Servir sin cerrar el paso. La edad de los Obispos
Responderé a una pregunta sobre Obipos que me llegó no importa de dónde. Me resisto normalmente a reflexionar sobre aspectos que se refieran inmediatamente a los Obispos y no sólo a tal o cual preferencia en su ministerio pastoral. Y esto mismo, con cuentagotas, pues no quiero que la teología pastoral y moral parezcan estar preocupadas por tal o cual persona con autoridad en la Iglesia, y no por la vida de la gente, de la gente más sencilla en particular.
Tan alejado estoy de algunas cuestiones que me suena a nuevo que el Papa Benedicto XVI haya planteado la oportunidad de retrasar de los 75 a los 78 años la edad de los Obispos para presentar la renuncia canónica como titulares de sus Diócesis. Tal vez se quiera sacar consecuencias del hecho de que hoy mucha gente envejece mejor, y entre nosotros, los eclesiásticos, personas con vidas en principio ordenadas y sin excesos físicos, cabe pensar que esta novedad es más común. Cabe pensar así y en otras razones que sin duda habrá, todas ellas “razonables”.
Pero todo esto tiene su contrapunto. El problema no es que haya una persona o veinte que llegan a los 75 años con una vitalidad y sabiduría envidiables, y por tanto que están en plenitud de facultades para lo que haga falta; como Obispos, incluido el de Roma, como profesores, como párrocos o como responsables de lo que sea; el problema es que a su lado va a haber docenas de personas que no están en condiciones de hacer lo mismo que los anteriores y que, sin embargo, la ley les ampara en igualdad; porque la ley es igualdad normativa para todos; y aquí es donde hay que ponderar y decidir. Yo creo que 75 años es una edad bien cumplida para aceptar el cese en las más altas responsabilidades de la Iglesia. No me parecería mal una diferencia simbólica en esto; por ejemplo, asegurando esta facultad hasta los 80 años en el caso del Obispo de Roma, el Papa. Desde el punto de vista personal, me refiero al “ánima” de esas personas, yo creo que con 75 años la gente tiene que estar con ganas de librarse de responsabilidades de gestión y gobierno.
Cabría pensar, además, en algún tipo de servicio pastoral, reglado y reconocido en la Iglesia, que permitiera a ese caudal de sabiduría, el de esas personas, expresarse como “consejo pastoral”. Hoy en día no se puede despreciar el “capital humano y de conocimientos” en ninguna institución; y en la Iglesia, en cualquiera de sus instituciones, tampoco.
Más profundamente, y trascendiendo lo personal, lo que cada persona Obispo, o Párroco, o Profesor, puede sentir por su cargo, yo creo que es vital que nos preguntemos y decidamos en función de las necesidades pastorales de la comunidad y del mundo. Me explico. Lo primero es la consideración de las necesidades de la Iglesia Local a la que servimos. Estas iglesias tienen órganos pastorales de representación de los creyentes y de expresión de primacías pastorales.
Es lógico que los Obispos disciernan honestamente si se sienten por edad capaces estar en primera línea y “tirar del carro”. Bien sabemos todos, ¡es verdad!, que no es una cuestión de edad, ¡sólo!, y que las dificultades pueden venir por el carácter de las personas, la formación teológica, las luchas curiales, etc; pero nos entendemos; la edad se suele decir, no perdona, y hay un momento en que la vida nos saca del campo de juego y nos lleva a la grada. Ha llegado nuestra hora de opinar y animar sin tener que dirigir y decidir. ¡No sé por que cuesta tanto; algún día, no tan lejano, lo explicaré!
Y luego hay otro aspecto de la cuestión que es el mundo. El mundo tiene sus carencias y excesos, y tiene su sabiduría. Es evidente que ha habido un tiempo en que sólo valía “lo joven”; más que los jóvenes, “lo joven”, lo que tiene apariencia de tal. Bien, felizmente, hemos visto que en ello había mucho papanatismo, y que la sabiduría de los profesionales de más edad, sus conocimientos y síntesis de vida, eran muy importantes.
Pero, también, ese mundo sabe que las instituciones dirigidas por ancianos, a menudo enfermos, pagan el precio de que nunca llegan a tiempo a casi nada; no se equivocan tanto, ni se precipitan, pero llegan tarde. En el mundo de los objetivos cuantificables, esto es imposible. En otros mundos, como el de los conocimientos, las artes, la religión y hasta el ético, el tiempo tiene menos importancia, pero sigue siendo un criterio de acierto histórico. Puede dejar muchas víctimas morales por el camino.
