"No aceptemos nunca que quien busca la esperanza cruzando el mar muera sin recibir ayuda" El Papa denuncia en Bari "el gran pecado de la hipocresía de los países que hablan de paz y venden armas a los que están en guerra"
"El Mediterráneo sigue siendo un área estratégica, cuyo equilibrio también manifiesta sus efectos en otras partes del mundo"
"En este epicentro de profundas líneas de ruptura y de conflictos económicos, religiosos, confesionales y políticos, estamos llamados a ofrecer nuestro testimonio de unidad y paz"
"Tampoco podemos olvidar el conflicto, aún sin resolver, entre israelíes y palestinos, con el peligro de soluciones no equitativas y, por lo tanto, amenazantes de nuevas crisis"
"La guerra es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca"
"¿Para qué sirve una sociedad que siempre logra nuevos resultados tecnológicos, pero que se vuelve menos solidaria con quien pasa necesidad?"
"Se abre paso una sensación de miedo que lleva a elevar las defensas frente a lo que se presenta de manera instrumentalizada como una invasión. La retórica del choque de civilizaciones sólo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio"
"Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros"
"Me da miedo cuando escucho algunos discursos de algunos líderes de las nuevas formas de populismo y me hacen sentir los discursos que sembraban miedo y odio en la década del 30 del siglo pasado"es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca
"Tampoco podemos olvidar el conflicto, aún sin resolver, entre israelíes y palestinos, con el peligro de soluciones no equitativas y, por lo tanto, amenazantes de nuevas crisis"
"La guerra es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca"
"¿Para qué sirve una sociedad que siempre logra nuevos resultados tecnológicos, pero que se vuelve menos solidaria con quien pasa necesidad?"
"Se abre paso una sensación de miedo que lleva a elevar las defensas frente a lo que se presenta de manera instrumentalizada como una invasión. La retórica del choque de civilizaciones sólo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio"
"Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros"
"Me da miedo cuando escucho algunos discursos de algunos líderes de las nuevas formas de populismo y me hacen sentir los discursos que sembraban miedo y odio en la década del 30 del siglo pasado"es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca
"¿Para qué sirve una sociedad que siempre logra nuevos resultados tecnológicos, pero que se vuelve menos solidaria con quien pasa necesidad?"
"Se abre paso una sensación de miedo que lleva a elevar las defensas frente a lo que se presenta de manera instrumentalizada como una invasión. La retórica del choque de civilizaciones sólo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio"
"Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros"
"Me da miedo cuando escucho algunos discursos de algunos líderes de las nuevas formas de populismo y me hacen sentir los discursos que sembraban miedo y odio en la década del 30 del siglo pasado"es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca
"Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros"
"Me da miedo cuando escucho algunos discursos de algunos líderes de las nuevas formas de populismo y me hacen sentir los discursos que sembraban miedo y odio en la década del 30 del siglo pasado"es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca
El Papa Francisco aprovecha su estancia en Bari para lanzar uno de sus discursos proféticos para sacudir las conciencias de los poderosos a los que acusa del "gran pecado de la hipocresía", porque "hablan de paz y venden armas a los que están en guerra". Y "la guerra es contraria a la razón, es una locura y es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca". Para quebrar la dinámica de la guerra y conquistar la paz, el Papa adviedrte frente "a la retórica del choque de civilizaciones, que alimenta el odio" y reconoce que "le dan miedo los discursos que algunos líderes de las nuevas formas de populismo y me hacen sentir los discursos que sembraban miedo y odio en la década del 30 del siglo pasado"
Saludo del cardenal Bassetti
Santo Padre,
Con profunda gratitud le extiendo el cordial saludo de todas las Iglesias Católicas que se asoman a las costas del Mediterráneo y a los pueblos que representan.
