"El Sínodo no ofrecerá recetas pre-confeccionadas ni soluciones fáciles" Qué episcopado para la recepción del Sínodo de la sinodalidad
"En este momento tan importante que estamos viviendo en la Iglesia, es necesaria la colaboración de todos, la implicación de todos. Dios quiera que nuestros Obispos reconozcan e integren la polifonía de la variedad de voces y sensibilidades, y colaboren con el Pueblo de Dios a orquestar esta sinfonía de la belleza del Evangelio"
"Algunos están, por distintas razones, fatigados y desanimados; otros tienen entusiasmo pero no están preparados y carecen de herramientas operativas; otros se ponen manos a la obra pero no cuentan con el apoyo adecuado de quienes les dirigen y deberían apoyarles"
"En el proceso de recepción del Sínodo habrá fuerzas que actuarán contra la «sinodalidad evangelizadora y misionera». En primer lugar, el «clericalismo», pero también el «centralismo»"
"En el proceso de recepción del Sínodo habrá fuerzas que actuarán contra la «sinodalidad evangelizadora y misionera». En primer lugar, el «clericalismo», pero también el «centralismo»"
El mayor reto de todo sínodo es su acogida. A veces durante el camino sinodal se abren muchos caminos, se sueñan grandes sueños, pero luego hay que hacer el esfuerzo por llegar a las Iglesias locales, es decir, por tocar los caminos ordinarios de la vida de la Iglesia. A veces todo se detiene en la belleza de un acontecimiento aislado. Incluso en la pastoral a veces es así: se piensa que el acontecimiento lo es todo, mientras que lo que cuenta es la vida cotidiana, el día a día, el proceso.
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Episcopalis communio, Constitución Apostólica del 18 de septiembre de 2018 -documento sobre el funcionamiento del Sínodo- prevé la fase de «puesta en práctica» del Sínodo. Pero, en realidad, esto de la recepción y la puesta en práctica es lo más difícil. En efecto, nuestros caminos a nivel de Iglesia universal están muchas veces más adelantados y son más prospectivos -al menos a nivel teórico- que lo que se puede hacer a nivel local. Se trata de un grave problema que no es fácil resolver, porque afecta a la vitalidad de la Iglesia en su esencia.
La Iglesia está también llamada a sensibilizar, a implicar, a interesar. Y aquellos que hemos estado en tareas de gobierno, también hemos aprendido complejo, quizá también incluso difícil, que es entusiasmar, tocar los corazones, sensibilizar a la gente y darle motivación para volver a empezar. Algunos están, por distintas razones, fatigados y desanimados; otros tienen entusiasmo pero no están preparados y carecen de herramientas operativas; otros se ponen manos a la obra pero no cuentan con el apoyo adecuado de quienes les dirigen y deberían apoyarles.
Una responsabilidad especial en todo esto afecta a quienes ocupan puestos de autoridad en la Iglesia. No solamente los obispos, pero de un modo particular sí ellos (además de los superiores religiosos y de los que dirigen movimientos y asociaciones) son los primeros llamados a actuar abriendo espacio y tiempo para el discernimiento, la implicación y la acción. La palabra «autoridad» viene tanto de «hacer crecer» como de «autorizar»: una buena autoridad debe hacer crecer a las personas y las acciones personales y comunitarias; al mismo tiempo debe autorizar y empujar a todos a hacer el bien, indicando el bien que hay que hacer y apoyando a los que ya lo están haciendo. La autoridad es propositiva, antes que punitiva, es decir, debe identificar el bien y empujar a todos a hacerlo bien.
Por supuesto, no está aún el documento final del Sínodo. Pero es fácil presuponer que no ofrecerá recetas pre-confeccionadas ni soluciones fáciles. Hasta se puede conjeturar que pedirá que la Iglesia continúe el discernimiento, el proceso,…, que siga abriendo espacios conjuntos de reflexión y de trabajo, que se implicara a todos, a los más posibles, sin excluir a nadie, en un ejercicio de coralidad. Hasta podemos hipotizar que si pretendemos buscar y encontrar soluciones fáciles y realizables se nos llevaremos una gran decepción. Casi hasta podemos dar por sentado que las comunidades cristianas tendrán que seguir realizando, con respeto y seriedad, itinerario sinodal en el que discernir la propia realidad eclesial más cercana, en el presente y en el futuro, para descifrar cuáles sean los caminos eclesiales evangelizadores, misioneros,…, pastorales más adecuados, con qué dinamismos, con qué estructuras, con qué liderazgos,… Este trabajo no lo puede hacer el Papa, un Dicasterio vaticano,…, ni siquiera un Sínodo. Sino que es responsabilidad de cada Iglesia local. Es responsabilidad específica de esa Iglesia local y de nadie más.
Este trabajo no lo puede hacer el Papa, un Dicasterio vaticano,…, ni siquiera un Sínodo. Sino que es responsabilidad de cada Iglesia local. Es responsabilidad específica de esa Iglesia local y de nadie más
En el proceso de recepción del Sínodo habrá fuerzas que actuarán contra la «sinodalidad evangelizadora y misionera». En primer lugar, el «clericalismo», pero también el «centralismo». Se trata de dos maneras de concebir el ejercicio del poder y la forma misma de la Iglesia que, en conjunto, apuntan a los mismos problemas de fondo.
El «centralismo» se refiere a la relación entre la Iglesia universal y la Iglesia particular. La idea de que las cosas se deciden en el centro y luego en la periferia hay que limitarse a «aplicar» los protocolos ya decididos es siempre posible. Para algunos también es fácil, porque elimina el esfuerzo del discernimiento. También esto del centralismo, como en el clericalismo, es un juego de dos: por un lado un centro que quiere dirigir y lucha por escuchar, y por otro una periferia que lucha por implicarse y siempre vuelve a ser una parte que 'cumple' órdenes dadas desde arriba. Esto genera un cortocircuito del que es difícil salir.
