El Secretario del General del Celam participó de la ceremonia de beatificación de los 4 mártires salvadoreños Mons. Jorge Lozano: Rutilio Grande, el jesuita cuyo martirio marcó a fuego la vida de monseñor Óscar Romero, ya es beato

Mons. Jorge Lozano
Mons. Jorge Lozano

Los mártires de este tiempo son secuestrados, torturados, asesinados. Con acusaciones falsas son manchados para desalentar y boicotear su servicio

Para quienes ejercen poderes autoritarios y defienden intereses espurios, es aceptada una Iglesia que sirva, pero sin cuestionar

Al sistema económico vinculado al poder de la avaricia le interesa una Iglesia encerrada en los Templos y las sacristías, pero no en la calle

No sólo predicaba a los campesinos oprimidos sino que también aprendió de ellos la paciencia, la laboriosidad, el rechazo de las injusticias

La beatificación de los cuatro mártires nos los asegura como intercesores ante el Padre, a la vez que nos muestra la radicalidad evangélica de sus vidas entregadas

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El Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano Monseñor Jorge Eduardo Lozano nos ofrece su reflexión después de vivir la ceremonia de beatificación de 4 mártires en El Salvador: Rutilio Grande, Manuel Solórzano, Nelson Lemos y Cosme Spessotto, un reconocimiento a la Iglesia que vivió el martirio porque tuvo claro con quien estaba comprometida y a quienes debía defender.

Este es el testimonio de Mons. Jorge Eduardo Lozano, Arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina), y Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam).

Beatificaron en El Salvador a dos laicos y dos religiosos asesinados en los años 70/80. Desde la segunda mitad del siglo XX, en América Latina, se reeditaron formas de violencia contra la fe.

Cuando escuchamos la palabra “mártires” recordamos a quienes eran arrojados a los leones, decapitados o quemados durante los primeros siglos del cristianismo. Pero desde la segunda mitad del siglo XX, en América Latina, se han vuelto a editar nuevas formas de violencia contra la fe. El modus operandi es diverso. Los mártires de este tiempo son secuestrados, torturados, asesinados. Con acusaciones falsas son manchados para desalentar y boicotear su servicio.

La palabra “mártir” es de origen griego y se traduce como “testigo”, designa a aquella persona que vio o escuchó —también en tiempo presente— y puede dar fe de ese acontecimiento. No se es testigo de abstracciones o ideas sino de acontecimientos concretos.

Los nuevos 4 mártires

El Salvador: una Iglesia martirial

El sábado 22 de enero fueron beatificados 4 mártires en El Salvador, el país del Santo Obispo Monseñor Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980. Pero no fueron solamente 4: es el reconocimiento de una Iglesia Martirial. También de modo contemporáneo se produce una persecución a los cristianos como en los primeros siglos. Me contaban que a partir de estas persecuciones violentas unos cuantos abandonaron la Iglesia Católica porque es peligroso pertenecer a ella y adhirieron a otras confesiones religiosas. Para quienes ejercen poderes autoritarios y defienden intereses espurios, es aceptada una Iglesia que sirva, pero sin cuestionar. Que organice comedores y merenderos, pero que no pregunte acerca de las causas del hambre; que se dedique a la recuperación de adictos, pero que no denuncie el avance sostenido e impune del narcotráfico; que predique de la justicia divina al final de los tiempos, pero que no se comprometa con ella ahora; que sea “hospital de campaña”, pero que no cuestione la guerra.

Al sistema económico vinculado al poder de la avaricia le interesa una Iglesia encerrada en los Templos y las sacristías, pero no en la calle. Hay una clara oposición a la dimensión social de la fe que mueve a crear un mundo nuevo desde el presente. Para los cristianos, atender a los pobres es tocar la carne sufriente de Cristo en el pueblo marginado y oprimido, excluido y confinado a vivir en condiciones infrahumanas. No es filantropía o lástima, sino un acto profundamente espiritual, religioso, de culto. Quienes combaten el compromiso social tienen una mirada corta de la fe, y la entienden como instrumento para adormecer conciencias y serenar los ánimos.