Su presencia corona estos días de encuentro y reflexión, de fraternidad y de compartir. La iniciativa tiene raíces antiguas y profundas: encarna, de hecho, la visión profética de Giorgio La Pira, que desde finales de los años cincuenta había inspirado los "diálogos mediterráneos" y había anticipado el espíritu ecuménico que soplaría, entonces, con gran fuerza, en el Concilio. Según La Pira, los pueblos de los países costeros, con su pertenencia a la raíz común de Abraham, comparten una visión de la vida y del hombre que, a pesar de las profundas diferencias, está abierta a los valores de la trascendencia. Y de esto viene la visión común no sólo de lo sagrado de cada vida humana, sino también de su intangibilidad.
Con este Encuentro hemos comenzado a poner en práctica esta visión, escuchando al Señor y buscando los signos de los tiempos en las palabras y el testimonio que ofrece la presencia y la historia de cada uno. Parte de ella son las riquezas de las numerosas tradiciones litúrgicas, espirituales y eclesiológicas: riquezas que, si bien nos distinguen, contribuyen a hacer viva y preciosa la experiencia de la comunión.
El método sinodal, que ha caracterizado nuestro trabajo, marca el comienzo de un proceso que requiere de cada uno una nueva voluntad de involucrarse con un gran corazón. Esto es lo que ahora pretendemos ofrecerles, junto con un resumen de lo que ha surgido de nuestra Asamblea, para que por su Magisterio nos iluminen, provoquen y acompañen.
Gracias de nuevo, Su Santidad. Siente que puedes contar con nuestro afecto y nuestro compromiso.
Intervención del cardenal Puljic
Santo Padre,
Les saludo cordialmente y agradezco a todos los que han contribuido a organizar esta reunión, especialmente a la Conferencia Episcopal Italiana. Para nosotros los obispos, procedentes de países donde los católicos son una minoría, este "con-venir" es un signo visible de atención y fraternidad entre las Iglesias del Mediterráneo. Y hoy estamos felices de unirnos a ustedes en la Eucaristía en esta ciudad tan rica en historia y en una región, Puglia, donde también encuentro mis raíces.
Santo Padre, me complace informarle de que, en nuestro trabajo, hemos buscado la manera de hacer realidad la posibilidad de la movilidad, la igualdad y la libertad religiosa en todos los países de nuestro Mediterráneo. Como Pastores nos hemos hecho una voz del dolor y el sufrimiento de nuestras Iglesias y nuestros pueblos. En el Mediterráneo nororiental, a finales del siglo XX, vivimos, en mayor o menor medida, un invierno de asesinatos, destrucción y persecución. Pero tampoco es primavera para el Norte de África y el Medio Oriente, donde las Iglesias soportan heridas y sufrimientos, en forma de violencia, conflictos y divisiones de todo tipo, causados en gran parte por los países ricos.
Santo Padre, a todos nos rompe el corazón la partida de muchos jóvenes, causada por la guerra, la injusticia y la miseria. Sin embargo, nos consuela el hecho de que los jóvenes que se quedan muestran un valor extraordinario y un gran amor por el país y las personas con las que crecieron. También nos complace ver un gran número de personas mayores, que creen profundamente que el presente y el futuro no están principalmente en las manos de los poderosos de este mundo, sino en las de Dios. Como obispos de estos países, a menudo estamos entre los más firmes partidarios del diálogo, en términos de igualdad y amor por la Iglesia y el pueblo local.
Durante esta reunión no hablamos mucho del espíritu de secularismo y consumismo que daña internamente el alma del hombre y de las Iglesias. Recuerdo las palabras de un cardenal de Europa Occidental que, durante una visita a Sarajevo en los días difíciles de la guerra, me dijo: "No sé si es más difícil para usted ver estas iglesias demolidas o para mí ver las iglesias vendidas porque muchos católicos ya no sienten el deseo de rezar". El enemigo, Santidad, constantemente quiere representar la cultura de la muerte como la cultura de la vida y el invierno como la primavera.
