A propósito de lo vivido en la Rioja 2019
| Nacho
Después de la experiencia vivida me siento confirmado en la pedagogía que venimos adoptando, desde hace algunos años, y que yo llamaría una “pedagogía de reiniciación” en la adultez de la fe humana y cristiana. Se asienta sobre un trípode que hay que conjugar y desarrollar; desplegar cada una de ellos y, a la vez, establecer una relación equilibrada y armónica entre ellos. Lo que realmente les une es la fe: fe en sí mismo, fe en las otras personas y la fe en el Dios de la Vida. He aquí el soporte en el que nos hemos que ejercitado y que enuncio como desafío a lograr:
- El adulto es una persona que vive de adentro a fuera;
- El intercambio espiritual permite vivir el nosotros;
- El Evangelio relato de experiencia del seguimiento de Jesús.
El adulto es una persona que vive de adentro a fuera. Vivir de adentro a fuera, quiere decir que vivo desde lo que pienso, siento y decido, no desde lo que se dice, lo que se cree, se recomienda, o desde lo que me enseñaron o lo que se manda… Es reconocer que la fe es más importante que la doctrina, la experiencia íntima más iluminadora que el modelo; de lo concreto se descubrirá lo universal sin imponer lo general; la fe será el faro de la vida y no las creencias, la fidelidad conjunta a sí mismo y al Dios que llama desde lo más profundo que no podrá diluirse en mera obediencia, tranquilizadora de conciencias. Hay que ayudar a que cada persona sea ella misma, piense, sienta, opte desde sí misma. Hay que encontrar un ritmo que respete su situación, pero que también le ayude a avanzar y en asumir que ella es el centro de su experiencia, que eso no es egoísmo ni intimismo, sino que es la base para conocerse, quererse y, así, poder compartir y solidarizarse con otras personas. El ejercitarse con otras personas sin duda ayuda a despertar y desarrollar esta dimensión, que hoy se impide o dificulta, en la sociedad y en la Iglesia, con tanto populismo y tanta masificación.
Este año, en el encuentro, se ha intentado respetar el tiempo de silencio y reflexión personal y se ha insistido en lo positivo que es el escribir el propio relato, que sin duda ayuda a la escucha de sí mismo y facilita el compartirlo. Mi percepción es que se ha cumplido bien ese tiempo personal, pero intuyo que se dan diversas situaciones, hay personas que piensan en función de lo que van a comunicar, otras se quedan en el nivel de las ideas, lo que pienso y poco en lo que siento; hay otras personas que necesitarían cambiar de lugar, salir del salón, tener más tiempo para una escucha más profunda de lo que pienso, siento, vivo, cuestiona mi vida, mis relaciones… Hay que tener presente estas diversas situaciones personales, para poder ir creciendo en ese vivir de adentro a fuera, es todo un camino a recorrer. Hay que buscar aquel medio, canción, diálogo, proyección, que pueda motivar, cuestionar más e invitar a adentrarse. Tenemos prestar atención cuando se nos invita a tomar un tiempo personal, para que lo sea lo más adecuada y oportunamente. El intercambio espiritual permite vivir el “nosotros” El término intercambio aquí lo tomamos en el sentido de compartir la palabra recíprocamente entre dos o más personas. Dar la palabra es dar la oportunidad de poder devenir ser humano, es expresión de nuestra confianza en la humanidad. Antes que nada, yo tengo que "hablarme" para entender mejor quién soy, quién estoy llamado a ser, cuál es mi misión en la vida… Según voy hilando una palabra con otra, según voy narrando lo que hago, lo que veo, lo que pienso, lo que deseo, lo que siento, lo que espero, voy creando una historia, por lo que me hago presente, no sólo a las demás, sino también a mí mismo. Este es el “dialogo interior” que cada persona ha de tener consigo misma, lo que lleva tiempo, requiere silencio y se va desarrollando progresivamente. También se necesita personas que escuchen, con respeto y honestidad, y acojan mis palabras. No se puede ser plenamente sin las palabras, pero tampoco se puede ser plenamente sin alguien que reciba esas palabras, y ese alguien tiene que ser alguien específico, con nombre y apellido… Si mis palabras no encuentran eco en las demás personas, regresan a mí vacías. La palabra intercambiada implica a las personas participantes, puesto que la realidad se manifiesta a través de lo que cada persona dice, de forma que se realiza una verdadera comunión, un “nosotros”, cosa que no ocurre en un discurso o en una conferencia. Cuando nuestro intercambio se realiza buscando juntos el sentido de la vida, aquello que nos mueve a vivir, aquello que deseamos