En El Salvador fueron muchos los asesinados-mártires. Desde tiempos de monseñor Romero hasta hoy fueron asesinados otro obispo, 20 sacerdotes, 3 religiosas, cientos de catequistas, agentes pastorales, miembros de las comunidades. Conocidos unos, y otros de quienes sólo familiarmente se guarda memoria. Al beatificar a 4 no se restringe un número, sino que se reconoce a muchos. Entre los más recordados en El Salvador están los 6 sacerdotes jesuitas y dos mujeres asesinados en 1989 en la UCA (Universidad Centroamericana).

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¿Quiénes son estos nuevos beatos mártires?

Tres de ellos fueron asesinados el 12 de marzo de 1977. El padre Rutilio Grande (48 años de edad, sacerdote jesuita, párroco del lugar), Manuel Solórzano (72 años, acompañaba al padre Rutilio a las Fiestas Patronales, las misas, bendiciones, a lo cual sumaba la tarea de sacristán. Un tiempo antes le habían dicho “cuídate de andar tanto con el padre Rutilio…”) y Nelson Lemos (15 años, monaguillo habitual en las diversas celebraciones). Los emboscaron y asesinaron en una ruta cuando se dirigían a celebrar misa de la novena de San José en una de las comunidades. Los tres fueron sepultados juntos de manera sencilla delante del altar del Templo de San José, lugar al que se dirigían.

El padre Rutilio fue un gran amigo de los pobres. En ellos veía a Jesús, como nos narra la parábola evangélica (Mt 25, 34-40); con ellos dialogaba, rezaba, los acompañaba en sus anhelos de liberación y de paz en un contexto muy duro de violencia ejercida por la dictadura militar en su país.

Fue formador en el Seminario, muy querido y recordado por todos los sacerdotes de los países vecinos; educador en el Externado San José y desde hacía unos cinco años párroco en comunidades campesinas en Aguilares y El Paisnal. Esta última experiencia de encuentro y servicio a los indigentes marcó su ministerio en cercanía con los más olvidados y excluidos. No sólo predicaba a los campesinos oprimidos sino que también aprendió de ellos la paciencia, la laboriosidad, el rechazo de las injusticias.

Asumió con decisión la opción por los pobres cuyas raíces están en una espiritualidad encarnada, la Palabra de Dios, el Concilio Vaticano II y su aplicación práctica expresada en el documento conclusivo de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín del año 1968. Su vida y su palabra manifestaron la dimensión profética de la fe. No era espiritualista y desencarnado, sino bien afirmado en su contexto concreto.

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En su tarea pastoral promovió la participación de los laicos, hombres y mujeres. Una de sus enseñanzas: “Amigos. Volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo. Allí se nos aclara cuando se mira turbio el horizonte de nuestro camino pastoral”

Unas cuantas veces lo habían amenazado de muerte queriendo amordazar su predicación. Pero él estaba convencido de que “en el cristianismo hay que estar dispuestos a dar la propia vida en servicio por un orden justo, por salvar a los demás, por los valores del Evangelio”. También afirmó que “el cristiano no tiene enemigos, sino hermanos y por más que sean hermanos Caínes que venden a Cristo, no los odiamos”. Apasionado por Jesús atestiguó que “Cristo está vivo entre nosotros, no nos congrega un muerto”.

Uno de sus biógrafos, Rodolfo Cardenal, recordó que el padre Rutilio Grande decía: “La sociedad tiene que ser como una mesa grande, con manteles largos para todos, donde para todos hubiera qué comer, y un lugar donde sentarse. Esta es una metáfora del Reino de los cielos, en ese sentido tiene mucho que decir en una sociedad golpeada por la desigualdad”. ¡Qué gran actualidad en el contexto de la pandemia que pone delante tantas inequidades e injusticias!

