Dios viaja en autobús
Dios viaja en autobús podría ser el título de este comentario. Como muchos de ustedes saben, una asociación de “ateos” ha contratado, primero en Londres, y ahora en Barcelona, la aparición de este anuncio en algunos autobuses urbanos: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”. Parece ser que la asociación hace gestiones en Valencia, Madrid y Bilbao para desarrollar la misma campaña.
La iniciativa de esta asociación es una noticia menor, pero tiene su importancia por lo que significa. En primer lugar está la cuestión de su derecho a expresar con libertad unas convicciones sobre Dios. Nada que objetar. Muy bien. Dicen que “probablemente” no existe. Por tanto, rigurosamente hablando, no son ateos. Como ven, se ponen a cubierto con el “probablemente”. Hacen bien. Es más inteligente decirlo así.
Es interesante, además, que algo así ocurra en nuestras sociedades. Demuestra que eso de las libertades civiles tiene un alto grado de verdad entre nosotros. No siempre, claro está. ¡Qué mal llevamos que nos cuestionen en nuestras convicciones políticas y religiosas! Decimos que no somos gente de partido e iglesia, pero nos cuesta un triunfo dialogar sobre la nación o Dios, por ejemplo, sin discutir y alterarnos. Así que por lo que representa de libertad de pensamiento y expresión, nada que objetar.
Sin embargo, sí que tengo reservas. La primera es muy sutil y no le voy a dar una importancia exagerada. En una administración pública laica, y si se trata de empresas de transporte públicas, laicas tienen que ser sus actuaciones. Así que, a mi juicio, esas empresas no podrían contratar la exposición de mensajes religiosos o antirreligiosos en sus autobuses. Si las empresas son privadas, la cosa es distinta, y habría que ver las condiciones del contrato, pero en principio son libres para hacerlo o no.
Mi discrepancia más profunda es, sin embargo, con la segunda parte del anuncio. “Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Es decir, porque “probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
Y yo me pregunto, ¿quién les ha dicho a estos señores que la fe en Dios provoca preocupaciones vanas, y no, por el contrario, paz, dicha, y coraje interior ante la vida? Yo doy fe de esto. Modestamente, claro está. Y me pregunto, ¿quién les ha dicho a estos señores que la fe en Dios aleja del disfrute inteligente de la vida? Son convencionales.
Y sigo, ¿por qué no hablamos de qué es disfrutar y despreocuparse? A lo mejor nos encontramos con que hay que reprochar a la religión tal o cual exageración. Lo afirmo. Veamos cuáles. Pero a lo mejor descubrimos, también, que estos señores llaman “disfrutar y despreocuparse” a consumos inútiles o a vivir como si los otros no existieran. El problema, entonces, ya no es Dios, sino que no queremos saber nada de nadie fuera de nuestro círculo privado, y la conciencia moral, ¡religiosa o civil!, nos molesta. Y esto sí que no.
En un mundo cada día más abierto y conocedor de cómo viven los otros, la corresponsabilidad de unos con otros es mayor, y el silencio sobre la desgracia ajena, o el disfrute que no alcanza a otros, o el gozo que arruina el planeta, es injusto para ateos, creyentes y agnósticos.
Por tanto, hablar de Dios, sí o no, es distinto a hablar de “qué preocupaciones tenemos y qué es disfrute de la vida”. Son asuntos que tienen su entidad específica, cada uno, y que con el sí o el no a Dios los podemos interpretar de modo peculiar, pero no contrario. Porque la persona y sus derechos, y especialmente los de las más débiles, están ahí como una exigencia moral y social, ineludible. Nos demos pie a confusiones en esto.
Así que, amigos míos, creyentes y no creyentes, una cosa es que afirmemos o neguemos a Dios, y otra que podamos dejar de preocuparnos y disfrutar de la vida sin aclarar qué significa esto en relación a nosotros mismos y ¡a los otros!
De hecho, por poner un ejemplo, en las finanzas y negocios “tan rápidos como obscuros” que hemos conocido recientemente, mucha gente ha obedecido con fervor a lo que dice el anuncio, “dejar de preocuparse y disfrutar de la vida”, y así nos va a los demás. No conviene confundir el no a Dios, con una vida sin preocupaciones y plena de disfrute, ¡es ridículo!, y menos todavía, con el no al compromiso con la dignidad y derechos iguales propios y ajenos. El anuncio no lo hace, pero lo puede provocar.
