Cartas sobre la mesa - I - ¿Y qué fue de aquellos españoles...? ©
Querido amigo...:
Contesto a tu e-mail y comentarios relativos a la historia más reciente de España.
«¿Y qué fue de todos aquellos españoles?», me dices refiriéndote a los que aplaudían a Franco en los desfiles y en la Plaza de Oriente, o llenaban las iglesias. Y, especialmente, sobre la Cataluña actual después de leer mi último post. Pues, mira, un gran número de esos españoles ya murieron abrigados por su conciencia y confiados en la misericordia de Dios. De los que quedan, como tú y yo, muchos han aprendido a cenar pizza delante del televisor.
«¿Y qué decir del Ejército?» ¡Ay, amigo! Es mi opinión, compartida por muchos, que está maniatado a los acuerdos internacionales con quienes ganaron la Segunda Guerra Mundial, naturalmente con el lado americano pues que del ruso soviético no tendría sentido. También, a las adherencias políticas y a los años de función administrativa y académica, alejado de su esencia práctica. Con dolorosa ironía, “atado y bien atado” sin soldados de reemplazo con que alimentar su alma y sin concreta idea de a qué obligan sus deberes en la escena política nacional, o de intervención a fuego real en geografías tan alejadas de Gibraltar, por poner un ejemplo. Adormecidos, bastantes, en su obediencia a sectas divinizadas que van a misa diaria con la misma devoción que a la cafetería o a jugar al paddle.
El españolito de hoy se enfunda en la vulgaridad que se promueve desde los medios de comunicación, sugestionados por las bondades del sistema impuesto por la ONU-NOM. ¡Qué orgullosos estamos de ser la nación que ha pasado más deprisa de los destinos eternos a la democracia inorgánica! ¡Qué contentos de ser libres, solidarios y alternativos, desinhibidos y tolerantes…! "Nos dimos a nosotros mismos” una Constitución asombro y ejemplo de los siglos. Desertando de nuestra historia, sin referencias sólidas y perennes, sin subordinación a los principios morales civilizadores de Occidente, y liberados de los "supuestos" Mandamientos de Dios. Toda nuestra historia unificadora de pueblos y razas guiados por una sola fe, agarrada ahora a la brocha del sistema métrico decimal y al albur del Derecho Positivo. (*)
“Hay que legislar de acuerdo con el sentir de la calle”, dijo más o menos el transitorio Adolfo Suárez. Y bien se ve que en democracia es la calle la que gobierna a los gobernantes. Desde ya cuatro décadas somos legisladores autónomos a más no poder de cualquier chanchullo que nos venda –y a qué precio- la mayor suma de porcentajes… La mejor para los juan-sin-tierra que viven del Estado, cada vez más grande, y el pueblo que lo paga cada vez más en la miseria. ¿Te acuerdas? Pagábamos un 7% de ITE que hoy es el IVA a un 21%. (No es lo mismo, sí, pero si lo examinas descubres que aún es peor.)
«Sin mí nada podéis hacer.» (Jn 15, 5)
Sin Dios la democracia es un espejismo, un delirio, una mamarrachada. Sin el referente divino la democracia es igual a que los caballos vayan encima de los jinetes. Sin leyes divinas que informen las sociales la democracia es la herramienta de legitimación para que unos señores se otorguen poder de sumas y restas para mearse en las urnas. Votantes que en el fondo no son otra cosa que herederos de Mr. Lynch, colectividad deshilvanada que se esconde en los votos para tirarse por un barranco. Hoy somos “ciudadanos” y no ya españoles como siempre creíamos. Ya no hablamos de España, la innombrable, sino de un imaginario Estado Español que no se ve ni se nombra por ninguna autonomía… Excepto por la calumnia instrumental de que oprime a las “históricas nacionalidades”. ¡Nacionalidades! ¡Pero en qué estamos pensando…! ¿En los años de Viriato? ¿En los reinos de Taifas? ¿En la República de Cartagena?
Tenemos un rey y a nadie, fuera de algún periódico, he oido jamás decir que somos un reino. Y es que se me olvida que somos solamente siglas de partidos donde los políticos desnaturalizan su rango de servidores, en palabras bonitas, cada vez menos bonitas, y en hechos muy feos, cada vez más feos. Partidos cuya nomenclatura nos somete al mayor de los timos y que ante las urnas llevan al “ciudadano” a votar lo que el Marketing le induzca. A propósito, cudadanos, es palabra mnemotécnica que nos remite a la Revolución Francesa.
