La "moral social cristiana" de Benedicto XVI
Combatir la pobreza, construir la paz, ha sido el título del siempre esperado mensaje del Papa en la Jornada Mundial de la Paz (1 de Enero de 2009). No ha querido faltar a la cita Benedicto XVI y lo ha hecho con un texto muy elaborado. Perfectamente cabe pensar que hay detrás un borrador muy adelantado de lo que puede ser una encíclica social sobre una globalización conducida por la solidaridad. No lo sé. Como se habla tanto de ella, se me ha ocurrido esta idea.
Digo también que por lenguaje y por la exposición concreta de diversas temáticas, en particular las referidas al desarrollo, el comercio y las finanzas, es obvio que algunos expertos han brindado el borrador de buena parte del texto. Esto hace que algunos pasajes más técnicos, como lo nn 10 y 11, ¡entre otros!, sean bastante técnicos y, a la vez, “ambiguos”. En general la redacción de los pasajes más técnicos, los relacionados con el análisis de las estructuras sociales y de las exigencias “políticas” para dignificarlas, abusan de un lenguaje que carece de mordiente, es decir, ese que se expresa siempre como deseo, propósito, invitación, etc.
Todo el conjunto tiene a mi juicio un estilo que no se corresponde con el lenguaje y sintaxis de la Deus caritas est, por ejemplo. Sí el fondo, claro está; por ejemplo, en su número 15, ¡estamos ya en la conclusión!, el Santo Padre vuelve sobre una idea que le es muy querida, y que a mí, ¡mis disculpas!, siempre me ha parecido falta de equilibrio para abordar con garantías “la injusticia social”; en él se reclama “el amor preferencial por los pobres”, a la luz de la primacía de la caridad, realizado por la Iglesia, preferentemente a través de sus hijos, y por todos los hombres de buena voluntad, ante todo por la conversión de sus actitudes y la implicación de cada uno (n 13). Estoy de acuerdo, cómo no, pero el enfoque del cambio estructural tiene que ser más nítido y rotundo, ¡incluyendo cómo afecta a la Iglesia”!, y así me parecía haberlo visto incorporado a la moral cristiana, tras la GS, por Pablo VI y Juan Pablo II. Son acentos, desde luego, pero deberían tener menos que ver con las sensibilidades de uno u otro pontífice.
De hecho, el texto está construido bajo la pauta de la primacía moral y espiritual de los pobres; lo reconoce en el título y a ella apela a medida que va creciendo en sus análisis; de manera que esta primacía moral en la consideración de las pobrezas más graves que nos afectan y de la globalización en que se inscriben, tiene que marcar la percepción de ellas, su jerarquía, su valoración moral y la implementación de medidas. Pero, ya lo he dicho, este subrayado de “las pobrezas y los pobres” uno lo percibe más claramente al final del texto, sobre todo al citar a Juan Pablo II, (n15), y menos en los números anteriores del mensaje; y también es claro que la referencia a Juan Pablo II, en concreto, sobre las exigencias estructurales, y no sólo personales, de la lucha contra la injusticia social contemporánea, en concreto, la cita de la Centesimus annus 58, supera de lejos la carga política de todo el mensaje.
El mensaje recorre las expresiones de pobreza padecida que hoy más destacan en nuestro mundo y las va situando moralmente en la perspectiva de la dignidad trascendente del ser humano (n 2). Y la primera de todas ellas, el aborto como eliminación de los seres humanos más pobres (n 3); las pandemias, y el SIDA en particular, causa dramática de muchas pobrezas, y con difícil arreglo si no se afrontan los comportamientos morales con los que está relacionada la difusión de este virus (n 4); la pobreza de los niños, las víctimas más vulnerables cuando la familia entra en crisis (n 5); la relación de despilfarro de medios que conlleva el gasto militar desbocado (n 6); la crisis alimentaria que se ensaña con los pobres y que procede de la especulación y la concentración de riqueza en los lugares desarrollados (n 7).
Y, sin embargo, la lucha contra las pobrezas no puede declinar; y en su centro, una globalización más humana, es decir, guiada por la solidaridad global, y por tanto, por un código ético común fundado en la naturaleza humana, y en la implicación comprometida de cada hombre (n 8).
El comercio internacional y las transacciones financieras han mostrado siempre sus pros y contras; pero, hoy, el primero está siendo injusto con los países pobres, sobre todo, de África (n 9); y el segundo, las finanzas, están demostrando su olvido en la función originaria de ser el puente para impulsar la producción y crear empleo a largo plazo (n 10).
El desarrollo económico, ¡que nadie lo olvide, y ha sido un lugar común de la enseñanza social de la Iglesia!, requiere formación de las personas, iniciativa social y creación de riqueza. Para redistribuir riqueza, hay que crearla (n 11: el texto es obscuro), mediante un crecimiento razonable (n 14).
Todo ello requiere tener en cuenta primero a los pobres(n 13), incorporarlos a una participación general, la de la sociedad civil, en todos los planos de la vida social (n 12). Es la sociedad civil la que tiene que cobrar primacía ante el mercado y el Estado.
