Obedecer y mandar en la Iglesia

Se queja el Sr. Cardenal Primado, D. Antonio Cañizares, de que la Iglesia, al igual que la sociedad española, también sufre divisiones y que está “como desgarrada y hecha jirones”. Subrayo el como, porque tiene su importancia. He visto titulares de prensa que lo quitan. No estoy de acuerdo. Insisto. Hay que darle importancia a ese adverbio de modo. Me dirá alguno que son argucias del lenguaje eclesiástico o juicios indefinidos que siempre dejan una puerta de salida. No digo nada; sólo que la frase dice “como desgarrada y hecha jirones”. Me gustan estas precisiones. Me dicen, “es igual”. Y digo, “sí, como colocar las piezas de un puzzle en cualquier lugar”.

Más profundamente, un comentario a vuela pluma. Desde luego que hay mucha diversidad de posiciones en la Iglesia y esto genera dificultades y, a veces, hasta conflictos. Pero, ¿cuántas veces estas situaciones vienen complicadas y agravadas porque falta en quienes tienen el ministerio de gobierno el don de integrar a los diferentes y las diferencias en la fraternidad de la Iglesia? Queremos resolver las diferencias a golpe, ¡perdón!, de posiciones pastorales y doctrinales harto conservadoras, siempre mirando con miedo a lo nuevo y distinto. No leemos el Evangelio con la mínima libertad, sino a la defensiva, espiritualizándolo en lo posible, y marcando el terreno de nuestras competencias ante la sociedad. Poca libertad, menos gratuidad y escasa encarnación. Se oyen cantos de sirena que llaman a los que tienen el ministerio de gobierno a ser rotundos, firmes y, si preciso es, drásticos con el derecho canónico en la mano. Curiosa tentación la de querer obrar bien reproduciendo los modos de gobierno del mundo. ¿Es que la claridad evangélica nos viene regalada con sólo mirar a la neoescolástica? ¿Es qué la sencillez evangélica podemos confundirla con la simpleza en las ideas y el sometimiento en las relaciones? Sé que nadie puede abusar de la libertad evangélica o que puede confundirla con sus personales filias y fobias, pero tengo para mí que, en este momento, el mayor peligro lo corren quienes en el ministerio de gobierno quieren acertar encajonando el cristianismo en un cauce de paredes rocosas y casi tocando el cielo. Es posible que su conciencia personal se sienta más serena, pero ¿cuánto no sufren las bienaventuranzas? No juzgo intenciones, hablo de lo que resulta cotidianamente como colectividad eclesial en los pueblos de occidente.

La otra dirección que yo apuntaría, tiene que ver con un hecho mayor de nuestra cultura pública. Los cristianos, ordenados o no, somos contemporáneos de la cultura democrática y miembros de esa sociedad. Por mucho que sepamos de las diferencias entre la Iglesia y la sociedad, nosotros somos ciudadanos de mentalidad democrática, hijos de la cultura de los derechos (y deberes) humanos. Lógicamente, esto no vamos a dejarlo en la puerta de las Iglesias. ¡A Dios gracias! Lo cual significa que para los cristianos de hoy, el debate de ideas y razones es connatural a su pertenencia a cualquier colectividad. Si la Iglesia no sabe articular bien esta nueva conciencia general de sus miembros y no acierta a ordenar con mediaciones de participación y gobierno concretos el pluralismo inconfortable que genera, tenemos un problema. Tampoco podemos pretender evitárnoslo por medio de apelaciones voluntariosas a la caridad fraternal entre todos. Luego si no acertamos con la salida, vamos a seguir dando palos de ciego entre la exhortación a la obediencia de los Srs. Obispos y “el encogerse de hombros” de muchos sectores cristianos. Supongo que no es fácil darle forma a esto, y hasta me dirán que ahí están los Consejos de Pastoral y otros. Es verdad, pero su servicio efectivo está todavía muy condicionado por la concentración del poder en la Iglesia y por el escaso hábito de trato con el pluralismo que arrastran los encargados del ministerio de gobierno en la comunidad. Sin duda la cosa es profunda y tiene que ver con las reglas, pero los hábitos y actitudes en las personas considero que en la Iglesia son determinantes; y los hábitos y actitudes son todavía, y mayoritariamente, entre paternalistas y autoritarios. En conciencia y queriendo lo mejor para la Iglesia, desde luego, pero paternalistas y autoritarios. Tenemos que corregir. Y aprender a obedecer, se me dirá. Y aprender a mandar, repito por mi parte. Obedecer es muy difícil, pero saber mandar, lo es más.
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