En las elecciones nos pasa como cuando entramos en el súper y nos llevamos en el carrito “esa cosa que tanto anuncian” y que no es más que agua con burbujas, por usar del símil más fácil. Porque en esta democracia, donde vota con igual valor el potencial delincuente que el padre de familia, el colgado del chute que el catedrático, todo se puede dirigir hacia donde se quiera. Los creadores de opinión nos llevan de la anillita en la nariz a elegir la que parezca menos mortal de entre dos enfermedades. Sin opción para una tercera, pues el sistema obtiene mucho con la dialéctica de dos fuerzas en constante enfrentamiento. (Si Hegel levantara la cabeza...)
Pero, eso sí, ya ves, nos creemos más libres que nunca jamás. Por ejemplo, hemos descubierto el sexo, y gracias a su asignatura nuestras mujeres ya tienen tetas y glúteos, pues que las españolas de antes eran todas “planicies esteparias”. Hemos aprendido a hacer el amor, verbo que ayer significaba “pelar la pava” pero que hoy es… “erotismo, muchacho, que no te enteras”. Que no teníamos ni idea, hombre. Eso sí, nacen menos niños que nunca.
El exponente de los servicios que los mass media ofrecen al sistema se simboliza en el número de emisoras de TV. En lugar de dos, tenemos más de doscientas que nos conectan a todas las de Europa y América. Más Russia Today, a la que oí afirmar, con su ciencia sin conciencia, que en la construcción del monumento de Cuelgamuros, Valle de los Caídos, murieron 400 mil presos de Franco. Y el Gobierno y los frailes ni se inmutaron.
Así que, por todo esto, tú te preguntas y me preguntas que dónde está en nuestros dias el renuevo de aquellos españoles. Pues, chico, en el mismo sitio adonde van a parar los barcos sin timonel, las ovejas sin pastor, los vasallos sin señor, los templos sin fe. Estamos en la ruina moral más onírica, colgados de una Constitución sin Dios que para mayor inri fue promovida y alabada por nuestros obispos.
Claro que en otros pueblos están muchísimo peor -“es que pasan hambre”-, y este consuelo de tontos nos enorgullece como tierra de acogida. Somos otro primo colaboracionista con la ONU y el NOM para dejar Europa sin identidad y sin europeos… Y mientras se pide que volvamos a nuestros orígenes, la “Nueva Evangelización” posconciliar, bajo epígrafes de paz, nos predica la libertad religiosa que iguala a Cristo con Mahoma, por ejemplo, y pronto reconocerá santo a Lutero, a poco que nos distraigamos. Todo fundamento de Caridad se desvanece en la barriga de las componendas que San Juan condenaba en su carta segunda: “Al que no tenga nuestra doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis.” (2 Jn 1, 10)
Hace poquísimos años otros españoles trabajábamos y crecíamos con enorme respeto por los que murieron "por Dios y por España", logrando una recuperación increible para pesar de aquellos seudo patriotas, que desde París y México nos contemplaban pasar hambre. Muchos menos años de los esperados, porque cuando nos visitó Dwight D. Eisenhower -a la puerta de 1960- nuestra economía ya estaba rehaciéndose sobre normas serias de control y convivencia: el que robaba iba a la cárcel y el que se esforzaba levantaba la cabeza sobre el enjambre. (No, espera, tachemos esto; no levantemos odios.) Aunque, ya sabes, Caín no odiaba a Abel por sus ofrendas sino porque Dios, que sabía que las de Abel eran sinceras, le premiaba a éste y rechazaba las suyas por rácanas y forzadas. Y esto a Caín le resultaba insoportable. Lo significativo de su crimen no fue el matar a Abel sino que le mató porque no podía matar a Yahvé. Ahora ya comprenderás el ‘fusilamiento’ al monumento del Sagrado Corazón de Jesús, de Madrid.
No sé dónde estarán aquellos españoles que te sorprende no encontrar. Puede que haya muchos que lo son quizás sin saberlo, especialmente ese ejército de jóvenes que ven las aberraciones del sistema pero no pueden hacer nada, de momento, para superarlo. Quizás, pienso esperanzado, sean los que estudian sus carreras por las noches, porque por el día trabajan. Afición insolente de los empeñados en llegar a ser “pijos” y “fachorros de mierda”, según los adjetivos que, por venir de quienes vienen, son sin duda el mejor de los augurios.
Amigo, no sé si te he respondido pero creo que te he acompañado.
Sabes que te aprecio sinceramente.
---- --- -- -
* A diferencia del derecho natural (inherente al ser humano) y del consuetudinario (dictado por la costumbre), el Derecho Positivo se funda en un pacto jurídico y social, es decir, acomodado a la conveniencia de gobierno.