Estamos felices de que, durante estos días, hemos encontrado corazones dispuestos a escuchar,
pensar con nosotros y buscar formas de cooperación y apoyo juntos. Necesitamos sentir
acompañado y apoyado por los poderosos, a quienes pedimos que trabajen más duro para la construcción de la paz, el diálogo y la cooperación. Sentimos la importancia de ser visitados por otros pastores en nuestras iglesias y de ayudarnos a encontrar maneras de llevar a cabo nuestra misión en este mundo. Nos alegramos cada vez que alguien visita nuestras Iglesias y países, mostrando a todos que no estamos solos, sino que tenemos comunidades "más grandes" y "más fuertes" que están dispuestas a defendernos y reconocernos en una relación de comunión y fraternidad.
Santo Padre, me gustaría expresar nuestra gratitud porque ha venido entre nosotros en esta ocasión. Gracias también por visitar muchas iglesias locales en países donde, como cristianos, somos menos numerosos.
¡Gracias, Santo Padre! ¡Estaremos encantados de rezar por ti!
Intervención de monseñor Pizzaballa, administrador apostólico de Jerusalén
Santo Padre, estos tres días de reflexión y oración fueron una hermosa experiencia de Iglesia, que nos acercó más concretamente. Nos escuchamos mutuamente y, sobre todo, escuchamos el grito que venía de los territorios de la orilla sur del Mare Nostrum; intercambiamos experiencias y propuestas y, finalmente, nos dimos algunas perspectivas.
a) Escuchar
En primer lugar, queríamos escuchar la realidad en la que caímos. Durante siglos, el Mediterráneo ha sido el centro de los intercambios culturales, comerciales y religiosos de todo tipo, pero también ha sido escenario de guerras, conflictos y divisiones políticas e incluso religiosas. En el presente, en lugar de disminuir, todo esto parece aumentar. Las guerras comerciales, el hambre de energía, las desigualdades económicas y sociales han hecho de esta cuenca el centro de enormes intereses. El destino de poblaciones enteras está esclavizado a los intereses de unos pocos, lo que provoca una violencia que es funcional a los modelos de desarrollo creados y apoyados en gran medida por Occidente. En el pasado, también las Iglesias -basta pensar en el período colonial- han sido funcionales a este modelo. Hoy queremos pedir perdón, en particular, por haber entregado un mundo herido a los jóvenes.
Nuestras iglesias en el norte de África y el Medio Oriente son las que pagan el precio más alto. Diezmadas en número, permaneciendo como una pequeña minoría, no renuncian, sin embargo, a las Iglesias. Por el contrario, han redescubierto lo esencial de la fe y el testimonio cristiano. Son comunidades que, incluso ante enormes dificultades e incluso persecuciones, han permanecido fieles a Cristo. El "camino de la cruz" es propio de la experiencia de las Iglesias del Mediterráneo. A este respecto, pensamos en particular en la suerte de miles de migrantes, que huyen de situaciones de persecución y pobreza y que han cambiado el rostro de muchas de nuestras Iglesias.
Las Iglesias de Oriente Medio y del Norte de África han reafirmado repetidamente que necesitan no sólo ayuda económica, sino ante todo solidaridad, que se sientan escuchadas, que alguien haga suya su difícil realidad, donde, sin embargo, también hay la luz de muchos testimonios de fidelidad y solidaridad humana y cristiana.
b) Experiencias y propuestas
¿Qué debemos hacer entonces, como Iglesias, ante todo esto? Si los modelos de desarrollo actuales someten a la persona humana al consumo y a la violencia, nuestras comunidades no dejan de construir caminos diferentes y alternativos de paz, desarrollo y crecimiento; caminos que son un testimonio de nuestro estilo cristiano de estar dentro de la realidad; caminos que ponen a la persona en el centro: en las escuelas, en los hospitales, en innumerables iniciativas de solidaridad y de cercanía a los pobres.
