La sobriedad es una virtud, la avaricia es su contrario. Sin embargo no siempre es fácil ver donde está el límite entre la sobriedad y la avaricia.
El que sueña solamente en amasar sin resquicio de generosidad es un avaro. Éstos son duros con el prójimo, ninguna miseria les conmueve; su excusa es que los pobres lo son porque son unos holgazanes. Buena excusa para no tener que abrir la mano para socorrer al indigente.
Jesús en el evangelio reprocha al que sólo piensa en almacenar. San Juan Clímaco, monje ascético y maestro espiritual, compara la avaricia con la idolatría, su Dios es el dinero. Ya se decía en la antigüedad que el dinero al mudo hace hablar y al inválido caminar. También este monje de siglo sexto, dice que cuando no hay dinero los sentimientos son dulces y suaves y
cuando hay mucho dinero la mano y el corazón se cierran. Por suerte esto no siempre ocurre.
Hay personas ricas que saben desprenderse de sus bienes para socorrer al necesitado y que su mano izquierda no sabe lo que hace su derecha. No hacen ostentación de su generosidad.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.