"También hoy es posible vivir momentos parecidos a aquel en el monte Tabor de Palestina" El monte Tabor dentro de ti
También hoy es posible vivir momentos parecidos a aquel en el monte Tabor de Palestina. Este monte Tabor puede estar en cualquier sitio y tiempo, en casa trabajando, en un parque paseando, puede sobrevenirle a un zapatero remendando zapatos, en medio de una gran angustia
Ojalá todo el mundo en algún momento pueda vivir su Tabor. ¡Cómo cambia la vida cuando alguien se da cuenta de que es profundamente amado o amada!
| Ana María Schlüter Rodés
Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no los puede dejar ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es estar aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadlo”. De al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cundo bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
(Mc 9,1-9)
Aunque lo que aquí se relata ocurrió hace unos dos mil años, el hecho de que se haya transmitido hasta nuestros días en palabras de los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, quiere decir que algo tiene que ver con nosotros, con la transfiguración que puede tener lugar hoy en cada persona. También hoy es posible vivir momentos parecidos a aquel en el monte Tabor de Palestina. Este monte Tabor puede estar en cualquier sitio y tiempo, en casa trabajando, en un parque paseando, puede sobrevenirle a un zapatero remendando zapatos, en medio de una gran angustia.
De repente Cristo, que vive en el hondón del alma de todo ser humano, se manifiesta como una experiencia de luz y de amor, aunque no es visible a los ojos de la cara ni al del entendimiento, Cuando se abre el ojo interior de la contemplación, se ve lo que antes estaba velado. Cuando se quiere hablar de ello, como no hay más palabras que las que hay, se habla de luz, aunque no se trata de una luz y blancura en el sentido físico. Es mucho más que luz y, desde luego, igual que en el Tabor de Jesús con sus apóstoles, no es una luz fría, sino cálida y amorosa.
"Parece mentira, pero da más seguridad eso que no se ve, que cualquier cosa que se puede ver, oír o tocar"
Ojalá todo el mundo en algún momento pueda vivir su Tabor. ¡Cómo cambia la vida cuando alguien se da cuenta de que es profundamente amado o amada! No es nada que se ve con el ojo de la cara, ni se comprende con el entendimiento y, sin embargo, produce una certeza mayor que cualquier realidad palpable o visible. Parece mentira, pero da más seguridad eso que no se ve, que cualquier cosa que se puede ver, oír o tocar.
Ocurre también en estos momentos lo mismo que le ocurrió a Pedro que, entre asustado, desorientado y sobrecogido, sin saber muy bien lo que decía, exclamó: “Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Aparece el deseo de quedarse. Pero nunca es este un lugar para quedarse, siempre hay que bajar de esta montaña. Para afrontar las propias dificultades y las necesidades de los demás.
Un antiguo maestro zen chino, en su contexto cultural-religioso, dice con un equivalente homeomórfico: “Si te quedas en la punta del palo (ver el mundo esencial), eso no tiene ningún poder para salvar a otros”. “¿De qué se trata entonces? - De coger el palo, llevarlo en horizontal tras la nuca y abordar los mil y diez mil picos (retos)” (Hekiganroku 25).
Fundamento sólido de una vida
La experiencia del Tabor deja una gran seguridad, una marca indeleble. Aunque es algo que no se puede entender, y que en ese sentido se puede calificar de oscuro. Es una experiencia oscura, pero de la que, a la vez, no se puede dudar. Hay mucha más gente de lo que parece que ha experimentado algo de esto, pero que nunca lo ha contado porque no le parecía importante y piensa que tampoco lo considerarían como tal las demás personas. Pero es todo lo contrario, es fundamento sólido de una vida.
"No hay que apegarse a estos momentos; ahí no se tienen que plantar tiendas; hay que volver a la vida cotidiana, bajar de la montaña"
La voz que decía: “Éste es mi hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”, venía de una nube, de una oscuridad ininteligible. San Juan de la Cruz dice en la Subida del Monte Carmelo, recordando que “también a Moisés en el monte se le apareció en tiniebla, en que estaba Dios encubierto”, que “todas las veces que Dios se comunicaba mucho aparecía en tiniebla (...) Luego claro está, que para venirse con Dios y comunicar inmediatamente con él, el alma tiene que unirse con la tiniebla (...) en que Dios ha prometido morar” (Subida II, 9,3-4).
Es necesario entrar en la nube del no saber, estar en silencio interior y exterior. Qué admirable y extraño para el entendimiento ordinario, que esto pueda tener un efecto tan profundo y duradero en una persona para que ya no se le borre jamás de la memoria. Aunque a lo mejor durante años lo ha tenido arrinconado. Pero no hay que apegarse a estos momentos; ahí no se tienen que plantar tiendas; hay que volver a la vida cotidiana, bajar de la montaña.
En el relato del evangelista Mateo, Jesús dice al bajar, que va a sufrir mucho. También Marcos y Lucas lo dan a entender. Un momento de Tabor no significa que luego ya todo va a ser fácil. Al contrario, se va a volver a la vida cotidiana con las dificultades que toda vida lleva consigo, pero abordándolas con la seguridad de fondo que da saber que le acoge un amor fiel sin igual; lo que hace que las cosas, tanto las alegres como las difíciles, se vivan de una manera radicalmente diferente. Si la experiencia es auténtica, además abre el ojo para ver el sufrimiento de los demás y acudir, para que también las demás personas puedan ver.
En esta experiencia de saberse amado, Jesús fue capaz de afrontar la muerte, una muerte muy injusta y muy cruel en cruz. San Juan de la Cruz dice que allí, despojado de todo, “aniquilado en nada”, hizo la mayor obra de toda su vida y unió al género humano con Dios (cf. S II,7,11).
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