Contesto a tu e-mail y comentarios relativos a la historia más reciente de España.
«¿Y qué fue de todos aquellos españoles?», me dices refiriéndote a los que aplaudían a Franco en los desfiles y en la Plaza de Oriente, o llenaban las iglesias. Y, especialmente, sobre la Cataluña actual después de leer mi último post. Pues, mira, un gran número de esos españoles ya murieron abrigados por su conciencia y confiados en la misericordia de Dios. De los que quedan, como tú y yo, muchos han aprendido a cenar pizza delante del televisor.
«¿Y qué decir del Ejército?» ¡Ay, amigo! Es mi opinión, compartida por muchos, que está maniatado a los acuerdos internacionales con quienes ganaron la Segunda Guerra Mundial, naturalmente con el lado americano pues que del ruso soviético no tendría sentido. También, a las adherencias políticas y a los años de función administrativa y académica, alejado de su esencia práctica. Con dolorosa ironía, “atado y bien atado” sin soldados de reemplazo con que alimentar su alma y sin concreta idea de a qué obligan sus deberes en la escena política nacional, o de intervención a fuego real en geografías tan alejadas de Gibraltar, por poner un ejemplo. Adormecidos, bastantes, en su obediencia a sectas divinizadas que van a misa diaria con la misma devoción que a la cafetería o a jugar al paddle.
El españolito de hoy se enfunda en la vulgaridad que se promueve desde los medios de comunicación, sugestionados por las bondades del sistema impuesto por la ONU-NOM. ¡Qué orgullosos estamos de ser la nación que ha pasado más deprisa de los destinos eternos a la democracia inorgánica! ¡Qué contentos de ser libres, solidarios y alternativos, desinhibidos y tolerantes…! "Nos dimos a nosotros mismos” una Constitución asombro y ejemplo de los siglos. Desertando de nuestra historia, sin referencias sólidas y perennes, sin subordinación a los principios morales civilizadores de Occidente, y liberados de los "supuestos" Mandamientos de Dios. Toda nuestra historia unificadora de pueblos y razas guiados por una sola fe, agarrada ahora a la brocha del sistema métrico decimal y al albur del Derecho Positivo. (*)
“Hay que legislar de acuerdo con el sentir de la calle”, dijo más o menos el transitorio Adolfo Suárez. Y bien se ve que en democracia es la calle la que gobierna a los gobernantes. Desde ya cuatro décadas somos legisladores autónomos a más no poder de cualquier chanchullo que nos venda –y a qué precio- la mayor suma de porcentajes… La mejor para los juan-sin-tierra que viven del Estado, cada vez más grande, y el pueblo que lo paga cada vez más en la miseria. ¿Te acuerdas? Pagábamos un 7% de ITE que hoy es el IVA a un 21%. (No es lo mismo, sí, pero si lo examinas descubres que aún es peor.)
«Sin mí nada podéis hacer.» (Jn 15, 5)
Sin Dios la democracia es un espejismo, un delirio, una mamarrachada. Sin el referente divino la democracia es igual a que los caballos vayan encima de los jinetes. Sin leyes divinas que informen las sociales la democracia es la herramienta de legitimación para que unos señores se otorguen poder de sumas y restas para mearse en las urnas. Votantes que en el fondo no son otra cosa que herederos de Mr. Lynch, colectividad deshilvanada que se esconde en los votos para tirarse por un barranco. Hoy somos “ciudadanos” y no ya españoles como siempre creíamos. Ya no hablamos de España, la innombrable, sino de un imaginario Estado Español que no se ve ni se nombra por ninguna autonomía… Excepto por la calumnia instrumental de que oprime a las “históricas nacionalidades”. ¡Nacionalidades! ¡Pero en qué estamos pensando…! ¿En los años de Viriato? ¿En los reinos de Taifas? ¿En la República de Cartagena?
Tenemos un rey y a nadie, fuera de algún periódico, he oido jamás decir que somos un reino. Y es que se me olvida que somos solamente siglas de partidos donde los políticos desnaturalizan su rango de servidores, en palabras bonitas, cada vez menos bonitas, y en hechos muy feos, cada vez más feos. Partidos cuya nomenclatura nos somete al mayor de los timos y que ante las urnas llevan al “ciudadano” a votar lo que el Marketing le induzca. A propósito, cudadanos, es palabra mnemotécnica que nos remite a la Revolución Francesa.