El diálogo es la otra forma de expresión de nuestra vida eclesial. A través del diálogo ecuménico entre las Iglesias nos comprometemos a organizar de forma permanente oraciones comunes por la paz; a establecer, donde no existan, comités interreligiosos, especialmente con los creyentes musulmanes, para llevar a cabo obras de solidaridad y de compartir juntos. Queremos hacer crecer la hermandad y la solidaridad humana y transformarla en experiencia. Esta perspectiva implica también la parresía, es decir, la franqueza en la denuncia del mal que causa la pobreza y crea situaciones estructurales de injusticia. En un contexto a menudo rico en manipulación, nuestras Iglesias desean convertirse en una voz profética de verdad y libertad.
c) Perspectivas
Por último, insistimos en el fortalecimiento de las iniciativas de conocimiento mutuo, facilitando también el hermanamiento de diócesis y parroquias, el intercambio de sacerdotes, las experiencias de los seminaristas, las formas de trabajo voluntario. "Vengan y vean" era nuestro lema. Hasta ahora, tal vez se ha hablado mucho "de las Iglesias y sus realidades". Ahora debemos pasar a "hablar con las Iglesias y sus realidades". La hospitalidad, que es típica de la cultura mediterránea, debe comenzar en primer lugar entre nosotros.
En una realidad compleja y articulada como la del Mediterráneo, pretendemos asumir sus contradicciones, aprendiendo y enseñando a vivirla con esperanza cristiana.
Estamos sólo al comienzo de un largo pero ciertamente excitante viaje.
Por eso hemos decidido seguir reuniéndonos, permanentemente, para que poco a poco, en los tiempos que el Señor nos indique, podamos construir un camino común donde pueda crecer una cultura de paz y comunión en nuestros contextos heridos y desgarrados.
Sobre nuestra disponibilidad y nuestro compromiso pedimos, Santidad, la luz de su palabra.
Texto completo del discurso del Papa en Bari
Queridos hermanos: Me alegra encontraros y os agradezco a cada uno de vosotros el haber aceptado la invitación de la Conferencia Episcopal Italiana para participar en este encuentro que reúne a las Iglesias del Mediterráneo. Podemos llamar a Bari la capital de la unidad cristiana. Cuando, en su momento, el cardenal Bassetti me presentó la iniciativa, la acepté inmediatamente con alegría, viendo en ella la posibilidad de iniciar un proceso de escucha y diálogo, mediante el cual contribuir a la construcción de la paz en esta zona destacada del mundo. Por esta razón, quería estar presente y dar testimonio del valor que tiene el nuevo paradigma de fraternidad y colegialidad, del cual vosotros sois expresión.
Considero significativa la decisión de celebrar este encuentro en la ciudad de Bari, tan importante por los lazos que mantiene tanto con Oriente Medio como con el continente africano, signo elocuente de cuán arraigadas están las relaciones entre pueblos y tradiciones diferentes. Además, la diócesis de Bari siempre ha mantenido vivo el diálogo ecuménico e interreligioso, trabajando incansablemente para establecer lazos de estima y de fraternidad mutua. No es casualidad que haya elegido reunirme aquí, hace un año y medio, con los responsables de las comunidades cristianas de Oriente Medio, para un momento importante de diálogo y comunión, que ayudase a las Iglesias hermanas a caminar juntas y a sentirse más cercanas.
En este contexto particular, os habéis reunido para reflexionar sobre la vocación y el destino del Mediterráneo, sobre la transmisión de la fe y la promoción de la paz. El Mare nostrum es el lugar físico y espiritual en el que se formó nuestra civilización, como resultado del encuentro de diferentes pueblos. Precisamente en virtud de su conformación, este mar obliga a las culturas y a los pueblos costeros a una proximidad constante, invitándolos a hacer memoria de lo que tienen en común y a recordar que sólo viviendo en armonía pueden disfrutar de las oportunidades que ofrece esta región desde el punto de vista de los recursos, de la belleza del territorio y de las diversas tradiciones humanas.
En nuestros días, la importancia de esta región no ha disminuido como consecuencia de las dinámicas determinadas por la globalización; al contrario, esta última ha acentuado el rol del Mediterráneo como encrucijada de intereses y acontecimientos relevantes desde un punto de vista social, político, religioso y económico. El Mediterráneo sigue siendo un área estratégica, cuyo equilibrio también manifiesta sus efectos en otras partes del mundo.