afrontar y superar, buscando una calidad de vida humana, eso mismo ya es espiritualidad, pues se aspira a una mayor calidad humana. Y si este intercambio lo vivimos queriendo dejarnos guiar por el Espíritu de Jesús que nos vivifica animando desde dentro a todas las personas, estaremos manifestando y desarrollando la fe cristiana. En el encuentro de la Rioja, he prestado atención para ver cómo la escucha de sí mismo condiciona la escucha recíproca. Si me he movido en la superficialidad de lo que pienso y siento, eso va a determinar el nivel de escucha y de comunicación en el grupo. El intercambio es un ejercitarse fundamentalmente en la escucha. Escuchar, solemos decir, no es simplemente oír. A veces, algunas personas una vez han comunicado su reflexión personal, entran en un estado pasivo en el que simplemente oyen con respeto. La escucha tiene que ser activa. El escuchante tiene que preguntarse al oír a la otra persona, ¿Qué es lo que quiere decir en lo que dice? ¿Qué es lo que me dice a mí lo que estoy escuchando? También tenemos que estar atentos a ejercitarnos en la escucha para ir desarrollándola. La señal de que nuestra escucha será constructiva es que va creciendo el interés, la cercanía, la amistad, la confianza entre las personas, que no es simplemente buen clima afectivo, es algo más. El Evangelio relato de experiencia del seguimiento de Jesús. Los evangelios no fueron escritos como narración de lo sucedido por alguien que lo contempló, no son una biografía sobre Jesús, son testimonio de una vida renovada por la experiencia del encuentro personal con el Espíritu de Jesús. Por tanto, no son historias para contar, sino experiencia viva a descubrir. Los evangelios me remiten a Jesús, pero, a su vez, Él mismo me remite a mí mismo y al mismo tiempo me reenvía al Padre y al Reinado de Dios, que es aquello por lo que vivió y murió Jesús. Jesús vivió su experiencia espiritual en estas dos esferas. Por una parte su intimidad, la experiencia de sentirse Hijo de Dios que expresa en una relación y en una palabra “Abba”, perteneciente al lenguaje que los niños emplean para dirigirse a sus padres, que revela confianza, entrega, ternura y absoluta cercanía. Por otra su misión: anunciar la inminencia del Reinado de Dios que se manifiesta en él. Esta experiencia le transformó: dejó su familia y se puso a predicar por los caminos, a curar enfermos, a consolar a los afligidos, a perdonar… Pero por encima de todo, a provocar en las personas un encuentro amoroso e íntimo con el Abba y a inaugurar una nueva humanidad de amor incondicional, de perdón ilimitado y de confianza absoluta en la plenitud de la Vida. Los evangelios son el relato de la experiencia de fe de aquellos que vivieron y acogieron al crucificado-resucitado; es por eso que considero, una las mejores formas de acercarnos a los evangelios, hacer mi propio relato de vida, para así disponerme a escuchar y acoger el Espíritu de Jesús que habita en mí. La palabra evangélica es pues una palabra entre "tú" y "yo", y no una doctrina o una explicación para iluminar la realidad, pues es evangélica en la medida en que yo “te” relato aquello que “yo” vivo animado por el Espíritu de Jesús y que se convierte en Buena Noticia para “ti”, pues despierta, sugiere, invita, llama a algo vivo y nuevo. En el encuentro de la Rioja, observo que tenemos que prestar más atención al tiempo personal que se dedica para la acogida del relato evangélico. Casi siempre se ha estado en el salón. Hay que poner en valor ese tiempo personal para no caer en generalidades. Opino también que seguimos acercándonos a los evangelios con una actitud de buscar la luz que ilumine la situación humana, seguimos tomando el texto como “algo sagrado”. Es verdad que los evangelios son Palabra de Dios pero, a veces, nos olvidamos que también son palabra humana. Es Palabra de Dios en forma humana. Lo que tenemos delante, lo que a primera vista se manifiesta es la expresión humana, es a través de la situación humana como se manifiesta y actúa el Espíritu de Jesús. Hay que ejercitarse en ese descubrir la novedad que se manifiesta de forma humana, que no es perfecta, sino situada en un tiempo y en un lugar. En la medida en que nos ejercitemos en percibir, sentir y vivir la calidad humana de la vida, la propia y la del entorno eso nos ayudará a captar y acoger la dimensión humana en que se expresa la divina. También tenemos que ejercitarnos en comprender el mundo y cultura del tiempo del evangelio, eso también nos animará a aceptar la Buena Nueva de Jesús hoy. Perdonad la extensión, pero son apuntes con vista a un futuro.
Nacho