A la Iglesia y los cristianos, ¡qué nadie lo olvide!, en todo, y siempre, y en primer lugar, nos mueve la preocupación por los pobres y el mandato del Seños, “dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). A partir de sus situaciones, combatiendo las pobrezas, somos constructores de la paz.
Digo también que por lenguaje y por la exposición concreta de diversas temáticas, en particular las referidas al desarrollo, el comercio y las finanzas, es obvio que algunos expertos han brindado el borrador de buena parte del texto. Esto hace que algunos pasajes más técnicos, como lo nn 10 y 11, ¡entre otros!, sean bastante técnicos y, a la vez, “ambiguos”. En general la redacción de los pasajes más técnicos, los relacionados con el análisis de las estructuras sociales y de las exigencias “políticas” para dignificarlas, abusan de un lenguaje que carece de mordiente, es decir, ese que se expresa siempre como deseo, propósito, invitación, etc.
Todo el conjunto tiene a mi juicio un estilo que no se corresponde con el lenguaje y sintaxis de la Deus caritas est, por ejemplo. Sí el fondo, claro está; por ejemplo, en su número 15, ¡estamos ya en la conclusión!, el Santo Padre vuelve sobre una idea que le es muy querida, y que a mí, ¡mis disculpas!, siempre me ha parecido falta de equilibrio para abordar con garantías “la injusticia social”; en él se reclama “el amor preferencial por los pobres”, a la luz de la primacía de la caridad, realizado por la Iglesia, preferentemente a través de sus hijos, y por todos los hombres de buena voluntad, ante todo por la conversión de sus actitudes y la implicación de cada uno (n 13). Estoy de acuerdo, cómo no, pero el enfoque del cambio estructural tiene que ser más nítido y rotundo, ¡incluyendo cómo afecta a la Iglesia”!, y así me parecía haberlo visto incorporado a la moral cristiana, tras la GS, por Pablo VI y Juan Pablo II. Son acentos, desde luego, pero deberían tener menos que ver con las sensibilidades de uno u otro pontífice.
De hecho, el texto está construido bajo la pauta de la primacía moral y espiritual de los pobres; lo reconoce en el título y a ella apela a medida que va creciendo en sus análisis; de manera que esta primacía moral en la consideración de las pobrezas más graves que nos afectan y de la globalización en que se inscriben, tiene que marcar la percepción de ellas, su jerarquía, su valoración moral y la implementación de medidas. Pero, ya lo he dicho, este subrayado de “las pobrezas y los pobres” uno lo percibe más claramente al final del texto, sobre todo al citar a Juan Pablo II, (n15), y menos en los números anteriores del mensaje; y también es claro que la referencia a Juan Pablo II, en concreto, sobre las exigencias estructurales, y no sólo personales, de la lucha contra la injusticia social contemporánea, en concreto, la cita de la Centesimus annus 58, supera de lejos la carga política de todo el mensaje.
El mensaje recorre las expresiones de pobreza padecida que hoy más destacan en nuestro mundo y las va situando moralmente en la perspectiva de la dignidad trascendente del ser humano (n 2). Y la primera de todas ellas, el aborto como eliminación de los seres humanos más pobres (n 3); las pandemias, y el SIDA en particular, causa dramática de muchas pobrezas, y con difícil arreglo si no se afrontan los comportamientos morales con los que está relacionada la difusión de este virus (n 4); la pobreza de los niños, las víctimas más vulnerables cuando la familia entra en crisis (n 5); la relación de despilfarro de medios que conlleva el gasto militar desbocado (n 6); la crisis alimentaria que se ensaña con los pobres y que procede de la especulación y la concentración de riqueza en los lugares desarrollados (n 7).
Y, sin embargo, la lucha contra las pobrezas no puede declinar; y en su centro, una globalización más humana, es decir, guiada por la solidaridad global, y por tanto, por un código ético común fundado en la naturaleza humana, y en la implicación comprometida de cada hombre (n 8).
El comercio internacional y las transacciones financieras han mostrado siempre sus pros y contras; pero, hoy, el primero está siendo injusto con los países pobres, sobre todo, de África (n 9); y el segundo, las finanzas, están demostrando su olvido en la función originaria de ser el puente para impulsar la producción y crear empleo a largo plazo (n 10).
El desarrollo económico, ¡que nadie lo olvide, y ha sido un lugar común de la enseñanza social de la Iglesia!, requiere formación de las personas, iniciativa social y creación de riqueza. Para redistribuir riqueza, hay que crearla (n 11: el texto es obscuro), mediante un crecimiento razonable (n 14).
Todo ello requiere tener en cuenta primero a los pobres(n 13), incorporarlos a una participación general, la de la sociedad civil, en todos los planos de la vida social (n 12). Es la sociedad civil la que tiene que cobrar primacía ante el mercado y el Estado.
A la Iglesia y los cristianos, ¡qué nadie lo olvide!, en todo, y siempre, y en primer lugar, nos mueve la preocupación por los pobres y el mandato del Seños, “dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). A partir de sus situaciones, combatiendo las pobrezas, somos constructores de la paz.