2.1.3 Eventos particulares de significativa importancia
Al gran “acontecimiento”, que constituyó el mismo Concilio Vaticano II en su globalidad, es preciso añadir algunos “eventos” particulares, quizás marginales, pero cargados de gran significado, y que pueden ser determinantes para una adecuada y completa recepción del Vaticano II.
• El grupo de la “Iglesia de los pobres” (primer período del concilio)
G. Alberigo hace referencia a este primer evento, en el contexto general de la formación de la conciencia conciliar y, más específicamente, de la formación de grupos informales. Entre estos grupos informales hace alusión al “grupo de la Iglesia de los pobres”. Dicho grupo tomó como bandera la referencia que hizo Juan XXIII en el radiomensaje del 11 de septiembre de 1962, un mes antes de la apertura del Concilio: “Para los países subdesarrollados la Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, y en particular como la Iglesia de los pobres”.
La intervención del Card. Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, el 6 de diciembre de 1962 se considera el texto fundante de este grupo. En efecto Lercaro había aceptado la invitación de formar parte de este grupo informal que se reunía en el colegio belga por iniciativa del P. Paul Gauthier. Las raíces espirituales de esta iniciativa se encuentran en la experiencia francesa de los sacerdotes obreros, en el inmenso murmullo del Tercer Mundo con la presencia significativa de Helder Cámara, obispo auxiliar de Rio de Janeiro, Georges Mercier, obispo de Laghouat (Sahara argelino) y la presencia de varios padres conciliares provenientes de los países socialistas. El trabajo de este grupo se orientó en esta dirección: a) difusión entre los padres conciliares del documento Jésus, l’Eglise et les pauvres; b) sensibilización hacia esta problemática entre un número mayor de padres conciliares; c) difusión de estas ideas entre la opinión pública; d) la súplica, presentada el 21 de noviembre al Card. Cicognani, secretario de Estado y presidente del secretariado para los asuntos extraordinarios, de la creación de un secretariado o de una comisión especial que se ocupase de estas cuatro grandes cuestiones: 1) El ejercicio de la justicia personal y social, especialmente en relación con los países en vía de desarrollo; 2) La paz y unidad de la familia humana; 3) La evangelización de los pobres y de los alejados; 4) La exigencia de renovación evangélica en los pastores y en los fieles, de modo particular a través de la pobreza; e) La carta de apoyo a esta súplica dirigida a Juan XXIII. Hubo acogida favorable por parte de Juan XXIII y de Pablo VI, pero el grupo permaneció siempre al margen del concilio.
• El grupo “Jesús, la iglesia y los pobres” (en el segundo período conciliar)
El grupo reseñado en el párrafo anterior se consolidó durante el segundo período conciliar: se reunieron más frecuentemente; se organizaron tres equipos de investigación (dogma, pastoral, sociología), cada uno confiado a un grupo de obispos y de teólogos; se previeron conferencias para los obispos interesados y también se prepararon intervenciones en el aula para que pudieran ser insertadas en los diversos esquemas de elaboración (De ecclesia, De oecumenismo).
Se buscaba que el episcopado fuera ampliamente informado sobre las actividades del grupo, pero se advierte que sin una secretaría oficial, se corre el riesgo de quedar al margen del concilio. Esto no se logró y el segundo período conciliar termina –en expresión de C. Himer, obispo de Tournai- “sin que una sola palabra haya sido dicha sobre los graves problemas sociales que angustian a los hombres de nuestro tiempo”. Para amortiguar esta desilusión, el concilio debería anunciar que estudiará el esquema XVII sobre la “presencia eficaz de la iglesia en el mundo moderno” a partir del comienzo del próximo período; igualmente se pide que el congreso eucarístico de Bombay (28 de noviembre 1964) debería ser un congreso social. Todas estas actividades expresan la clara voluntad de tener un impacto directo sobre la actualidad conciliar o extra-conciliar; revelan, igualmente, el particular dinamismo de un “círculo” episcopal en medio de otros grupos.
• El grupo “Jesús, la iglesia y los pobres y la relación de Lercaro sobre la pobreza” (en el tercer período conciliar)
En el tercer período, este grupo vive la desarticulación y la disminución de su papel, pero los miembros individualmente produjeron aportes importantes. A nivel más individual, tres miembros del grupo pertenecían a la comisión mixta, responsable del esquema XIII: Helder Cámara, Larraín Errázuriz y Blomjous. Diversos miembros del grupo intervinieron sobre el tema de la pobreza en la discusión sobre el esquema XIII y la cuestión fue puesta en el centro del debate. Un notable resultado del grupo fue la redacción de un documento con dos motivaciones dirigidas al Papa, la primera titulada: “Simplicidad y pobreza evangélica” y la otra, “Por qué en nuestro ministerio se deba reservar el primer puesto a la evangelización de los pobres”. La primera moción tomaba elementos de la exhortación de Pablo VI sobre la práctica de la pobreza evangélica en su encíclica “Ecclesiam suam”: expresaba la disponibilidad de los obispos para renunciar a los títulos solemnes como eminencia, excelencia y señor para dar la preferencia al simple “padre” u “obispo”, invitaba llevar “insignias y vestidos simples cuyo significado religioso sea evidente” y a vivir y a trabajar de un modo más evangélico y espiritual. También la segunda moción hacía referencia a la encíclica Ecclesiam suam: asignaba la prioridad de un apostolado hacia los más necesitados, hacia los más alejados de la iglesia y a los más disponibles al evangelio, comprendidas las masas pobres del tercer mundo, y recomendaba un renacer del movimiento de los sacerdotes obreros.
