DEL HOLOCAUSTO JUDÍO AL HOLOCAUSTO PALESTINO
Lo que vi y escuché en Palestina
| Fernando Bermúdez
En 1948 más de 800.000 palestinos, aproximadamente la mitad de la población que entonces tenía Palestina, fueron expulsados de sus hogares y de sus tierras por los judíos sionistas, para la creación del Estado de Israel. Cada 15 de mayo los palestinos recuerdan el "Día de la Nakba", “catástrofe”. Los palestinos recuerdan ese día triste para reafirmar el derecho al retorno a sus tierras, que ahora forman parte de Israel.
En 1976, diez años después de la Guerra de los Seis Días, Secour Catholitque me concedió una beca para realizar un curso bíblico en Jerusalén. En esos meses tuve la oportunidad de visitar el Museo del Holocausto en memoria de las víctimas del holocausto perpetrado por los nazis contra los judíos. Entre 5 y 6 millones de judíos fueron muertos en las cámaras de gas por el régimen nazi. Impactante y doloroso.
Unas semanas después de la visita al Museo del Holocausto, un palestino nos llevó al campamento de refugiados de Anatot, al norte de Jerusalén. Allí me encontré multitud de familias palestinas expulsadas de sus casas y de sus tierras por el Gobierno de Israel, viviendo en condiciones inhumanas después de haber perdido todo lo que tenían, incluso a familiares y amigos, asesinados. Multitud de niños corrían de un lugar a otro, tristes y semiabandonados. Y me pregunté ¿Cómo es posible que un pueblo que ha sufrido el horroroso Holocausto nazi tome actitudes tan crueles con los palestinos? No es el pueblo judío, pensé, sino el Estado colonialista de Israel.
Muchos años después, el 2004, visité de nuevo Palestina. Mi mujer y yo acompañamos al obispo guatemalteco, hoy cardenal Ramazzini, en una visita de solidaridad con Palestina. Nos acogió el Patriarca de Jerusalén Michel Sabbab. Y gracias a él tuvimos la oportunidad de visitar ciudades prohibidas.
¿Qué vimos y qué escuchamos? Vimos un pueblo ocupado militarmente, ciudades y pueblos cercados por grandes alambradas con púas, aislados completamente unos de otros. Vimos patrullas de soldados israelíes con la mano en el gatillo, pateando calles y mercados. Vimos el muro que el gobierno ha construido de norte a sur para aislar al pueblo palestino. Vimos pueblos, como Belén, completamente desérticos, tiendas cerradas, con una economía estrangulada por falta de peregrinos y turistas. Vimos rostros sufrientes llenos de impotencia y de rabia, niños a quienes les han robado la risa, madres angustiadas, porque asesinan a sus hijos a la salida de la escuela si estos lanzan piedras a los soldados. En los días que estuvimos allá hubo113 asesinatos sólo en la franja de Gaza, entre ellos 42 niños.
Escuchamos en Taybeh al párroco, palestino natural de Jenín, cómo los soldados israelíes a las órdenes del primer ministro Ariel Sharón destruyeron con terribles máquinas las viviendas de sus familiares y paisanos, y la población tuvo que dispersarse. Palpamos la impotencia y el dolor de un pueblo que sufre la represión por parte de aquellos que un día la sufrieron la persecución de los nazis.
El Patriarca Michel Sabbah nos posibilitó entrevistarnos con el representante de Catholic Relief Service, CRS, de Estados Unidos. Con él programamos una visita a Qalquilia, una de las muchas ciudades prohibidas. Al utilizar éste un coche con matrícula norteamericana se nos hizo posible circular por carreteras donde ningún turista, ni peregrino ni palestino pueden transitar. Después de más de una hora de camino desde Jerusalén, y atravesando varios controles de soldados israelíes, llegamos a las puertas de Qalquilia. Es ésta una ciudad de más de 40.000 habitantes. Cercada con doble verja de aproximadamente dos metros de altura, con grandes alambradas enrolladas y con pinchos. Imposible traspasar ese cerco. Hay una sola puerta de entrada y salida, controlada por soldados israelíes con metralletas en mano y parapetados en trincheras. Para ir a sus campos de olivos, viñas y trigo, la población debe pedir autorización a los militares israelíes. A veces tienen que esperar una, dos o más horas para salir o entrar.
