¿Hay más víctimas que las de ETA?
Amigo, recibo tu correo y te respondo con unas consideraciones sobre el problema. También a vuela pluma. Te agradezco antes la confianza que me manifiestas y la bondad con que me juzgas. Me gustaría ser más claro en cada cuestión que trato, pero mi cabeza empieza a ver diferencias en el “caso de marras”, me entra la vena de las sutilezas, y concluyo de una manera algo menos “evidente” de lo que quisiera. No obstante, a fe que intento ser cada día más claro, sin perder el respeto por la complejidad de los problemas humanos. ¡Qué poco nos gusta aceptar esta complejidad! La gente se pone mala.
El caso que tú me planteas, como bien dices, conlleva algunas ambivalencias que no es fácil reconocer. Me refiero al concepto “víctimas”, identificado con las “víctimas de ETA”, “víctimas del terrorismo de ETA”. Éste es un significado fundamental. Hoy el más fundamental. Las razones son claras. Se trata de personas que han padecido, están padeciendo (o, por desgracia, según parece, van-vamos a padecer), las consecuencias del terror sobre las vidas de sus seres más queridos, o sobre sus propias vidas y libertades, y esto en una situación de democracia, mayoritariamente aceptada como tal por el pueblo vasco, y, se trata de acciones violentas desarrolladas por otros ciudadanos del mismo pueblo. Dicho de otro modo, lo que agrava su condición de víctimas es que no cabe hablar de una situación de guerra, de postguerra o de dictadura, sino de democracia discutida en aspectos concretos, pero reconocida fundamental, práctica y mayoritariamente por el pueblo vasco; en tal caso, que unos ciudadanos (ETA), en acciones violentas contra el parecer moral y político de la inmensa mayoría de su sociedad, violen los derechos de otros ciudadanos, y que lo hagan, en general, eligiendo a esos ciudadanos en representación de cualquier otro que piense como ellos, hace de las víctimas de ETA unas víctimas extraordinariamente injustas. Se podría decir que las han matado en nuestro nombre, en nuestro lugar, y que lo han hecho, lo están haciendo, otros conciudadanos, no un Estado fascista o similar.
Dicho, así, es clara la cuestión. Pero claro, habría que ver el caso de todas las víctimas de ETA, y entonces, todo sería igual de ilegítimo; el uso de la violencia terrorista sería igual de inaceptable, pero no podría ocultarse que los casos son distintos, que ha habido víctimas muy comprometidas no sólo en la persecución de ETA, sino, a veces, de todo lo que tuviese que ver con “lo vasco”, o víctimas con posiciones políticas poco democráticas en una sociedad pluralista y diversa, o víctimas que ellas mismas han visto y callado, o consentido la tortura... La mayoría de las víctimas, no conozco ningún estudio serio, corresponde al tipo de los que “estaban en el lugar más peligroso en el momento más inoportuno, como pudiste ser tú o yo”; algunas parecen tener “un pasado” policial o político poco digno; en todos los casos el terror contra ellos es ilegal e inmoral. En este sentido, siempre son incondicionalmente inocentes, y víctimas en nuestro nombre, pero cada caso es distinto, de hecho. Con todo, hablar de estas cosas, establecer estas diferencias, resulta políticamente imposible y moralmente no veo condiciones claras, hoy, para un análisis libre y serio. Al estar tanta gente amenazada, al estar de acuerdo en que todas las víctimas lo son injustamente, dejamos para otro momento el análisis de caso por caso, no sea que alguien se confunda y crea que dudamos de que el terror siempre es un mal mayor. Esto es lo que hay.
