"El sistema de poder de la Iglesia católica se ha podrido y necesita un cambio rápido y radical" Los 'diplomáticos' vaticanos desactivan el 'golpe de Estado' de los rigoristas contra el Papa Francisco
(José M. Vidal).- Lo eligieron, entre otras cosas, para limpiar la Curia. Francisco tiene, para ello, no sólo la legitimidad que imprime el cargo (al que llega, según la teología católica, por obra del Espíritu Santo), sino también la que le confirió el colegio cardenalicio, especie de Senado de la Iglesia. Eso implicaba purgar la maquinaria de poder, que creció en las entrañas del Vaticano a lo largo de los siglos, sorbiéndole la sangre como una garrapata.
Tras le renuncia histórica de Benedicto, su sucesor, el Papa Francisco se encontró ante los mayores y más dramáticos problemas de gobierno que haya tenido jamás un Papa. Una situación, en palabras de su predecesor, "peor que la de las persecuciones" de los primeros cristianos. Una crisis que ha llevado a Bergoglio a pronunciar esta frase, que, en la boca de un Papa, suena casi a blasfemia o a grito desesperado: "Jesús está llamando desde dentro, para que le dejemos salir de esta Iglesia llena de corrupción y suciedad".
Y es que el tsunami de la pederastia mancha las sotanas negras de miles de clérigos y religiosos de cientos de diócesis de todo el mundo (con hitos especiales como Chile, Irlanda o USA), pero salpica incluso a la blanca del mismísimo Sumo Pontífice y hasta puede dejar marcado para siempre, con una marca indeleble, el propio rostro de la Iglesia católica.
No valen, pues, paños calientes. Dado que el escándalo se basa en un cúmulo de errores y de pecados cometidos por toda la cadena de mando, hay que extirpar. El sistema de poder de la Iglesia católica se ha podrido y necesita un cambio rápido y radical.
A eso esta llamado el papa Bergoglio. La reforma tiene que ser profunda y afectar a todo el aparato de poder central romano y sus remedos, a pequeñas o grandes escalas, en las curias diocesanas de todo el mundo.
Y Francisco se puso manos a la obra en la reforma ad intra. Con anuncios y denuncias. Reestructuró la Curia, creo el G9 y está a punto de aprobar una nueva Constitución vaticana, que, por fin, comenzará a poner orden en el entramado curial. Y lo acusó, en varios discursos ya célebres, de todos los males, invitando a los curiales a una conversión profunda y sincera.
Queda pendiente la reforma ad extra, que, como ya pidiera, hace años, el cardenal Schönborn, arzobispo de Viena, tiene que pasar por la revisión de la disciplina del celibato, por permitir el acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, por dar, de una vez por todas, mayor poder en la comunidad a los laicos y a las mujeres, y por una mayor colegialidad.
El problema es que la Historia nos dice que pocas veces un Papa, por muy monarca absoluto que sea, se ha impuesto a la todopoderosa maquinaria curial. Sobre todo, al poder del cuerpo diplomático de la Santa Sede, en cuyas manos reside el control absoluto del Vaticano y, en cierto sentido, de las diócesis de todo el mundo, a través de los Nuncios. Pasan los Papas, pero su poder permanece incólume.
La reforma de ese poder es la asignatura todavía pendiente de Francisco y, paradójicamente, la que le puede salvar del 'jaque mate' que acaban de lanzar contra él los rigoristas por medio de un peón, el ex Nuncio en Washington, Carlo María Viganó.
Lo reconocía recientemente en Madrid, el coordinador del G9, el cardenal Maradiaga, al señalar que la reforma de la Curia está llegando a su fin y que la única "pata" que queda por apuntalar es la del cuerpo diplomático.
Consciente de la pata que le falta a la reforma de Francisco, el cuerpo diplomático en bloque se ha decantado por apoyarle, tras haber sido atacado abiertamente por uno de los suyos, el ex Nuncio en Washington. Y tanto la vieja guardia diplomática de Sodano y Re, como la nueva de Parolin, Stella, Becciu y Bertello han cerrado filas con Bergoglio.
Más aún, se avergüenzan de que uno de los suyos, Viganó, se haya pasado con armas y bagajes al sector más rigorista y utilice los medios de comunicación para airear la suciedad de los últimos tres Papas y de los últimos tres Secretarios de Estado del Vaticano. Algo que se da de patadas con el adn del diplomático vaticano, que debe morir llevándose sus secretos a la tumba.
Para Viganó y los suyos, el objetivo era derrocar a Francisco, minando su enorme autoridad moral global, acusándolo de ser un encubridor más de los abusos del clero. Un intento burdo de desacreditarlo y forzar su renuncia.
Pero la operación religioso-política ha fracasado por la oposición de los diplomáticos. Tanto es así que el panfleto de Viganó ha tenido la virtualidad de unir a los 'enemigos' de las dos cordadas diplomáticas. La vieja, que sigue estando capitaneada por Sodano y Re, y la nueva, con Parolin y Becciu como líderes. Francisco no es santo de la devoción de la vieja guardia, que también quiere que se vaya, pero no así, con los métodos del agitprop (agitación y propaganda) de los rigoristas americanos.
El cierre de filas de los dos partidos diplomáticos con el Papa deja a los anti Francisco moderados, encabezados por los cardenales Müller y Sarah, más solos y expuestos. Y, sobre todo, manda a la tinieblas exteriores al círculo de los curiales rigoristas, liderados por Burke, al tiempo que deja en evidencia a los obispos norteamericanos más conservadores, como Chaput, que han apoyado las acusaciones de Viganó.
El 'Savonarola de Varese' (como llama el vaticanista Luis Badilla al arzobispo Viganó) sabía perfectamente que, al atacar a sus ex superiores, el cuerpo diplomático iba a cerra filas con el Papa reinante (y con los anteriores). Lo cual demuestra, una vez más, que el ex nuncio no es más que un pequeño peón que, víctima de su resentimiento contra el aparato del que formó parte, se dejó utilizar por los rigoristas. Para convertirse en un traidor más que en un mártir.
Desacreditado y sofocado el motín, Francisco tiene que agradecérselo a los diplomáticos, cuyo poder quiere recortar, y podría aprovechar la ocasión para acelerar el ritmo de las reformas. Pero antes tiene que centrarse, todavía más, en la lucha contra los abusos, cuya onda expansiva podría desactivar las potencialidades de su pontificado y frenar de cuajo las reformas y la limpieza de la Curia, las tareas para las que fue elegido.
¿Se atreverá Francisco a reconocer abiertamente que 'la Iglesia es culpable'? Sus consejeros más íntimos están divididos al respecto. Unos le piden que lo haga y vaya hasta el final en la lucha contra la plaga que amenaza con arruinar la credibilidad de la Iglesia para siempre. Otros, más prudentes, le advierten de que, si reconoce la culpa de la institución, los norteamericanos responderán de inmediato: 'Entonces, pague'.
Y lloverá una avalancha de procesos en Estados Unidos y en otros muchos países de todo el mundo por miles de millones de dólares. Es decir, cumplir la penitencia por la lacra de los abusos del clero podría acarrear la bancarrota generalizada del Vaticano. ¿No sería ésa, precisamente, la oportunidad para edificar la Iglesia pobre y para los pobres, que quiere el Papa Francisco y el propio Evangelio de Jesús?