Lectura antipobrista de la Biblia - I: Los panes y los peces, Mc 6, 34
Referido a los Evangelios interpretados en clave marxista, deseo contraobjetar con la observación más desapasionada y aséptica acerca de diversos pasajes hoy cargados de demagogia. Porque es verdad, con poco que nos esforcemos en examinarlo, que muchos predicadores "empobrecidos" nos llevan a conmovernos con una versión de melodrama quitando a los Evangelios su profundidad religiosa. ¡A los Evangelios! Justo la que los justifica y mueve voluntades para toda la vida.
Por tal ceguera inducida, y también voluntaria, gran parte del clero de este siglo considera un arquetipo de humanismo el episodio de la multiplicación de los panes y los peces. Un hecho que ahora se interpreta en clave filantrópica, materialista. El argumento de los nuevos teólogos es: "A quien tiene hambre primero hay que darle de comer y después ya le hablaremos de Dios..." ¿Hay que doctorarse en Teología para decir esto? En todo caso, mi lector enseguida verá que no se ajusta al texto sagrado.
En el Taco Calendario que publican los jesuitas - los arrupianos que usurparon la Compañía de San Ignacio -, leí un día que en el milagro de los panes y los peces se recibe de Jesús el mandato de dar nosotros de comer a los pobres. (Lc 9, 13) A todos los pobres, sin distinguir causas de pobreza, ni culpa o inocencia... Y, así, oh demagogia diabólica, a partir de una acción subordinada desnaturalizan el mensaje fundamental. Pues lo que se entiende del relato parece muy opuesto. Vamos a verlo.
No se repara en las enseñanzas fundamentales que incluye este portentoso episodio. Por ejemplo, primero, que quien les da de comer es Jesús, es Él quien hace el milagro y no los Apóstoles que sólo reparten lo que ven que no se acaba; los discípulos son, somos, "siervos inútiles". Segundo, su mérito en el milagro fue informar a Dios y, por tanto, enseñarnos a orar para las necesidades de la vida. Como en aquellas bodas en que le informan: "No tienen vino". Tercero, que la multitud no estaba compuesta de sólo pobres sino de población diversa, entre la que podía contarse hombres como Nicodemo, amigos varios de los discípulos, familiares de estos y de aquellos, de señores y obreros, artesanos y funcionarios. No, no eran todos pobres.
A continuación, el detalle no pequeño de que en esa multitud hubo un muchacho que "ofreció a la Iglesia" compartir unos pocos peces y panes. En quinto lugar, que lo que parece físicamente imposible se hace posible gracias a la fe. Una fe que se contabiliza y que sacia el hambre. (Mt 6, 32-33; 14, 28-31; Lc 12, 29; Jn 3, 3) Es decir, que el milagro de los panes y los peces se produce desde un origen religioso, sobrenatural, porque los discípulos se fían de Jesús y le obedecen, cerrando los ojos al cálculo.
Pero junto a todo esto hay otro detalle, el sexto de mi cuenta, que creo mucho más importante. Algo que se escamotea por arteras seducciones ideológicas. Y esto es que aquellas gentes a las que se destinó el alimento, durante horas y horas se sintieron tan cautivadas por las cosas que Jesús les decía que hasta olvidaron que estaban sin comer. (Jn 6, 1-14) ¿Y por qué se hurta este hecho? Pues porque lo políticamente correcto es aparecer reyes de Jauja con el humanitarismo de lo que otros dan y desertar del negocio de Dios: Que le conozcan a Él, "único Dios verdadero" y a su enviado Jesucristo. (Jn 17, 3)
En este episodio es donde se ceba el proletarismo de los redentores de foto que lleva décadas adulterando la savia de todas las obras de la Iglesia. Si estos nuevos hermeneutas hubieran estado allí ya habrían inducido en la masa que los discípulos del de Nazaret eran ricos patrones de pesca, recaudadores de impuestos y olivareros terratenientes que bien deberían hablar menos y repartirles a ellos, pobres marginados del mundo, lo que les sobraba. ¿O estoy equivocado?
El episodio acaba con un séptimo punto que rompe todos los esquemas cuando en tan memorable ocasión Jesús se queja, no sin amargura: «Me aclamáis porque habéis comido [...]. Buscad, no el alimento perecedero sino el que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre.» (Jn 6, 26-27)
Puede que el error de esta Iglesia nueva, muy repetido en su historia, sea cambiar el sentido del mensaje, de arriba abajo, en plano picado. Pero el problema es que sin Caridad teologal la Iglesia pasa a ser una macro empresa de actitudes inferiores y terrestres, desconectada del amor principal y celeste que la fundamenta.
La enseñanza tradicional de este relato es que el alimento perecedero siempre estará a nuestro alcance, como los pobres (Jn 12, 6), pero ‘el alimento que permanece para la vida eterna’ solamente lo da el Jesús profetizado, eucarístico, íntimo y místico. Él es el alimento que el mundo espera de la Iglesia, el único que por repartirlo Dios prometió el ciento por uno ya en este mundo. (Mc 10, 29-30)
Hay mucho más de lo que hablar y así lo intentaremos en próximas entregas.