Si no me amas, te mato

El terrible “asesinato” de esa chica llamada Marta, en Sevilla, a manos de su exnovio, y luego, al parecer, tirada a las aguas del Guadalquivir por el autor del crimen con la ayuda de algunos amigos, se presta a la conmoción, el silencio y la ley, más que a la palabra. Se han vertido tantas opiniones y se ha jugado tanto con el morbo en algunas televisiones, que da miedo aproximarse al caso, aunque sea con las mejores intenciones.

La verdad es que el caso, otro más en la larga lista de la violencia de género contra las mujeres, (normalmente), refleja un grado tal de maldad que nos cuesta reconocer que una persona pueda hacer esto. Sólo las bestias pueden actuar así, decimos. Y es cierto. Sólo las bestias recurren a la violencia irracional, y aún esto, con matices, pues el animal más violento suele actuar por instinto de supervivencia, lo cual no deja de ser un principio de explicación.

Ahora bien, los humanos tenemos un alto concepto de nosotros mismos; nos decimos seres incomparablemente únicos como especie y como individuos. Es cierto. Lo somos. Pero nosotros somos igualmente animales inteligentes con los instintos del animal a flor de piel. En grados muy distintos, por razones genéticas y culturales, el instinto de responder con violencia a quienes nos contrarían, se manifiesta de manera muy diversa en cada uno de nosotros.

Normalmente, hemos aprendido a controlar las reacciones más violentas, obedeciendo a una conciencia moral de respeto a la humanidad de los otros y, así, de respeto a uno mismo. Es un equilibrio más precario del que creemos éste de la conciencia moral que nos hace humanos, ¡nos expresa como humanos!, frente al arquetipo violento e irracional que nos recuerda nuestra animalidad de fondo. En algunos de nosotros este equilibrio no se logra bien, y a veces se rompe de forma brutal, y este fracaso genera una catástrofe a su alrededor. Estamos ante las víctimas de una actuación animal.

Mil veces nos hemos preguntado por cuál es la razón de este fracaso de la conciencia moral, de la razón humana que se respeta y respeta a los otros, en estos asesinos, y mil veces hemos tenido que responder que cada caso es peculiar, primero, y, segundo, que todos los casos representan, un fracaso educativo y social, ¡ cuando no un fracaso biológico!, que obedece a muchas causas e implica a muchos grupos, desde la familia al colegio, desde los amigos al barrio, desde los medio a las drogodependencias, etc.

Si algo puedo aportar todavía, yo estoy pensado en estos aspectos. Uno ya está dicho. El ser humano tiene los instintos animales a flor de piel y se dan bastantes casos, cargados de gran tensión, en que la conciencia moral no los domina. Existen lo que llamamos los desequilibrios graves del siquismo y como tal hay que contar con ellos. A la gente “cuerda” esto no le gusta oír.

Pero otro aspecto capital es afirmar que el ser humano que comete una acción criminal aberrante, es un ser humano siempre, antes, durante y después de cometerlo. Así, de todos podemos exigir comportamientos humanos, de todos podemos esperarlos, ¡con las debidas cautelas en ciertos casos!, y a todos confiamos en poder recuperarlos. A algunos seres humanos hay que vigilarlos como a un animal, pero siempre hay que exigirles, tratarlos y esperar de ellos comportamientos humanos.

Y el último aspecto, la violencia de genero contra las mujeres obedece a un patrón común en toda violencia absoluta y animal; alguien, una persona, se cree dueña de algo o alguien de manera absoluta; dueña de otra persona, “su pareja”, dueña de una imagen idealizada de sí mismo, “el macho”, dueña de una verdad absoluta sobre su país, “la nación”, el bien, “la fe”,… siempre hay algo o alguien que el verdugo cree de su propiedad y por lo que decide matar.

Tiene un componente de enfermedad sicológica, pero no vamos a ocultar que en el origen hay un fracaso absoluto de la educación de su conciencia en el respetarás a los otros como lo más sagrado y decisivo que existe. Y aquí, cada unos de nosotros sabe de su responsabilidad, pero la familia es el primer eslabón de una cadena cada vez más larga y débil. Es la familia, es la escuela, es la televisión, el cine, y los media, es el barrio y la sociedad, es la moda…

Para mí, estos casos, son un grito absolutamente nítido sobre nuestra condición animal de fondo, para que no se nos olvide, y sobre el fracaso moral que amenaza siempre a todas las sociedades; y también a la nuestra, a una sociedad que comercia con todo lo que pasa por sus manos, y que extiende la idea de que todo es éticamente opcional.

Así, cualquier joven malcriado, o adulto envenenado, puede crecer con la idea de que él decide qué personas tienen o no derecho a vivir cuando no corresponden a su sentimientos de amor. Normalmente, la irracionalidad moral se refiere a personas, pero puede ser a naciones, banderas y creencias.

Aprenderemos poco a poco. Aunque sea a golpes, con idas y venidas en la conciencia moral. Pero, ¿quién resarcirá a las víctimas, hablando de tejas abajo?
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