SEIS POEMAS de Viernes Santo para el hombre de hoy
Torrijas, procesiones, playa, tele, ordenador... Si nos descuidamos, nos pasamos estos días en el coche, o en la calle, o curioseando por la pantalla ceremonias litúrgicas, espectáculos de religiosidad popular de alto valor turístico, films de temática cristiana, etc.
Por si ayudan a plantearse personalmente algunas reflexiones sobre la fe, algún compromiso con el Señor, os acerco seis hermosos poemas en los que el poeta, de alguna manera, se implica emocionalmente con el hondo misterio que celebramos.
Un camarín tenebroso.
¡Dos ramitos de azahar
–tela y talco– te acompañan,
Virgen de la Soledad!
Una luz de mariposa
pone un horrible fulgor
en las cejas y la boca
de la imagen del dolor.
Una imagen con un manto
de velludo funeral,
¡ay! una imagen que llora
gotas de limpio cristal,
y tiene oblicuas las cejas,
estirada la nariz,
desencajada la boca,
y contrahecho el perfil,
y siete enormes puñales
perforando el corazón,
hincados por aquel mismo
pueblo de la compasión.
Celebra José Moreno Villa la generosidad de la Madre, al entregarnos a su Hijo, a pesar de nuestras traiciones. Y adivina en el Hijo Ramón de Garciasol la generosa entrega al Padre. Y, con humilde devoción, confía alcanzar sabiduría y gozo, cariño y ternura, de las entrañas del Amor crucificado...
CANCIONCILLA DEL MENDIGO
Vengo a pedirte alegría
a Ti, que estás en la Cruz.
A que me consueles Tú.
A que me tiendas la mano
Tú, que las tienes clavadas
y sangras.
Dame limosna de luz,
Jesús:
¡habla!
Jesús tiene sed. Sed de agua, sed de hombres. Los hombres, como la Samaritana, tenemos sed de agua, tenemos sed de Dios. Aunque a veces no llegamos a descubrirlo en nuestras vidas. Así lo sugiere Antonio Carvajal en un extraño soneto:
TENGO SED
Desde lejos escucho unas voces clamando.
No sé qué dicen. Tengo mi corazón vacío.
Desde lejos los miro. Sé que me están mirando.
No sé qué miran. Tengo mi corazón vacío.
Desde la cima estoy sangrando, estoy clamando
y sé que no me escuchas, que me dejas, Dios mío.
Y sé que tú me miras. Sé que me estás mirando.
Pero no sé qué miras al mirarme, Dios mío.
Y tengo sed. Y tengo la boca como llaga,
la boca como tierra por la lluvia negada,
el alma como llaga de la tierra sedienta.
Y es mi cuerpo sin lágrimas una boca, una llaga,
una tierra reseca por la lluvia negada,
y es un alma sin Dios, pero de Dios sedienta.
Emocionados versos de José Jiménez Lozano un mes de primavera evocando, en buena compañía, remotos tiempos de fe y devoción, de alegría y fervor:
EL RECUERDO
Noche, casi abril,
glicinas presentidas, lilas,
las mismas flores blancas del almendro,
ausencia todavía,
oscuridad, la luna
tan alta y tan helada.
Las «boites» llenas, y los cines,
los «dancings», ni gallos ya,
pero una camarera,
con su blanco delantal y cofia,
recordó súbitamente: «Por ahora
debió Él de morir, por primavera.
¿Usted se acuerda?»
Y me miró tímidamente,
ojos tan glaucos, mas ¿me acordaba
yo? La noche
estaba fría y húmeda,
nos alzamos los cuellos y anduvimos.
«¡Era tan niño, cuando le amaba tanto!», dije;
y ella aseguró que aún le amaba,
y rió como una niña.
¿Quién no recuerda, casi de memoria, estos sugerentes versos de León Felipe? Los dos palos de la cruz, dos direcciones, hacia Dios, hacia la tierra, polo norte, polo sur de nuestra bitácora existencial:
MÁS SENCILLA
Más sencilla, más sencilla.
Sin barroquismo,
sin añadidos ni ornamentos,
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos.
Los brazos en abrazo hacia la Tierra,
el ástil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto,
este equilibrio humano
de los dos mandamientos.
Más sencilla, más sencilla;
haz una cruz sencilla, carpintero.
Cerraremos página con un inquietante poema de María Elvira Lacaci, que, un Viernes Santo como hoy, rodeada de inocentes chiquillos, escucha por ellos una voz misteriosa, conocida e íntima que la está llamando:
VIERNES SANTO
Tu madero
me llegaba, Señor, desdibujado.
Eludía contornos.
Cualquier forma concreta me arañaba el espíritu.
Pero, a pesar de ello, tu madero, Señor, se perfilaba
en el cordial ambiente de la tarde.
Aquel niño que al viento
lanzaba su molino
de papel y colores
lo acercaba a mis ojos. Los hería de pronto.
Aquellos seres mínimos y tuyos,
que estrenaban vestidos
para festejarte,
me traían tu voz.
Aligeraba el paso (oh Señor, caminar en distancia
sin sonidos hirientes
por lo azul de mis venas),
pero tu voz seguía
persiguiéndome
por el asfalto sin circulación.
Tus palabras,
tus últimas palabras del Calvario,
eran el aire que me circundaba.
No respiraba apenas.
Me dolía tragarlas. Unirlas a mi sangre miserable.
Acaso,
una sola vibró
en el aliento turbio. Suspendida.
Cuando tuviste sed
dijiste: ELVIRA.