Se puede decir que sus dimensiones son inversamente proporcionales a su tamaño, lo que nos lleva a compararlo, más que a un océano, a un lago, como ya lo hizo Giorgio La Pira. Llamándolo “el gran lago de Tiberíades”, sugirió una analogía entre el tiempo de Jesús y el nuestro, entre el ambiente en que Él se movía y el que viven los pueblos que hoy lo habitan. Y así como Jesús obraba en un contexto heterogéneo de culturas y creencias, nos situamos en un marco multiforme y poliédrico, golpeado por divisiones y desigualdades, lo que aumenta su inestabilidad. En este epicentro de profundas líneas de ruptura y de conflictos económicos, religiosos, confesionales y políticos, estamos llamados a ofrecer nuestro testimonio de unidad y paz. Lo hacemos a partir de nuestra fe y de la pertenencia a la Iglesia, preguntándonos qué contribución podemos ofrecer, como discípulos del Señor, a todos los hombres y mujeres de la zona mediterránea.
La transmisión de la fe sólo puede sacar fruto del patrimonio del que el Mediterráneo es depositario. Es un patrimonio custodiado por las comunidades cristianas, que se reaviva a través de la catequesis y la celebración de los sacramentos, la formación de conciencias y la escucha personal y comunitaria de la Palabra del Señor. De modo particular, la experiencia cristiana encuentra en la piedad popular una expresión tan significativa como indispensable: de hecho, la devoción del pueblo es principalmente una expresión de fe sencilla y genuina. Me alegra poder citar aquella joya que es el número 48 d ella Evangelii nuntiandi de Pablo VI, donde cambia de religiosidad a piedad.
En esta región, un depósito de gran potencialidad es también el artístico, que combina los contenidos de la fe con la riqueza de las culturas y con la belleza de las obras de arte. Es un patrimonio que atrae continuamente a millones de visitantes de todo el mundo y que debe preservarse cuidadosamente, como un legado precioso que ha sido recibido “en préstamo” y que debe entregarse a las generaciones futuras.
En este contexto, el anuncio del Evangelio no puede separarse del compromiso por el bien común y nos empuja a actuar como perseverantes constructores de la paz. Hoy el área del Mediterráneo está amenazada por muchos focos de inestabilidad y guerra, tanto en Oriente Medio como en varios Estados del norte de África, y también entre diferentes grupos étnicos o grupos religiosos y confesionales. Tampoco podemos olvidar el conflicto, aún sin resolver, entre israelíes y palestinos, con el peligro de soluciones no equitativas y, por lo tanto, amenazantes de nuevas crisis.
La guerra, que destina los recursos a la compra de armas y la fuerza militar, desviándolos de las funciones vitales de una sociedad, como el apoyo a las familias, a la salud y a la educación, es contraria a la razón, según la enseñanza de san Juan XXIII (cf. Carta enc. Pacem in terris, 114; 127). En otras palabras, es una verdadera locura, porque es irracional destruir casas, puentes, fábricas, hospitales, matar personas y aniquilar recursos en vez de construir relaciones humanas y económicas. Es un sinsentido al que no podemos resignarnos nunca: la guerra nunca puede confundirse con la normalidad, ni ser aceptada como una forma ineludible para regular las divergencias y los intereses opuestos. Nunca.
El objetivo final de toda sociedad humana sigue siendo la paz, tanto que se puede reiterar: “No hay alternativa posible a la paz”[1] No existe una alternativa sensata a la paz, porque cada proyecto de explotación y supremacía degrada a quien golpea y a quien es golpeado, y revela una concepción miope de la realidad, puesto que priva del futuro no sólo al otro, sino también a uno mismo. La guerra se presenta como el fracaso de todo proyecto humano y divino: basta con visitar un lugar o una ciudad, escenarios de conflicto, para darse cuenta de cómo, a causa del odio, el jardín se convierte en una tierra desolada e inhóspita y el paraíso terreno en un infierno.
Querría añadir el gran pecado de la hipocresía: Los países hablan de paz y, después, venden armas a los que están en guerra. Eso se llama la gran hipocresía.
