José Ignacio Calleja Jóvenes por la ecología integral
Cuando el dedo de una juventud admirable en tantos sentidos apuntaba a la crisis del ecosistema general de la vida, siempre hay alguien más listo que banaliza una verdad por alguna incoherencia traída al caso por lo pelos
Ya no hay derecho a vivir en el engaño de que mi modo de vida es innegociable y mis consumos, un valor adquirido. Que no
Marchaban los jóvenes un viernes de dolores de marzo en manifestaciones por el cuidado del medio ambiente y no faltaban medios y comentaristas que les afeaban una pancarta de plástico por aquí o un final en la hamburguesería por allí.
Cuando el dedo de una juventud admirable en tantos sentidos apuntaba a la crisis del ecosistema general de la vida, siempre hay alguien más listo que banaliza una verdad por alguna incoherencia traída al caso por lo pelos.
Aquellos jóvenes adoptaban el punto de vista de una generación más sensible a lo nuevo, como corresponde a su edad, y cada vez más consciente de que su herencia común, la Tierra, es una planeta camino del colapso. Es lógico que si hay algunas dudas sobre cuándo y cómo sucederá esto, no quieran jugárselo a la ruleta rusa. Su voto ciertamente tiene un peso más cualificado que el de otros porque disponen de toda una vida por delante.
Total que ese viernes de marzo y en ese recorrido juvenil se vio de todo, pero nada tan contradictorio como para quebrar el mensaje. Así no podemos seguir, porque la Tierra no lo aguanta. Pero ¿qué significa ese “así no podemos seguir”? ¿Qué es “así”? Efectivamente sobre esta cuestión los jóvenes y todos hemos de volver hasta aclarar que inicialmente el “así no” lo concentramos en el uso abusivo de embalajes y plásticos que al punto terminan como desecho y esto es casi todo.
Un poco con más perspicacia, el “así no” es el uso masivo de la energía que procede de la quema de combustibles fósiles en los varios modos que todos conocemos, desde el automóvil a la producción de cualquier bien, desde la calefacción a todos los medios de transporte para llevar a miles de kilómetros a personas (ver) y cosas (probar); y el “así no” es el uso y abuso que va de productos químicos para mil fines poco pensados, al despilfarro del agua y las tierras como bienes de consumo sin medida. No pretendo descubrir nada que no sepa cualquiera en este momento.
Y el “así no” con un punto mayor de perspicacia nos aproxima a aspectos más decisivos en el sistema social y más peliagudos. Porque la contradicción de los jóvenes ese viernes de marzo no fue, si alguna se dio, que la pancarta fuera de plástico o que algunos comieran en una hamburguesería, sino un modelo de sociedad de consumo masivo y de organización megacapitalista de la producción que ha roto las costuras del ecosistema global de la vida y sus equilibrios internos.
La sostenibilidad ya no es quitarnos esta o aquella bolsa de plástico o asegurarnos un electrodoméstico de bajo consumo; no, la cuestión alcanza al modo general de producción capitalista, a la propiedad capitalista masiva que lo configura, al antropocentrismo depredador que los justifica y a la falta de ecología moral o de responsabilidad con la ética de la vida digna de todas las personas que pone en entredicho. Y, por supuesto, que lo cuestiona todo, a las generaciones y pueblos presentes, y a las futuras.
El recuento de hechos concretos que subyacen a estos lugares comunes que acabo de citar está al alcance de cualquiera. Hasta la modesta wikipedia, vía google, responde con tino a la búsqueda de “crisis ecológica global”; y con sencillez extrema, basta preguntar por “coltán”, dónde, cómo, quiénes y para qué lo producen, y el móvil nos quemará en el bolsillo. Y si uno pregunta por las tierras a la venta en lugares recónditos del mundo, descubrirá que se compran como vertederos baratos y sin control de producciones que son la dicha de nuestras vidas desarrolladas; la dicha nada inocente de la banalidad; lo que se ignora, no duele, aunque lejos produce mucho dolor.
Luego el “así no” impele a esos jóvenes admirables de ese viernes de marzo a repensar el modo de vida social “desarrollado y capitalista”, cuestionando qué desarrollo, cuánto, para quiénes, con que sacrificios y con qué humanidad en todo él. Y por capitalista, si la propiedad privada de los medios de producción, de casi todos ellos y en cualquier magnitud, es un derecho humano que puede ser admitido como expresión de la dignidad humana. En absoluto, no lo es. Nos pasamos la vida aprendiendo a magnificar la iniciativa de los mejores entre nosotros, y a fe que merecen apoyo, pero de ningún modo vale cualquier iniciativa, ni en cualquier proporción en los frutos, ni para cualquier fin.
La hipersensibilidad antimarxista ha llevado a pensar que cualquier pregunta sobre el mercado de libre competencia es un comunismo soviético trasnochado; y que cualquier pregunta por el emprendimiento de alguien es cuestionar el progreso de todos y la libertad de los mejores por los envidiosos y vagos. Pero los jóvenes, muchos de ellos, y cada vez más, han de pensar la vida social en clave de crisis ecológica ambiental (austeridad climática), social (justicia compartida), moral (dignidad de todos con todo) y espiritual (apertura a un sentido último en el vivir).
Pero si no pueden todos ir tan lejos, desde luego el sistema social megaconsumista y para pocos, más la propiedad capitalista hiperconcentrada y financiarizada para menos que pocos, y el regusto ideológico de estar haciendo lo que hay que hacer para vivir bien, tiene que venir ya a la pancarta, a la mesa de la universidad, al sindicato obrero, al funcionariado y sus derechos, y a todos los grupos sociales que en la periferia rica de la ciudad piensan su modo de vida como un beneficio incuestionable.
Que no, de verdad, que ya no hay derecho a vivir en el engaño de que mi modo de vida es innegociable y mis consumos, un valor adquirido. Que no. Vive de otro modo para que otros, simplemente, puedan vivir como personas. Jóvenes, también en esto “no es no”.
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