El "amor" en clave de justicia social: no sólo, pero también.

No sé si Ustedes tienen ganas de volver sobre la cuestión del pacto de respeto y justicia social que es una sociedad democrática. Repito, pacto de respeto a las personas y las ideas, sí, como dicen los (neo)liberales, y de justicia social, sí, como añadimos sus críticos. Cuando nos ocupan asuntos como nuestro dinero y nuestro trabajo, cuesta mostrar la importancia de los bienes sociales inmateriales. La libertad y la democracia, los derechos y deberes humanos de todos con todos, y para todos, la conciencia moral y la laicidad son asuntos vitales; pero son asuntos que tienen ese algo que los hace prescindibles cuando nos apuran las cuestiones materiales.

El ser humano es una realidad espiritual capaz de imaginar y plasmar eso que llamamos belleza, emoción y arte de mil maneras. Pero si se tuercen las cosas y nos vemos en situaciones difíciles, somos capaces de lo peor, casi todos, y dejamos de lado lo importante para atender a lo inmediato, todos. Un inconveniente laboral o familiar, un problema de salud, una incertidumbre en nuestro trabajo, nos hace mirar la vida muy a ras de suelo para tratar de ver cómo sobrevivir de cualquier modo.

Por eso hay que ser muy realista y justo al juzgar las vidas ajenas más tiradas y míseras. Si nos hacen daño, es lógico que reclamemos de la ley que nos proteja contra ellos. No quiero que nadie me atraque en la calle. Tampoco en el banco, en la empresa o en el médico, claro está. Pero por lo demás, hay que ser muy precavido antes de condenar a nadie por su vida “arruinada”, por más que nos desazone; y es que no sabemos ni dónde nació, ni qué se encontró en su casa, ni qué oportunidades tuvo, ni con qué culpa está en esa situación. Esto lo podemos entender mejor en tiempos de crisis, pues vemos el problema mucho más cerca de nosotros.

Valga este rodeo para decir que cuando la vida aprieta y nos amenazan los problemas económicos, todos nos volvemos más prácticos y más desconfiados, nuestras miras son más cortas y nuestros anhelos más de andar por casa. El ser humano decía es capaz de soñar mucha belleza, pero salvo algunos artistas, la mayoría de nosotros sólo soñamos con lo bello cuando tenemos garantizada la comida y el trabajo. Y cuanto más poder social y económico tenemos, más pragmáticos y peligrosos nos volvemos en la defensa de lo que consideramos nuestro.

Por eso los “tirados de la vida”, cuando son muchos, nos presionan y lo arreglamos con una “ayuda de emergencia social” o “una pensión no contributiva”, pero si el que presiona tiene “bancos o grandes empresas”, entonces nos da un vuelco el corazón, porque éstos no se salvan con una “renta básica”, y si se hunden, nos llevan por delante. Al menos eso pensamos. Pero no quiero hablar ahora económicamente, sino de cómo es la vida para cada uno y con qué facilidad puede cambiar nuestra “suerte”. ¿Aprenderemos algo al hablar de aquéllos que nos parecieron desechos humanos hasta ayer?

Si todavía quieren volver a la cuestión del principio, la cuestión de los grandes valores que sostienen el pacto de respeto y justicia social en una sociedad democrática, les diré que esas convicciones son siempre muy importantes. Aunque parezca que aquí cada uno va a la suya, sin contemplaciones, es cierto, pero no es toda la verdad social. No puede ser toda la verdad social.

Ahora hablo como observador de la moral, cristiana y civil, ¡de toda moral que lo sea!, y de la ley que hace posible convivir en tiempos difíciles. Cada persona y grupo tiene que decir lo que ve y lo que le pasa, pero también sabemos que son tiempos de austeridad proporcional. De cada uno según sus posibilidades. Es tiempo de escuchar a todos, pero también, y más, es tiempo de vigilar a los que más pueden, los dueños del capital, la administración pública que gestiona nuestro presupuesto, los empresarios, los profesionales más cualificados, los especialistas y trabajadores con trabajos fijos y bien remunerados… Me dejo muchos nombres. Póngalos Usted, de verdad. Porque el instinto humano es la estampida, escapar y salir indemne del peligro.

Hay que escuchar a todos, que cada uno cuente lo que le pasa, pero hay que vigilar más a quienes más pueden, y exigir de todos en proporción a sus posibilidades. Las posibilidades crean responsabilidades. Así es en la vida social. Otra cosa, no es vida social, sino dictadura del miedo, equilibrio del terror. Puedo exagerar en las palabras, pero saben en qué pienso. Tiempo democrático, tiempo de vigilar y exigir a los que más pueden, ¡si les parece lo digo en primera persona, a los que más podemos!, que suelen ser lo que más lloran y antes quieren ponerse a cubierto. La democracia es esto, de todos en proporción a sus posibilidades, para que el pacto de respeto a las ideas no se separe del pacto por justicia social. Cuando “crecemos”, destaca más lo de la libertad económica individual, cuando sufrimos, el protagonista es la justicia social.

Éste es el tiempo político de los que gobiernan pensando en la justicia social. Solos, poco pueden hacer, pero sin una apuesta obsesiva por la justicia social, por una democracia de la justicia en el reparto de las oportunidades limitadas que tenemos, los gobernantes y los emprendedores se vuelven superfluos. Éste sí que es el tiempo democrático de los gobernantes de talla.
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