Recorrimos las calles de la ciudad de Qalquilia. Vimos multitud de gente por todas partes. Allí la gente se siente prisioneros en su propia ciudad. Los colonos sionistas les quitaron las fuentes de agua para abastecer el asentamiento judío de Afei Menashe. Es por eso que CRS, como parte de la Iglesia católica, estaba construyendo pozos para abastecer a la población. Nos decía un campesino palestino: “Nos quitan nuestras fuentes de agua, con lo cual la economía y la vida del pueblo ha quedado completamente paralizada”. Otro nos comentaba: “Muchos se han ido fuera, a otros lugares, porque ya no aguantan este cerco. Pero yo no me voy a mover. He nacido en esta tierra y aquí moriré”.
Hayous es una aldea de apenas 2.000 habitantes, al oeste de Qalquilia. Los campesinos palestinos vieron con sorpresa que de la noche a la mañana los israelíes abrieron una profunda y larga zanja por medio de sus tierras, destruyendo sus campos de olivos y trigales, para levantar el muro. De esta manera, no sólo les quitan el agua y la tierra, sino que además los incomunican entre sí.
Después de ver y escuchar durante toda una mañana a la gente, compartieron con nosotros una sencilla comida. Pan y aceite. Esa fue la comida. Pan amasado con el sacrificio de un pueblo a quien le han robado el derecho de ser libre, y aceite que es como un bálsamo que alivia y suaviza su ya larga resistencia.
El conflicto que hoy vivimos viene de lejos, pero se ha recrudecido a causa de los desalojos violentos de familias palestinas por parte de las fuerzas israelíes en el barrio Sheikh Jarrah de Jerusalén, con el fin de seguir anexionándose territorios. Los agentes israelíes ocuparon la mezquita de Aqsa en Jerusalén y Hamás dio un ultimatum a Israel para que la abandonaran. Al no hacerlo, lanzaron misiles contra territorio israelí. Ante lo cual, Israel ha lanzado una ofensiva con bombardeos.
Ataca sin piedad las posiciones de los palestinos en Gaza, afectando directamente a la población civil, dejando centenares de muertos, de los cuales una quinta parte son niños y niñas. El Estado de Israel, con los bombardeos, destruye viviendas, escuelas, hospitales, instalaciones civiles, carreteras… Amnistía Internacional ha manifestado que “las fuerzas israelíes han mostrado un escandaloso desprecio por la vida de la población civil palestina, llevando a cabo una serie de ataques aéreos contra edificios residenciales, en algunos casos matando a familias enteras —incluidos niños y niñas—, y causando destrucción injustificada de bienes civiles”. Y sigue diciendo: “Los bombardeos de Israel en zonas densamente pobladas son crímenes de guerra, y el lanzamiento indiscriminado de cohetes por parte de los grupos armados palestinos son también crímenes de guerra”.
Todo apunta a que Israel busca hacer desaparecer a la población de Gaza; porque sus niños y sus niñas, las mujeres embarazadas o las que están en edad de procrear, son la mayor amenaza que el Estado de Israel enfrenta desde su nacimiento: la amenaza demográfica.
Lamentablemente, por el momento no se le ve solución, porque Estados Unidos no tiene voluntad política de exigir a Israel respeto a las resoluciones de la ONU, para propiciar un diálogo con Palestina y llegar a Acuerdos. Mientras no se llegue a un diálogo, la situación es de dolor, caos, muerte y miedo. Es lamentable, asimismo, que haya países musulmanes como Arabia Saudí y Marruecos cuyas monarquías apoyan a Israel. Es una traición a los musulmanes palestinos.
La violencia engendra violencia. El argumento de Israel no es válido cuando dice que lo que hace es defenderse. Sin embargo, la ocupación del territorio palestino (tierra, agua, casas) es violencia y engendra una espiral de violencia
Considero que el único camino es la negociación y la retirada total de los colonos israelíes de los territorios ocupados, el reconocimiento mutuo de las existencia de los dos Estados: Israel y Palestina; y que Jerusalén, ciudad santa de las tres religiones monoteístas, sea una ciudad con un status y autonomía propios. Pero esto no se podrá lograr sin que Estados Unidos abandone su política expansionista, colonizadora e imperialista. Solo por el camino del diálogo podrá sentarse las bases para llegar a una solución que posibilite la paz, firme y duradera, entre judíos y palestinos.
Todavía mantengo la esperanza de que el cúmulo de sufrimiento de los casi 6 millones de judíos sacrificados en los campos de concentración nazi, y los casi cien mil palestinos muertos defendiendo su territorio, sea una semilla que fructifique, renaciendo la paz entre estos dos pueblos.