El Tratado -dice la declaración- representa "un hito histórico en el camino hacia el desarme nuclear", y "una oportunidad para volver a centrarse en una auténtica consolidación de la paz basada en el diálogo, la justicia, el respeto de la dignidad humana y el cuidado de nuestro planeta".
Los prelados, citando el discurso del Papa Francisco a la ONU, llaman a la eliminación completa de las armas nucleares un "imperativo moral y humanitario". También esperan que "los recursos gastados en la producción, el mantenimiento y la actualización de estas armas de destrucción masiva" se "reinviertan para aliviar el sufrimiento de los miembros más pobres y vulnerables de nuestra sociedad, para el bien común de todos los pueblos".
Al mismo tiempo, imploran "al gobierno que refuerce sus regulaciones de control de armas, abordando la producción y venta de más armas, que continúan destruyendo tantas vidas en todo el mundo".
Finalmente, volviendo al Señor, que creó a todos los seres humanos iguales en dignidad, los obispos rezan para que "infunda en nuestros corazones un espíritu fraternal". "Conceder", concluyen, "que podamos crear sociedades más sanas y un mundo más digno, un mundo sin hambre, pobreza, violencia y guerra".