Finalmente, los fieles también podrán alzar o juntar las manos Filipinas: Los obispos zanjan la cuestión de la postura de orante en el rezo del 'Padre Nuestro' en misa
Por fin, la Conferencia Episcopal de Filipinas (CBCP), el 14 de julio, tras su reunión y retiro anual celebrados la Diócesis de Kalibo, lugar conocido por sus hoteles de lujo y playas preciosas, han anunciado que los fieles, durante el rezo o canto del Padre Nuestro en misa, pueden elevar las manos (postura del orante, un gesto propio del presidente de la asamblea) o juntar las manos o incluso agarrándose o sosteniéndose (cuando están en alto) mutuamente las manos
| Macario Ofilada Mina
Por fin, la Conferencia Episcopal de Filipinas (CBCP), el 14 de julio, tras su reunión y retiro anual celebrados la Diócesis de Kalibo, lugar conocido por sus hoteles de lujo y playas preciosas, han anunciadoque los fieles, durante el rezo o canto del Padre Nuestro en misa, pueden elevar las manos (postura del orante, un gesto propio del presidente de la asamblea) o juntar las manos o incluso agarrándose o sosteniéndose (cuando están en alto) mutuamente las manos.
Había sido una cuestión espinosa desde hace unas décadas (al menos desde la década de los ochenta por la influencia, sobre todo, de la renovación carismática católica frente a la invasión de grupos fundamentalistas e incluso protestantes) por una costumbre o práctica que obviamente no solo se limita a estas islas. Hoy en día, el mismo gesto se repite en comunidades neocatecumenales en el archipiélago magallánico.
Pero por aquí muchas voces clericales (incluso entre los seglares, muchos de ellos nostálgicos por las formas preconciliares) que muchas veces son más clericales que los mismos clérigos, más papistas que el mismo papa, ¡hasta el punto de ostentar una mentalidad inquisitorial dado que se manchó esta Iglesia con esta a partir de la década de los ochenta! Estas mismas habían condenado esta postura de parte de los fieles, muchas veces en términos acres, con la finalidad de subrayar, que no solo en la vida privada sino incluso en la expresión de la devoción personal en las celebraciones litúrgicas, es preciso un control ‘desde arriba’. De hecho, un obispo filipino (una voz solitaria en este yermo cultural), reflejando la actitud infantil e infantilizante de muchos pastores y fieles filipinos, recientemente ha prohibido la postura de orante para los fieles en su diócesis, haciéndose eco del sentir de varios fieles sin un ápice de sentido pastoral o común. Nada de extraño para una sociedad de mucho folklore, procesiones, basílicas menores, santuarios nacionales, coronaciones pontificias o episcopales, innovaciones arquitectónicas tanto para templos como residencias parroquiales. Hay una preferencia para los escaparates eclesiales que son el cebo para pescar a los fieles simples, muy atraídos por los espectáculos en un país azotado por crisis venidas desde varios frentes, tanto de la naturaleza como de los hombres mismos.
La circular, fechada el 16 de julio de 2023, firmada por Mons. Víctor Bendico, arzobispo de Capiz y presidente de la Comisión de Liturgia de la CBCP, es una bocanada de aire fresco en este ambiente eclesial enrarecido filipino. Amén de citar la Instrucción General del Misal Romano e incluso la edición italiana del mismo, Bendico afirma que no existe ninguna norma en la tradición cristiana que proscriba la postura del orante de parte de los fieles. Tampoco la postura común entre miembros de la misma familia asistiendo juntos a la misma celebración de agarrarse las manos como símbolo de amor entre ellos. El prelado concluye su Circular pidiendo que todos los fieles crezcamos en respeto mutuo y amor fraterno. Claramente aludía el pastor capiceño a la situación crispada en la que ha surgido esta cuestión litúrgica de gran efervescencia y que había llegado a un extremo de falta de respeto en las redes sociales entre diversos grupos católicos.
Por su parte en su propia Circular, el arzobispo de Manila, el cardenal José Advíncula, ha hecho una llamada a los pastores a que respeten la opción tomada por los fieles durante el rezo o el canto del Padre Nuestro en la misa. No cabe duda de que se refería al hecho muy común, que el que suscribe estas líneas, de que varios pastores, desde los púlpitos o los altares mismos con las formas ya consagradas, regañaban a sus feligreses en misa por ‘querer imitar a los sacerdotes’ por este gesto. Lamentablemente, todo esto refleja la tendencia clerical, empezando con clérigos quienes a pesar de sus largos años en el seminario siguen siendo hombres sin educación ni tacto ni sentido común. Queda patente que por estos pagos falta una catequesis profunda acerca de la liturgia y la eclesiología, tarea que le corresponde a los pastores quienes en su mayoría se han olvidado de lo de ‘lex orandi, lex credendi’, creyéndose los dueños exclusivos de la celebración y de los bienes eclesiales. ¡Hasta el punto de definir la sinodalidad en términos de conformarse con las decisiones de los clérigos!
Un programa de vida cristiana
Advíncula también ha subrayado que el Padre Nuestro no es solo una plegaria sino un programa de vida cristiana fundado en la Buena Nueva proclamada, vivida por Jesucristo y por la cual ofreció su vida. Es un programa que ni siquiera ha despegado debido a la mentalidad clerical prevalente en la iglesia filipina. Es un programa que exige, como ha referido el purpurado manileño, una conversión hacia el fundamento que es la voluntad del Padre, cuyo fruto es el amor entre hermanos y hermanas, sostenido por las Sagradas Escrituras como gesto que demuestra la confianza en Dios (por ej. Ex 17, 8-16; 1 Rey 8, 54; 1 Tim 2,8).