La iniciativa de esta asociación es una noticia menor, pero tiene su importancia por lo que significa. En primer lugar está la cuestión de su derecho a expresar con libertad unas convicciones sobre Dios. Nada que objetar. Muy bien. Dicen que “probablemente” no existe. Por tanto, rigurosamente hablando, no son ateos. Como ven, se ponen a cubierto con el “probablemente”. Hacen bien. Es más inteligente decirlo así.
Es interesante, además, que algo así ocurra en nuestras sociedades. Demuestra que eso de las libertades civiles tiene un alto grado de verdad entre nosotros. No siempre, claro está. ¡Qué mal llevamos que nos cuestionen en nuestras convicciones políticas y religiosas! Decimos que no somos gente de partido e iglesia, pero nos cuesta un triunfo dialogar sobre la nación o Dios, por ejemplo, sin discutir y alterarnos. Así que por lo que representa de libertad de pensamiento y expresión, nada que objetar.
Sin embargo, sí que tengo reservas. La primera es muy sutil y no le voy a dar una importancia exagerada. En una administración pública laica, y si se trata de empresas de transporte públicas, laicas tienen que ser sus actuaciones. Así que, a mi juicio, esas empresas no podrían contratar la exposición de mensajes religiosos o antirreligiosos en sus autobuses. Si las empresas son privadas, la cosa es distinta, y habría que ver las condiciones del contrato, pero en principio son libres para hacerlo o no.
Mi discrepancia más profunda es, sin embargo, con la segunda parte del anuncio. “Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Es decir, porque “probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
Y yo me pregunto, ¿quién les ha dicho a estos señores que la fe en Dios provoca preocupaciones vanas, y no, por el contrario, paz, dicha, y coraje interior ante la vida? Yo doy fe de esto. Modestamente, claro está. Y me pregunto, ¿quién les ha dicho a estos señores que la fe en Dios aleja del disfrute inteligente de la vida? Son convencionales.
Y sigo, ¿por qué no hablamos de qué es disfrutar y despreocuparse? A lo mejor nos encontramos con que hay que reprochar a la religión tal o cual exageración. Lo afirmo. Veamos cuáles. Pero a lo mejor descubrimos, también, que estos señores llaman “disfrutar y despreocuparse” a consumos inútiles o a vivir como si los otros no existieran. El problema, entonces, ya no es Dios, sino que no queremos saber nada de nadie fuera de nuestro círculo privado, y la conciencia moral, ¡religiosa o civil!, nos molesta. Y esto sí que no.
En un mundo cada día más abierto y conocedor de cómo viven los otros, la corresponsabilidad de unos con otros es mayor, y el silencio sobre la desgracia ajena, o el disfrute que no alcanza a otros, o el gozo que arruina el planeta, es injusto para ateos, creyentes y agnósticos.
Por tanto, hablar de Dios, sí o no, es distinto a hablar de “qué preocupaciones tenemos y qué es disfrute de la vida”. Son asuntos que tienen su entidad específica, cada uno, y que con el sí o el no a Dios los podemos interpretar de modo peculiar, pero no contrario. Porque la persona y sus derechos, y especialmente los de las más débiles, están ahí como una exigencia moral y social, ineludible. Nos demos pie a confusiones en esto.
Así que, amigos míos, creyentes y no creyentes, una cosa es que afirmemos o neguemos a Dios, y otra que podamos dejar de preocuparnos y disfrutar de la vida sin aclarar qué significa esto en relación a nosotros mismos y ¡a los otros!
De hecho, por poner un ejemplo, en las finanzas y negocios “tan rápidos como obscuros” que hemos conocido recientemente, mucha gente ha obedecido con fervor a lo que dice el anuncio, “dejar de preocuparse y disfrutar de la vida”, y así nos va a los demás. No conviene confundir el no a Dios, con una vida sin preocupaciones y plena de disfrute, ¡es ridículo!, y menos todavía, con el no al compromiso con la dignidad y derechos iguales propios y ajenos. El anuncio no lo hace, pero lo puede provocar.