Testimonio de Samuel Segura, 70 años, 52 como miembro de la familia de don Bosc ¿Por qué soy salesiano?

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"Soy Samuel Segura. Tengo 70 años, llevo más de 52 años como salesiano y más de 42 como sacerdote. Aunque he tenido tiempo de vivir experiencias muy variadas y situaciones diversas, puedo afirmar que soy y he sido siempre feliz como salesiano"

"Desde el primer día entero que pasé, me sorprendió a esos salesianos ensotanados que te daban clase, jugaban a fútbol contigo en el recreo, te decían la misa, nos acompañaban en el comedor para que todo se hiciera con orden, nos asistían en el estudio en silencio para que hiciéramos los deberes, nos acompañaban de nuevo al dormitorio"

"Destaco un 16 de agosto de 1972, en la iglesia gótica de Astudillo (Palencia), donde con 17 años prometí “vivir en comunidad, dedicarme a los jóvenes, ser pobre, casto y obediente”. Con la inocencia y la inexperiencia de un joven en ciernes; sin la conciencia de todo lo que me quedaba por vivir. Pero con todo el convencimiento que hoy, más de 52 años después, sigue siendo el mismo"

Soy Samuel Segura. Tengo 70 años, llevo más de 52 años como salesiano y más de 42 como sacerdote. Aunque he tenido tiempo de vivir experiencias muy variadas y situaciones diversas, puedo afirmar que soy y he sido siempre feliz como salesiano.

Mis orígenes están en un pueblo de campesinos. Mi padre, labrador; mi madre, sus labores. Tocaba de decidir: o campo, o formarse. Yo quería libros. Me enganchaban los tebeos que mi hermana mayor me traía de Madrid, desechados por los hijos de la familia de militares en la que ella trabajaba como chacha.

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Mis padres tuvieron la lucidez de prescindir de mí y mandarme con mis tíos a vivir, para poder empezar, a los diez años, el bachillerato de entonces en un instituto público. Casualmente (¿providencialmente?) los salesianos estaban a 200 metros de la casa de mis tíos, quienes iban a misa allí los domingos; y yo por la tarde al “oratorio festivo”. Curiosamente (¿providencialmente?) mis tíos propusieron a mis padres que me educara interno en Arévalo, entonces aspirantado de chicos para ser salesianos. Entré con 12 años… y todavía no he salido, ni pienso salir.

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¿Por qué soy salesiano? Estoy convencido de que Dios prepara un camino de felicidad para cada ser humano, que se llama vocación. Es verdad que había en mí desde pequeñito una propensión a lo religioso, ya en mi pueblo. Pero la “experiencia fundante” que me hizo descubrir que sería feliz como salesiano (posteriormente, como sacerdote) fue la que viví en Arévalo.

Desde la primera noche que llegué, cuando me acosté en un dormitorio corrido con otro centenar de chicos como yo, a la luz de un testigo rojo que servía para conservar una semioscuridad, me llamó la atención la figura ensotanada de ese salesiano joven que paseaba por el pasillo entre las camas una y otra vez, hasta que nos dormíamos, y que dormía en una esquina del mismo dormitorio, separado por unas simples cortinas. Desde el primer día entero que pasé, me sorprendió a esos salesianos ensotanados que te daban clase, jugaban a fútbol contigo en el recreo, te decían la misa, nos acompañaban en el comedor para que todo se hiciera con orden, nos asistían en el estudio en silencio para que hiciéramos los deberes, nos acompañaban de nuevo al dormitorio. Y también con nosotros, cuando llegaba el momento, ensayaban la obra de teatro o la velada que se estaba preparando, hacían la cartelera de la fiesta, nos daban clase de canto y a los que teníamos más oído musical nos enseñaban a tocar el piano…

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¿Por qué me hice salesiano? Porque yo quería ser como uno de ellos. Porque me parecía una vida útil para mí y para los demás, divertida, y llena de ciencia, arte, alegría y compromiso de perfección personal. Lo demás en mi vida fue pura anécdota. Solo destaco un 16 de agosto de 1972, en la iglesia gótica de Astudillo (Palencia), donde con 17 años prometí “vivir en comunidad, dedicarme a los jóvenes, ser pobre, casto y obediente”. Con la inocencia y la inexperiencia de un joven en ciernes; sin la conciencia de todo lo que me quedaba por vivir. Pero con todo el convencimiento que hoy, más de 52 años después, sigue siendo el mismo.

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