Sobre si no hay otras víctimas, yo sólo puedo decir que sí; tú citas en tu carta varios casos y otros citarían algunos más. ¿Se les puede llamar víctimas y hacerlo ahora? Se les puede llamar víctimas, por que lo son, pero yo preferiría siempre añadir el genitivo de “víctimas del terrorismo de ETA”, y “víctimas del terrorismo de Estado”, “víctimas de la violencia de género”, o “víctimas de la guerra civil” o de “víctimas de la dictadura franquista”, etc. Esa especie de apropiación del concepto víctimas para las del terror de ETA, es algo político más que moral. Al ser el problema que tenemos más próximo, el nuestro, y al seguir como amenaza cierta, y al provenir de conciudadanos, le da una primacía particular. Al haber tantos intereses políticos en juego en él, y al haber sido ignorado socialmente tanto tiempo, se ha constituido en una expresión de “víctimas” que lo ocupa todo. Te he dado razones para explicar y justificar su primacía, pero no así su exclusividad. Se puede y se debe hablar de otras víctimas, probando en qué sentido lo son, qué se les debe y a qué aspiran. Deberíamos cuidar no entrar en comparaciones o competiciones de derechos y reconocimientos entre víctimas; menos aún, en manipulaciones políticas, pero esto es casi imposible; con todo, el derecho a manifestarse como víctimas, con sus causas y aspiraciones, está ahí, y es legítimo. ¿Dónde poner la raya? Parece lógico que donde haya personas que hayan tenido una experiencia radical de injusticia en sus propias carnes, o en las de los suyos y por ellos conocidos, son víctimas. La raya histórica de la guerra, pero sobre todo, de la dictadura franquista por ser dictadura, parece muy lógica.
Y ¿hay víctimas del terrorismo de Estado? Y ¿víctimas en ETA y entre los familiares de ETA? Hay algunas víctimas del terrorismo de Estado, y hay que decirlo siempre; pero la inmensa mayoría de los detenidos o fallecidos, son personas que han sufrido o sufren las consecuencia de una recta aplicación de la ley democrática. Sus sufrimientos merecen compasión humana, pero no son víctimas de la violencia, propiamente hablando, sino de la fuerza de la ley democrática. Su situación es dolorosa, siempre, y legal y justa, en la inmensa mayoría de los casos.
Y ¿no hay un exceso en el apoyo político y social que hoy están recibiendo las víctimas del terrorismo de ETA? Les debíamos mucho, pero sí hay un abuso político en su utilización por ciertos partidos, sobre todo el PP, y un abuso político en algunas de las pretensiones políticas de las asociaciones de víctimas ante la sociedad. Yo creo que la sociedad, en todas sus posiciones políticas, tiene que pensar si unos objetivos democráticos pueden plantearse cuando ETA está matando por ellos. Yo creo que lo primero es el final de ETA. Comprendo las razones de otros que ven la acción política democrática de otro modo. De hecho, hay que denunciar que buena parte de los que dicen que mientras ETA exista, sus objetivos son inmorales, son los mismos que defienden que, en una situación de paz democrática, esos objetivos han de seguir siendo ilegales e ilegítimos. Así no vale. Yo, sin embargo, mantengo que ya es claro que primero es el final de ETA y luego la política que abra todos los caminos que la sociedad le reclame. Con todos los pactos que se necesite, pero sin proyectos constitucionales contra la voluntad mayoritaria de los vascos. (Hablamos de ellos). Se llame como se llame, éstos tendrían que decidir expresamente su futuro político.
