Semana de violencias y olvidos
La semana que termina ha estado plagada de actos de violencia gratuita e inexplicable. Un joven alemán de 17 años irrumpe en su antigua escuela y mata a quince chicos y chicas, junto a algún profesor y otras personas. En Alabama, Estados Unidos, un señor mata a once personas, antes de suicidarse. Entre nosotros, la violencia más extrema contra las mujeres es noticia un día sí y otro también. Algo de esto de observa incluso en la escuela. Y en la política, vivimos con el miedo de que ETA reaparezca o nos sorprendemos con la vuelta de una parte del IRA en el Ulster.
Cada caso es distinto y tiene su explicación particular. Explicar es distinto de justificar. No nos equivoquemos. En nosotros hay un instinto de violencia. Controlado en casi todos y casi siempre, gracias a la cultura que nos hace civilizados; somos personas con inteligencia y razón. Pero en nuestro código genético está la huella de que ayer corríamos por el monte; el pelo de la dehesa, se suele decir; hay un fondo de animalidad en nosotros que está ahí, siempre con posibilidades de imponerse. En algunos está huella violenta de nuestros genes se convierte en enfermedad y locura; en otros muchos, los más entre los violentos, esta semilla de violencia estalla sin el control propio de las personas, para imponer sus exigencias y matar “si preciso es”. Por tanto, violencia gratuita siempre va a haber, pero podemos empeñarnos en que sea la mínima posible y tenemos buenas razones para justificarlo.
Sin duda la reflexión sobre qué hay detrás de todo esto es compleja. Yo sigo pensando que una de las claves está en que nuestra cultura alimenta las reacciones violentas como comportamientos normalizados. ¡Es normal, no es para tanto, -se dice-, así es la vida, es divertido, tiene su morbo, es la libertad de expresión, es arte! Toda la oferta audiovisual en que la violencia gratuita y brutal prima de manera descarada se sostiene en esos argumentos. O en este otro: Hay más violencia en la vida que en el cine, y es más obscena la vida que los juegos audiovisuales; y lo peor de todo, las guerras, el hambre y la exclusión, la política internacional y el dinero en los mercados. Esto sí que es violencia y obscenidad.
Este modo de criticar las barbaridades del mundo no me parece fuera de lugar, pero la respuesta no puede ser el “y tú más”. O sea, como hay tanta violencia consentida en la vida oficial, no vamos a denunciar dónde, cuándo y cómo, sino que ya estamos justificados para cualquier cosa en la vida particular y en el comercio. O sea, siempre decimos que hay otro más bárbaro que nos justifica para serlo nosotros a nuestra escala. Curiosa forma de denunciar la injusticia y de avanzar moralmente. Inaceptable.
El mundo está lleno de violencia gratuita, en su organización y política, en sus mercados y decisiones; no sólo hay violencia social, hay también reglas y pactos, pero sí, hay mucha violencia gratuita y cruel. Pienso en los pueblos del Sur, no sólo, pero en ellos primero, y tiemblo al hablar de todo esto. Pero, ¿alguien puede dudar de que la respuesta social y moral tiene que venir por el camino del aprendizaje que nos humaniza en la familia, en la escuela, en el barrio y en los medios, y en las estructuras sociales, por supuesto?
¿Es que no vemos que esto tiene que traducirse en límites y valores fuertes al educar, al hacer cine, al escribir, al hablar, al dibujar o al cantar, y en las estructuras sociales, por supuesto? ¿Es qué no vemos que contra las mentalidades violentas no vale callarnos porque son mi familia, mi país, mi grupo social, mi religión, mis colegas, mis intereses? ¿Es que no vemos que si se trivializa la violencia, la gente no reacciona ante las víctimas de las más crueles, como ha pasado con el 11M, al margen de los intereses políticos en juego?
Si la gente que crea imagen y sonido, letra y teatro, dibujo e historias, radio o cine, escultura o reflexión, filosofía o teología, no cree en el servicio humano de su creatividad, si termina imitando la falta de principios de aquello mismo que critica, su trabajo es más de lo mismo, en la misma bola de nieve de la violencia cruel y gratuita.