El «clericalismo» se refiere más bien a las relaciones internas dentro de los distintos estados de la vida cristiana. Pensar que sólo los clérigos son los sujetos de la acción pastoral, y todos los demás meros receptores, es la base del clericalismo. No será fácil volver a la idea de que el sacerdocio bautismal es el corazón de la vida cristiana y el centro propulsor de la misión que pertenece a todos. También aquí se trata de un juego de dos: los clérigos que se apropian de un todo que sencillamente no es suyo, y los demás que se contentan con ser pasivos y pasar por meros receptores.
En ambos casos, la Iglesia no forma realmente un cuerpo y no es realmente un cuerpo. Hay quien hace demasiado (y no debería hacerlo, porque corre el riesgo de hacerlo mal y de agotarse, como desgraciadamente les ocurre a algunos miembros del clero, cuya generosidad unilateral les lleva al agotamiento) y hay quien hace demasiado poco (y corre el riesgo de perder el ritmo de la vida cristiana, como tantos laicos que se han vuelto pasivos y dormidos en la Iglesia, mientras que tendrían mucho que decir y hacer en ella). Sinodalidad evangelizadora y misionera es una palabra que podría poner a cada uno en su sitio y hacerle sentir protagonista en su campo. No será sencillo. Y si hará falta tiempo, paciencia y prudencia, libertad, coraje y valentía, para seguir este camino de renovación que Dios espera de la Iglesia del Tercer Milenio, no es menos cierto que hará falta un determinado liderazgo episcopalen la recepción sinodal.
Y digo esto porque tuve la sensación la acogida del mismo documento del Instrumentum Laboris, elaborado a partir de las contribuciones recibidas de cada una de las iglesias nacionales y, por tanto, continentales, no suscitó mucho interés. Tampoco se mencionaba mayormente en la vida de la Iglesia, como si se tratara de un acontecimiento que no concerniera al Pueblo de Dios, a los cristianos de todos los días, sino sólo a unos pocos, a los que tienen una función relevante en las Iglesias.
La sinodalidad es la forma que da a la Iglesia de Cristo su verdadero y fiel rostro, en el que todos los bautizados hacen el mismo camino y lo hacen juntos, viviendo una profunda comunión entre ellos y viviendo el Evangelio evangelizador. Una Iglesia sinodal es ante todo una «asamblea a la escucha», como la definen las Sagradas Escrituras: a la escucha de la Palabra de Dios, a la escucha de las personas, a la escucha de la historia y del mundo. Una Iglesia que no ama la uniformidad, sino que exalta las diferencias, no tiene miedo de la diversidad, y en el señorío del Espíritu Santo las hace no conflictivas, sino armoniosas y multicolores como la sabiduría de Dios.
En una Iglesia así todos se expresan con el «nosotros» y sienten a Dios como «nuestro Padre» y a los demás como hermanos, todos hermanos. Si la Iglesia sinodal es ésta, se requiere de la Iglesia un proceso incesante de conversión, un cambio concreto en el modo de vivir y de estar en el mundo: por eso no basta con invocar al Espíritu Santo de manera casi obsesiva remitiendo a la acción del Espíritu lo que la Iglesia debe realizar hoy, ahora y aquí. Porque entonces hasta corremos el peligro de convertir en un método eclesiástico la referencia a una responsabilidad del Espíritu lo que a la Iglesia le es posible realizar. ¿Qué liderazgo va a requerir de nuestros obispos en nuestras Iglesias Locales en esta recepción del Sínodo sobre la sinodalidad?
Las expectativas son altas: vivimos un tiempo de esperanza que nos abre a una profunda renovación de la Iglesia, basada en la fidelidad a Cristo y en la coherencia como discípulos suyos, atentos a los desafíos de nuestro tiempo
Las expectativas son altas: vivimos un tiempo de esperanza que nos abre a una profunda renovación de la Iglesia, basada en la fidelidad a Cristo y en la coherencia como discípulos suyos, atentos a los desafíos de nuestro tiempo. Debemos recordar que el Sínodo no es un simple proceso burocrático que busca cambios periféricos o una mera distribución de funciones. Es mucho más que eso. Se refiere a lo que la Iglesia es en sí misma Este proceso, que el Papa Francisco inició en 2021, siempre ha empezado desde abajo: grupos-parroquias-diócesis-Conferencia Episcopal., a la indispensable comunión con Cristo y con todos los bautizados y, desde ahí, se orienta a la evangelización, a ser testigos creíbles del Evangelio en el mundo de hoy.
Este proceso, que el Papa Francisco inició en 2021, siempre ha empezado desde abajo: grupos-parroquias-diócesis-conferencias episcopales. Será también el momento de la recepción sinodal en nuestras Iglesias Locales que acompañan los Obispos, el momento más decisivo, determinante, de la sinodalidad, es decir, del camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio.
Y también necesitaremos, entre otras cosas, Obispos que nos a ser canal (no muro), a ser posibilidad (no a levantar barreras), a abrirnos a la frescura y novedad del Evangelio (no a encerrarnos en nuestras pretendidas seguridades). En este momento tan importante que estamos viviendo en la Iglesia, es necesaria la colaboración de todos, la implicación de todos. Dios quiera que nuestros Obispos reconozcan e integren la polifonía de la variedad de voces y sensibilidades, y colaboren con el Pueblo de Dios a orquestar esta sinfonía de la belleza del Evangelio. Por eso, esa pregunta: ¿Qué liderazgo va a requerir de nuestros obispos en nuestras Iglesias Locales en esta recepción del Sínodo sobre la sinodalidad?
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