Comunicación directa y abierta frente a la triangulación

En estos últimos años estoy viviendo, en algunos de los grupos en los que participo, una bienaventuranza que deseo de todo corazón para mis compañeros, amigos, familiares y para todo el que quiera.

¡Dichoso el grupo en el que sus integrantes hablan directamente entre sí sobre sus puntos de vista, ideas, sentimientos y necesidades; y cuando tienen que alabar, agradecer o afirmar; o están enfadados o desilusionados, sienten la necesidad de expresar esos sentimientos directamente a la persona adecuada!

Dicho así, suena bien, pero vivirlo es mucho más dichoso. Lo que ha hecho posible esta experiencia es haber creado las condiciones para una comunicación fluida en el grupo por medio de dinámicas siembre abiertas; el hablar siempre desde mí y no decir lo que quiero que el otro haga; la comunicación de vida…, sobre todo, el haber pactado expresamente no dejarse llevar por los “dimes y diretes”, es decir, si tengo algo que decir o siento algo lo comunico a la persona implicada y no a otra y, mucho menos, no dejarse llevar por lo que otras personas, que no forman parte del grupo, “dicen que dicen”, corriente ésta muy peligrosa.

Sin duda hay una tentación de la que uno nunca puede decir que “de esa agua no beberé”. Se trata de decir a alguien, que forma parte del grupo, por ejemplo, “podrías decirle a fulanita a ver si ella puede preparar la oración de la mañana”, o “comentar a otra persona del grupo, lo que dijo el otro día fulano en la reunión me sentó muy mal y me sentí herido, además ni me pidió perdón después…” Este tipo de comunicación es lo que se llama triangulación. Este tipo de mensajes corrompe las relaciones en el grupo, pues da ocasión a malentendidos, a desconfianza mutua y a resentimientos.

Pero la dicha aumenta cuando uno no solo no se deja llevar por la tentación antes aludida, sino que cuando me siento implicado en una situación semejante trato de decirle a la persona que me hace una confidencia, ¿hablaste con el otro? y, si he visto oportuno, hasta me implico ofreciéndome como acompañante para que se lo comunique directamente. Es importante romper la dinámica de la triangulación y favorecer la comunicación directa.

Reconozco que por educación y formación he sido preparado para una comunicación indirecta sobre todo con las personas cercanas. Dicha comunicación indirecta la aprendí en mi familia. Recuerdo cuando yo quería ir al seminario, a quien primero se lo dije fue a mi madre, pero no me atrevía a decírselo a mí padre, por lo que se lo encargué a mí madre que se lo dijera y, por lo que recuerdo, apenas si lo dije abiertamente a toda la familia. Sí, ciertamente cuando ya era aceptado por todos es entonces cuando se hablaba de ello abiertamente… No digamos en el seminario cuando se hablaba de las “amistades peligrosas”, pero se hacía muy poco para favorecer una comunicación abierta… Bueno, eran otros tiempos de los que sinceramente no tengo malos recuerdos, pero si reconozco que no me prepararon lo suficiente para estos tiempos.

Una de las cosas que más me ha ayudado en mi vida ha sido la participación en los grupos en los que estoy más o menos vinculado. En ellos he aprendido a compartir, trabajo, vida y misión, a tener periódicamente comunicaciones de vidas, encuentros de discernimiento, revisiones de vida y de acción… lo que me ha evitado ser un llanero solitario, tan frecuente entre nosotros los sacerdotes. Sobre todo he experimentado, con sus conflictos y dificultades, a mirar a las personas, no su categoría, o su rol sino por lo que son y no como simples compañeras o compañeros.
La dicha actual es fruto de un largo camino, en el que han ido unidos experiencia y aprendizaje; dificultad y gozo; fracaso y logro; desengaño e ilusión… Quizá en esta etapa de la vida la balanza se incline más por una experiencia de comunicación más desde dentro, abierta, confiada, fraterna, universal…

Nacho
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