Por fin, ¿podrían las instituciones universitarias de la Iglesia, y otras civiles, por ejemplo, aclarar muy bien el concepto “víctimas” en todos los sentidos, definir los derechos y deberes que les corresponden en cada caso, y desde ahí fijar la dirección pastoral de la Iglesia sobre las “victimas” de todo tipo, guste o no la sociedad? Pues siento decirte que no hay muchas posibilidades. Estas distinciones que yo te he hecho, sobre todo las relativas a las víctimas del terror de ETA, darían ya para una condena de “equidistancia moral” desde los grupos políticos del Estado, y una condena de “españolismo moral”, desde amplios sectores sociales nacionalistas. La gente no gusta de la complejidad y las distinciones, aunque se ordenen de mayor a menor. Por otro lado, la marejada mediática, social, política y eclesiástica contra cualquier ampliación del concepto víctimas y, más aún contra cualquier observación sobre las de ETA, es tan grande que no hay institución académica que se enrede hoy en ese debate. Y no sólo por miedo social, sino porque la dirección de la institución al uso, académica o eclesial, lo ve innecesario mayoritariamente o, simplemente, no ve condiciones para discutir todavía sobre las clases de víctimas, y menos aún, sobre los detalles de ese hecho humano, las víctimas, y, en particular, de las víctimas del terrorismo, etc. Es una cuestión de inoportunidad moral. En particular, en cuanto a las víctimas del terrorismo, las instituciones académicas creen (creemos) que se desarrollaría una atmósfera de sospecha política y moral, donde se perdería el norte sobre lo fundamental: nadie tiene derecho a quitar la vida a nadie en una convivencia civilizada entre seres humanos. El que lo hace, comete una injusticia radical y absoluta contra sus conciudadanos, comete siempre un mal mayor. Tal es el caso de ETA con sus víctimas. El hablar de que hay más clases de víctimas y por qué lo son, pienso que es difícil, pero que estamos más preparados. ¿Cuál es la dificultad? Que lo uno lleva a lo otro. Se comienza discutiendo en un campo, y saltas sin querer al otro. No para comparar el mal, pero sí para convalidar criterios de discernimiento. Pero se puede hacer, de eso no hay duda. Y si lo haces con honestidad, obras bien. Para bastantes es ya un deber. Los entiendo.
¿Quién puede hacer ese análisis sobre las “víctimas”, si lo piensa, buscando la legitimidad, lo derechos y deberes, de las distintas víctimas? Pues, si no lo van a hacer, todavía, las instituciones, lo harán personas particulares y asociaciones cívicas que, en círculos de gente muy sincera y cabal, quieran aclararse en conciencia y adelantar, así, una información que la vida pública reclamará más tarde; como siempre, demasiado tarde para muchas víctimas. Estas asociaciones y personas merecen nuestro apoyo, siempre con el debido sentido crítico. Pienso, además, que los más interesados en depurar el concepto “víctimas”, y ampliarlo, com lo creo preciso, son las propias víctimas de cualquier mala causa, pues nada que pueda saberse, va a mermar moralmente, la injusticia radical del asesinato de los suyos, es decir, de los nuestros. Las víctimas de cualquier signo y bien fundamentado, por tanto, no compiten entre sí. Es justo defender sus causas.
Un cordial saludo, amigo
El caso que tú me planteas, como bien dices, conlleva algunas ambivalencias que no es fácil reconocer. Me refiero al concepto “víctimas”, identificado con las “víctimas de ETA”, “víctimas del terrorismo de ETA”. Éste es un significado fundamental. Hoy el más fundamental. Las razones son claras. Se trata de personas que han padecido, están padeciendo (o, por desgracia, según parece, van-vamos a padecer), las consecuencias del terror sobre las vidas de sus seres más queridos, o sobre sus propias vidas y libertades, y esto en una situación de democracia, mayoritariamente aceptada como tal por el pueblo vasco, y, se trata de acciones violentas desarrolladas por otros ciudadanos del mismo pueblo. Dicho de otro modo, lo que agrava su condición de víctimas es que no cabe hablar de una situación de guerra, de postguerra o de dictadura, sino de democracia discutida en aspectos concretos, pero reconocida fundamental, práctica y mayoritariamente por el pueblo vasco; en tal caso, que unos ciudadanos (ETA), en acciones violentas contra el parecer moral y político de la inmensa mayoría de su sociedad, violen los derechos de otros ciudadanos, y que lo hagan, en general, eligiendo a esos ciudadanos en representación de cualquier otro que piense como ellos, hace de las víctimas de ETA unas víctimas extraordinariamente injustas. Se podría decir que las han matado en nuestro nombre, en nuestro lugar, y que lo han hecho, lo están haciendo, otros conciudadanos, no un Estado fascista o similar.