En suma, no he reivindicado la jubilación pastoral de nadie a los 65 años, pues tengo entendido que lo nuestro es una “vocación”. Pero creo necesario saber retirarse a tiempo de los más altos ministerios de gobierno en la Iglesia. Creo que servir puede ser sinónimo de dejar que otros más jóvenes hagan a tiempo lo que les corresponde. 75 años para los Obispos está "más que bien".
Tan alejado estoy de algunas cuestiones que me suena a nuevo que el Papa Benedicto XVI haya planteado la oportunidad de retrasar de los 75 a los 78 años la edad de los Obispos para presentar la renuncia canónica como titulares de sus Diócesis. Tal vez se quiera sacar consecuencias del hecho de que hoy mucha gente envejece mejor, y entre nosotros, los eclesiásticos, personas con vidas en principio ordenadas y sin excesos físicos, cabe pensar que esta novedad es más común. Cabe pensar así y en otras razones que sin duda habrá, todas ellas “razonables”.
Pero todo esto tiene su contrapunto. El problema no es que haya una persona o veinte que llegan a los 75 años con una vitalidad y sabiduría envidiables, y por tanto que están en plenitud de facultades para lo que haga falta; como Obispos, incluido el de Roma, como profesores, como párrocos o como responsables de lo que sea; el problema es que a su lado va a haber docenas de personas que no están en condiciones de hacer lo mismo que los anteriores y que, sin embargo, la ley les ampara en igualdad; porque la ley es igualdad normativa para todos; y aquí es donde hay que ponderar y decidir. Yo creo que 75 años es una edad bien cumplida para aceptar el cese en las más altas responsabilidades de la Iglesia. No me parecería mal una diferencia simbólica en esto; por ejemplo, asegurando esta facultad hasta los 80 años en el caso del Obispo de Roma, el Papa. Desde el punto de vista personal, me refiero al “ánima” de esas personas, yo creo que con 75 años la gente tiene que estar con ganas de librarse de responsabilidades de gestión y gobierno.
Cabría pensar, además, en algún tipo de servicio pastoral, reglado y reconocido en la Iglesia, que permitiera a ese caudal de sabiduría, el de esas personas, expresarse como “consejo pastoral”. Hoy en día no se puede despreciar el “capital humano y de conocimientos” en ninguna institución; y en la Iglesia, en cualquiera de sus instituciones, tampoco.
Más profundamente, y trascendiendo lo personal, lo que cada persona Obispo, o Párroco, o Profesor, puede sentir por su cargo, yo creo que es vital que nos preguntemos y decidamos en función de las necesidades pastorales de la comunidad y del mundo. Me explico. Lo primero es la consideración de las necesidades de la Iglesia Local a la que servimos. Estas iglesias tienen órganos pastorales de representación de los creyentes y de expresión de primacías pastorales.
Es lógico que los Obispos disciernan honestamente si se sienten por edad capaces estar en primera línea y “tirar del carro”. Bien sabemos todos, ¡es verdad!, que no es una cuestión de edad, ¡sólo!, y que las dificultades pueden venir por el carácter de las personas, la formación teológica, las luchas curiales, etc; pero nos entendemos; la edad se suele decir, no perdona, y hay un momento en que la vida nos saca del campo de juego y nos lleva a la grada. Ha llegado nuestra hora de opinar y animar sin tener que dirigir y decidir. ¡No sé por que cuesta tanto; algún día, no tan lejano, lo explicaré!
Y luego hay otro aspecto de la cuestión que es el mundo. El mundo tiene sus carencias y excesos, y tiene su sabiduría. Es evidente que ha habido un tiempo en que sólo valía “lo joven”; más que los jóvenes, “lo joven”, lo que tiene apariencia de tal. Bien, felizmente, hemos visto que en ello había mucho papanatismo, y que la sabiduría de los profesionales de más edad, sus conocimientos y síntesis de vida, eran muy importantes.
Pero, también, ese mundo sabe que las instituciones dirigidas por ancianos, a menudo enfermos, pagan el precio de que nunca llegan a tiempo a casi nada; no se equivocan tanto, ni se precipitan, pero llegan tarde. En el mundo de los objetivos cuantificables, esto es imposible. En otros mundos, como el de los conocimientos, las artes, la religión y hasta el ético, el tiempo tiene menos importancia, pero sigue siendo un criterio de acierto histórico. Puede dejar muchas víctimas morales por el camino.
En suma, no he reivindicado la jubilación pastoral de nadie a los 65 años, pues tengo entendido que lo nuestro es una “vocación”. Pero creo necesario saber retirarse a tiempo de los más altos ministerios de gobierno en la Iglesia. Creo que servir puede ser sinónimo de dejar que otros más jóvenes hagan a tiempo lo que les corresponde. 75 años para los Obispos está "más que bien".