La construcción de la paz, que la Iglesia y todas las instituciones civiles deben sentir siempre como prioridad, tiene la justicia como premisa esencial. Esta es pisoteada cuando se ignoran las necesidades de las personas y prevalecen los intereses económicos partidistas sobre los derechos de los individuos y de la comunidad. La justicia se ve obstaculizada, además, por la cultura del descarte, que trata a las personas como si fueran cosas, y que genera y aumenta las desigualdades; así que, de modo escandaloso, en las costas del mismo mar viven sociedades de la abundancia y otras en las que muchos luchan por la supervivencia. Las innumerables obras de caridad, educación y capacitación realizadas por las comunidades cristianas contribuyen decisivamente a contrastar esta cultura. Y cada vez que las diócesis, parroquias, asociaciones, voluntarios o particulares trabajan para sostener a quienes están abandonados o necesitados, el Evangelio adquiere una nueva fuerza de atracción.
En la búsqueda del bien común —que es otro nombre de la paz— se debe asumir el criterio indicado por el mismo La Pira: dejarse guiar por las “expectativas de los pobres” 2] Este principio -que jamás puede ser identificable en base a cálculos o a razones de conveniencia—, si se toma en serio, permite un cambio antropológico radical, que hace a todos más humanos.
Por otra parte, ¿para qué sirve una sociedad que siempre logra nuevos resultados tecnológicos, pero que se vuelve menos solidaria con quien pasa necesidad? En cambio, con el anuncio del Evangelio, nosotros transmitimos la lógica por la cual no hay últimos y nos esforzamos por garantizar que la Iglesia, a través de un compromiso cada vez más activo, sea signo de la atención privilegiada a los pequeños y los pobres, porque «los miembros que parecen más débiles son más necesarios» (1 Co 12,22) y, «si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26).
Entre los que más sufren en el área del Mediterráneo, están los que huyen de la guerra o dejan su tierra en busca de una vida humana digna. El número de estos hermanos —obligados a abandonar sus seres queridos y la patria, y a exponerse a condiciones extremadamente precarias— ha aumentado a causa del incremento de los conflictos y las dramáticas condiciones climáticas y ambientales de zonas cada vez más grandes. Es fácil predecir que este fenómeno, con su dinámica histórica, marcará profundamente la región mediterránea, por lo que los Estados y las comunidades religiosas no pueden encontrarse desprevenidos. Están involucrados los países transitados por los flujos migratorios y los de destino final, pero también los gobiernos y las iglesias de los Estados de origen de los migrantes, que con la partida de muchos jóvenes ven empobrecido su futuro.
Somos conscientes de que en diferentes contextos sociales existe un sentido de indiferencia e incluso de rechazo, que hace pensar en la actitud, estigmatizada en muchas parábolas evangélicas, de aquellos que se cierran en su propia riqueza y autonomía, sin darse cuenta de quién está pidiendo ayuda con palabras o simplemente con su estado de indigencia. Se abre paso una sensación de miedo que lleva a elevar las defensas frente a lo que se presenta de manera instrumentalizada como una invasión. La retórica del choque de civilizaciones sólo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio. El incumplimiento o, en cualquier caso, la debilidad de la política y el sectarismo son causas del radicalismo y del terrorismo. La comunidad internacional se ha quedado en intervenciones militares, mientras que debería construir instituciones que garanticen la igualdad de oportunidades y lugares donde los ciudadanos tengan la posibilidad de asumir el bien común.
Por nuestra parte, hermanos, alcemos la voz para pedir a los gobiernos que defiendan las minorías y la libertad religiosa. La persecución, cuyas víctimas son sobre todo —pero no sólo— las comunidades cristianas, es una herida que nos desgarra el corazón y no puede dejarnos indiferentes.
Al mismo tiempo, no aceptemos nunca que quien busca la esperanza cruzando el mar muera sin recibir ayuda o que quien viene de lejos sea víctima de explotación sexual, sea explotado o reclutado por las mafias.
Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros. Me da miedo cuando escucho algunos discursos de algunos líderes de las nuevas formas de populismo y me hacen sentir los discursos que sembraban miedo y odio en la década del 30 del siglo pasado. De esta manera, más bien se impide el acceso a la riqueza que trae el otro y que siempre constituye una oportunidad de crecimiento. Cuando se renuncia al deseo de comunión, inscrito en el corazón del hombre y en la historia de los pueblos, se va en contra del proceso de unificación de la familia humana, que ya se está abriendo camino a través de mil adversidades.
La semana pasada, un artista turinés me envió un cuadro sobre la huida a Egipto, con un San José nada tranquilo, sino con la actitud de un refugiado sirio, con el niño a la espalda. No dulcificar el drama de Jesús Niño cuando tuvo que huir a Egipto. Lo mismo está sucediendo hoy.
El Mediterráneo tiene una vocación peculiar en este sentido: es el mar del mestizaje, “culturalmente siempre abierto al encuentro, al diálogo y a la inculturación mutua”[3] Las purezas de las razas no tienen futuro. Mirar al Mediterráneo, por lo tanto, representa un potencial extraordinario: no dejemos que una percepción contraria se difunda a causa de un espíritu nacionalista; es decir, que los Estados menos accesibles y geográficamente más aislados sean privilegiados. Sólo el diálogo nos permite encontrarnos, superar prejuicios y estereotipos, hablarnos y conocernos mejor. Una oportunidad particular, en este sentido, está representada por las nuevas generaciones, cuando se les garantiza el acceso a los recursos y se les coloca en las condiciones para convertirse en protagonistas de su camino; entonces se revelan como la savia capaz de generar futuro y esperanza. Este resultado es posible sólo cuando hay una acogida no superficial, sino sincera y compasiva, practicada por todos y en todos los ámbitos, en lo cotidiano de las relaciones interpersonales, así como en lo político e institucional, y promovida por aquellos que crean cultura y tienen una responsabilidad más relevante ante la opinión pública.
Para quien cree en el Evangelio, el diálogo no sólo tiene un valor antropológico, sino también teológico. Escuchar al hermano no es solamente un acto de caridad, sino también una forma de disponernos para oír al Espíritu de Dios, quien ciertamente actúa en el otro y habla más allá de las fronteras, donde a menudo estamos tentados a encadenar la verdad. Además, conocemos el valor de la hospitalidad: «Por ella algunos, sin saberlo hospedaron a ángeles» (Hb 13,2).
Es necesario desarrollar una teología de la acogida y del diálogo que reinterprete y vuelva a proponer la enseñanza bíblica. Puede elaborarse sólo si se hace todo lo posible por dar el primer paso y no se excluyen las semillas de la verdad que los otros también tienen. De esta manera, la comparación entre los contenidos de las diferentes religiones puede referirse no sólo a las verdades creídas, sino a temas específicos, que se convierten en puntos relevantes de toda la doctrina.
Con demasiada frecuencia, la historia ha conocido contrastes y luchas, basados en la persuasión distorsionada de que estamos defendiendo a Dios ante quien no comparte nuestra creencia. En realidad, los extremismos y los fundamentalismos niegan la dignidad del hombre y su libertad religiosa, causando una decadencia moral y alentando una concepción antagónica de las relaciones humanas. Además, es por esta razón que se necesita con urgencia un encuentro más vivo entre las diferentes religiones, impulsado por un respeto sincero y por una apuesta por la paz.
Dicho encuentro surge de la conciencia, establecida en el Documento sobre la fraternidad, firmado en Abu Dabi, de que «las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común». Incluso, con referencia a la ayuda a los pobres y a la acogida a los migrantes, se puede lograr una colaboración más activa entre los grupos religiosos y las diferentes comunidades, de modo que el diálogo esté animado por propósitos comunes y acompañado por un compromiso activo. Los que juntos se ensucian las manos para construir la paz y la acogida, ya no podrán combatir por razones de fe, sino que recorrerán los caminos del diálogo respetuoso, de la solidaridad mutua y de la búsqueda de la unidad.