Dicho, así, es clara la cuestión. Pero claro, habría que ver el caso de todas las víctimas de ETA, y entonces, todo sería igual de ilegítimo; el uso de la violencia terrorista sería igual de inaceptable, pero no podría ocultarse que los casos son distintos, que ha habido víctimas muy comprometidas no sólo en la persecución de ETA, sino, a veces, de todo lo que tuviese que ver con “lo vasco”, o víctimas con posiciones políticas poco democráticas en una sociedad pluralista y diversa, o víctimas que ellas mismas han visto y callado, o consentido la tortura... La mayoría de las víctimas, no conozco ningún estudio serio, corresponde al tipo de los que “estaban en el lugar más peligroso en el momento más inoportuno, como pudiste ser tú o yo”; algunas parecen tener “un pasado” policial o político poco digno; en todos los casos el terror contra ellos es ilegal e inmoral. En este sentido, siempre son incondicionalmente inocentes, y víctimas en nuestro nombre, pero cada caso es distinto, de hecho. Con todo, hablar de estas cosas, establecer estas diferencias, resulta políticamente imposible y moralmente no veo condiciones claras, hoy, para un análisis libre y serio. Al estar tanta gente amenazada, al estar de acuerdo en que todas las víctimas lo son injustamente, dejamos para otro momento el análisis de caso por caso, no sea que alguien se confunda y crea que dudamos de que el terror siempre es un mal mayor. Esto es lo que hay.
Sobre si no hay otras víctimas, yo sólo puedo decir que sí; tú citas en tu carta varios casos y otros citarían algunos más. ¿Se les puede llamar víctimas y hacerlo ahora? Se les puede llamar víctimas, por que lo son, pero yo preferiría siempre añadir el genitivo de “víctimas del terrorismo de ETA”, y “víctimas del terrorismo de Estado”, “víctimas de la violencia de género”, o “víctimas de la guerra civil” o de “víctimas de la dictadura franquista”, etc. Esa especie de apropiación del concepto víctimas para las del terror de ETA, es algo político más que moral. Al ser el problema que tenemos más próximo, el nuestro, y al seguir como amenaza cierta, y al provenir de conciudadanos, le da una primacía particular. Al haber tantos intereses políticos en juego en él, y al haber sido ignorado socialmente tanto tiempo, se ha constituido en una expresión de “víctimas” que lo ocupa todo. Te he dado razones para explicar y justificar su primacía, pero no así su exclusividad. Se puede y se debe hablar de otras víctimas, probando en qué sentido lo son, qué se les debe y a qué aspiran. Deberíamos cuidar no entrar en comparaciones o competiciones de derechos y reconocimientos entre víctimas; menos aún, en manipulaciones políticas, pero esto es casi imposible; con todo, el derecho a manifestarse como víctimas, con sus causas y aspiraciones, está ahí, y es legítimo. ¿Dónde poner la raya? Parece lógico que donde haya personas que hayan tenido una experiencia radical de injusticia en sus propias carnes, o en las de los suyos y por ellos conocidos, son víctimas. La raya histórica de la guerra, pero sobre todo, de la dictadura franquista por ser dictadura, parece muy lógica.
Y ¿hay víctimas del terrorismo de Estado? Y ¿víctimas en ETA y entre los familiares de ETA? Hay algunas víctimas del terrorismo de Estado, y hay que decirlo siempre; pero la inmensa mayoría de los detenidos o fallecidos, son personas que han sufrido o sufren las consecuencia de una recta aplicación de la ley democrática. Sus sufrimientos merecen compasión humana, pero no son víctimas de la violencia, propiamente hablando, sino de la fuerza de la ley democrática. Su situación es dolorosa, siempre, y legal y justa, en la inmensa mayoría de los casos.