Entre el 23 de octubre y el 13 de noviembre el grupo obtiene las firmas de 500 padres con las dos mociones. Fue el Cardenal Lercaro, nombrado moderador del concilio, a quien, el 10 de octubre de 1963, al final del encuentro de los moderadores, Pablo VI pidió que se examinara el material producido por el grupo de la “Iglesia de los pobres”, con la intención de utilizarlo en los decretos del concilio. En septiembre de 1964, por insistencia de Pablo VI, Lercaro volvió a comprometerse más seriamente para responder a la petición del Papa del año precedente. Once obispos fueron invitados para constituir una comisión de consulta. Entre los once estaban tres miembros del grupo de la “Iglesia de los pobres”. El 19 de noviembre Lercaro envió su informe al secretario de Estado tal y como lo había solicitado el Papa.
El informe comenzaba con una breve introducción que ponía de relieve la falta de preparación entre los católicos sobre las cuestiones de la pobreza y por lo mismo el carácter provisional de las propuestas hechas. El resto del informe está organizado en dos partes, una doctrinal y otra práctica. La primera parte, afirmaba que una sociedad opulenta, lejos de promover el bien general de la humanidad y de superar la pobreza, aumentaba los desequilibrios entre las clases y los pueblos y oscurecía el sentido de lo sagrado conduciendo a la gente al culto de los bienes materiales; el resultado era peor que lo que producía el ateísmo marxista. Los cristianos debían, por tanto, rechazar de modo radical la sociedad opulenta. La pobreza evangélica ofrecía a la problemática social una respuesta fiel a la Escritura y a las necesidades del tiempo: la concepción teológica de la pobreza debía ser profundizada en sus dimensiones tanto bíblicas como cristológicas.
La segunda parte del informe sugería la introducción gradual de diversas reformas concretas. En primer lugar, siguiendo el documento firmado por los quinientos padres, los obispos debían ser invitados a una mayor simplicidad y pobreza evangélica –en relación con sus títulos, vestidos y estilo de vida- y escoger, formar y sostener sacerdotes para el apostolado hacia los pobres y las clases trabajadoras. Luego se les debería motivar a asumir iniciativas concretas, como por ejemplo hacer ofrendas a los pobres y a los necesitados en lugar de la sola práctica del ayuno y de la abstinencia.
El Secretario de Estado Cardenal Cicognani envió una lacónica comunicación al Cardenal Lercaro, el 28 de noviembre de 1964, indicando que había transmitido el informe para el competente examen a la comisión para la revisión de los vestidos y ornamentos de los prelados. De esta manera la relación desaparecía en las arenas del tiempo.
• Pablo VI regala su tiara
El 13 de noviembre de 1964, al final de la eucaristía celebrada en San Pedro, Pablo VI regaló su tiara. En esa fecha no hubo congregación general y por esto el evento no forma parte del concilio y no fue registrado en las Actas Synodalia. Se puede decir sin embargo que pertenece al concilio en sentido amplio. Las frecuentes referencias dadas a la pobreza en las discusiones sobre el esquema XIII, habían preparado el contexto para este gesto. Algunos padres, en efecto, habían hecho referencia a la impresión desfavorable suscitada por las ricas insignias episcopales y por otros signos de triunfalismo. Pablo VI estaba ciertamente al corriente del discurso sobre la pobreza en el mundo pronunciado en el aula por el laico James Norris, el 5 de noviembre. De la actividad del grupo de la “Iglesia de los pobres” y el informe sobre la pobreza preparado por Lercaro durante el tercer período. Estaba naturalmente a la expectativa de si los obispos también seguían el ejemplo, despojándose de algunas de sus insignias. Se dice que Thomas Roberts, el obispo que se había retirado de Bombay, había querido proponer de hacer pasar un cesto para recoger los anillos episcopales; Helder Cámara aprobó la idea de renunciar a los anillos episcopales y las cruces pectorales. Propuestas en esta dirección fueron frenadas, ante el aviso del Cardenal Felici el 16 de noviembre, según el cual el modo mejor para proveer a las necesidades de los pobres, por parte de los padres que hubieran querido seguir el ejemplo del Papa, parecía que era el dar una suma de dinero, a través del secretario de Estado.