Esta cuestión espinosa, con implicaciones antropológicas y sociológica, es solo la punta del iceberg. Existe un afán entre el laicado de ser como los clérigos que mandaban. Un camino ciertamente equivocado, pues los clérigos ni los laicos no pueden perder su propia identidad, por el deseo de ‘cortar el bacalao’, por así decirlo. Otra muestra del mismo afán puede verse en la conclusión de la plegaria eucarística cuando los fieles también recitan junto al presidente de la asamblea la Gran Doxología. Los laicos están en su derecho para exigir una mayor participación en la gestión eclesial. No cabe duda de que eso podría significar más transparencia, mayor eficacia, sobre todo a la luz de problemas recientes, como los escándalos financieros protagonizados por clérigos que se creían dueños de los fondos y prebendas eclesiales.
La única solución: Duc in altum! (Lc 5, 4). El problema tiene raíces profundas. Es preciso segarlas yendo a las profundidades. El clericalismo filipino vive parasíticamente de un laicado sumiso, ciego e ingenuo que enturbia las aguas por donde esta nave, que es la Iglesia filipina, navega en su historia. No es que aboguemos por el abandono de las identidades distintivas tanto de los clérigos como de los laicos. Más bien abogamos por la recuperación de la eclesiología del Pueblo de Dios, barrida debajo de la alfombra tras el pontificado de Pablo VI y que se está recuperando en el de Francisco, sobre todo con el camino sinodal. Este lo quieren controlar, definir o acaparar muchos clérigos filipinos, hasta el punto de definir la sinodalidad como caminar con ellos, caminar conforme a sus criterios. Para estos clérigos, la comunión se define en términos de obediencia a los clérigos, a las autoridades, a los mandados por Dios a la comunidad. Se trata de un modelo eclesiológico centrado en la comunión que se traduce por conformarse con los dictámenes desde arriba de los clérigos. En otras palabras, para ellos caminar sinodalmente es caminar con los pastores, sin diálogo, sin discusiones, sin protestas. Solo obediencia ciega, respeto, sumisión a la autoridad clerical.
A esta luz, no podemos negar que el respeto mostrado por la CBCP hacia la postura de orante es significativo. Puede que sea el inicio del camino hacia una Iglesia más participativa en Filipinas. No hay que olvidar que la historia ha demostrado que las grandes reformas eclesiales empiezan en las liturgias.
Teniendo en cuenta lo ya dicho hasta ahora, es de lamentar que algunas buenas iniciativas pastorales recientes de la CBCP no hayan sido adoptadas por todas las diócesis filipinas. Por ejemplo, la abolición del arancel eclesiástico, que no deja de ser un asunto litúrgico por lo de las tasas cobradas a los fieles por las celebraciones específicas. Esta medida fue adoptada por los obispos filipinos en enero de 2021 durante lo más recio de la pandemia. Desafortunadamente hay diócesis que no han adoptado estas medidas de la CBCP. Y esto a pesar de la precariedad de los tiempos debido al efecto socioeconómico de la pandemia que todavía no ha terminado. En efecto, queda patente que muchos clérigos siguen aferrados al dinero, como si lo sagrado pudiera reducirse a un comercio, con tasas fijas, obligaciones monetarias. ¡Incluso con la amenaza de cierre de las parroquias, anunciados desde los púlpitos en misas, cuando muchos filipinos han perdido su empleo desde 2020 y con una crisis económica que no mejora, sobre todo a raíz de los comicios presidenciales de 2022! Queda claro que las grandes batallas en la Iglesia tienen por escenario las celebraciones litúrgicas, el culmen y el centro de la vida eclesial como afirmara Sacrosanctum Concilium.
Queda mucho por recorrer debido a este modelo eclesiológico centrado en la casta clerical y la obediencia a ella
Queda mucho por recorrer debido a este modelo eclesiológico centrado en la casta clerical y la obediencia a ella. Sin duda con el camino sinodal, bien comprendido y emprendido (por lo que es necesaria una renovación continua y constante en la formación de los clérigos, religiosos y laicos que Mons. Honesto Ongtioco, obispo de Cubao, ha definido como la trinidad eclesial para su diócesis), la Iglesia filipina avanzará significativamente alejándose de un modelo eclesiológico clerical, si bien habrá que esperar la jubilación de los pastores aferrados al poder y al prestigio y anclados en el paso para ver resultados muy significativos.
Esta reciente circular de la CBCP, firmada por Mons. Bendico, respecto a la postura del orante es un paso hacia adelante. No cabe duda de que desencadenará un movimiento al menos discreto hacia una liturgia más demostrativa de una Iglesia participativa, dialogal y respetuosa, sin eliminar las diferencias entre clérigos, religiosos y laicos. Ha señalado la CBCP que el Padre Nuestro no es una oración presidencial, sino que es de todos. Por extensión, la liturgia es de todos, cada uno con sus roles que se ayudan y complementan, sin rivales ni subordinaciones. Poco a poco estamos en camino hacia una iglesia de todos, para todos, de diversos sectores que no son divididos en capas jerárquicas, pero con distintos dones y aportaciones que constituyen el Pueblo de Dios. En otras palabras, redescubrir y recalcar el sacerdocio común de los fieles por el bautismo en vez de insistir en los privilegios de los ordenados sin reducir la iglesia a una entidad monolítica sino que en su diversidad refleja la comunión de Dios consigo mismo en el misterio adorable del Dios Uno y Trino. Puede que en el futuro se desencadenen más iniciativas de este tipo. Sin embargo, todo ello ha de desarrollarse sin faltar nunca en la caridad, que es lo deseable para la Iglesia, como subrayara en su día el ahora san Pablo VI.
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