Y ¿no hay un exceso en el apoyo político y social que hoy están recibiendo las víctimas del terrorismo de ETA? Les debíamos mucho, pero sí hay un abuso político en su utilización por ciertos partidos, sobre todo el PP, y un abuso político en algunas de las pretensiones políticas de las asociaciones de víctimas ante la sociedad. Yo creo que la sociedad, en todas sus posiciones políticas, tiene que pensar si unos objetivos democráticos pueden plantearse cuando ETA está matando por ellos. Yo creo que lo primero es el final de ETA. Comprendo las razones de otros que ven la acción política democrática de otro modo. De hecho, hay que denunciar que buena parte de los que dicen que mientras ETA exista, sus objetivos son inmorales, son los mismos que defienden que, en una situación de paz democrática, esos objetivos han de seguir siendo ilegales e ilegítimos. Así no vale. Yo, sin embargo, mantengo que ya es claro que primero es el final de ETA y luego la política que abra todos los caminos que la sociedad le reclame. Con todos los pactos que se necesite, pero sin proyectos constitucionales contra la voluntad mayoritaria de los vascos. (Hablamos de ellos). Se llame como se llame, éstos tendrían que decidir expresamente su futuro político.
Por fin, ¿podrían las instituciones universitarias de la Iglesia, y otras civiles, por ejemplo, aclarar muy bien el concepto “víctimas” en todos los sentidos, definir los derechos y deberes que les corresponden en cada caso, y desde ahí fijar la dirección pastoral de la Iglesia sobre las “victimas” de todo tipo, guste o no la sociedad? Pues siento decirte que no hay muchas posibilidades. Estas distinciones que yo te he hecho, sobre todo las relativas a las víctimas del terror de ETA, darían ya para una condena de “equidistancia moral” desde los grupos políticos del Estado, y una condena de “españolismo moral”, desde amplios sectores sociales nacionalistas. La gente no gusta de la complejidad y las distinciones, aunque se ordenen de mayor a menor. Por otro lado, la marejada mediática, social, política y eclesiástica contra cualquier ampliación del concepto víctimas y, más aún contra cualquier observación sobre las de ETA, es tan grande que no hay institución académica que se enrede hoy en ese debate. Y no sólo por miedo social, sino porque la dirección de la institución al uso, académica o eclesial, lo ve innecesario mayoritariamente o, simplemente, no ve condiciones para discutir todavía sobre las clases de víctimas, y menos aún, sobre los detalles de ese hecho humano, las víctimas, y, en particular, de las víctimas del terrorismo, etc. Es una cuestión de inoportunidad moral. En particular, en cuanto a las víctimas del terrorismo, las instituciones académicas creen (creemos) que se desarrollaría una atmósfera de sospecha política y moral, donde se perdería el norte sobre lo fundamental: nadie tiene derecho a quitar la vida a nadie en una convivencia civilizada entre seres humanos. El que lo hace, comete una injusticia radical y absoluta contra sus conciudadanos, comete siempre un mal mayor. Tal es el caso de ETA con sus víctimas. El hablar de que hay más clases de víctimas y por qué lo son, pienso que es difícil, pero que estamos más preparados. ¿Cuál es la dificultad? Que lo uno lleva a lo otro. Se comienza discutiendo en un campo, y saltas sin querer al otro. No para comparar el mal, pero sí para convalidar criterios de discernimiento. Pero se puede hacer, de eso no hay duda. Y si lo haces con honestidad, obras bien. Para bastantes es ya un deber. Los entiendo.
¿Quién puede hacer ese análisis sobre las “víctimas”, si lo piensa, buscando la legitimidad, lo derechos y deberes, de las distintas víctimas? Pues, si no lo van a hacer, todavía, las instituciones, lo harán personas particulares y asociaciones cívicas que, en círculos de gente muy sincera y cabal, quieran aclararse en conciencia y adelantar, así, una información que la vida pública reclamará más tarde; como siempre, demasiado tarde para muchas víctimas. Estas asociaciones y personas merecen nuestro apoyo, siempre con el debido sentido crítico. Pienso, además, que los más interesados en depurar el concepto “víctimas”, y ampliarlo, com lo creo preciso, son las propias víctimas de cualquier mala causa, pues nada que pueda saberse, va a mermar moralmente, la injusticia radical del asesinato de los suyos, es decir, de los nuestros. Las víctimas de cualquier signo y bien fundamentado, por tanto, no compiten entre sí. Es justo defender sus causas.
Un cordial saludo, amigo