Tiempo para ayunar de la desilusión,
emprendiendo caminos no hoyados,
abriendo mi hogar y mi corazón
a tantas personas cercadas por el desamparo.
Tiempo para difuminar el rostro de la soledad,
vislumbrar destellos en el horizonte,
unir voluntades y tejer redes de amistad,
solidaridad y acompañamiento.
Tiempo para abatir fronteras, defensas y muros,
abrir las puertas a quienes se juegan la existencia
para dejar atrás la violencia y el hambre,
y así empezar a construir un nuevo futuro.
Tiempo para una nueva primavera
donde rebroten de nuevo los sueños,
donde la esperanza se convierta en la fuerza
que reactive la audacia y el deseo.
Tiempo para escuchar tu voz, tantas voces,
en la brisa y también en el clamor del viento,
de sanar las heridas producidas por el odio y el desprecio,
de sembrar semillas de dignidad y consuelo.
Tiempo para abandonar la celada de la tristeza
y abrirme al gozoso lazo de la alegría,
al gozo de sentirme nuevamente entusiasmado,
la dicha de dejar en ti, en quienes me quieren, mi cuidado.
Cuarenta días para dejarme asombrar
por cada nuevo amanecer a tu lado,
cuarenta noches para dejarme transformar
por tu ternura, tu mirada y tu cálido abrazo.
Cuarenta días como símbolo y empeño de toda una vida.