vida.
Dios ama a cada uno de nosotros de una forma singular, individual, personal. Por eso se hace presente en nuestras vidas, en nuestra cotidianidad, en nuestra historia personal, pero también en la comunitaria y eclesial. Y también, por esta razón, por amor, desea que disfrutemos eternamente de su amor, del amor compartido, pleno, total.
Esta visión de la otra vida no tiene nada de alienante, todo lo contrario. Es una vida que se convierte en continuidad con ésta, y sólo así tiene sentido. Dios se hace presente en nuestras vidas, aquí y ahora, y nos ofrece vivir según su plan amoroso. El decirle, con mi vida, sí, significa que empiezo ya a compartir ese amor con los demás, con cada hombre y cada mujer, a los que considero mis hermanos, y esto es el anticipo de la Vida, con mayúsculas, donde el amor será la única puerta de entrada posible.
Javier Velasco-Arias