El arte, la comunicación, el dibujo, los juegos, ¡internet!, son realidades autónomas, pero siempre referidas a la dignidad de la persona y sus derechos más fundamentales; en caso contrario, si lo ignoran, se convierten en parte de una cloaca. Así de claro.
El arte y el saber, sin referencias éticas, igual que la política, es una cloaca de imágenes muertas. Diré la palabra, para que me entiendan, es “una mierda”. Perdón.
Cada caso es distinto y tiene su explicación particular. Explicar es distinto de justificar. No nos equivoquemos. En nosotros hay un instinto de violencia. Controlado en casi todos y casi siempre, gracias a la cultura que nos hace civilizados; somos personas con inteligencia y razón. Pero en nuestro código genético está la huella de que ayer corríamos por el monte; el pelo de la dehesa, se suele decir; hay un fondo de animalidad en nosotros que está ahí, siempre con posibilidades de imponerse. En algunos está huella violenta de nuestros genes se convierte en enfermedad y locura; en otros muchos, los más entre los violentos, esta semilla de violencia estalla sin el control propio de las personas, para imponer sus exigencias y matar “si preciso es”. Por tanto, violencia gratuita siempre va a haber, pero podemos empeñarnos en que sea la mínima posible y tenemos buenas razones para justificarlo.
Sin duda la reflexión sobre qué hay detrás de todo esto es compleja. Yo sigo pensando que una de las claves está en que nuestra cultura alimenta las reacciones violentas como comportamientos normalizados. ¡Es normal, no es para tanto, -se dice-, así es la vida, es divertido, tiene su morbo, es la libertad de expresión, es arte! Toda la oferta audiovisual en que la violencia gratuita y brutal prima de manera descarada se sostiene en esos argumentos. O en este otro: Hay más violencia en la vida que en el cine, y es más obscena la vida que los juegos audiovisuales; y lo peor de todo, las guerras, el hambre y la exclusión, la política internacional y el dinero en los mercados. Esto sí que es violencia y obscenidad.
Este modo de criticar las barbaridades del mundo no me parece fuera de lugar, pero la respuesta no puede ser el “y tú más”. O sea, como hay tanta violencia consentida en la vida oficial, no vamos a denunciar dónde, cuándo y cómo, sino que ya estamos justificados para cualquier cosa en la vida particular y en el comercio. O sea, siempre decimos que hay otro más bárbaro que nos justifica para serlo nosotros a nuestra escala. Curiosa forma de denunciar la injusticia y de avanzar moralmente. Inaceptable.
El mundo está lleno de violencia gratuita, en su organización y política, en sus mercados y decisiones; no sólo hay violencia social, hay también reglas y pactos, pero sí, hay mucha violencia gratuita y cruel. Pienso en los pueblos del Sur, no sólo, pero en ellos primero, y tiemblo al hablar de todo esto. Pero, ¿alguien puede dudar de que la respuesta social y moral tiene que venir por el camino del aprendizaje que nos humaniza en la familia, en la escuela, en el barrio y en los medios, y en las estructuras sociales, por supuesto?
¿Es que no vemos que esto tiene que traducirse en límites y valores fuertes al educar, al hacer cine, al escribir, al hablar, al dibujar o al cantar, y en las estructuras sociales, por supuesto? ¿Es qué no vemos que contra las mentalidades violentas no vale callarnos porque son mi familia, mi país, mi grupo social, mi religión, mis colegas, mis intereses? ¿Es que no vemos que si se trivializa la violencia, la gente no reacciona ante las víctimas de las más crueles, como ha pasado con el 11M, al margen de los intereses políticos en juego?
Si la gente que crea imagen y sonido, letra y teatro, dibujo e historias, radio o cine, escultura o reflexión, filosofía o teología, no cree en el servicio humano de su creatividad, si termina imitando la falta de principios de aquello mismo que critica, su trabajo es más de lo mismo, en la misma bola de nieve de la violencia cruel y gratuita.
El arte, la comunicación, el dibujo, los juegos, ¡internet!, son realidades autónomas, pero siempre referidas a la dignidad de la persona y sus derechos más fundamentales; en caso contrario, si lo ignoran, se convierten en parte de una cloaca. Así de claro.
El arte y el saber, sin referencias éticas, igual que la política, es una cloaca de imágenes muertas. Diré la palabra, para que me entiendan, es “una mierda”. Perdón.