UNA CASA PARA TODOS
TIEMPO DE LA CREACIÓN. Hoy fiesta de San Francisco de Asís
| Fernando Bermúdez
Iluminación ética desde la encíclica Laudato Si en el contexto de el “Tiempo de la Creación”
Con motivo del sexto aniversario de la Laudato Si, la comunidad cristiana de las distintas confesiones se une en la celebración del Tiempo de la Creación en torno al tema “Una casa para todos”. El Papa Francisco invita a “seguir creciendo en la conciencia de que todos vivimos en una Casa Común como miembros de una única familia”. Esta iniciativa me ha motivado a elaborar la siguiente reflexión para Justicia y Paz.
Existe el riesgo de separar la degradación ambiental de la creciente situación de exclusión y pobreza en el que vive el 80% de la población mundial.
La encíclica Laudato Si del papa Francisco relaciona estrechamente el desastre ambiental con el drama social que afecta a los pobres de la tierra. Para Francisco ecología y justicia social son inseparables. Advierte que la destrucción ambiental está fabricando más pobreza en el mundo.
La temática central de la encíclica es “el cuidado de la casa común”, una casa para todos y todas, refiriéndose al cuidado del planeta Tierra por parte de todos los seres humanos, creyentes y no creyentes. Es una preocupación apremiante a nivel mundial. Dentro de esta problemática, Francisco aborda cuestiones fundamentales, como la deforestación de bosques, la devastación que causa la minería a cielo abierto, el monocultivo de suelos, la destrucción de la biodiversidad, la contaminación del aire, del agua y de los suelos, el efecto invernadero, la carencia de agua, el calentamiento global… Y dentro de todo ello, la opción por los pobres.
El deterioro de la naturaleza no es por casualidad, sino resultado de un sistema económico global que mercantiliza la tierra y el agua y sobreexplota los recursos naturales. El sistema capitalista neoliberal solo puede desarrollarse destruyendo la Casa de todos. Las grandes empresas, sobre todo las transnacionales, movidas únicamente por el afán de lucro, están expoliando la naturaleza y dejan a su paso inmensas áreas completamente destruidas donde no puede haber árboles, pájaros ni peces. Los países del Norte priorizan su carrera de industrialización y desarrollo económico sobre la conservación de la naturaleza.
La encíclica Laudato Si tiene un carácter profético: denuncia las causas y efectos del modelo actual de producción, señala la inequidad planetaria como efecto principal (n.48). Llama a crear nuevos modelos de desarrollo, lo cual implica reflexionar responsablemente “sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones”.
En realidad, los países que más contaminan son los países ricos. Los países empobrecidos son los que menos contaminan, y son a su vez, los que más sufren las consecuencias de este desastre con persistentes sequías o devastadoras inundaciones.
Para que cualquier lucha por erradicar la pobreza sea duradera y eficaz, -señala Francisco-, hay que luchar a la vez para cuidar y defender el ecosistema. Ambas luchas deben ir juntas, porque de lo contrario, la destrucción ambiental estará fabricando más y más pobres en el mundo.
Es por eso que, después de la Laudato Si, considero que nadie ya podrá llamarse cristiano sin tener conciencia ecológica y sensibilidad ante la realidad de sufrimiento de los pobres de la tierra. Y, junto con esta conciencia y sensibilidad, asumir un compromiso por la construcción de otro mundo más justo y respetuoso con el ecosistema.
Asimismo, el sistema dominante solo puede desarrollase promoviendo el consumismo. “Comprar, usar, desechar” es su criterio y su práctica. El consumismo agota los recursos de la naturaleza. En un mundo finito no podemos crecer de una manera infinita.
El consumismo golpea duramente la esencia del ser humano, es decir, su identidad y su espiritualidad. Este sistema valora a la persona, no por lo que es, sino por lo que tiene y por lo que consume, es decir, por lo que compra. El consumismo configura personas esclavas del tener, individualistas, superficiales e incapaces de afrontar con entereza las contradicciones de la vida.
Pero todavía más, el consumismo favorece la desigualdad, pues lo que yo consumo de más, a otros les falta. Y además nos priva de felicidad y de la paz del espíritu.
La Laudato Si nos llama a emprender nuevas alternativas de vivir y una de estas formas es la sencillez de vida. Esta sencillez nos ofrece la novedad para crecer como personas. Francisco habla de la sencillez de vida en solidaridad con los que no tienen, con los hambrientos de la tierra. Y por eso mismo, no se trata tan solo de crecimiento personal sino de crecimiento en humanidad, para que otros –los pobres- dispongan de una vida digna.
Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría presentan la propuesta de consumo responsable y de la civilización de la austeridad compartida, frente a la civilización del capital, que deshumaniza el mundo y destruye la Casa común. Otros llaman a este estilo de vida sencilla y de austeridad compartida “decrecimiento”, que es poner un alto al consumo.
La cultura de la austeridad compartida no pretende redistribuir la escasez. Busca el crecimiento de la calidad en las relaciones humanas, la solidaridad. Se trata de vivir humanamente y de valorizar, más que las cosas, el amor, la solidaridad, la amistad, el compartir comunitario y el bien común. Todos estos son bienes que, al contrario que los materiales, se multiplican cuando se comparten. Nos dan la felicidad que no pueden darnos las cosas.
Hay otra motivación ética que Francisco resalta en el capítulo IV de la Laudato Si. Es la solidaridad intergeneracional. Las generaciones futuras tienen tantos derechos como nosotros a disfrutar de la tierra, en una Casa que es de toda la humanidad. No podrán hacerlo si seguimos consumiendo y despilfarrando al ritmo que lo hacemos y que el sistema capitalista nos incita. La sencillez de vida tiene un respaldo ético que la legitima: es universal e intergeneracional. Francisco, en este capítulo IV plantea un interrogante: “¿Qué modelo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están naciendo?”. Y más adelante hace otros cuestionamientos: “¿Para qué pasamos por este mundo, para qué vinimos a esta vida, para qué trabajamos y luchamos, para qué nos necesita esta tierra?”. Preguntas fundamentales, que nos llevan a advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Y sigue diciendo: “Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra” (n.160). La encíclica nos reta a recorrer nuevos caminos en busca de un mundo más justo y más cuidadoso del Planeta. Se trata, pues, de crear un hogar para todos, los que hoy habitamos el planeta y los que vendrán.
Ninguna medida será eficaz si no hay una revolución de la conciencia, una nueva espiritualidad que ayude a rescatar lo que se está perdiendo, como señala el papa Francisco en la Laudato Si.
Todo el cosmos, toda la naturaleza, toda la humanidad está llena de Dios, lo que nos lleva a vivir de un modo nuevo nuestra dimensión humana y espiritual. Por eso nos preparamos juntos, la comunidad ecuménica de todo el mundo, para rezar y proteger con acciones concretas la Creación de Dios.