En las elecciones nos pasa como cuando entramos en el súper y nos llevamos en el carrito “esa cosa que tanto anuncian” y que no es más que agua con burbujas, por usar del símil más fácil. Porque en esta democracia, donde vota con igual valor el potencial delincuente que el padre de familia, el colgado del chute que el catedrático, todo se puede dirigir hacia donde se quiera. Los creadores de opinión nos llevan de la anillita en la nariz a elegir la que parezca menos mortal de entre dos enfermedades. Sin opción para una tercera, pues el sistema obtiene mucho con la dialéctica de dos fuerzas en constante enfrentamiento. (Si Hegel levantara la cabeza...)
Pero, eso sí, ya ves, nos creemos más libres que nunca jamás. Por ejemplo, hemos descubierto el sexo, y gracias a su asignatura nuestras mujeres ya tienen tetas y glúteos, pues que las españolas de antes eran todas “planicies esteparias”. Hemos aprendido a hacer el amor, verbo que ayer significaba “pelar la pava” pero que hoy es… “erotismo, muchacho, que no te enteras”. Que no teníamos ni idea, hombre. Eso sí, nacen menos niños que nunca.
El exponente de los servicios que los mass media ofrecen al sistema se simboliza en el número de emisoras de TV. En lugar de dos, tenemos más de doscientas que nos conectan a todas las de Europa y América. Más Russia Today, a la que oí afirmar, con su ciencia sin conciencia, que en la construcción del monumento de Cuelgamuros, Valle de los Caídos, murieron 400 mil presos de Franco. Y el Gobierno y los frailes ni se inmutaron.
Así que, por todo esto, tú te preguntas y me preguntas que dónde está en nuestros dias el renuevo de aquellos españoles. Pues, chico, en el mismo sitio adonde van a parar los barcos sin timonel, las ovejas sin pastor, los vasallos sin señor, los templos sin fe. Estamos en la ruina moral más onírica, colgados de una Constitución sin Dios que para mayor inri fue promovida y alabada por nuestros obispos.
Claro que en otros pueblos están muchísimo peor -“es que pasan hambre”-, y este consuelo de tontos nos enorgullece como tierra de acogida. Somos otro primo colaboracionista con la ONU y el NOM para dejar Europa sin identidad y sin europeos… Y mientras se pide que volvamos a nuestros orígenes, la “Nueva Evangelización” posconciliar, bajo epígrafes de paz, nos predica la libertad religiosa que iguala a Cristo con Mahoma, por ejemplo, y pronto reconocerá santo a Lutero, a poco que nos distraigamos. Todo fundamento de Caridad se desvanece en la barriga de las componendas que San Juan condenaba en su carta segunda: “Al que no tenga nuestra doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis.” (2 Jn 1, 10)
Hace poquísimos años otros españoles trabajábamos y crecíamos con enorme respeto por los que murieron "por Dios y por España", logrando una recuperación increible para pesar de aquellos seudo patriotas, que desde París y México nos contemplaban pasar hambre. Muchos menos años de los esperados, porque cuando nos visitó Dwight D. Eisenhower -a la puerta de 1960- nuestra economía ya estaba rehaciéndose sobre normas serias de control y convivencia: el que robaba iba a la cárcel y el que se esforzaba levantaba la cabeza sobre el enjambre. (No, espera, tachemos esto; no levantemos odios.) Aunque, ya sabes, Caín no odiaba a Abel por sus ofrendas sino porque Dios, que sabía que las de Abel eran sinceras, le premiaba a éste y rechazaba las suyas por rácanas y forzadas. Y esto a Caín le resultaba insoportable. Lo significativo de su crimen no fue el matar a Abel sino que le mató porque no podía matar a Yahvé. Ahora ya comprenderás el ‘fusilamiento’ al monumento del Sagrado Corazón de Jesús, de Madrid.
No sé dónde estarán aquellos españoles que te sorprende no encontrar. Puede que haya muchos que lo son quizás sin saberlo, especialmente ese ejército de jóvenes que ven las aberraciones del sistema pero no pueden hacer nada, de momento, para superarlo. Quizás, pienso esperanzado, sean los que estudian sus carreras por las noches, porque por el día trabajan. Afición insolente de los empeñados en llegar a ser “pijos” y “fachorros de mierda”, según los adjetivos que, por venir de quienes vienen, son sin duda el mejor de los augurios.
Amigo, no sé si te he respondido pero creo que te he acompañado.
Sabes que te aprecio sinceramente.
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* A diferencia del derecho natural (inherente al ser humano) y del consuetudinario (dictado por la costumbre), el Derecho Positivo se funda en un pacto jurídico y social, es decir, acomodado a la conveniencia de gobierno.