Estos son los deseos que quiero comunicarles, queridos hermanos, al concluir el encuentro fructuoso y vivificante de estos días. Os encomiendo a la intercesión del apóstol Pablo, que cruzó por primera vez el Mediterráneo, afrontando peligros y adversidades de todo tipo para llevar a todos el Evangelio de Cristo. Que su ejemplo os muestre los caminos para continuar el compromiso alegre y liberador de transmitir la fe en nuestro tiempo.
Como envío, os entrego las palabras del profeta Isaías, para que os den esperanza y valentía, como también a vuestras respectivas comunidades. Ante la desolación de Jerusalén después del exilio, el profeta no dejó de vislumbrar un futuro de paz y prosperidad: «Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones» (Is 61,4). Esta es la tarea que el Señor os confía para esta amada zona del Mediterráneo: reconstruir los lazos que se han roto, levantar las ciudades destruidas por la violencia, hacer florecer un jardín donde hoy hay terrenos áridos, infundir esperanza a quienes la han perdido y exhortar a los que están encerrados en sí mismos a no temer a su hermano. Que el Señor acompañe vuestros pasos y bendiga vuestra obra de reconciliación y de paz.
________________________
[1] Discurso como conclusión del diálogo con los responsables de las Iglesias y de las comunidades cristianas de Oriente Medio, Bari, 7 julio 2018. [2] G. La Pira, «Le attese della povera gente», en Cronache sociali 1/1950. [3] Ibíd.
2 G.La Pira, 'Las expectativas de los pobres', en Crónicas Sociales, 1/1950
Agradecimiento de monseñor Desfarges, arzobispo de Argel
Santo Padre,
mis hermanos obispos me dan una gran alegría para agradecerle en su nombre.
Gracias por venir a compartir con nosotros este último día de nuestra reunión, así que
bien preparado por nuestros hermanos de la Conferencia Episcopal Italiana.
Alrededor del Mar Mediterráneo, nuestras Iglesias y nuestros pueblos se enfrentan a desafíos
muy grandes, que son entonces los de nuestro mundo actual: el desafío de la acogida de los migrantes, el desafío del diálogo interreligioso, el desafío de la ecología.
El Mediterráneo, que a lo largo de su historia ha sido un lugar de intercambio entre culturas y civilizaciones, o bien conservará su vocación de ser un mar de paz o será el cementerio de nuestros desechos y nuestros cierres.
Santo Padre, sus palabras y gestos, tan a menudo proféticos, sobre estos tres desafíos, sacuden nuestras Iglesias y las impulsan a estar cada vez más al servicio de la fraternidad entre todos, con especial atención a los más vulnerables y a los más débiles. No hay futuro en el autocierre y en los retiros nacionalistas.
Estos días son para nuestras Iglesias una ayuda para vivir entre ellas y dentro de ellas la apertura y la acogida, para ser testigos de la alegría de las bienaventuranzas.
Santo Padre, con mis hermanos obispos estoy profundamente agradecido por su ministerio como Pastor universal.
En todo el mundo, incluso en el Magreb de donde vengo, con una mayoría musulmana, sus gestos y palabras son escuchados. La gente nos dice: este Papa nos ama.
Sí, Santo Padre, su palabra pasa porque está llena de humanidad. Nos ayudáis a ser, como usted, no sólo servidores de nuestras comunidades, sino servidores de todos los habitantes de nuestro Mediterráneo, cristianos, musulmanes, judíos, buscadores de sentido, hombres y mujeres de buena voluntad.
Si sus gestos y palabras a veces suscitan resistencia, mucho más a menudo infunden una gran esperanza. Gracias por tener fe en nuestras Iglesias. Lo vimos en su mensaje con motivo de la Beatificación de los Mártires de Argelia y en su visita a Marruecos.
Gracias de nuevo, Santo Padre: que el Señor lo mantenga en la fidelidad al servicio de la unidad y la paz. Rezamos por ti, para que puedas continuar por mucho tiempo llevando a la Iglesia por el camino de ser testigo de la alegría del Evangelio.
Tras los discursos, el Papa saludó a todos los presentes, uno a uno y, después, desciende a la cripta de la basílica, padra rezar ante las reliquias de San Nicolás.