"En tiempos de crisis sobran mítines y manifestaciones" Aradillas: "Las procesiones, por muchas que sean, no son signos válidos de religiosidad"

Penitentes en una procesión
Penitentes en una procesión

"Centrar parte de la pastoral, de la teología, del evangelio, del culto y de la liturgia, en organizar este tipo de expresiones sagradas, tan costosas, 'soberbiosas' y manifiestamente mejorables, es perder el tiempo"

Por unas razones –sinrazones- o por  otras, se da la impresión infeliz en España de que la tarea primordial de los administrados y administradores en el ámbito de la religión y en el de la política,  no es otra que la de organizar mítines y procesiones. El tema relama atención, reflexión, urgencia y los correspondientes compromisos de parte de sus responsables.

Los mítines políticos están a la orden del día y en la diversidad de fórmulas. En tiempos dedicados oficialmente a tal menester, al igual que en los otros  en los que más o menos expresamente está denegado su desarrollo. Lo de los “periodos electorales” así contextualizados con legalidad, es un cuento. . La legalidad está al albur y al servicio de estimaciones o estudios de votos y  votantes, con la inserción de la insípida preposición “pre” antepuesta en este caso a “electoral”.

¿Qué decir de los gastos? La correlación de “política” y “mitin” justifica no solo los presupuestos aprobados a tal fin,  sino otros que volverán a ser benevolentemente aprobados, o se condonarán por las entidades bancarias o procedentes de los agradecidos “donantes” de turno. 

No hay dinero –¡y en qué cantidades y con qué procedimientos¡-  tan malgastado que el dedicado a mítines, campañas electorales, políticas o asimiladas,  tanto directa como indirectamente y con facturas o sin ellas. Los mítines son todos ellos inútiles de por sí.  Sus asistentes son solo los ya convencidos, los aplaudidores por oficio o por beneficio, los que no tienen otra cosa que hacer  o aquellos otros pagados, o con esperanzas de serlo algún día y con generosidad…

Mitín del PP
Mitín del PP

En los mítines ni se aprende ni se enseña nada. Absolutamente nada. Ni siquiera  a hablar. Son además academias de mentiras. A quienes “mitinean”, por oficio u ocasionalmente, se les debiera caer la cara de vergüenza  dado que, además de mentir, no saben hacerlo, sin que el personal asistente lo note, en conformidad con la iniciativa de los correspondientes aplausos, a la terminación de determinados párrafos. La manipulación del personal “mitineado” resulta ser  inhumana y odiosa.

Así las cosas,  la identificación  de la actividad política  con la “mitinera”, por su propia definición, se constituye en flagrante atentado  contra la democracia, gracias a la cual son y ejercen de políticos los “profesionales” del ramo, que optaron a tal oficio, con sus privilegios,  siempre y por encima de todo, al servicios de sus propios intereses y los de su partido, pero jamás –o muy poco- para los del pueblo…”Servirse del pueblo”, y no “servir al pueblo”, es –debería ser- el eslogan obligado de una buena  parte de la clase política.

Los mítines y posteriores recuentos  y publicación en números “oficiales”, pagados o pagaderos,  apenas si aprovechan como afirmación –reafirmación de que “somos más que los otros”, por lo que nuestro poder  es, será y resplandecerá con mayor efectividad y cuantía que la de aquellos cuyos mítines resultaron más parcos en número, y con voceríos y gritos menos  estridentes y escandalosos.

¿Qué decir de las procesiones y manifestaciones apellidadas “religiosas”, algunas de las cuales son otras tantas “réplicas” a los mítines políticos?.

Sobre todo, se destaca la idea  de que ni las procesiones ni las manifestaciones, por muchas, multitudinarias y “fervorosas” que sean, o así  aparezcan, no son signos válidos de religiosidad y menos cristiana. Centrar parte de la pastoral, de la teología, del evangelio, del culto y de la liturgia, en organizar este tipo  de expresiones sagradas, tan costosas, “soberbiosas” y manifiestamente mejorables, es perder el tiempo, o no aprovecharlo a favor de los principios en los que fundamenta la relación con Dios,  que en cristiano no habrá de recibir la debida adoración si antes no se tuvieron en cuenta, ni atendieron, las necesidades del prójimo.

Procesiones y manifestaciones organizadas   al dictado de que “somos mejores y tantos o más que los otros”, es liviandad imperdonable y ociosa. Es pecado.

En tiempos de mudanzas, de crisis  políticas, religiosas y de las otras, sobran mítines, procesiones y manifestaciones, por  numerosas y masivas que sean. Falta ponderación, estudio, humildad, humanidad, oración y trabajo, esperanza y confianza en  Dios y en su obra creada y re-creada por Él, tal y como en el sínodo “amazónico” se nos recuerda con tino, urgencia y Sagrada Escritura…

Procesión
Procesión

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