Tenía gran amistad con el Santo obispo Óscar Romero, quien vivió con profundo dolor estos asesinatos, tanto que marcaron un cambio de rumbo definitivo de su tarea pastoral y la defensa de los desfavorecidos. Ambos son importantes referencias para la Iglesia en El Salvador y en todo el continente de América Latina y el Caribe.

Como signo de protesta por estos asesinatos, monseñor Romero determinó suspender todas las misas de ese domingo y concentrarse en una única celebración exequial en la Catedral, de la cual participaron 150 sacerdotes y más de 100.000 feligreses.

Ceremonia de beatificación

En esa misa por la muerte de los tres, monseñor Romero dijo en su predicación: “El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo (…) Un sacerdote con sus campesinos, caminó con su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos”. (14 de marzo de 1977)

En la misma ceremonia fue beatificado el fraile franciscano padre Cosme Spessotto, OFM, asesinado también en El Salvador el 14 de junio de 1980 (a sus 57 años), pocos meses después del martirio de monseñor Romero. Nació al norte de Italia el 28 de enero de 1923. Su nombre de nacimiento fue Santí (que significa Santos), y al recibir el hábito franciscano asumió como nombre “Cosme”, por ser uno de los primeros mártires del cristianismo.

Denunció con firmeza las injusticias, asistía a las víctimas de la guerra civil, daba sepultura a los cadáveres que nadie reclamaba o reconocía. Varias veces le habían amenazado con anónimos, pero él no se dejó amedrentar. Cerca de las 19 horas, mientras rezaba antes de comenzar la misa, lo balearon delante del altar del templo de San Juan Nonualco.

En su testamento espiritual había escrito poco tiempo antes: “Presiento que, de un momento a otro, personas fanáticas me pueden quitar la vida. (…) Morir mártir será una gracia que no merezco. Lavar con la sangre, vertida por Cristo, todos mis pecados, defectos y debilidades de la vida pasada, sería un don gratuito del Señor. De antemano perdono y pido al Señor la conversión de los autores de mi muerte”.

El contexto político del momento en El Salvador estaba presagiando la guerra civil de 12 años que trajo la consecuencia de 75.000 muertos, pobreza, injusticia, dolor, odios y rencores.

Beatificación

Mensaje del enviado del Papa Francisco a la cuádruple beatificación

Monseñor Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de la arquidiócesis de El Salvador y primer cardenal salvadoreño, en su homilía durante la ceremonia de beatificación reavivó la gloria de la cosecha de la vida entregada de los mártires, “la alegría y el júbilo de los humildes campesinos porque la Iglesia reconoce a quienes dieron su vida”, valoró la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin a “esa guerra fraticida” que duró 12 años, instó a los jóvenes a seguir la “antorcha de los mártires”, destacó que El Salvador es el único país del mundo que lleva el nombre de Jesucristo, y que “nunca la violencia será el camino para encontrar la paz”.

Como comenzaba diciendo, la persecución y el martirio marcaron los inicios del cristianismo. En el año 197, Tertuliano escribió “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Veinte siglos después, en nuestro tiempo, sigue habiendo hombres y mujeres que son perseguidos y asesinados por odio a la fe. Catequistas, agentes pastorales militantes de derechos humanos, defensores de los pueblos indígenas, miembros de organizaciones ambientales, hermanas y hermanos que se comprometen en la liberación de las víctimas del narcotráfico y la trata de personas…

La beatificación de los cuatro mártires nos los asegura como intercesores ante el Padre, a la vez que nos muestra la radicalidad evangélica de sus vidas entregadas. Hoy seguimos estando llamados a estar cerca de los hambrientos y oprimidos del Continente, a caminar con ellos. Nos dejan un gran ejemplo a seguir. Es posible ser “Iglesia pobre para los pobres”, en salida, Samaritana, cercana, que escucha y hace propio el clamor de los pobres.

Pedimos a Dios que sean semillas de nuevos cristianos; y a los que ya lo somos, nos conceda ser apasionados por Jesús y por su pueblo.

Cardenal Gregorio Rosa Chávez

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